Muy querida hermana, María Cáliz, querida madre general, madre provincial, muchas gracias por estar presentes esta mañana en este momento tan importante para la comunidad. Quiero saludar también a los padres que nos acompañan, sobre todo a Don Manuel, párroco de Torrelaguna, a la familia de la hermana María Cáliz, aquí presente, estamos muy contentos que nos acompañen en este momento solemne y a todos los que venís de esta parroquia de Torrelaguna y de otros lugares. Bienvenidos a esta celebración de la profesión solemne de nuestra querida Hna. María Cáliz.
Es un momento muy bonito para la Iglesia en el que ella se ofrece a Dios, en la totalidad de su ser y de su proceder y Dios la va a consagrar como profesa solemne del Instituto de las Servidoras del Señor y de la Virgen de Matará. La hermana María Cáliz ya está consagrada como nosotros, por el bautismo, pero cuando una religiosa hace su profesión solemne queda consagrada de una manera más íntima, como una esposa del Señor, consagrada al Señor con un amor de predilección, para el servicio de la Iglesia y del mundo. Dentro de un momento vamos a escuchar su fórmula de profesión que es muy hermosa. Ella se va a ofrecer a Dios, va hacer oblación de su ser, de su vida, para ser una huella de la Santísima Trinidad en la historia, ¡fíjense que bonito! ¿no?, una religiosa y aquí tenemos tantas, pues ellas son como una huella de Dios en el mundo. Parece que Dios no existe, mucha gente dice: “¿dónde está Dios?” Pues, una religiosa que ha entregado su vida, es una huella de Dios, ahí hay una huella para que podamos identificar a Dios y también como una memoria de Jesús. Lo contemporáneo está un poco desmemoriado, como que se nos va de la memoria que somos criaturas de Dios, somos hijos de Dios, Dios está ahí. Entonces una religiosa, además de ser una huella de la Trinidad en la historia, es una memoria permanente para que no se nos olvide, una memoria de Jesús, que Jesús no es un difunto, que Jesús ha resucitado, que vive en medio de nosotros, pero necesitamos que nos refresquen la memoria. Entonces, una religiosa que vive su consagración, es una memoria de Jesús en el mundo, es como una prolongación de la Encarnación.
Este Instituto de las Servidoras, como los Padres del Verbo Encarnado, tienen este carisma, ser una prolongación de la Encarnación de Jesucristo, es el gran misterio que sorprende continuamente a la historia de la humanidad, que Dios se ha querido hacer hombre. Ya hubiera sido bastante con que Dios hubiera hablado desde el cielo, o nos hubiera enviado un profeta, o nos hubiera enviado un ángel, pero es que Dios se ha hecho hombre, la Segunda Persona de la Trinidad se ha encarnado, ha asumido una naturaleza como la nuestra, una naturaleza que se fue formando en las entrañas purísimas de la Virgen María, pero ahora cada cristiano que es bautizado, tiene que ser como una prolongación de esa Encarnación de Jesucristo. Así la hermana María Cáliz, quiere prestarle su humanidad a Jesús, quiere ser una presencia de Jesús en medio del mundo, de la Encarnación de Jesús en el mundo, entonces, los protagonistas son Dios que consagra a la hermana y la hermana que se ofrece, ella se ofrece en un instituto de vida consagrada y Dios acepta ese ofrecimiento. A Dios le agrada mucho cuando le ofrecemos nuestra vida y esto tiene una forma concreta en la Iglesia que se llama votos religiosos, que creo que tenemos que entenderlo bien porque a veces parece como que los votos religiosos son como una carga, que quien quiere ser religiosa pues tiene que hacer votos. Como una carga pesada, como una obligación, no, nada de eso, los votos religiosos son una entrega de amor. Así como Jesucristo se clavó en la cruz con tres clavos, los de las manos y los pies, y esa entrega de Jesús es una entrega de amor, es el Cantar de los Cantares del amor de Dios, pues así, la hermana por el voto de pobreza, de castidad y de obediencia, se configura con su Esposo, pero se configura por amor no por obligación, y si lo hace por obligación es por obligación de amor, esa es la forma en la que se desposa el esposo y la esposa, ella que se ofrece y Dios que acepta su ofrenda.
Es, sobre todo, porque uno ama tanto a una persona, que quiere estar siempre con esa persona, y entonces nosotros somos esposos de Cristo Crucificado y queremos estar con Él. San Juan de Ávila, un gran Santo del siglo XIV, en una reflexión dice: “Señor, estar yo, yo de otro color que Tú ¡cómo va ser eso! Si tú estas crucificado, cómo voy a estar yo de otro color, yo tengo que estar contigo, vestido de la misma librea”, una palabra que se usaba en aquel tiempo que significa vestido igual que tú, y si tú estas cubierto de sangre en la cruz, yo también me envuelvo de la misma librea que tú vistes. Pues si Cristo vivió este camino de pobreza, de obediencia y de castidad, ¡cómo una religiosa que se consagra a Él va a vestir de otra manera!, ¡cómo va a estar de otro color!, por eso se entienden los votos religiosos, como una identificación con Cristo pobre, con Cristo obediente y con Cristo célibe, que se entrega por la Iglesia con un corazón indiviso. O ¿no es así?, claro que es así, en el Evangelio escuchamos que Jesús dice: “el hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza”, es decir, Él vivió pobre, por eso yo no me enamoro de una idea de Jesucristo, sino de un Jesucristo real, el del Evangelio, que no tenía donde reclinar la cabeza. Por eso un sacerdote, una religiosa, usa de las cosas de este mundo, pero como si no fueran suyas porque no son suyas, usamos las cosas pero no ponemos el corazón en las cosas de este mundo. Igualmente, la obediencia, dice la Carta a los Hebreos que Jesucristo aprendió sufriendo a obedecer desde que era muy niño, en el Evangelio de San Lucas dice que “estaba sujeto a sus padres”. Cuando entra en la humanidad en la Encarnación, dice como lo hemos cantado en el Salmo: “aquí estoy Señor, para hacer tu voluntad”. Por tanto, Cristo humilde que no tenía casa, no tenía nada, Cristo obediente, a la voluntad del Padre, y Cristo que se entrega con un corazón indiviso a Dios, ese es el celibato, esa es la virginidad que no es no amar, es tener un corazón para todos que se entrega a Dios y en Dios ama a todos, como que Dios a los que hemos recibido el don, el carisma del celibato, la virginidad, nos da una capacidad de ensanchar el corazón, para no focalizarlo en una persona concreta sino abierto a todo el mundo, porque se lo entregamos al Señor de manera indivisa.
Además, estas hermanas tienen un cuarto voto, normalmente son estos tres votos los de la vida religiosa, pero hay un voto bien bonito, que es el de la esclavitud mariana, el de consagrarse especialmente a la Virgen María, porque si la hermana se ofrece hoy a Dios, lo hace como ofrecemos la sagrada forma en la Eucaristía, la ponemos en una patena ¿no?, en un plato, pues esta ofrenda que hace la hermana la ponemos nosotros en las manos de las Virgen María para que ella se consagre de un modo especial, porque decía San Luis María Grignion de Montfort que “la Virgen María es el camino más corto, más seguro y más eficaz para llegar a Dios”. Si alguna persona me preguntara yo quiero ir a Dios, ¿cuál es el mejor camino?: la Virgen María, sin dudarlo, es el camino más corto, es el más seguro, por ahí no te pierdes, no te extravías para ir a Dios, para acercarte a Jesucristo, entonces, hoy, la hermana María Cáliz se consagra a Dios a través de las manos y el Corazón Inmaculado de la Virgen María.
Pues, querida hermana, ponemos este propósito que hay en tu corazón, que has discernido en esta comunidad, lo ponemos bajo la intercesión de los Santos, en un momento, ahora en el que vamos a invocar a todos los Santos, porque es una consagración muy fuerte, una consagración esponsal. La hermana queda como expropiada de sí misma, ya no se pertenece a sí misma, ya pertenece a Dios, entonces necesitamos de la intercesión de los santos del cielo, es la oración de las letanías, que vamos a rezar, vamos a cantar ahora. Cuando ella haga su profesión religiosa, yo haré una bendición sobre ella y voy a pedirle a Dios que envié el fuego del Espíritu Santo, para que esa llama del amor, que está encendida en su corazón (ella está viviendo con mucha ilusión este momento, con mucho amor), pues para que el Espíritu Santo, con esa llama la haga fuerte, que no sea una llama tibia, sino que sea una llama fervorosa.
Pidamos la gracia especial para nuestro Institutito, las Servidoras, para que esta llama del fuego del amor, cuando una hermana la recibe, la reciban todas. Y nuestro Instituto crezca en fervor, cuánto necesita la Iglesia del fervor de la vida religiosa, que amemos a Jesucristo, no de cualquier manera, Él se merece lo mejor, se merece toda nuestra vida, o ¿acaso alguien nos ha amado como Él? Si Él nos ama así en la Eucaristía, si Él nos ama así en la cruz. ¿Acaso no se merece que le demos a Jesús lo mejor de nuestro corazón? Por eso acojamos el Evangelio que hemos escuchado, es un Evangelio que no debemos olvidar nunca: “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos”, dice Jesús, el sarmiento que se une a la vid ese da frutos, pero el que se separa de la vid ese se seca, solamente vale para que lo echen al fuego, por eso es un compromiso fuerte, hermanas, hoy renovamos nuestro compromiso de estar unidos a Jesucristo, porque sin estar unidos a Jesucristo dice: “sin Mí no podéis hacer nada”, lo dice así de fuerte porque podría decir sin Mi vais a tardar más, sin Mi vais a ser poco menos eficaces, ¡no, no!, sin Mi “nada”, nada es nada, por eso nuestro compromiso está en injertarnos en Jesucristo, por la oración, por los sacramentos, por nuestro entrega en los votos religiosos, nuestra consagración religiosa y si eso ocurre ¡atención! que viene la poda siempre, lo dice Jesús.
Jesús nos dice las cosas con mucha claridad “al sarmiento que da fruto el Padre lo poda” para que dé fruto, para que dé más fruto todavía, por eso cuando lleguen las podas, que nos dejemos podar, como a veces se derrama alguna lágrima, cuando uno poda la vid pues alguna sabia se derrama, pero esa vid queda preparada para que se multiplique, el fruto y la fecundidad de su vida, pues dejemos al Señor que nos pode, es el buen labrador, Él cuida siempre de nosotros, lo único que nos pide es que seamos sus amigos; es el capítulo quince de San Juan, allí donde nos dice, “a vosotros ya no os llamo siervos”, pues el siervo no sabe, no sabe lo que hace su señor, vive una relación de servidumbre, “a vosotros os llamo amigos” porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer”. Esa es la intimidad que quiere Jesucristo con usted querida hermana, una intimidad de amigo, a Jesús no le gustan los siervos, le gustan los amigos, los que sirven por amor, no por temor sino por amor.
Pues que toda nuestra vida de las manos de María que vivió el amor, sea una vida de amor, de amor esponsal. En la primera lectura lo ha dicho preciosamente el profeta Oseas “la llevaré al desierto y le hablaré al corazón”. Pues eso es lo que ocurrió con nuestra hermana pues que el Señor ha aprovechado un momento de desierto y le habló al corazón y la sedujo, y ahora se desposa con ella, como un esposo con su esposa, en amor y fidelidad: la llevaré al desierto, le hablaré al corazón y ella me responderá como en los días de su juventud. Si algo le sobra a la hermana es juventud, porque se le nota en la sonrisa y en la mirada; la juventud -cada vez me convenzo más-, no tiene casi nada que ver con los años que cumplimos porque se va acumulando la juventud a pesar de los años, la juventud es una actitud de corazón, una actitud del corazón; el que vive apasionado, ese es el joven, el que vive apasionado.
Querida hermana eso es lo que pedimos para usted junto con los Santos, que viva apasionada de su esposo, Jesucristo, que un día se enamoró de usted y hoy la consagra como su esposa. Que así sea.