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Homilía del P. Paulo Colombiano, IVE

El 13 de mayo, en otro aniversario de las Apariciones de nuestra Madre del Cielo a los Pastorcitos de Fátima, entronizamos una preciosa imagen de la Virgen de Fátima en la Procura Generalicia en Roma. En la Santa Misa previa a la bendición y entronización de la imagen, el P. Paulo Colombiano, IVE, pronunció la homilía que publicamos a continuación

Virgen de Fátima en la Procura Generalicia

FÁTIMA – Paralelo evangélico Jn 14

 

Las apariciones de la Madre de Dios en Fátima, Portugal entre los meses de mayo y octubre de 1917 son sin duda los hechos religiosos “más importantes de la primera mitad del siglo XX, una explosión desbordante de lo sobrenatural en el mundo dominado por lo material”[1][1].

El magnífico acontecimiento de Fátima ha sido identificado como “un gran signo de los tiempos” [2], o más precisamente “de nuestro tiempo, que la misma Señora parece leer con una perspicacia especial”[3], revelando un “carisma para nuestro tiempo[4]. Fátima es, en el decir de San Juan Pablo II, “la manifestación de su preocupación materna por el destino de la familia humana, necesitada de conversión y perdón”[5]. De allí el inmenso contenido espiritual, profético y escatológico de los mensajes de la “Madre del Cielo”, como la Ven. Sor Lucía solía llamar a la Virgen María.

Dios, que tiene en sus manos todos los acontecimientos, dispuso providencialmente que nosotros naciéramos como Congregación el 25 de marzo de 1984, día en que San Juan Pablo II junto a los obispos del mundo cumplían con el pedido de la Virgen de Fátima de consagrar el mundo entero a su Inmaculado Corazón[6]. Y así cuando el Santo Padre decía “abraza con amor de Madre y de Sierva del Señor a este mundo humano nuestro”[7], también allí estábamos incluidos nosotros y los que vendrían después de nosotros.

En estos dos eventos que –por la Providencia Misericordiosa de nuestro Señor– se cruzaron entre sí, podríamos leer la suave y amorosa delicadeza de la sabiduría maternal, que parece abrazarnos entrañablemente como Instituto y a cada uno de nosotros en particular, sin condición alguna. Podemos incluso lícitamente pensar que hemos nacido del Corazón Inmaculado de María, y siendo esto así, no podemos menos que prorrumpir en gozo y ver cómo la maternal asistencia protectora de la Virgen nos acompaña siempre.

En este contexto, quería hacerles recordar las palabras de aquel 13 de mayo para iluminar el entendimiento en la interpretación del Evangelio de hoy. Tanto en esta primera aparición de la Virgen cuanto en las primeras palabras de Cristo del capítulo 14 de San Juan podemos identificar una misma enseñanza, dividida en cuatro partes.

  1. PERTURBACIÓN / MIEDO
  2. MORADAS ETERNAS
  3. EL CAMINO DE JESÚS
  4. REVELACIÓN DEL MISTERIO

Empecemos con la aparición…

Día 13 de mayo de 1917.

Estando jugando con Jacinta y Francisco encima de la pendiente de Cova de Iría, haciendo una pared alrededor de una mata, vimos, de repente, como un relámpago.

– Es mejor irnos ahora para casa –dije a mis primos–, hay relámpagos; puede venir tormenta.

– Pues sí.

Y comenzamos a descender la ladera, llevando las ovejas en dirección del camino. Al llegar poco más o menos a la mitad de la ladera, muy cerca de una encina grande que allí había, vimos otro relámpago; y, dados algunos pasos más adelante, vimos sobre una carrasca una Señora, vestida toda de blanco, más brillante que el sol, irradiando una luz más clara e intensa que un vaso de cristal, lleno de agua cristalina, atravesado por los rayos del sol más ardiente. Nos detuvimos sorprendidos por la aparición. Estábamos tan cerca que nos quedábamos dentro de la luz que la cercaba, o que Ella irradiaba. Tal vez a metro y medio de distancia más o menos. Entonces Nuestra Señora nos dijo:

– No tengáis miedo. No os voy a hacer daño.

– ¿De dónde es Vd.? – le pregunté.

– Soy del Cielo.

– ¿Y qué es lo que Vd. quiere?

– Vengo a pediros que vengáis aquí seis meses seguidos, el día 13 a esta misma hora. Después os diré quién soy y lo que quiero. Después volveré aquí aún una séptima vez.

– Y yo, ¿también voy al Cielo?

– Sí, vas.

– Y, ¿Jacinta?

– También.

– Y ¿Francisco? – También; pero tiene que rezar muchos Rosarios.

Entonces me acordé de preguntar por dos muchachas que habían muerto hacía poco. Eran amigas mías e iban a mi casa a aprender a tejer con mi hermana mayor.

– ¿María de las Nieves ya está en el Cielo?

– Sí, está. (Me parece que debía de tener unos dieciséis años).

– Y, ¿Amelia?

– Estará en el Purgatorio hasta el fin del mundo. (Me parece que debía de tener de dieciocho a veinte años).

¿Queréis ofreceros a Dios para soportar todos los sufrimientos que El quisiera enviaros, en acto de desagravio por los pecados con que es ofendido y de súplica por la conversión de los pecadores?

– Sí, queremos.

– Tendréis, pues, mucho que sufrir, pero la gracia de Dios será vuestra fortaleza.

Fue al pronunciar estas últimas palabras (la gracia de Dios, etc.) cuando abrió por primera vez las manos comunicándonos una luz tan intensa como un reflejo que de ellas se irradiaba, que nos penetraba en el pecho y en lo más íntimo del alma, haciéndonos ver a nosotros mismos en Dios que era esa luz, más claramente que nos vemos en el mejor de los espejos. Entonces por un impulso íntimo, también comunicado, caímos de rodillas y repetíamos íntimamente: «Oh Santísima Trinidad, yo Os adoro. Dios mío, Dios mío, yo Os amo en el Santísimo Sacramento».

Pasados los primeros momentos, Nuestra Señora añadió:

Rezad el Rosario todos los días, para alcanzar la paz para el mundo y el fin de la guerra. En seguida comenzó a elevarse suavemente, subiendo en dirección al naciente, hasta desaparecer en la inmensidad de la lejanía. La luz que la rodeaba iba como abriendo camino en la bóveda de los astros, motivo por el cual alguna vez dijimos que habíamos visto abrirse el Cielo”[8].

Identificadas estas cuatro partes, podemos relacionarlas con el Evangelio de hoy.

Frente a la perturbación de los discípulos / miedo de los pastorcitos escuchamos las consoladoras palabras:

“1. No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios: creed también en mí.”

“Como diciendo: Es consecuente que si creéis en Dios, creáis también en mí; cosa que no sería consecuente si Cristo no fuese Dios. Teméis la muerte para esta forma del siervo. No se turbe vuestro corazón; la forma de Dios resucitará aquella forma”[9].

“La fe que tenéis en mí y en mi Padre que me engendró, es más potente que todos los acontecimientos que sobrevengan”[10].

En la segunda parte, cuando Lucía pregunta si van a ir al cielo, es como si Cristo respondiera: “2. En la casa de mi Padre hay muchas mansiones; si no, os lo habría dicho; porque voy a prepararos un lugar”. “3. Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros”.

Con esto salen de su turbación, seguros y confiados de que después de las tentaciones permanecerían en Dios con Cristo. Porque aunque uno sea más valeroso, más sabio, más justo y más santo que otro, ninguno será desterrado de aquella casa, donde cada uno hallará hospedaje en proporción a sus méritos. Las muchas mansiones significan las diversas dignidades de los méritos en la vida eterna”[11].

Del mismo modo que los discípulos, Sor Lucía no puede seguirla al cielo ahora. Jacinta y Francisco sí, Pero Lucía no… Ella misma escribe: “Nuestra Señora dijo que tendríamos que sufrir mucho. No me importa; sufro todo cuanto ella quiera. Lo que yo quiero es ir al Cielo”.

En tercer lugar escuchamos: “Y adonde yo voy sabéis el camino”. Y allí podemos encontrar la respuesta a la pregunta “¿cómo podemos saber el camino?” la misma Virgen invita a los pequeños pastorcitos a seguir un camino muy particular: ¿Queréis ofreceros a Dios para soportar todos los sufrimientos que El quisiera enviaros, en acto de desagravio por los pecados con que es ofendido y de súplica por la conversión de los pecadores?”.

El camino presentado por la Virgen no es otra cosa que el asociarse a la cruz de Nuestro Señor que vemos en el contexto del capítulo 14 de San Juan, después de la Última Cena. Él se prepara para “soportar todos los sufrimientos en desagravio por los pecados con los que Él mismo como Dios es ofendido”.

Con cuánta inocencia y profundidad entendieron los pastorcitos la importancia y necesidad de sacrificarse por los demás, por lo cual no dejaban pasar oportunidad para ofrecer oraciones y hacer penitencia.

Es Voluntad de Dios nuestro Padre, que también nosotros –como los santos pastorcitos– cooperemos a que la única y sobreabundante Redención obrada por Cristo en el Calvario sea aplicada a todos los hombres, particularmente a los de nuestro tiempo, a nuestros contemporáneos de todas las culturas. “Entonces, ¿tú no quieres ofrecer este sacrificio por la conversión de los pecadores?”[12] nos pregunta también hoy a nosotros Lucía.

Es parte de nuestra espiritualidad el “aprender a completar lo que falta a la Pasión de Cristo con una reparación afectiva –por la oración y el amor–, efectiva –cumplimiento de los deberes de estado, apostolado, … y aflictiva –el sufrimiento santificado–, en provecho de sí mismo y de todo el Cuerpo místico”[13].

En cuarto lugar, por fin, la revelación del misterio. A medida que las manos de la Virgen se abren, ahora sí, luz abundante en el alma que pasa a conocer lo incomprensible en una experiencia mística que hace arder nuestra voluntad a mover nuestro entendimiento de manera perfecta a desear el sumo bien. Lo dice Jesús: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí” (Jn 14,6).

Como diciendo: ¿Por dónde quieres ir? Yo soy el camino. ¿A dónde quieres ir? Yo soy la verdad. ¿En dónde quieres permanecer? Yo soy la vida. Todo hombre comprende la verdad y la vida, pero no todos encuentran el camino. Hasta los mismos filósofos del mundo vieron que Dios es la vida eterna, y que es la verdad digna de saberse. Mas el Verbo de Dios, que con el Padre es verdad y vida, se hizo el camino tomando la humanidad. Camina por esta humanidad para llegar a Dios, porque preferible es tropezar en este camino, a marchar fuera de la vía recta”[14].

“Y por eso por un impulso íntimo, también comunicado, como manera de “abrazar con amor de Madre y de Sierva del Señor a este mundo humano nuestro” caímos de rodillas y repetíamos íntimamente: «Oh Santísima Trinidad, yo Os adoro. Dios mío, Dios mío, yo Os amo en el Santísimo Sacramento»[15].

  1. Enseña el Catecismo que “La Iglesia ofrece el Sacrificio Eucarístico en comunión con la Santísima Virgen María y haciendo memoria de ella, así como de todos los santos y santas. En la Eu­caristía, la Iglesia, con María, está como al pie de la cruz, unida a la ofrenda y a la intercesión de Cristo”[16].
  2. Por ser acción de Cristo y de la Iglesia es también de María Santísima, pues Ella “Tiene una gran intimidad, tanto con Cristo como con la Iglesia, es inseparable de uno y de otra. Está unida, pues, a ellos, en lo que constituye la esencia misma de la liturgia: la celebración sacramental de la salvación para gloria de Dios y santificación del hombre. María está presente en el memorial -la acción litúrgica- porque estuvo presente en el acontecimiento salvífico”[17].

Aquella luz que irradiaba la “Señora, vestida toda de blanco, más brillante que el sol”, “con el corazón en la mano”[18] continúa iluminando “nuestro tiempo” e indicándonos el camino: “Puesto que la Eucaristía es mis­terio de fe, que supera de tal manera nuestro entendimiento que nos obliga al más puro abandono a la palabra de Dios, nadie como María puede ser apoyo y guía en una actitud como ésta”[19].

CONCLUSIÓN

Por tanto, este 105 aniversario de la primera aparición de la Madre de Dios en Fátima es para nosotros una invitación a renovar nuestra pertenencia y confianza en el Verbo Encarnado por la protección y auxilio de la Virgen Santísima.

Que ella continúe a iluminarnos con esa luz maravillosa de sus manos para que ninguna de las perturbaciones del mundo nos impida desear ardientemente las moradas eternas, sabiendo que las alcanzaremos por el camino que eligió Jesus y que los pastorcitos supieron seguir con gran coraje y por eso hoy gozan ellos de la revelación total del misterio.

A Ella le pertenecemos en “materna esclavitud de amor”[20] y de Ella confiamos obtener la “ayuda imprescindible para la ardua tarea de prolongar la Encarnación en todas las cosas”[21].

 


[1] Cf. Mons. A. Marto, Fátima e a modernidade. Profecia e Escatologia, 7. La frase es del escritor francés Paul Claudel.

[2]  L. Gonzaga Da Fonseca, Le meraviglie di Fatima, 5.

[3] Cf. San Juan Pablo II, Alocución en Fátima, 13 de mayo de 1982.

[4] S. De Fiores, Il segreto di Fatima, 22.

[5] Mensaje para la Jornada Mundial del Enfermo, 11 de febrero de 1997, 1.

[6] Al término del Año Santo de la Redención.

[7] San Juan Pablo II, Acto de Consagración del mundo al Inmaculado Corazón, 25 de marzo de 1984; cf. En la Jornada Jubilar de las Familias, el Papa consagra a los hombres y las naciones a la Virgen, en Insegnamenti di Giovanni Paolo II, VII, 1, Città del Vaticano 1984, 775-777.

[8] Memorias de la Hermana Lucía.

[9] San Agustín.

[10] San Juan Crisóstomo.

[11] San Agustín.

[12] Memorias de la Hermana Lucía, Primera Memoria, I, 12.

[13] Directorio de Espiritualidad, 169.

[14] San Agustín.

[15] Memorias de la Hermana Lucía.

[16] Catecismo de la Iglesia Católica, 1370.

[17] San Juan Pablo II, Alocución dominical del 19 de febrero de 1984, 2-3, L’Osservatore Romano, 8 (1984) 93.

[18] Memorias de la Hermana Lucía, Cuarta Memoria, II, 3.

[19] San Juan Pablo II, Carta encíclica Ecclesia de Eucharistia, 54.

[20] Constituciones, 83.

[21] Cf. Constituciones, 17.