Skip to content

Homilía del R. P. Alberto Barattero predicada el 19 de marzo en la Solemnidad de San José

Fiesta de San José (Servidoras de Argentina)

Solemnidad de San José

            No hace mucho tiempo en una misión que se realizaba en un pueblito se acercó una mujer. Era una mujer que había sufrido mucho en su vida, había perdido a su marido y a su hijo único. Y a pesar de eso, ella iba todos los días a la Iglesia, rezaba el Rosario, después participaba de la Misa y recibía la comunión, es decir, era una mujer muy piadosa y muy cercana a Dios.

            Entonces el misionero le preguntó: ¿a qué se debe que usted que ha sufrido tanto siga tan cercana a Dios? Y la pobre viejita, señalando con un dedo a dos religiosas del pueblo que estaban preparando las cosas para la Misa le dijo: “gracias a ellas. Ellas me han enseñado con su vida que puedo esperar en la otra vida cosas más valiosas que las que puedo encontrar en la tierra. Yo al menos pude disfrutar a mi marido y a mi hijo algunos años, ellas no los han disfrutado nunca porque nunca los tuvieron y si sacrificaron esas cosas que fueron las más hermosas que yo tuve en esta tierra por las cosas que están en el cielo, quiere decir que en el cielo me esperan grandes tesoros. Ellas me han enseñado que vale la pena renunciar a cualquier cosa de este mundo por conseguir lo que está en la otra vida y por eso yo ofrezco a Dios todos los días este gran dolor que llevo en el alma para también yo alcanzar lo que ellas esperan”.

            Esta mujer dijo una gran verdad, porque la vida religiosa como dice Juan Pablo II tiene un papel de signo escatológico, es decir, “Fijos los ojos en el Señor, la persona consagrada recuerda que no tenemos aquí ciudad permanente (Hb 13, 14), porque somos ciudadanos del cielo (Flp 3, 20). Lo único necesario es buscar el Reino de Dios” (Vita Consecrata, 26). El religioso debe ser signo de esperanza para los hombres.

            Veamos cuáles son los motivos de desesperanza de los hombres y por qué el religioso es esperanza activa para los demás al mantener el mundo abierto a Dios.

1.La sociedad en que vivimos

            La primera gran tentación que sufre la esperanza cristiana viene por nuestra sociedad. La sociedad en la que vivimos está constantemente atacando la esperanza porque es una sociedad que cree que el hombre está hecho sólo para este mundo y las cosas de este mundo y que todo se termina con la muerte. Es esa carrera frenética que hace correr al hombre por tener más y gozar más en esta vida y que lo termina esclavizando. Y muchas veces los cristianos se sienten invadidos por este modo de pensar y terminan renunciando a los verdaderos horizontes del hombre para amoldarse a los ideales del mundo, dejan de buscar la libertad de los hijos de Dios para esclavizarse en la posesión de las cosas de este mundo, perdiendo la esperanza.

            Y esclavizan especialmente en cuanto que no dejan realizar el acto supremo de la libertad que es el amor porque el hombre empieza a moverse por el capricho y los deseos, por el tener y el gozar y no por amor.

Y justamente es la entrega radical del religioso hecha por amor la que da testimonio de que se puede conseguir algo más en esta vida: la auténtica libertad. “Los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia, vividos por Cristo […] y abrazados por su amor, aparecen como un camino para la plena realización de la persona en oposición a la deshumanización, un potente antídoto a la contaminación del espíritu, de la vida, de la cultura; proclaman la libertad de los hijos de Dios” (Caminar desde Cristo, 13).

Porque la entrega total que hacen los religiosos es un acto de suprema libertad, porque la verdadera libertad se alcanza viviendo un amor esencial que es el donarse esencial. Es la paradoja de la libertad que para alcanzarla es necesario el donarse totalmente por amor que es el perderse esencial: el que pierda su vida por mí, la encontrará (Mt 16, 25).

2. El sufrimiento

            El religioso al unirse a Cristo víctima por nuestros pecados es también un signo de esperanza frente al sufrimiento que muchas veces se hace incomprensible para los hombres. Los hombres no saben sufrir y no entienden el sufrimiento.

            Por eso, los hombres buscan esquivar el sufrimiento y huir del dolor, incluso, desgraciadamente por ahorrarse la fatiga y el dolor de la verdad, del amor y del bien prefieren abandonar estos en vez de aceptar el sufrimiento que estos pueden acarrear. Precisamente el religioso con su aceptación del sufrimiento por amor a Cristo que ha sufrido con amor infinito enseña a los hombres no sólo a aceptar la tribulación sino también a encontrarle un sentido a ella.

            El religioso es testigo de que Dios que no libró de las tribulaciones a su propio Hijo sino que lo entregó en la cruz por la salvación de los hombres, tampoco libra de las tribulaciones a los hombres, pero así como no abandonó a Cristo tampoco abandona a los hombres. Porque Dios en Cristo dio un remedio a los sufrimientos ya que uniéndose a Cristo víctima el hombre encuentra el sentido del dolor y experimenta dulzura en las tribulaciones.

            Por eso la vida del religioso que vive entregado a Dios, a pesar de ser un camino de cruz y sin dejar de serlo se transforma en un canto de alabanza a Dios porque el religioso a través de su entrega voluntaria al abrazar la vida religiosa ha encontrado personalmente el sentido del sufrimiento. Por eso es signo de esperanza para los hombres que pueden también entonar ese canto si unen sus sufrimientos a Cristo víctima como lo hacen los religiosos.

Porque la tribulación ofrecida en unión con Cristo se transforma en dulzura imperfecta en esta vida y perfecta en la otra como dice san Pablo la momentánea y ligera tribulación nos prepara un peso eterno de gloria incalculable (2 Cor 4,17).

“La persona consagrada […] experimenta la verdad de Dios-Amor de un modo tanto más inmediato y profundo cuanto más se coloca bajo la Cruz de Cristo […] confiesa, con su fidelidad al misterio de la Cruz, creer y vivir del amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. De este modo contribuye a mantener viva en la Iglesia la conciencia de que la Cruz es la sobreabundancia del amor de Dios que se derrama sobre este mundo, el gran signo de la presencia salvífica de Cristo. Y esto especialmente en las dificultades y pruebas” (Vita Consecrata, 24).

3.La esperanza en la soledad

            Por último la vida de oración de cada religioso es signo de esperanza para los hombres. En un mundo donde reina el egoísmo y los propios intereses, donde pocos están dispuestos a escuchar al prójimo y preocuparse por el prójimo, el religioso también tiene una luz de esperanza para mostrar a los hombres.

            Porque el religioso con la oración asidua da testimonio de que Dios nos escucha, de que Dios se preocupa por nosotros y sobre todo de que Dios quiere establecer una relación personal con cada hombre con cada uno de sus hijos y por eso ningún hombre debe desesperar si se siente solo. Es decir, el religioso da testimonio de que el hombre puede aspirar a algo mucho más grande todavía que es tener una relación personal Dios.

            Porque justamente esa relación personal y amorosa que establece el religioso con Dios a través de la oración es la que va transformando en definitiva al hombre para hacerlo capaz de Dios. Porque el corazón del hombre no sólo debe ser purificado para poder alcanzar a Dios sino que también debe ser, por decirlo de algún modo, agrandado y justamente es la oración la que produce esta preparación del corazón.Dice San Agustín “Dios, retardando [su don], ensancha el deseo; con el deseo, ensancha el alma y, ensanchándola, la hace capaz [de su don]”, y pone como ejemplo de esto a san Pablo que vivía lanzado hacia lo que está por delante (cf. Flp 3,13).

            El religioso con la oración también se lanza hacia lo que está delante, hacia lo que espera porque en la oración encuentra la certeza de que ese deseo infinito que siente en su corazón tiene un rostro personal: Dios. Y de esto son signo de esperanza especialmente los que viven vida contemplativa porque: “el monacato es […] vigilia del cumplimiento último de la esperanza. El mensaje del monacato y de la vida contemplativa repite incesantemente que la primacía de Dios es plenitud de sentido y de alegría para la existencia humana, porque el hombre ha sido hecho para Dios y su corazón estará inquieto hasta que descanse en Él” (Vita Consecrata, 27).

Conclusión

            Una vez en un país donde no se podía predicar el Evangelio ya que no había libertad religiosa, trabajaban en un leprosario unas religiosas que se dedicaban a curar a los enfermos. Después de un tiempo que estas religiosas estaban trabajando ahí, comenzó a haber menos suicidios, el encargado del leprosario comenzó a preguntar a los enfermos por qué habían dejado de suicidarse y estos le respondieron: “porque estas mujeres que nos atienden nos enseñaron el valor que tiene la vida”.

            Ellas no podían predicar, pero sin embargo, los leprosos veían en ellas mujeres que estaban totalmente entregadas por amor, que sufrían con ellos pero que sufrían con alegría y les enseñaban a sufrir con alegría y que rezaban. Es decir, no podían predicar pero con sus vidas les daban un testimonio de esperanza.