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Homilía del R.P. Diego Pombo, IVE, Padre Espiritual de las Servidoras, con ocasión de los primeros votos de las novicias monásticas en Tuscania

El pasado 9 de noviembre, fiesta de la dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán, hicieron sus primeros votos de pobreza, castidad y obediencia dos novicias de la casa de formación monástica en Italia. Para esta ocasión el P. Diego Pombo predicó la homilía que publicamos a continuación traducida del italiano.

 

Fiesta de la dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán

Desde el siglo decimosexto se celebra en todo el mundo la dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán, considerada la Iglesia-Madre de todas las iglesias y por lo tanto la más importante de todas las iglesias por tratarse de la Iglesia catedral sede del Papa en cuanto obispo de Roma.

El templo lugar de la presencia de Dios

Desde tiempos antiguos, los hombres han construido templos como lugares de culto para honrar a Dios. El templo es el lugar de la presencia de Dios. Dios está en todas partes, pero hay un lugar específicamente dedicado al encuentro con Dios y este lugar es precisamente el templo.

También hoy el hombre edifica templos como lugares de la presencia de Dios. En el templo se encuentra Cristo presente en la Eucaristía, con su cuerpo, alma, sangre y divinidad.

En el templo se encuentra el altar, lugar del sacrificio eucarístico, donde podemos hacer presente hoy, en la celebración de la Santa Misa, el mismo sacrificio de Cristo en la Cruz, y de este modo el sacrificio de Cristo toca nuestra vida presente y nos redime.

Edificio espiritual

El Evangelio que hemos escuchado nos enseña que con la venida de Cristo, el verdadero Templo, el lugar del encuentro con Dios, es Cristo mismo. En efecto, Él dice: Destruid este templo y en tres días lo levantaré (Jn 2, 19). Le dijeron entonces los judíos: Cuarenta y seis años se han tardado en construir este Santuario, ¿y tú lo vas a levantar en tres días? (v. 20). Pero Él hablaba del templo de su cuerpo (v. 21).

Cristo es el verdadero Templo porque en Él la naturaleza humana se encuentra con la naturaleza divina en una unión del todo singular y única.

Él es el verdadero Templo que Dios prometió a David. Por medio del Profeta Natán Dios dice a David: ¿Me vas a edificar tú una casa para que yo habite?… Yahveh te anuncia que Yahveh te edificará una casa… afirmaré después de ti la descendencia que saldrá de tus entrañas, y consolidaré el trono de su realeza (2 Sam 7, 5-13). Sabemos que Salomón construyó la casa de Dios, el templo de Jerusalén, pero esta construcción no es el verdadero cumplimiento del proyecto de Dios: será Cristo quien lo realizará con su misterio Pascual. Cristo, hijo de David, edifica el verdadero Santuario de Dios, que es su cuerpo. Lo había profetizado Natán: Yahveh te edificará una casa

Y así nosotros, en Cristo, somos también templos de Dios, porque somos miembros de Cristo. Por eso dice San Pablo: ¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? (1 Co 6, 15). Y todavía más explícitamente: vosotros sois el cuerpo de Cristo, y sus miembros cada uno por su parte (1 Cor 12, 27).

Y más explícito aún es San Pedro, que nos dice que nosotros somos piedras vivas unidas a Cristo para formar la casa espiritual: cual piedras vivas, entrad en la construcción de un edificio espiritual (1 Pe 2, 5).

Por lo tanto, desde la venida de Cristo el lugar del encuentro con Dios no es solo el templo material sino que también nosotros, cada uno de nosotros, es templo de Dios. También Juan en el Evangelio lo había subrayado trayendo a colación las palabras del Señor: Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él (Jn 14, 23).

El templo de un consagrado

Si todos nosotros somos un edificio espiritual en donde se verifica el encuentro con Dios, ¿cómo debe ser nuestro templo? Nuestro cuerpo y sobre todo nuestro interior.

¿Cómo debe ser el templo de una religiosa del Verbo Encarnado?

  1. Debe construirse sobre el sólido fundamento de las virtudes. Nosotros no somos seres puramente emocionales, somos racionales, y un consagrado de la Familia Religiosa del Verbo Encarnado debe obrar según el dictamen de la razón iluminada por la fe. No anulamos las emociones y los sentimientos sino que los subordinamos a la razón y de este modo las emociones y los sentimientos se subliman. Sobre todo se debe construir sobre las virtudes del anonadamiento, como dicen nuestras Constituciones: “humildad, justicia, sacrificio, pobreza, dolor, obediencia, amor misericordioso”[1]; y sobre las virtudes aparentemente opuestas: “justicia y amor, firmeza y dulzura, fortaleza y mansedumbre, santa ira y paciencia, pureza y gran afecto, magnanimidad y humildad, prudencia y coraje, alegría y penitencia”[2].
  2. Debe construirse con piedras esculpidas en la cantera del propio Instituto de pertenencia. Cada religioso tiene un Instituto de pertenencia que lo distingue de los otros. Y esto debe ser visible. Así como en un templo se ve, por el modo como está construido y sobre todo por su fachada, el estilo: si es románico, gótico, barroco… del mismo modo en un religioso se debe ver el Instituto de pertenencia: por su modo de pensar, de rezar, de razonar, de obrar; por su formación. Pertenecemos a la Familia Religiosa del Verbo Encarnado, y esto significa algo preciso y distinto de los otros, y esto preciso que nos identifica y al mismo tiempo nos distingue de los otros, debe ser cultivado, amado y testimoniado con nuestra vida.
  3. Debe estar sostenido con las columnas de la firme voluntad de perseverar en la vida religiosa en este Instituto hasta la muerte. Las columnas sostienen un templo, hacen que no caiga y que a lo largo de los siglos permanezca en pie, a pesar de las tempestades y de las inclemencias del tiempo. Así también, una religiosa de Verbo Encarnado, cual templo viviente, tiene que tener las columnas de una voluntad decidida a perseverar -con la gracia de Dios- en esta Familia Religiosa, a pesar de todas las dificultadas: sufrimientos, incomprensiones, malos tratos, abandono… Porque ofrecer a Dios nuestra vida para siempre en esta Familia Religiosa y después volver a tomar lo que le hemos ofrecido abandonando la vida religiosa o el propio Instituto es una cosa terrible, y tenemos que rezar para que Dios nos haga morir antes de salir de la puerta del convento si lo hacemos con la intención de no volver más.
  4. En fin, el consagrado, cual templo vivo, debe hacer de su propia voluntad un altar en donde ofrecer a Dios en sacrificio el amor de sí mismo, el gusto propio, el juicio propio, el querer propio, y debe poner cada día su propia vida, para inmolarla con el fuego de la docilidad a la voluntad de los superiores, porque sabe que Dios manifiesta Su voluntad a través de los legítimos superiores; y así podrá inmolarse cada día con Cristo en la Eucaristía.

Que María Santísima, templo del Espíritu Santo, primer templo y primer tabernáculo del Verbo Encarnado, nos ayude y nos de la gracia de hacer de nuestro cuerpo y de nuestra alma un templo digno de la presencia de Dios.

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[1]Constituciones, 11.

[2]Directorio de Espiritualidad, 61.

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