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Homilía del Sr. Card. Juan José Omella Omella, Arzobispo de Barcelona, con ocasión de los votos perpetuos y primera profesión de las SSVM en España

El pasado 26 de octubre, dos Servidoras hicieron sus votos perpetuos de pobreza, castidad y obediencia y en la misma ceremonia algunas novicias del Noviciado Internacional “Nuestra Señora de Loreto” hicieron su primera profesión en el santuario dedicado a Santa Gema Galgani en la ciudad de Barcelona. En una hermosa ceremonia en la que participaron, además de los religiosos, los familiares de las profesadas, el Card. Juan José Omella Omella predicó la homilía que ofrecemos en esta oportunidad.

Queridos hermanos sacerdotes,
queridas Hnas. Servidoras del Señor y de la Virgen de Matará,
queridas Hnas. que hacéis la Profesión Religiosa,
queridos familiares de estas religiosas,
hermanos todos

La vocación

Mucha gente, especialmente la gente joven, pregunta cómo, de qué manera se sabe que Dios llama a una persona. Realmente la vocación religiosa, la vocación de entrega a Dios, es un misterio. No sé sabe cómo, pero poco a poco se va llegando a la convicción interior de que sólo Dios es capaz de llenar el corazón y la vida de uno mismo. Se puede decir que se llega a la convicción de que se ha nacido para amar y servir al Señor. Eso es lo que expresa bellamente Santa Teresa de Jesús cuando escribe:

“Vuestra soy, para vos nací,
¿qué mandáis hacer de mí?
Soberana majestad,
eterna sabiduría,
bondad buena al alma mía,
Dios alteza, un ser, bondad,
la gran vileza mirad,
que hoy os canta amos así:
¿qué mandáis hacer de mí?
vuestra soy, pues me criastes,
vuestra, pues me redimiste,
vuestra, pues me sufristes
vuestra, pues me llamastes
vuestra, pues me esperastes,

vuestra, pues no me perdí,
¿qué mandáis hacer de mí?”
¿Qué mandáis, pues, buen Señor,
que haga tan vil criado?
¿Cuál oficio le habéis dado
a este esclavo pecador?
Veisme aquí, mi dulce Amor,
amor dulce, veisme aquí.
¿Qué mandáis hacer de mí?”

Y esa persona que ha sido tocada interiormente por Dios se abandona en sus manos porque se sabe creatura, hija del Padre. Sabe que Dios la ama infinitamente porque ha llegado a dar la vida por ella y por toda la humanidad, por cada uno de nosotros. Entiende que Dios desea lo mejor para ella y por eso confía, pone su vida en sus manos, se abandona totalmente en sus manos de Padre y, de este modo, llega a vivir en una paz profunda. Y esa persona es capaz de perderlo todo, de ofrecerlo todo, de vivir solamente para agradar a Dios, su Amado. Y eso es lo que habéis descubierto, sentido en vuestras vidas, queridas Hermanas que hacéis los votos, ¿verdad? Podemos decir que también su vocación es un misterio, pero un maravilloso misterio de amor.

Consejos evangélicos

Y esa entrega al Amado se concreta en un desapego total de sí mismas para no vivir más que para Él, el Hijo de Dios. Y renunciáis a poseer nada (pobreza), renunciáis a ser dueñas de vuestras vidas (obediencia) y renunciáis al gozo de crear una familia (castidad). En estos tiempos en los que queremos a toda costa afirmar nuestro ser, nuestra libertad, el dominio sobre nosotros mismos; en estos tiempos en el que lo que prima y lo que se valora es tener mucha riqueza, hacer libremente lo que quieres, lo que te da la gana, y tener éxito entre los hombres y las mujeres, en estos tiempos choca, extraña, sorprende, que una persona se entregue a Dios desde un despojamiento total, renunciando a ser dueño de su vida y de sus cosas.

Los votos que estas Hermanas nuestras van a pronunciar y, sobre todo a vivir con la ayuda de Dios y nuestra oración, son un camino de maduración interior y de gozo profundo. La experiencia nos dice que cuando uno lo da todo a Dios por amor y libremente, sin coacción, Él nos da mucho más de lo que le hemos entregado y nos hace caminar por senderos de una gran paz y felicidad, aún en medio de dificultades. Sí, Hermanas, no temáis entregaros totalmente al Señor y seguirle por el camino de la pobreza, de la castidad y de la obediencia. En Cristo encontrareis mucha paz, mucha libertad y mucho gozo interior. Eso es como vivir las bienaventuranzas. Sorprende que el Señor llame felices a los pobres de espíritu, a los que lloran, a los que son perseguidos por la justicia… pero, ciertamente, unidos en el Señor, ahí mismo, en la pobreza y en la persecución, se encuentra la felicidad, la bienaventuranza de la que habla el Señor Jesús.

Sabed una cosa. No la olvidéis nunca. Dios no se deja ganar en generosidad. Cuanto más le deis, cuanto más os entreguéis a Él, más os dará. No os dejéis dominar por la tacañería, por la mediocridad… dadle todo a Dios y Él colmará vuestro corazón de felicidad y de paz. ¡Qué bellamente expresaba eso la santa Madre Teresa de Calcuta!:

“No estamos aquí por el trabajo. Estamos por Jesús. Ante todo, somos religiosos. No asistentes sociales, maestros, enfermeros, médicos. Servimos a Jesús en los pobres y todo esto que hacemos es por Él. Nuestra vida no tiene otro sentido. Ésta es una cosa que muchos no comprenden. Servimos a Jesús veinticuatro horas al día y Él nos da fuerzas. Lo amamos en los pobres y a los pobres con Él, pero siempre primero al Señor”.

Y eso mismo decía también una gran santa alavesa, santa María Josefa del Corazón de Jesús: “Nunca pidan ni consuelos ni alegrías; pónganse siempre en las manos de Dios dispuestas a todo. Él sabe lo que les conviene y sólo les pide generosidad. Colóquense siempre entre Jesús atado a la columna y Jesús crucificado; miren al uno y al otro y verán qué fuerza les comunica y qué gratos perfumes de resignación y paciencia enviará a sus almas atribuladas y a sus corazones compungidos”[1].

Que así sea. Amén.



[1]Nicolás López Martín. Amor y Sacrificio. Santa María Josefa. Edit. Monte Carmelo, 2000. pag. 278-279.

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