En las distintas comunidades de las Servidoras pudimos celebrar el pasado 29 de abril con particular solemnidad, especialmente en Italia, ya que Santa Catalina es una de las santas patronas del país, a esta gran Santa que se nos propone como modelo especialmente en este año dedicado a ella. En el Estudiantado Internacional el P. Andrés Torres, IVE, predicó sobre los tres amores fundamentales que marcaron toda la vida de la Santa, que se pueden resumir en el único amor a Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre.
Los tres grandes amores de Santa Catalina de Siena[1]
Podemos decir que la vida de Santa Catalina ha estado marcada por tres grandes amores: el amor por Jesucristo, el Verbo Encarnado, el amor por la Iglesia, y el amor por las almas.
En primer lugar, entonces, el amor por Jesucristo: me parece muy importante este aspecto de su vida: no podemos ser santos si no atravesamos aquel puente (como lo llamaba santa Catalina), el puente de la humanidad de Jesús. Dice santo Tomás que la humanidad de Jesús es el instrumento con el que se comunica la gracia a los sacramentos, por lo cual no podemos prescindir de la humanidad de Cristo para nuestra salvación.
Se manifiesta la piedad cristocéntrica de Santa Catalina en es su hambre Eucarística. Ella solía decir que sentía un mal físico cuando no podía comulgar. Y se dice que por una cuaresma entera estuvo sin alimentarse de nada más que de la Eucaristía
Una espiritualidad verdaderamente cristocéntrica. Es siempre necesaria la meditación de Cristo en cada grado de vida espiritual y mística.
Los místicos cristianos (y que sin duda ustedes conocen, como Santa Teresa de Ávila y a San Juan de la Cruz), han entendido una cosa importantísima: no se puede contemplar a Dios si no a la luz de Dios, en tu luz, oh Señor, veremos la luz (salmo 35), no existe otro camino. Cuando uno intenta convertirse en místico por sus propios esfuerzos, ¡decae malamente! La primera condición para la vida espiritual, no digo mística sino simplemente espiritual, para movernos, para dar los primeros pasos, es la humildad; humildad de reconocer nuestra absoluta impotencia en el plano sobrenatural, y de aceptar los designios salvíficos de Dios.
Quisiera remarcar lo que dice Santa Catalina con su vida y que además Santa Teresa lo dice con su vida y también con su doctrina: “Cualquiera sea el estado místico de un alma, el criterio de autenticidad de su vida mística será que reconozca la necesidad de la mediación de Cristo”.
No debemos cambiar a la creatura con el Creador, sino reconocer que los caminos para alcanzar a Dios increado no son caminos nuestros, de nosotros, creaturas, sino caminos de Dios increado, que se sirve de la creatura que es la Humanidad de Cristo para llevarnos a sí, he aquí, queridas hermanas, el camino, y no hay otro camino. Ego sum via, veritas et vita!
Los otros dos amores de Santa Catalina, entonces, dijimos que son el amor por la Iglesia y el amor por las almas. Solamente quisiera hacer una breve referencia con respecto al amor por la Iglesia: se trata del amor por el Cuerpo Místico de Jesús: si uno ama a Jesús y no ama a su Iglesia, es un mentiroso, es como amar al Padre sin el Hijo, querer amar al Hijo de Dios en su humanidad histórica, sin amar su humanidad mística.
Decía San Cipriano estas hermosas y santas palabras: “no puede tener a Dios por padre quien no tiene a la Iglesia por madre”[2]. Santa Catalina amaba al Cuerpo Místico de Jesús, lacerado también entonces. ¡Cuánto habría sufrido Santa Catalina también hoy! Escribía a un confesor: “Padre, si Usted supiese cómo me consumo también físicamente por el sufrimiento que me causa la laceración de la Iglesia”.
¿Y qué hace Santa Catalina? Reza, se sacrifica y después escribe también a los poderosos. Como pueden ver, hay una sublime humildad en eso, escribe también a reyes, soberanos, príncipes, ¡hasta al mismo Santo Padre!
¿Qué le decía Santa Catalina al Papa? Le escribe: “Dulce Padre mío” como una hija llena de ternura “Dulce padre mío, dulce Jesús en esta tierra, sed fuerte, ¡sed fuerte!”. Le reprochaba la debilidad y tenía el coraje de escribírselo. Mientras que los otros lo adulaban: ¡No! “Santo Padre sed fuerte y retornad a Roma, porque Roma es la sede de Pedro”. He aquí, queridas hermanas, comoes necesario que sean las amistades: con amor, pero sin adulaciones, decir las cosas como son, con humildad, con dulzura.
Santa Catalina no dijo: “El Santo Padre es inútil” ¡No!, le dijo: “Santo Padre, sed fuerte, sed santo, no penséis en las cosas de esta tierra, en los asuntos diplomáticos, ¡pensad en la salvación de las almas, que es vuestro deber como Pastor de las mismas almas!” Y de este modo es preciso que amemos al Papa y a la Iglesia.
Finalmente, la última meditación sobre los amores de Catalina se refiere al amor por las almas. Para esto será útil conocer la visión del alma que tuvo Santa Catalina por parte del Señor. Ella vio un día la belleza del alma en estado de gracia. Esto hizo que se enamorase de las almas en tal modo, que entendió el valor precioso de la Sangre de Jesús, que nos lava de todo pecado.
¡Qué preciosa es su concepción de la confesión, del sacramento de la penitencia! Dice: “En el momento mismo en el que un alma es absuelta, es como si fuese rociada con la Sangre de Jesús ¡y no hay pecado que pueda resistir a este poder infinito de salvación y de intercesión de aquella Sangre que clama al cielo con más fuerza que la sangre inocente de Abel!”
Santa Catalina tiene siempre esta visión mística de la Sangre de Jesús. Grande era su sufrimiento por las almas que iban camino a la perdición. Cuando los confesores asistían a las almas de los impenitentes que estaban por morir, se dirigían a ella y le decían: “¡reza, reza para que aquella alma se salve!” y Santa Catalina se desplomaba delante del Crucifijo, hacía horribles penitencias, se postraba, rezaba y obtenía generalmente la salvación de aquellas almas.
Estos, por tanto, son los tres amores de Santa Catalina que, en realidad, si miramos bien, se reducen a uno solo: a Cristo en su humanidad histórica, al mismo Cristo en su Cuerpo Místico y al mismo Cristo que reside en cada alma a través de la gracia.
Cristo es para Santa Catalina la verdad que libra al alma de la esclavitud del pecado: “La verdad es esa luz que nos libera, es decir: cuando la conocemos, la amamos y amándola nos libra de la esclavitud del pecado mortal. ¿Qué verdad es esta que nos conviene conocer? Es la verdad nacida del inefable amor de Dios… (el cual) para cumplir esta verdad en nosotros, nos donó al verbo de su Hijo y en su Sangre nos donó la Gracia”.
Pidamos a María Santísima y a Santa Catalina que nos hagan participar en algo del conocimiento de esta Verdad que es Cristo, para que libres en esta verdad, podamos correr por los caminos de la santidad, como hizo ella, con aquel fuego de amor que consumió su breve vida.
[1]Para este sermón seguiremos en líneas generales una homilía del P. Tomáš Týn, OP, predicada el 30 de abril de 1988.
[2]San Cipriano, De Ecclesiae unitate, 6.