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Homilía predicada por el R.P. Gustavo Nieto, Superior General del IVE, con ocasión de la toma de hábito y de sotana de 20 nuevas vocaciones para nuestra Familia Religiosa

El pasado 9 de diciembre, mientras en la Provincia Nuestra Señora de Loreto (Italia, Albania y Grecia) se celebraba a su Celestial Patrona, en una hermosa ceremonia en la que 8 novicias y 12 novicios recibieron el signo exterior más elocuente de su consagración que es el hábito religioso, el P. Gustavo Nieto, Superior General del IVE, predicó acerca de este misterio tan profundo de la donación a Dios que implica el solo hecho de vestir el hábito, acto mediante el cual queremos significar nuestro cambio de mentalidad, pues renunciamos a todo para revestirnos de Cristo. 

[Exordio] Muy queridos todos:Nos hallamos hoy en la magnífica catedral de Segni para celebrar esta Santa Misa en la que tendrá lugar la imposición de sotana de 12 novicios del Verbo Encarnado y la toma de hábito de 8 novicias del Instituto Servidoras del Señor y la Virgen de Matará.

Una celebración ya de por sí espiritualmente sobrecogedora y gozosa y que dada la presencia tan numerosa de religiosos, familiares y miembros de la Tercera Orden se multiplica por cientos.

En este precioso sábado de Adviento, estamos celebrando la Misa en honor a la Santísima Virgen de Loreto –Celestial Patrona de esta Provincia religiosa– y por eso en el evangelio propio de esta celebración escuchábamos a San Lucas decir que: en aquellos días, María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá.

Las palabras del relato evangélico nos hacen ver con los ojos del corazón a la joven de Nazaret en camino hacia la ciudad de Judá donde habitaba su prima para prestarle sus servicios. Análogamente, estos queridos hermanos y hermanas nuestros un día se llegaron hasta aquí, a Segni, para ofrecerse totalmente al servicio de Dios[1]y de los hombres[2].  Y desde aquí mismo un día partirán –Dios mediante– a llevar el Evangelio hasta los confines de la tierra. Porque ellos, así como también todos nosotros, estamos llamados a dar testimonio de que –como decía San Pablo– el Señor nos ha conquistado[3]y enviado. Y miren desde qué lugares tan distantes nos ha llamado: solamente entre los novicios y novicias hay más de 13 naciones distintas: Italia, Lituania, España, México, Brasil, Argentina, Chile, Perú, Albania, Francia, Eslovaquia, Inglaterra, Alemania…

Así, dentro de este marco tan espiritualmente imponente –por el lugar y la ocasión que nos convoca como Familia Religiosa– el evangelio nos presenta la figura de San Juan Bautista que, como dos veces señala la Escritura, saltó de alegría en el seno de Santa Isabel ante la visita de la Virgen Madre que traía al Mesías a su casa. Es decir, la emblemática figura del Profeta del Altísimo[4],como lo llamará luego su padre Zacarías, y el mismo que más tarde usará un vestido de pelo de camello, ceñido con un cinturón de cuero y se alimentará de saltamontes y miel silvestre[5]según ladescripción del evangelista San Marcos que resalta el ascetismo del Precursor. El Venerable Arzobispo Fulton Sheen escribía que “dado que San Juan Bautista predicaba la mortificación, él la practicaba también”[6]. De hecho, Jesús mismo, una vez, contrapone su ejemplo penitente al de aquellos que habitan en los palacios del rey y que visten con lujo[7].

Por eso, quisiera valerme de la figura del Precursor del Verbo Encarnado, quien fue consagrado desde el seno de su madre para la misión de hacer conocer a su Pueblo la salvación mediante el perdón de los pecados[8]y reflexionar junto a Ustedes en lo que hoy aquí tendrá lugar.

Pues en unos momentos también estos queridos hermanos y hermanas nuestros han de vestir el santo hábito que no sólo es “signo de pertenencia a una determinada familia religiosa”[9], nuestra querida Familia del Verbo Encarnado, sino que -además-como dicen nuestras Constituciones “es signo de su consagración y testimonio de su pobreza”[10].

“Santo Tomás enseña que la religión es un estado de penitencia y desprecio de la gloria mundana, por eso compete a los religiosos la vileza de los vestidos, y esto por dos motivos –afirma el santo–: primero, para su propia humillación; segundo, para ejemplo de otros, ‘el que predica la penitencia ostenta el hábito de penitencia’[11][como acabamos de decir acerca de San Juan el Bautista]. Por tanto, nosotros religiosos del Verbo Encarnado testimoniamos con el hábito religioso nuestra total consagración a Dios”[12].

Hay que notar que el uso del hábito religioso implica[13], por un lado, la deposición de los vestidos seglares, es decir, el dejar de lado la vestimenta que usaban hasta ahora en el mundo. Tal abandono expresa concretamente nuestro no ser del mundo[14], nuestra separación de todo aquello que no es Dios, y se convierte en ‘el medio de recordarnos constantemente a nosotros mismos nuestro compromiso que contrasta con el espíritu del mundo’[15]. Pero también, y más importante aún, conlleva el aspecto de la vestición. De aquí que la imposición del hábito religioso:

– habla de una consagración, o sea, de una donación a Dios porque es signo evidente de consagración total a los ideales del reino de los cielos.

– significa el cambio de vida y de mentalidad (la metanoia del Nuevo Testamento), la entrega total a Dios, la adhesión cordial, efectiva e irrevocable a la tradición religiosa católica: es la asimilación del estilo del Verbo Encarnado.

– significa también la renuncia al mundo, es decir, una separación definitiva de los meros intereses humanos y terrenos y una renuncia también a los bienes materiales por eso el vestir el hábito, la sotana, da testimonio de una vida de pobreza alegremente vivida y amada en abandono confiado a la acción providente de Dios.

–  Y, finalmente, también implica el que uno quiere tender a la perfección de la vida cristiana, que se niega a sí mismo, que carga con su cruz, que muere con Jesucristo una muerte mística.

Todas esas realidades quedan implicadas, contenidas, sobrenaturalmente impresas en el hábito que de ahora en más han de vestir. De este modo, revestidos de Cristo[16]Ustedes se convierten en el signo del que habla el profeta Isaías en la primera lectura, y que se presenta ante el mundo como signo de contradicción[17].

Ustedes que hoy reciben el hábito por primera vez, y todos nosotros que ya lo vestimos hace algunos años, debemos ser conscientes de que el uso del santo hábito “es un testimonio silencioso, pero elocuente ante los demás; es una señal que nuestro mundo secularizado tiene necesidad de encontrar en su camino, y que es por otra parte, la señal que desean muchos cristianos’”[18]. Nosotros mismos tenemos que estar cada vez más profundamente convencidos de ello. Cuántas personas piensan en Dios, en la Virgen por el sólo hecho de ver a los religiosos con su hábito, cuántos se mueven a rezar o a preguntar siquiera cómo rezar, para cuántas almas los religiosos identificados con su santo hábito son un punto de referencia en términos de bondad, de sana doctrina, en fin, de coherencia de vida. Por eso me animo a decir que el uso del santo hábito que Ustedes hoy van a recibir presta de algún modo un servicio eclesial.

En efecto, nuestras Constituciones citando a San Francisco de Asís dicen que la sola presencia del religioso vestido con su santo hábito ya predica[19]. También el Padre Espiritual de nuestros Institutos repetía con insistencia que “los religiosos no sólo por nuestra vida en común, o por el modo de comportarnos, sino aun por nuestro modo de vestir –que siempre nos debe distinguir como religiosos– somos en el medio del mundo una predicación constante e inteligente, aun sin palabras, del mensaje evangélico; y de este modo, los religiosos nos convertimos no en meros signos de los tiempos, sino en signos de vida eterna en el mundo de hoy”[20].

Y esto es así porque el hábito religioso, la sotana, en su simplicidad y modestia atrae a los pobres e interpela sin rumor a los poderosos predicándoles sin palabras acerca del mismo modo de vivir del Verbo Encarnado. El vestir el hábito ya es proclamar de algún modo lo que nuestra Madre Amada canta en el Magnificat diciendo que nuestro Dios derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes[21]. Como hacía también San Juan el Bautista a quien acudía toda la comarca de Judea y muchos habitantes de Jerusalén[22]. Por eso, silenciosamente un religioso en su santo hábito interpela a los demás con el mensaje de que “este mundo no puede ser transformado sin el espíritu de las bienaventuranzas”[23]. Les señala la caducidad de lo terreno y les habla de una realidad sobrenatural infinitamente abundante y eterna.

Muchas veces el Papa polaco remarcaba que los religiosos somos “un signo vivo del siglo futuro[24]–y agregaba– “signo que se enraíza mediante el hábito”[25]. De modo tal, que el hábito religioso viene a ser testimonio coherente y sereno, pero también valeroso, de aquello para lo cual vivimos. Es decir, “para imitar al Verbo Encarnado casto, pobre, obediente e hijo de María”[26]; habla de nuestra misión que “se fundamenta en la convicción de que es necesario que El reine[27]; habla de que “toda nuestra riqueza consiste en darnos al Verbo”[28]porque como dice San Juan de la Cruz “todo lo mejor de acá, comparado con aquellos bienes eternos para que somos criados, es feo y amargo”[29], y así, por medio de todo esto, queremos alcanzar el más alto fin que es la unión con Dios.

Por eso, la toma de hábito, la imposición de sotanas, es de alguna manera una celebración que nos transporta al futuro, que se inicia, sí, aquí el día de hoy, pero que se prolonga a lo largo de toda nuestra vida y apunta a la eternidad, pues hemos sido hecho hijos y por lo tanto somos herederos por la gracia de Dios[30], como dice el apóstol de los gentiles en la segunda lectura que escuchábamos.

Démonos cuenta, entonces, de la importancia de usarlo en estos tiempos: “Los signos deben emplearse ahora más que nunca, –dicen las Constituciones– ‘sobre todo en este mundo de hoy, que se muestra tan sensible al lenguaje de las imágenes… donde se ha debilitado tan terriblemente el sentido de lo sacro, la gente necesita también estos reclamos a Dios, que no se pueden descuidar sin un cierto empobrecimiento de nuestro servicio sacerdotal’[31]o religioso, también podríamos decir.

El valor del hábito, mis queridos novicios y novicias, viene dado “no sólo porque contribuye al decoro del sacerdote [o de la religiosa] en su comportamiento externo o en el ejercicio de su ministerio, sino sobre todo porque evidencia en la comunidad eclesiástica el testimonio público que cada sacerdote o religiosa está llamado a dar de su propia identidad y especial pertenencia a Dios”[32]. ¡Jamás nos avergoncemos de esta dignísima identidad! Antes bien aferrémonos a ella y levantemos bien en alto el estandarte de nuestra pertenencia al Verbo Encarnado.

Nuestras Constituciones con acentos de suavísima caridad paternal que encierran a la vez un fervoroso anhelo del corazón y un amoroso precepto, nos piden que “amemos, pues, el hábito, que se nos debe hacer piel”[33]. Que este sea nuestro deseo fervoroso hoy y siempre. Que con ánimo valeroso y digna conducta lo llevemos honrosos donde quiera que vayamos. Pensemos con cuánta santidad y entrega debemos vivir nosotros[34]religiosos revestidos del Verbo Encarnado, pues nos ha hecho hijos suyos[35], como insiste el apóstol San Pablo en la segunda lectura. Por eso también hoy el mensaje para Ustedes –mis queridos novicios y novicias– es que pongan todo su empeño en que el Señor los halle en paz con él, a fin deque el hábito que hoy visten por primera lo lleven siempre sin mancha ni reproche[36]. Gracia que hoy pedimos en esta santa Misa para Ustedes, para todos los religiosos del Verbo Encarnado y por todos los que vendrán después de nosotros.

Ya para concluir, me gustaría decirles con las palabras que una vez escribió Santa Clara de Asís que: “De entre los demás beneficios que hemos recibido y que recibimos cada día de nuestro Dador, el Padre de las Misericordias, por los cuales estamos obligados a glorificarlo con vivas acciones de gracias, es grande el de la vocación”[37].  Por eso hoy no podemos menos que prorrumpir en acción de gracias a nuestro Dios y a la Santísima Virgen de Luján, que se ha dignado bendecirnos con 20 nuevos hermanos y hermanas nuestras en el Verbo Encarnado.

Que la Madre del Verbo Encarnado, los haga irreprochables en su presencia, por el amor[38].

Rezamos agradecidos también por los padres de estos novicios y novicias, para que Dios recompense con abundantes bendiciones la ofrenda generosa, desinteresada y que con gran fe hacen de sus hijos.

La Virgen los bendiga a todos.

Toma de habito italia


 

[1]Constituciones, 48.

[2]Constituciones, 6.

[3]Cf. Fil 3, 12.

[4]Lc 1, 76.

[5]Cf. Mc 1, 6.

[6]Life of Christ, Cap. 2.

[7]Mt 11, 8.

[8]Lc 1, 77.

[9]Vita Consecrata, 25.

[10]154.

[11]Santo Tomás de Aquino, S.Th., II-II, 187, 6c.

[12]Cf. Directorio de Vida Consagrada, 105.

[13]Seguimos en este punto a P. Carlos Buela, IVE, Servidoras I, Cap. 3, 1.1.

[14]Cf. Jn 17, 14.

[15]San Juan Pablo II, Discurso a la Unión Internacional de las Superioras Generales de las Órdenes Religiosas, OR, 26/11/1978.

[16]Gal 3, 27.

[17]Lc 2, 34.

[18]Cf. SSVM Directorio de Vida Consagrada, 103.

[19]Cf. Constituciones, 154; cf. San Francisco de Asís, Florecillas.

[20]Cf. San Juan Pablo II, A las consagradas en Madrid, 8 de noviembre de 1982.

[21]Lc 1, 52.

[22]Mc 1, 5.

[23]Constituciones, 1; op. cit. Lumen Gentium, 31.

[24]San Juan Pablo II, A las religiosas en Jasna Gora, 5 de junio de 1979.

[25]Cf. Ibidem.

[26]Directorio de Vida Consagrada, 326.

[27]Directorio de Espiritualidad, 225; cf. 1 Cor 15, 25.

[28]Cf. Directorio de Espiritualidad, 52.

[29]Carta 12, A una doncella de Narros del Castillo (Ávila), febrero de 1589.

[30]Gal 4, 5; 7.

[31]Constituciones, 154.

[32]Ibidem.

[33]Ibidem.

[34]2 Pe 3, 11.

[35]Gal 4, 5-7.

[36]2 Pe 3, 14.

[37]Fuentes Franciscanas, 2823; citado porSan Juan Pablo II, A las Clarisas de Caltanissetta, 10 de mayo de 1993.

[38]Ef 1, 4.