Skip to content

Inauguración y bendición de la clausura del Monasterio “Ecce Homo”, en Valkenburg, Holanda

Queremos comenzar esta crónica con esta frase tomada de nuestra Regla Monástica, que resume la finalidad de nuestra vida contemplativa y que da sentido a lo que hemos vivido al inaugurar la clausura en nuestro Monasterio. El texto entero de nuestra regla dice así: “Su finalidad será vivir sólo para Dios: éste es el enérgico resumen que proclama todo el deseo que Dios puso en el corazón de cada monja contemplativa. No ya sólo vivir en presencia de Dios sinovivir para sólo Dios, sin más intención que Dios”[1].

Este querer vivir sólo para Dios es lo que queremos significar con la separación material, que se transforma en un signo elocuente de nuestro apartamiento del mundo para pertenecerle sólo a Él. Y así se lo hemos explicado a nuestros amigos y bienhechores que nos han acompañado y ayudado en estos días de gracias especiales.

El sábado 20 de febrero tuvimos la santa Misa celebrada por nuestro obispo Mons. Wiertz y concelebrada por los padres Mario Rojas, IVE y A. van Griensven ofm. Concluida la santa Misa tuvo lugar la bendición del locutorio, portería, etc. Fue un día de fiesta y gran alegría para nuestra comunidad y para nuestros amigos que tanto nos han ayudado para que esto fuera posible.

Para nosotras ha sido como un gran milagro el hecho de poder tener la clausura material, aquí en Holanda, donde en muchas ocasiones se han quitado los “signos” que remiten a las realidades sobrenaturales o que manifiestan abiertamente ante el mundo la consagración a Dios. No dejamos de admirarnos del modo como se dieron las cosas, como si Dios nos hubiera apurado a dar este paso. En todo este tiempo hemos podido palpar la mano providente de Dios que guiaba y disponía todo, sin que nos quedara duda de que esta era Su obra y de que Él lo quería.

Hace ya ocho años llegaron las primeras Servidoras a este Monasterio de Valkenburg, en el sur de Holanda, para comenzar una experiencia de convivencia en un mismo Monasterio junto con las hermanas Benedictinas de Adoración Perpetua con la finalidad, sobre todo, de ayudarlas para permitirles continuar su vida religiosa en el convento y terminar sus días en su propio Monasterio, además de continuar la obra por ellas comenzada y conservar el Monasterio como lugar dedicado a la oración.

Esta historia de poner los medios para la separación material en los locutorios, comenzó más formalmente a tratarse el año pasado cuando las hermanas Benedictinas, de “motu propio”, nos dijeron que ellas habían estado pensando, y veían que ya era llegado el momento de que nosotras pudiéramos concretar la clausura según nuestra regla. Que ellas nos apoyaban. En ese momento nosotras no estábamos pensando en esto, creíamos que se debería esperar un poco más, y por supuesto no contábamos con los medios materiales para comenzar las obras de adaptación de los locutorios, ya que para poner las rejas había que hacer muchas adaptaciones en todo el sector de hospedería, de modo que pudiéramos continuar asistiendo a los huéspedes desde la clausura. No sólo había que dividir locutorios, sino adaptar la portería, cambiar de lugar la cocina y comedor de los huéspedes.

Podemos decir que fueron ellas, las Benedictinas, y nuestros bienhechores los que nos “apuraron”. Nosotras veíamos cómo se iban desarrollando las cosas, y no nos quedaba duda de que Dios estaba moviendo las voluntades de mucha gente para que esto se concretase. Una serie de cosas agilizaron el asunto: un arquitecto amigo al que hacía mucho tiempo se le habían pedido planos para una posible adaptación, presentó inesperadamente el trabajo ya hecho. Al suceder esto, uno de nuestros bienhechores nos dijo: “el año próximo debemos empezar”. Como no contábamos con los medios necesarios presentamos un proyecto pidiendo un subsidio y después de esperar unos meses respondieron afirmativamente. Otra cosa que faltaba eran “las rejas”, aparecieron sin que las buscáramos. Nos ofrecieron las rejas que habían protegido una capilla del Santísimo, de una iglesia que tristemente se había cerrado.

Además de estas cuestiones materiales o económicas que Dios dispuso como suele hacer, mucho mejor de lo que nosotras podíamos desear o pensar, fue disponiendo de modo más admirable los ánimos de nuestros amigos y bienhechores para entender y aceptar este nuevo modo de clausura…

Fue del todo sorprendente cómo ellos entendieron aquello que describe tan hermosamente nuestro Padre fundador: “La clausura, que el mismo amor se ha construido para mantener su intimidad con Dios y su desarrollo, no hace más que avivar los deseos de salvar almas en el corazón de la religiosa”[2]Entendieron que no es un encerrarse egoísta, sino una entrega mayor por la salvación de las almas. Que “la vida de clausura vivida en plena fidelidad, no aleja de la Iglesia ni impide un apostolado eficaz”, que“los monasterios son comunidades de oración en medio de las comunidades cristianas a las que prestan apoyo, aliento y esperanza”[3].

Los vimos incluso a algunos, que al principio les costaba más entenderlo, explicarles a los otros su significado como quien siempre lo ha comprendido. Dios iba cambiando y obrando en ellos lo que nosotras con muchas explicaciones no hubiéramos podido. Gente que pensábamos que se opondría, nos apoyó completamente.

Entendieron también que es parte de nuestra misión y vocación en la Iglesia y que debemos ser fieles en su cumplimiento, como nos lo pedía también San Juan Pablo II a las contemplativas: “Para corresponder a esta sublime vocación de estar en “el corazón de la Iglesia” se les pide una cosa sola: ocuparse únicamente de Dios, testimoniar el primado del Amor donándose a Dios sumamente amado. Y aquí está la eficacia de vuestra presencia, la fuerza de vuestra actividad apostólica: en la radicalidad evangélica de vuestra misma vida”[4].

Es muy claro el testimonio que se da con las rejas, y por gracia de Dios ya empezamos a ver los frutos de este testimonio más fuerte, de un signo que manifiesta radicalmente que queremos vivir para sólo Dios. De este testimonio de lo sobrenatural que debemos dar al mundo hablaba también San Juan Pablo II en otra ocasión a las religiosas de clausura:

“Vuestra vida, con su separación del mundo expresa en modo concreto y eficaz, proclama el primado de Dios. Constituye un llamado constante a la preeminencia de la contemplación sobre la acción, de lo eterno sobre lo temporal” “¡Que vuestra presencia grite al mundo que os circunda que Dios es, que Dios es amor, que aún fascina los corazones y que sólo El da valor a las cosas!”[5].

Queremos dar gracias a Dios por tantas gracias recibidas en estos años y por el inestimable don de la vocación contemplativa. A nuestro fundador que nos ha enseñado a vivir la vida consagrada y a todas nuestras superioras que nos ayudan a hacerlo posible.

Hermanas del Monasterio “Ecce Homo”

Inauguración y bendición de la clausura del Monasterio “Ecce Homo”, en Valkenburg, Holanda

Inauguración y bendición de la clausura del Monasterio “Ecce Homo”, en Valkenburg, Holanda

Inauguración y bendición de la clausura del Monasterio “Ecce Homo”, en Valkenburg, Holanda

Inauguración y bendición de la clausura del Monasterio “Ecce Homo”, en Valkenburg, Holanda Inauguración y bendición de la clausura del Monasterio “Ecce Homo”, en Valkenburg, Holanda


[1]Regla Monástica, 9

[2]Sermón “Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos”.

[3]SS. Juan Pablo II – Discurso a las Religiosas de Clausura en el Monasterio de la Encarnación, Ávila, 1982

[4]SS. Juan Pablo II – Discurso a las Religiosas de Clausura de Romagna, 1986

[5]SS. Juan Pablo II – Discurso a las Religiosas de Clausura en la Catedral de Bologna, 1997