Roma, 14 de marzo 2011
Muy queridas hermanas contemplativas:
Durante mi reciente visita a Finlandia el Obispo, Mons. Teemu Sippo me llevó al monasterio contemplativo de las hermanas Carmelitas. Es el único Monsterio contemplativo en este inmenso país, donde la mayoría de la población es de religión luterana u ortodoxa. El monasterio se encuentra en las afueras de la ciudad de Helsinki, en una parte de bosques, cerca de uno de los tantos lagos del país, que por esto también se llama “del espejo roto”. La casa del monasterio es de madera. El techo estaba aún cubierto de nieve. La estatua de la Virgen del Carmen que está al lado de la puerta de entrada, estaba cubierta de nieve hasta las rodillas y con una corona nevada sobre la cabeza. Esta estatua de la Virgen y un pequeño cartel eran las únicas señales de que allí había una capilla católica, y más importante aún, un tabernáculo, donde almas escondidas para los ojos del mundo, dedican sus vidas a amar a Jesucristo.
Después de la Santa Misa celebrada por el Obispo y su vicario, pudimos saludar la comunidad. Siete hermanas carmelitas. 4 de ellas vinieron hace 23 años atrás para fundar el monasterio, también había 1 hermana filipina, 1 hermana de Kenia y una postulante de Estonia. Viéndolas con su alegría y cálido interés por los dones que Dios está dando a la iglesia universal y tal vez también a su Iglesia local, se me vinieron a la mente las palabras del P. Buela, quien nos dijo hace poco: “Yo pienso que la vida contemplativa no puede ser algo que esté dando testimonio solamente en la retaguardia, digamos atrás y lejos del frente de lucha, sino que a mi modo de ver, la vida contemplativa tiene que ser de vanguardia.”
Este monasterio en Finlandia se fundó en 1989, cuando en Argentina estaba naciendo nuestro Instituto de las Servidoras. El Obispo que las invitó pensaba en la necesidad de acompañar la misión evangelizadora con la oración y el sacrificio de hermanas contemplativas. Ya dos de las hermanas fundadoras, una americana y una inglesa pasaron a la vida eterna después de un largo servicio a la iglesia finlandesa. A pesar de su vida escondida en Dios, permanecieron en el recuerdo de muchos católicos que me hablaron de ellas mencionando hasta sus nombres: hermana Virginia, la priora y hermana Susana. No fueron olvidadas; sus vidas fueron muy fecundas para la Iglesia. No me cabía duda que aquí estaba delante de hermanas muy generosas, que vinieron de países lejanos, para ser como una hostia viviente en un país donde la gente, en su gran mayoría, no cree en la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía.
Ellas vinieron para consumarse delante el sagrario, enteramente consagradas a Dios. Pobres, castas y obedientes, en un país donde en este momento los religiosos nativos no llegan a ser diez en todo el mundo y solamente la mitad tiene menos de 50 años.
Ellas dejaron casa, familia, patria, para seguir únicamente al amor de sus corazones, Jesucristo, mostrando así al mundo el valor del amor verdadero y que Jesucristo es su única riqueza.
Vinieron para servir a esta pequeña porción de la Iglesia católica, para ser en ella el corazón orante. Para ser en las tundras nevadas de Finlandia signo del amor que quema, pero no consume, mostrando que Dios es amor en un mundo donde de otra manera se moriría de frío.
Estas hermanas son el don viviente para todas las personas de buena voluntad, para los que están más necesitados de oración, para una iglesia misionera en crecimiento, para el sostén del clero, de las religiosas que necesitan que alguien conquiste las gracias que abrirán las almas al mensaje del evangelio que proclamarán.
El Padre Buela fundó la rama contemplativa pensando que el ejemplo y la oración de las almas contemplativas ayudarían para que la evangelización de los pueblos no fuera superficial. Para que con sus vidas las monjas contemplativas muestren al mundo que Dios es el Único Necesario, y den testimonio de la importancia de la hondura y la primacía de la oración, y del amor desinteresado inclusive hasta el sacrificio de sí mismo.
Mientras hablaba con estas hermanas carmelitas, pensé en cada una de ustedes, en mis hermanas contemplativas, que tanto me edifican y tantas gracias conquistan por nuestra Familia Religiosa y la Iglesia del mundo entero. Son ustedes misioneras de la primera hora. Son una alegría en cada lugar donde están misionando con su presencia silenciosa y orante. Les agradezco por ser generosas en vivir fielmente la particular misión que el Fundador les encomendó en el acta fundacional: “Estas hermanas nuestras en el corazón de la Iglesia, deben ser el amor, de tal modo, que pueda decirse que sus biografías ya están escritas al identificarse sus vidas con el Himno de la Caridad del apóstol (1 Cor 13), dando siempre testimonio que “Dios es alegría infinita” [1][1]. Y si son el corazón de la Iglesia, con mayor razón deben ser consideradas por todos los miembros de nuestras congregaciones como el corazón de las mismas, siendo fuente de alegría para todos.”
Cierto, nuestra historia es aún joven, sin embargo, se está escribiendo y con los años se ha podido crecer en gracia y santidad. Es mi oración que nunca en nuestra Familia Religiosa falte la presencia de tan grande amor. Dios ha de querer que nuestra rama contemplativa, que ahora festeja sus XX años de existencia, pueda dar a través de los siglos, a ejemplo de otras, mucho fruto para las almas, mucho fruto para las misiones.
Que la Virgen Santísima sea vuestro modelo de alma contemplativa.
Con cariño y mis especiales oraciones,
M. María de Anima Christi
Superiora General