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Celebración de la Solemnidad de San José en Italia y homilía predicada por el R.P. Diego Pombo

El pasado 20 de marzo, una gran cantidad de miembros de la Familia Religiosa presentes en Italia, nos reunimos en la recientemente fundada “casa de formación monástica”, en Tuscania, para celebrar la Solemnidad de San José y los 29 años de fundación del Instituto.

En la ceremonia, embellecida por los cantos del coro de las contemplativas, algunas Servidoras renovaron los votos de pobreza, castidad y obediencia mientras que un importante número de religiosas de votos perpetuos renovaron los compromisos de la profesión perpetua.

Además, una postulante proveniente de Checoslovaquia recibió la Cruz de Matará.

Luego de la Santa Misa, tuvimos un almuerzo festivo con su correspondiente fogón, finalizado el cual pudimos saludar a las contemplativas en los diversos locutorios del Monasterio.

A continuación, publicamos la homilía predicada por el R. P. Diego Pombo, IVE, Padre Espiritual del Instituto.

San José

Solemnidad de San José

Tuscania 20 de marzo de 2017

Celebramos hoy la fiesta de San José, Esposo de María, Padre adoptivo de Jesús, custodio de la Sagrada Familia, Patrón de la Iglesia Universal. Día en el cual las hermanas de nuestra Familia Religiosa celebran su 29° aniversario de fundación, y en el cual numerosas hermanas, en distintas partes del mundo, renuevan sus votos temporáneos o el compromiso asumido con los votos perpetuos, y algunas novicias hacen sus primeros votos.

Además, diecisiete religiosas profesan sus votos perpetuos: una en México, diez en Argentina, dos en Perú y cuatro en Brasil. También hoy quince hermanas, que se encuentran en las distintas misiones del Instituto en el mundo, celebran su 25° aniversario de profesión religiosa: María de Caná (Filipinas), María Sophiae (España), María Gema de Jesús (USA), María de Nazareth (Tierra Santa), María del Redentor (Monasterio USA), María Mater Christi (Perú), María de la Contemplación (España), María del Corpus Domini (Monasterio Pontinia, Italia), María de los Desamparados (España), María del Espíritu Santo (Monasterio España), María de Jesús Sacramentado (Argentina), María Mater Creatoris (Tanzania), María de Schönstatt (Monasterio Argentina), María del Verbo Divino (España) y María del Verbo Encarnado (Monasterio USA).

A todas ellas y a todas las hermanas del Instituto “Servidoras del Señor y de la Virgen de Matará” las encomendamos al divino custodio San José.

En nuestra Familia Religiosa la devoción a San José ocupa un lugar del todo singular. Las hermanas lo han adoptado como principal patrón y protector, pero toda nuestra Familia Religiosa manifiesta una grandísima devoción y lo invoca con gran confianza. De hecho, se ha difundido entre nosotros la oración llamada “de los treinta días a San José”, o “treintena”, con la cual durante treinta días consecutivos se le pide a San José una determinada gracia, honrando así al santo patriarca por cada uno de los treinta años que vivió en la tierra con Jesús y María. ¡Y tenemos experiencia de cuán infalible es esta oración!

Nos podemos preguntar por qué tenemos una devoción especial a San José, y quisiera remarcar tres aspectos que constituyen el fundamento de esta relación especial que tenemos con él:

1. Por el lugar que ocupa en el misterio de la Redención

El Evangelio que recién hemos escuchado narra el anuncio del ángel a José. De este modo también José, como María, es introducido por este anuncio en el gran misterio de nuestra redención y de la Encarnación del Verbo. Pero, mientras María es introducida inmediatamente, José entra mediante María; en efecto, por ser María su esposa, se le revela a él el gran secreto de la vida que Ella llevaba en su seno. José entra en la economía de la salvación mediante y a causa del vínculo conyugal con María.

Esto hace que José ocupe un lugar singularísimo en el plan de la salvación, como ningún otro santo. Escribe un autor: «Él ocupa el puesto más cercano a la Virgen, porque, siendo su verdadero Esposo, pertenece también Él al orden hipostático, aunque sea extrínsecamente. Los escritores de San José han llamado a este culto con el nombre de protodulía y de suma dulía »[1]«Si toda la Iglesia – escribe San Bernardino de Siena – es deudora de la Virgen Madre, ya que por ella ha sido hecha digna de recibir a Cristo, ciertamente la Iglesia es también deudora de San José, después de María, de agradecimiento y de reverencia singular»[2].

San Juan Pablo II dice: «Precisamente José de Nazaret “participó” en este misterio (de la Encarnación) como ninguna otra persona, a excepción de María, la Madre del Verbo Encarnado. Él participó en este misterio junto con ella, comprometido en la realidad del mismo hecho salvífico, siendo depositario del mismo amor, por cuyo poder el eterno Padre “nos predestinó a la adopción de hijos suyos por Jesucristo” (Ef 1, 5)»[3].

No es necesario que nos alarguemos sobre esta realidad. María y José no sólo han sido las primeras criaturas a las cuales Dios reveló el misterio de la redención a través de su Encarnación; aún más, han sido ellos dos las criaturas en las cuales Dios ha realizado y llevado a cumplimiento la Encarnación del Verbo. Han sido, por lo tanto, involucrados de un modo tal que, sin su colaboración y adhesión a la voluntad de Dios, el misterio de la Encarnación no hubiese sido posible.

2. Poderosísimo intercesor

La segunda razón por la cual tenemos una especial devoción a San José, deriva de la primera: él es un poderosísimo intercesor. Si María Santísima es la omnipotencia suplicante, San José más que ningún otro está cercano a Ella en razón del vínculo conyugal con María y en razón de la altísima misión que Dios le encomendó, la de custodiar los tesoros más preciosos de Dios: Su Madre y Su Hijo. Y es por este motivo que Pío IX, en el año 1870, acogiendo la propuesta de los padres reunidos en el Concilio Vaticano I, proclamó solemnemente a San José Patrono de la Iglesia universal. El decreto de la entonces Congregación de Ritos decía: «Por esta sublime dignidad que Dios confirió a su siervo bueno y fidelísimo, la Iglesia, después de a su esposa, la virgen madre de Dios, lo veneró siempre con sumos honores y alabanzas e imploró su intercesión en los momentos de angustia. Y puesto que en estos tiempos tristísimos la misma Iglesia es atacada por doquier por sus enemigos y se ve oprimida por tan graves calamidades que parece que los impíos hacen prevalecer sobre ella las puertas del infierno, los venerables obispos de todo el orbe católico, en su nombre y en el de los fieles a ellos confiados, elevaron sus preces al Sumo Pontífice para que se dignara constituir a san José por patrono de la Iglesia. Y al haber sido renovadas con más fuerza estas mismas peticiones y votos durante el santo concilio ecuménico Vaticano, Nuestro Santísimo Papa Pío IX, conmovido por la luctuosa situación de estos tiempos, para ponerse a sí mismo y a todos los fieles bajo el poderosísimo patrocinio del santo patriarca José, quiso satisfacer los votos de los obispos y solemnemente lo declaró Patrono de la Iglesia Católica»[4].

Y León XIII, en el año 1889, escribió el documento más amplio y copioso sobre la devoción a San José jamás escrito por un Papa, superado sólo más adelante por Juan Pablo II con la Exhortación Apostólica Redemptoris custos.

Dice León XIII: «Las razones por las que el bienaventurado José debe ser considerado especial patrono de la Iglesia, y por las que a su vez, la Iglesia espera muchísimo de su tutela y patrocinio, nacen principalmente del hecho de que él es el esposo de María y padre putativo de Jesús. De estas fuentes ha manado su dignidad, su santidad, su gloria. Es cierto que la dignidad de Madre de Dios llega tan alto que nada puede existir más sublime; mas, porque entre la santísima Virgen y José se estrechó un lazo conyugal, no hay duda de que a aquella altísima dignidad, por la que la Madre de Dios supera con mucho a todas las criaturas, él se acercó más que ningún otro. […] Y por estas razones el Santo Patriarca contempla a la multitud de cristianos que conformamos la Iglesia como confiados especialmente a su cuidado, a esta ilimitada familia, extendida por toda la tierra, sobre la cual, puesto que es el esposo de María y el padre de Jesucristo, conserva cierta paternal autoridad. Es, por tanto, conveniente y sumamente digno del bienaventurado José que, lo mismo que entonces solía tutelar santamente en todo momento a la familia de Nazaret, así proteja ahora y defienda con su celeste patrocinio a la Iglesia de Cristo»[5].

Son numerosas, además, las intervenciones de los Papas recomendando la devoción a San José. San Juan XXIII introdujo el nombre de San José en la Plegaria Eucarística I (o Canón romano) y más adelante Benedicto XVI lo introducirá en las otras Plegarias Eucarísticas. San Juan Pablo II escribió la Exhortación Apostólica Redemptoris Custos, sobre la figura y la misión de San José en la vida de Cristo y de la Iglesia.

También los santos dan testimonio del poder de intercesión de San José. Por ejemplo, Santa Teresa de Jesús: «Yo en cambio, tomé por abogado y patrono mío al glorioso San José, y me encomendé a Él con fervor. Este Padre mío y Protector me ayudó en las necesidades en las que me encontraba y en muchas otras más graves en las que estaba en juego mi honor y la salud de mi alma. Ví claramente que su ayuda fue siempre mucho más grande de lo que hubiese esperado. No me acuerdo hasta ahora de haberle pedido una gracia sin haberla obtenido. A otros Santos parece que Dios ha concedido de socorrernos en una u otra necesidad, mientras he experimentado que el glorioso San José extiende su patrocinio sobre todas. Con esto el Señor quiere hacernos entender que del mismo modo como le estaba sujeto en la tierra, donde él, como padre putativo podía mandarlo, del mismo modo en el cielo hace todo lo que él le pide. Esto han reconocido por experiencia también muchas otras personas que por mi consejo se encomendaron a su patrocinio, y muchas otras se han hecho sus devotas por haber experimentado esta verdad»[6].

También nosotros podemos dar testimonio del poder de intercesión de San José. Nuestras religiosas, en el 2013, con ocasión de su 25º aniversario de fundación, publicaron un libro que, entre otras cosas, recoge numerosos testimonios de hermanas de todo el mundo sobre las innumerables gracias recibidas por intercesión de San José. Solo como ejemplo, recordaremos brevemente el modo extraordinario con el que San José proveyó esta casa donde hoy nos encontramos y que conserva una silla “testigo” de una aparición y milagro hecho por el Santo en el año 1881 a una hermana clarisa, propietarias de esta casa. Lamentablemente, en estos últimos años, las hermanas clarisas fueron quedando pocas y debían cerrar este Monasterio por falta de vocaciones. Un día, la hermana encargada de encontrar una comunidad religiosa que pudiese hacerse cargo del convento, cansada de no lograr nada, fue delante de la silla del milagro y dijo: “San José, ocúpate tú; yo no puedo hacer más nada”. El día siguiente, de un modo providencial, esta hermana se puso en contacto con las Servidoras que, conociendo la presencia de San José en esta casa, aceptaron el pedido[7].

3. Ejemplo de virtud

La tercera razón por la cual somos especialmente devotos a San José es porque en él encontramos un altísimo ejemplo de virtud. Tal ha sido la tierra que la gracia encontró en el alma de San José y que fructificó copiosamente en numerosas virtudes que adornaron su persona y su vida: hombre justo, obediente, magnánimo, fiel, humilde, pobre, esposo santo, padre ejemplar, amante del silencio, trabajados, generoso, con gran espíritu de sacrificio.

De un modo especial es ejemplo para nosotros, consagrados, porque encontramos en Él un altísimo ejemplo de pobreza, de castidad y de obediencia.

Sobre todo de perfectísima obediencia y docilidad a la voluntad de Dios. Lo vemos obedecer siempre a la voz del ángel:

  1. Obedece al ángel cuando debe dar un nombre a su Hijo: Dará a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados (Mt 1, 21).
  2. En la Huída a Egipto: Luego que partieron, un ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto, donde permanecerás, hasta que yo te avise. Porque Herodes va a buscar al niño para matarlo». Y él se levantó, tomó al niño y a su madre, de noche, y salió para Egipto(Mt 2, 13-14).
  3. En el regreso a Egipto: Muerto Herodes, un ángel del Señor se apareció en sueños a José en Egipto y le dijo: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre y vuelve a la tierra de Israel, porque han muerto los que buscaban la vida del niño»… Él se levantó, tomó consigo al niño y a su madre y entró en tierra de Israel (Mt 2, 19-20.21-22).
  4. Lo vemos obedecer a la ley de Dios en la ciruncisión, en la presentación, cuando suben al tempo; además el Evangelio refiere que sus padres iban cada año a Jerusalén, para la fiesta de Pascua (Lc 2, 41).
  5. Lo vemos obedecer a la ley civil: por ejemplo, en el viaje de Nazareth a Belén para cumplir con el censo decretado por Augusto.

Juan Pablo II decía: «Los Evangelios hablan exclusivamente de lo que José ‘hizo’»[8].

Es, además, ejemplo de todas las virtudes que son más propias y esenciales en la vida de un consagrado. Por eso decía San Juan Pablo Magno: «A San José recurrid particularmente vosotros, sacerdotes y religiosos, vosotras, almas consagradas, que en su castidad virginal y en su paternidad espiritual veis reflejados los ideales más altos de vuestra vocación. Él os enseña el amor al recogimiento y a la oración, la fidelidad generosa a los compromisos asumidos delante de Dios y de la Iglesia, la dedicación desinteresada a la Comunidad en la cual la Providencia os ha puesto, por más pequeña e ignorada que sea. A la luz de su ejemplo vosotros podéis aprender a apreciar el valor de todo lo que es humilde, simple, escondido, de todo lo que se hace sin apariencias ni clamores, pero con efectos decisivos, en las profundidades insondables del corazón»[9].

Que este Santo Protector a quien hoy celebramos, nos conceda la gracia de seguir su ejemplo para ser santos religiosos.


[1]G. Bifaro, Aquel que creyó; Ed. Paoline, Bari 1962, p. 180-189

[2]San Bernardino de Siena, Sermón 2, opera 7, 16.27-30.

[3]San Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Redemptoris custos, n. 1.

[4]Sagrada Congregación de Ritos, Decreto Quemadmodum Deus, 8 de diciembre de 1870.

[5]León XIII, Carta Encíclica Quamquam pluries, 3, 15 de agosto de 1889.

[6]Cf. Post. Gen. de los Carm. Descalzos, Vida de S. Teresa de Jesús, en Opere, Roma 1950, p. 36.

[7]Instituto Servidoras del Señor y de la Virgen de Matará, San José y las Servidoras, 25 años, 1988 – 2013, Roma 19  de marzo 2013, pp. 33-41.

[8]San Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Redemptoris custos, n. 25.

[9]San Juan Pablo II, Homilía en Termoli, 19 de marzo de 1983.