Queridos todos, queremos unirnos a la profunda acción de gracias de toda la Iglesia por el inicio del año santo de la Misericordia, contando en pocas líneas lo que ha significado la apertura de la “Porta Santa” para nuestra misión en la Catedral Basílica de Vic.
Hace ya unos meses nuestro buen Obispo se hacía presente en la Catedral para darnos una noticia: “¡el Santo Padre nos ha hecho un regalo…!”, no teníamos idea de qué se podía tratar; “es una Puerta Santa para nuestra Catedral, esto traerá muchísimos frutos!”. Dicho y hecho.
Comenzaron los preparativos, el estudio de lo que significaba concretamente para cada Catedral del mundo la apertura de una Puerta Santa, las oraciones por los frutos y las invitaciones a toda la Diócesis.
Gracias a Dios hubo una gran colaboración y sobretodo mucha alegría en todo momento, pero no faltaron algunas piedrecitas en el camino, que si faltaran del todo, creemos, ya no sería una obra tan grande, no sería una obra cristiana. Eso forma parte de las paradojas de Nuestro Señor. Se puede decir que las dificultades y dolores causados por los que se muestran contrarios a las empresas de Dios, embellecen las obras, pues las purifican y fortalecen la fe de los que tienen que defenderla.
Según se había indicado en el Ritual del día de la apertura, se tenía que elegir una Iglesia que quedara a una distancia prudencial de la Catedral para poder hacer la convocatoria y luego desde allí, una procesión a modo de peregrinación, para recibir la riqueza de la Misericordia de Dios, la cual se da a todos, como nos recuerda el Santo Padre, pero que por parte nuestra requiere una disposición del corazón. Ese fue el sentido de la peregrinación, como el hijo pródigo, prepararse, ponerse en camino, para ir hacia “la casa del Padre”.
Ahora cuento lo más importante de la crónica, lo que debe dar sentido a todas nuestras alegrías y esfuerzos, y que aunque las palabras no lo puedan expresar del todo, basta con tener presente el infinito amor a las almas que tuvo Nuestro Señor para entenderlo.
Cuando se comunicó el rito y el recorrido de la procesión algunos dijeron que sería ridículo salir por las calles de Vic, que ni la gente ni los sacerdotes del resto de la Diócesis asistirían y menos que se aceptaría “eso de volver a confesarse”; que la Iglesia está cambiando (o en su lenguaje, tal vez, muriendo), y además que esto de las procesiones ya no atrae a ninguno, etc.
En fin, algunas cosas muy tristes, pero fundamentadas en decenas de años de ser practicadas y predicadas. Y es por eso que escribo ésta pequeña crónica, porque a pesar de que en Vic y muchas partes de nuestra Diócesis ya no se confiesa, ¡la gente quiere confesarse!, porque la misericordia de Dios es infinita y Él no quiere que ninguno perezca, sino ¡que todos tengamos vida eterna!
Así es que, desde antes que comenzara la celebración de la apertura de la Puerta Santa, los sacerdotes comenzaron a confesar, luego vino la peregrinación hacia la Catedral, y no sé si sería mi emoción, pero creo no haber escuchado en todos éstos años que la gente cante con tanta fuerza como aquél día.
Había en el ambiente una devoción y alegría profunda, como la de aquellos que se preparan para recibir un verdadero regalo, el único que puede realmente alegrar al hombre: ¡ver el rostro de Dios, hecho por nosotros Misericordia!
Durante toda la Santa Misa y después de la misma ¡seguían las confesiones!, y gracias a Dios, cada día a partir de la fecha, se confiesa alguna persona y a veces hasta grupos que, visitando la Catedral ven que hay alguien confesando y se acercan al sacramento. Y esto, gracias a que nuestro Obispo consiguió formar una lista de sacerdotes (que, por cierto, algunos vienen de los lugares más lejanos de la Diócesis) que durante todo el año estarán confesando en la Catedral, y esto es otro de los milagros de éste año Santo… que si alguno ha pasado por Vic y conoce su realidad, sabe lo que significa, ¡es un regalo de Dios!
Agradecemos en primer lugar a nuestro Obispo de Vic, Mons. Romà Casanova, quien día y noche con solicitud de padre, viene a la Catedral para ayudarnos con lo que haya que hacer y por su ejemplo de grandísima humildad y fidelidad; a nuestras queridas hermanas contemplativas del Monasterio de Valencia, que con caridad incondicional nos hicieron las estolas rosadas para todos los sacerdotes, y gracias finalmente a todas las familias y amigos, que como verdaderos compañeros de misión trabajan y nos ayudan, siempre alegres, por la causa de Cristo.
Nos encomendamos a las oraciones de todos y pedimos por los frutos del año de la Misericordia en cada uno de nosotros y de las almas encomendadas.
¡Viva el Corazón de Jesús y de María!,
Misioneras de la Ciutat dels Sants!!!