A través de esta crónica, deseo contarles algunas de mis experiencias de recién llegada a la comunidad San José Moscati.
Cuando se me dijo que iría a la comunidad que colabora apostólicamente en el Hospital Schestakow en San Rafael, vinieron a mi mente un montón de interrogantes. Entre ellos: ¿Cómo podré vivir en un lugar tan reducido?
Para los que no conocen nuestra casa, se trata de un mini departamento de un solo ambiente dividido en dos. Una parte hace de cocina comedor y la otra de habitación. A continuación, hay una lavandería muy pequeña, que se utiliza también como secretaría, biblioteca, etc. Imagínense ustedes un convento tan pequeño dentro de un hospital. Sin patio, sin más habitaciones, sin privacidad, además de los ruidos que se escuchan sea de ambulancias que llegan, gente por los pasillos, muebles que se arrastran de los demás pisos y que es inevitable no escucharlos.
Esa es toda nuestra casa en donde ahora vivimos cuatro hermanas, de las cuales dos, han comenzado sus estudios de enfermería.
Yo muchas veces me pregunté: ¿Cómo hacen las hermanas para vivir ahí? ¿Por qué no buscan un lugar mejor? También muchos conocidos nos preguntan cómo hacemos y les parece horrible el hecho de pasar gran parte de la vida dentro de un hospital.
Ahora lo he comprendido y a poco más de tres meses de llegada a mi nuevo destino puedo decir que ciertamente vale la pena QUEDARSE AQUÍ SOLO POR ELLOS… LOS ENFERMOS. Tanta gente que en este lugar padece tanto en el cuerpo como en el alma. Ellos son el Rostro sufriente de Jesús y por ellos vale la pena quedarse aquí, porque aquí, en este espacio reducido en el cuarto piso del Hospital, estamos al alcance de la mano de todo el que nos necesita. Y la Capilla, desde hace ya mucho tiempo, se ha convertido en el corazón del Hospital, en donde, oculto en el Sagrario, late el Corazón de Aquél que nos da la fuerza para vivir aquí, dentro de un Hospital.
Pero no solo a nosotras nos fortalece el Corazón Eucarístico de Cristo, sino también a todos aquellos que se acercan a la Capilla: niños, jóvenes, papás, médicos, gente del personal, quienes frecuentemente vienen a hacer una visita a Jesús Sacramentado. Cada uno pidiendo por sus seres queridos que se encuentran privados del don de la salud. Entre ellos, me encontré con una joven que, de rodillas llorando frente al Sagrario, me dijo que no sabía rezar pero que le pedía a Jesús por su madre que tiene un tumor.
Al ingreso de la Capilla hay un cuaderno para que anoten intenciones. Muchos de ellos expresan lo más profundo de sus almas, sus angustias, sus dolores, su incertidumbre de lo que sucederá, pero también su confianza de que serán escuchados, manifestando así la sencillez de su fe “…una gran multitud del pueblo…que había venido para oírle y ser curado de sus enfermedades…” (Lc 6,17-18).
Aquí se experimenta lo que tiene que haber sido en el tiempo de Nuestro Señor, cuando las gentes no lo dejaban descansar, “Se le acercó una gran muchedumbre… y los curó” (Mt 15,30)y continuamente la gente viene a la capilla no sólo a elevar sus peticiones a Dios, sino a pedirnos a las hermanas algún consuelo para sus familiares enfermos.
Es así que desde mi llegada al hospital, se han bautizado siete niños, entre ellos varios recién nacidos de los cuales algunos ya están en el Cielo. En el año 2014 las personas que recibieron los sacramentos fueron 1.273, muchos de los cuales fallecieron. Entre ese número de sacramentos, 74 fueron bautismos. Dios usa de su gran Misericordia con aquellos que están próximos a partir, dándoles la oportunidad de volver a Él.
Quiero concluir con un milagro atribuido a la Madre Maravillas de Jesús, y que demuestra que los enfermos son los privilegiados del Corazón de Dios, por los cuales, como dije al principio, vale la pena quedarse aquí.
Este hecho sucedió el año pasado. La señora Clarisa Mansilla madre de cuatro hijos, una niña, un niño y dos gemelos de siete años: Gabriel y Santiago Mañas, nos dio su testimonio de lo que le pasó con uno de su hijos gemelos. Clarisa estuvo leyendo un libro de los milagros de la Madre Maravillas de Jesús, y le llamó la atención cómo la Santa había curado milagrosamente a muchos niños de cáncer.
Cuatro meses después, Gabriel, uno de los gemelos comenzó con un malestar que le produjo el torcimiento del cuello. Sus padres estuvieron dos meses buscando una solución a su problema de salud sin que ningún médico le encontrara el motivo real de su enfermedad. Finalmente lo internaron y un doctor del hospital les dijo que debía operarlo de urgencia, porque tenía un tumor maligno en el cerebro y les advirtió sobre la posibilidad de grandes secuelas si salía de la operación, además del riesgo de vida que corría por la misma cirugía, ya que debían colocarle una válvula en la cabeza. Los padres de Gabriel, salieron a llorar desconsoladamente. Al mismo tiempo recibieron la terrible noticia de que el abuelo paterno acababa de morir. El abuelo estaba enfermo de leucemia, pero estable. Al enterarse de la gravedad de la salud de su nieto, se desestabilizó y tuvo que ser internado. El abuelo de Gabriel decía en voz alta que quería que Dios se lo llevara a él y no a su nieto.
Gabriel recibió la Confirmación el día anterior a la cirugía. Fue operado el 23 de julio del año pasado, la operación duró varias horas. Desde el momento del diagnóstico, Clarisa recordó el libro que había leído y encomendó a la Madre Maravillas la vida de su pequeño Gabriel. Pidió a las hermanas una reliquia de la Santa y no dejó de rezar y de hacer rezar por su hijo, con mucha fe, pues consideraba que no había sido casualidad que ella hubiese leído con tanto interés, justo ese libro de los milagros de la Madre Maravillas.
Al volver de la anestesia, Gabriel le contó a su madre lo siguiente: “¡Ma!, una señora volaba arriba mío y me dijo, Gaby te curo, Gaby te curo…”. Su mamá no salía de su asombro y estaba segura de que fue la Madre Maravillas a quien el niño vio.
El niño fue recuperándose asombrosamente y sin ninguna secuela. Luego de estar muchas semanas en terapia intensiva le dieron de alta con una indicación de tratamiento continuo de quimioterapia.
Gabriel, ya en su casa mientras jugaba o cuando estaba a solas con su mamá seguía diciendo: “que él fue a un desierto azul, en donde un señor con barba blanca, le decía que todo iba a estar bien, le regalaba una bolsa de juguetes y lo llamaba”. Según el testimonio de su mamá:“El señor de barba blanca le enseñó al niño a rezar el Padre Nuestro y el Bendita sea tu pureza”. Su mamá afirma que ella nunca le había enseñado a rezar esas oraciones y ahora las recita de memoria y se las enseña a sus otros hermanos.
Un día su mamá lo llevó a una parroquia de la ciudad y un sacerdote conversó mucho con Gabriel quien le contestaba todo con mucha espontaneidad. El sacerdote le dijo al niño, para ver qué respondía: “A mí me han dicho que Dios es de River” y el niño le contestó: “Dios no miente y no es de ningún equipo,… Él nos quiere a todos por igual…”.
El sacerdote le dijo a su mamá, “no hay duda de que Dios lo ha fortalecido, que ha vivido un momento de él y de Dios”.
Cada vez que Gabriel ve una imagen de Jesús de la Divina Misericordia, afirma: “Él, – señalando a Jesús-, es el Rey del mundo, yo lo he visto”.
Clarisa, nos contó que si bien su hijo quedó sin secuelas, tiene programado para un año las quimioterapias y un control por siete años para ver cómo evoluciona. Ella lo ha notado más maduro que su hermano Santiago. Antes le daba temor ir a la escuela, por ser muy tímido y porque le costaba mucho y ahora ha cambiado tanto que está muy contento de ir a la escuela, aprende con facilidad y ha asombrado con ello a todos. A veces el niño juega a que es doctor, busca los guardapolvos y le hace todo lo que le hacen a él, a su hermano gemelo Santiago. También le dijo a su mamá que: “Dios le dijo que él va a ser doctor para curar a mucha gente”.
¡Hasta una próxima!
En Jesús y María,
Madre María de la Encarnación