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Fin del Novicio y del sacerdote: trabajar y sacrificarse

Homilía del R.P. Marcelo Cano predicada el 17 de diciembre de 2011 en Segni, en la ceremonia en la cual los novicios de Italia recibieron su sotana

 

1.        ¿Qué es un novicio? 

En esta Santa Misa 7 novicios recibirán la sotana. Nos parece oportuno subrayar en este día, que dos de ellos eran seminaristas menores. Es la primera vez, en Italia, que novicios, que han hecho el seminario menor, reciben la sotana. Por ello aprovechamos para agradecer a Dios por el don de tener un Seminario Menor, donde los jóvenes que sienten la vocación puedan seguir a Jesús en un ambiente más apto y sereno. También dos seminaristas harán sus primeros votos, haciéndose así religiosos de nuestra Familia del Verbo Encarnado.

Queridos hermanos, hoy muchos se preguntan: ¿Qué es un novicio? Podemos responder que así como el retoño se refiere al árbol y la flor al fruto, el novicio se relaciona al sacerdocio, de hecho, como cuando el brote crece derecho y fuerte promete un buen árbol y una flor da esperanza de un buen fruto, del mismo modo un buen novicio será un buen sacerdote.

Entonces, para responder a la pregunta que nos planteamos, tenemos que ponernos delante aquello que el novicio será, esto es un sacerdote. Por tanto no se tendrá una idea clara de aquello que el novicio es y de aquello que debe hacer, si no se tiene en cuenta aquello que un buen sacerdote debe ser y debe hacer.

En efecto ¿cómo se podría  llegar a una cierta meta, una cierta profesión, cierta responsabilidad, si no de es consciente, al menos aproximativamente, de aquello que significa?

Por tanto, es necesario que el novicio comprenda que no será un buen sacerdote, si ahora no se esfuerza por ser un buen novicio, dicho en otras palabras, será un buen sacerdote, solo si en el huerto de su corazón no deja crecer la maleza, como dice Manzoni que había crecido en la famosa viña de Renzo Tramaglino… son la hierbas de los vicios, los defectos, los malos hábitos no erradicados que apenas se identifican y se advierten.

Por esto, en lo primero que tiene que trabajar un novicio es en evitar el mal, el pecado, bajo toda forma, resistir a las seducciones del mal que se presentan de mil modos. Debe mantenerse puro y limpio como un huerto reservado para Señor, en el que Jesús pueda encontrar sus delicias.

El sacerdote ha sido enviado a trabajar a la viña de Jesucristo, al campo del mundo, donde los hombres esperan la salvación. Entonces, podemos preguntarnos: ¿Cómo podrá el novicio cultivar esta viña del Señor, si él mismo no cultiva el campo de su alma, si lo deja inundarse de aguas podridas? ¿Cómo podrá fecundar la viña de Cristo tomando el agua de un canal sucio?

2.        Los cuidados de la Iglesia

Por esto la Madre Iglesia, para que los novicios sean santos sacerdotes, los separa, les enseña sabiamente, les cultiva el corazón, les inculca la virtud, les hace pasar por largas pruebas: los años de estudio, los programas, las experiencias pastorales, la disciplina del seminario, las prácticas de piedad, les hace subir por grados, ministerios, órdenes, hasta llegar a la excelencia del Sacerdocio.

Es un camino largo y difícil, sembrado de obstáculos. Pero es el camino de todas las almas grandes. Es la vía de quien no quiere conformarse con poco, de quien mira delante, hacia lo alto, más alto… Es como la conquista de una montaña: el alpinista sabe cuánto le costará, como tendrá que estar equipado, cuantas precauciones tendrá que tomar para llegar a la cima… Así hace la Iglesia con los llamados al Sacerdocio: los quiere alpinistas expertos y los pone a prueba.

3.        Medios

Nos referiremos brevemente a uno de los medios que ayudan a reforzar la vocación: San Luis Orione afirmaba que era necesario tener las siguientes disposiciones: Huir el ocio y por tanto trabajo serio y con empeño; la templanza, o sea, mortificarse, llevar una vida austera y de gran ascesis, en otras palabras: piedad, sacrificio y mortificación.

Somos llamados a sacrificarnos, a esto nos ha llamado Nuestro Señor, cuando dijo: “Quien quiere ser mi discípulo tome su cruz y me siga.” Nuestro fundador, el Padre Carlos Miguel Buela, nos ha enseñado que uno de los problemas en la Iglesia es que los religiosos y los sacerdotes, no quieren trabajar y sacrificarse. Se busca la comodidad, la vida fácil, pero este modo de obrar no trae consigo ningún fruto. Jesús fue muy claro cuando dijo: “Si el grano de trigo muere da fruto, si no muere queda solo”; con estas palabras dio a entender a sus discípulos que solo quien trabaja duramente y se sacrifica hará grandes y fructuosas obras de apostolado.

Por eso San Luis Orione exhortaba a sus novicios y seminaristas del siguiente modo: “Novicio y seminarista entre nosotros no quiere decir solo estudiante, y mucho menos señorito, sino quien fatiga, quien fatiga por las almas. A nuestros novicios y seminaristas, para prepararse dignamente a los votos religiosos y disponerse a las sagradas órdenes, no es suficiente solo rezar, o sólo estudiar o el saber todo, sino que es necesario FATIGAR, pensando primero en los demás y luego en uno mismo, siendo generosos, mostrando así si hay o no vocación, si está  el espíritu de Dios, aquel verdadero espíritu de anonadamiento de sí mismo y de martirio por la salvación de las almas. La paz no está en la pereza, sino en la caridad operosa y en el sacrificio”.

4.        Es necesario trabajar

Para San Luis Orione este espíritu de sacrificio era fundamental y tan importante que en una prédica llego a afirmar: “Nuestra congregación no debe ser una congregación de débiles, peor, de afeminados; sino que debe ser viril, fuerte, tanto que, si mañana se desatase una cruel persecución, nuestra congregación, debería toda caer y morir mártir”.

Quien puede debe empeñarse, empeñarse y trabajar, trabajo intelectual, manual y pastoral. Se cuenta que un papa tenía este lema: “Morir en pie”. Era Sixto V.

Los grandes nos dan ejemplo de cómo debemos sacrificarnos y trabajar para la gloria de Dios y la salvación de las almas.

Santo Tomás de Aquino murió a los 49 años, pero dejó a la ciencia preciosas obras comprendidas en tantos volúmenes que hasta ahora forman una de las más grandes, sino la más grande de las maravillas intelectuales que el hombre haya podido comprender. Aumenta el valor de su sacrificio y de su trabajo intelectual el considerar el ambiente y las condiciones en las que Santo Tomás escribió. De hecho, hizo todo este trabajo en medio de una gran incomodad, por ejemplo, baste mencionar los largos viajes que realizó a pie o en mula: de Nápoles a París, de París a Colonia, de Colonia a París, de París a Nápoles, de Nápoles a Roma, de Roma a París, de París a Nápoles, y en fin haciendo su último viaje de Nápoles a Lion, murió en Fossanova.

Otro santo, San Francisco Javier, predicando y bautizando recorrió gran parte del mundo, mucho más que lo que recorrieron Alejandro y César juntos.

Un ejemplo de trabajo intelectual y apostólico muy cercano a nosotros es el del Beato Juan Pablo Magno, Padre de nuestro Instituto. Nos limitamos a presentar solo algunas cifras, para que nos ayuden a comprender las dimensiones de su inmenso trabajo apostólico, fruto de su sacrificio y de su abnegación por la salvación de las almas.

Durante su Pontificado, el Papa Juan Pablo Magno, viajó por un total de 1.247.613 km, en otras palabras, sumando todos los viajes papales que hizo, sea dentro que fuera de Italia, recorrió más de 3 (3,24) veces la distancia que hay de la Tierra a la Luna, visitó un total de 129 estados, celebró más de 1.160 audiencias generales. Se encontró con más de 1.590 Jefes de estado o de Gobierno.

Nadie en el mundo, en toda la historia de la humanidad reunió en un solo evento tantas personas, basta recordar, entre tantos ejemplos, la Santa Misa precedida en Manila, Filipinas, delante de una multitud de casi 5 millones de personas en 1995.

 Y como si esto no bastase escribió  más de 100 documentos, entre los cuales: 14 encíclicas, 45 cartas apostólicas, y 14 exhortaciones apostólicas. Leyó más de 20 mil discursos, casi 100 mil páginas.

De él podemos decir que realmente se consumió por las almas, como vimos en sus últimos días, cuando ya no podía caminar ni hablar.

Nuestro Señor Jesucristo, Sumo Sacerdote, Modelo de todo sacerdote, seminarista y novicio, primero obró y luego enseñó, como nos relatan los Evangelios. En primer lugar, nos enseñó la importancia del trabajo, de hecho, él mismo dio ejemplo ejerciendo el oficio de carpintero, como leemos en el Evangelio de San Marcos (Mc 6,2-3): “y muchos decían, ¿no es este el carpintero, el hijo de María?”. Una lectura atenta nos dice que no era simplemente el hijo del carpintero, sino que él era carpintero. Todo esto se confirma con la Sábana Santa, observando la espalda de Jesús, el Dr. Cordiglia, profesor de Medicina Legal en la Universidad de Milán, dice: “es claro que ha ejercido un oficio manual que requería llevar con frecuencia gran peso… por esto presenta un tórax de conformación atlética, donde se ven muy acentuados los músculos pectorales. Los médicos afirman que según la Sábana Santa, Jesús era un hombre acostumbrado al esfuerzo físico”.

En segundo lugar, Jesús dio ejemplo a todos los santos y sacerdotes del mundo de cómo es necesario trabajar y sacrificarse por la salvación de las almas. Toda la vida de Jesús fue una manifestación de amor mediante el sacrificio por todas las personas, sin excepción, amigos y enemigos, justos y pecadores; adultos y niños; judíos, samaritanos y paganos; ricos y pobres; ciegos, paralíticos y mendigos; pescadores, soldados, agricultores, etc.

Jesús no se detenía en la búsqueda de las almas, sino que comunicaba continuamente bienes materiales y espirituales; sin descanso instruía a toda clase de auditorio, perdonaba sus pecados, sanaba sus enfermedades, consolaba y fortalecía las almas, aun cuando se encontraba a punto de morir, entre atroces dolores, consoló a las santas mujeres y al buen ladrón. El Señor se conmovía delante de todo sufrimiento.

Su vida se desarrolla entre enfermos, pobres, agobiados, oprimidos por el pecado. Para Él, el prójimo es cualquier necesitado aun desconocido. Jesús se conmueve de la multitud abandonada y con hambre; se conmueve también de la viuda que había perdido a su único hijo, su misericordia es inigualable. Era afable con todos: los niños se acercaban con alegría; aceptaba las invitaciones; hablaba con todos aquellos que deseaban hablar con Él, aun con quienes lo importunaban de noche como Nicodemo. El Evangelio nos relata que estaba tan dedicado a las almas que no tenía tiempo ni para comer. Poseía una caridad tierna, pero al mismo tiempo viril, por eso no se dejaba engañar y reprendía las malas intenciones de los fariseos.

Su amor por las almas fue un amor infinito, sin límites, como dice el Evangelista Juan (Jn 13,1) “Jesús después de haber amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”.

5.        Nosotros

Nosotros, todos, sacerdotes, seminaristas y novicios, debemos trabajar y sacrificarnos mucho por la gloria de Dios y por el bien de las almas, siguiendo el ejemplo de Jesús y de todos los santos. Debemos ser los trabajadores de la humildad, de la fe, de la caridad. Grandes trabajadores para la salvación de las almas.

San Luis Oriones escribía: “no saber ver ni amar, en el mundo, sino las almas de nuestros hermanos. Todas las almas sin distinción. Almas de pequeños, de jóvenes, de ancianos. Almas de pobres, de ricos, de enfermos (físicos y morales), almas de sanos. Almas de justos, de perdidos, de penitentes. Almas de famosos, de soberbios, de simples, almas de humildes, de desconocidos… Almas de los más lejanos, los más culpables, de los más contrarios. Alamas, almas, almas: todas son amadas por Cristo, por todas ha muerto Cristo, todas, Cristo, las quiere salvar entre sus brazos y su Corazón traspasado…”

6.        La Santísima Virgen María

Queridos hermanos, queridos novicios: recibir la sotana significa y manifiesta el deseo de revestirse de Cristo, de ser como Jesús y por tanto de querer trabajar y sacrificarse por la gloria de Dios y las almas.

María Santísima, la Madre de las Vocaciones, conceda a estos novicios y a todos nosotros la gracia de perseverar en la vocación y en los santos propósitos, en particular en el deseo de trabajar sin cansarnos jamás, por la gloria de Dios y la salvación del mayor número de almas posible.

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