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Homilía del P. Carlos Herrera, IVE, con ocasión de los 10 años del Monasterio en L’Ollería, España

San Agustín y la vida Contemplativa

Quería comenzar esta homilía, en el contexto del 10º aniversario de la fundación de las SSVM en este Monasterio, con un texto de nuestros Directorios de Vida Contemplativa que dice:

“Toda la vida de los religiosos debe ordenarse a la contemplación como elemento constitutivo de la perfección cristiana; sin embargo, «…es necesario que algunos fieles expresen esta nota contemplativa de la Iglesia viviendo de modo peculiar, recogiéndose realmente en la soledad…»”[1].

Los que son llamados a la vida específicamente contemplativa son reconocidos como uno de los tesoros más valiosos de la Iglesia. Gracias a un carisma especial, han elegido la mejor parte, esto es, la de la oración, el silencio, la contemplación, el amor exclusivo de Dios y la dedicación total a su servicio.

Por eso a pesar de la urgente necesidad de apostolado activo, aquellos Institutos, los Contemplativos, conservan siempre un lugar preeminente en el Cuerpo Místico de Cristo… En efecto, sus miembros ofrecen a Dios un eximio sacrificio de alabanza y, produciendo frutos abundantísimos de santidad, son un honor y un ejemplo para el Pueblo de Dios que acrecientan con misteriosa fecundidad.

En consecuencia, deben vivir con realismo el misterio del «Desierto» al cual su «Éxodo» les ha conducido. Es el lugar en donde, a pesar de la lucha contra la tentación, el cielo y la tierra -según la tradición- se juntan, en el cual el mundo, tierra árida, se vuelve paraíso… y la humanidad misma alcanza su plenitud.

Por eso se puede decir que, si los contemplativos están en cierto modo, en el corazón del mundo, se hallan mucho más en el corazón de la Iglesia. Aún más, la vida Contemplativa significa la pertenencia a la plenitud de la presencia de la Iglesia.

Cuando san Agustín recibió el bautismo la noche de Pascua del año 387, tenía en su mente el propósito de consagrarse totalmente a Dios en la vida Monástica, en un estilo de vida que hoy podríamos calificar de vida Contemplativa.

En este primer monasterio agustiniano situado en Tagaste, la vida giraba en torno a cuatro ejes principales, que se conservan actualmente: la contemplación, la vida comunitaria, el estudio de la Biblia y el trabajo manual.

Elementos estos, que poseemos nosotros en nuestros Monasterios. Pero, quería centrarme más en las características de la vida Contemplativa según san Agustín. Él, en un sermón sobre Marta y María, figuras de la vida activa y contemplativa, utiliza tres verbos que son sumamente centrales para entender el sentido profundo de la vida Monástica.

Para situarnos más en el texto evangélico, traemos a colación el fragmento de san Lucas: “Jesús entró en una aldea, donde una mujer llamada Marta le recibió en su casa. Marta tenía una hermana llamada María, la cual, sentada a los pies de Jesús, escuchaba sus palabras.  Pero, Marta, atareada con sus muchos quehaceres, se acercó a Jesús y le dijo: Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola con todo el trabajo? Dile que me ayude. Jesús le contestó: Marta, Marta, estás preocupada e inquieta por muchas cosas; sin embargo, solo una es necesaria. María ha escogido la mejor parte, y nadie se la quitará” (Lc 10, 38-42).

El verbo de san Agustín es vacabat (persistir, permanecer, descansar).

La vida del contemplativo es una vida en la que es preciso estar libre de las preocupaciones y afanes de este mundo. Hay que poner en práctica lo que dice el salmista: “¡Rendíos! ¡Reconoced que yo soy Dios!” (Sl 46,10).

 Pero, para poder tener esta libertad y descanso en Dios, hace falta la conversión del corazón. Por ello señala el Santo que María de Betania había fijado su atención y su mirada en una sola cosa, es decir, en Cristo, y que había dejado de lado, al mismo tiempo, la multitud de las cosas, es decir, las cosas que no son una, sino múltiples, acentuando con ello que Dios es solo Uno mientras que las criaturas siempre son multitud. Así dice san Agustín: “miraba una sola cosa, renunciaba a muchas cosas”.

Esta condición de la conversión que permite acceder a la contemplación y poder llegar a la vida contemplativa, deja como efecto la purificación interior. La cual tiene una meta, y es precisamente llegar a la doctrina y conocimiento de la Sabiduría encarnada: Jesucristo. El camino queda claramente señalado por tres pasos: la meditación de la palabra de Dios, el crecer y purificar el amor y, finalmente, dar a luz en el propio corazón a Cristo, que es la Sabiduría de Dios.

Este descansar o rendíos en Dios por medio de la vida Contemplativa, implica, no solo la conversión, sino el llegar a relativizar las cosas de la tierra, sabiendo que el trabajo realizado entre las criaturas que son múltiples, pasa; junto con las cosas de este mundo, como dice san Pablo: “la apariencia de este mundo pasa” (1 Cor 7, 31); mientras que quien permanece para siempre es Dios, él siempre es Uno y no múltiple: “pasa el trabajo en la multitud de las cosas, permanece la caridad de la unidad”.

Poder vivir la vida Contemplativa significa que, como María, se ha descubierto lo Único que es necesario. Para san Agustín esta sugerencia de lo Único necesario le lleva a pensar en la Unidad. Quien quiere vivir la vida Monástica no solo ha escogido al Único necesario, sino que debe vivir en la Unidad, como testimonio de su elección de amor. De este modo quienes viven en una Comunidad dedicada a la contemplación deben hacerlo según el reto de construir la unidad dentro de la Comunidad y fuera de la Comunidad con toda la Iglesia. Deben vivir siguiendo el ejemplo de la Santísima Trinidad, de tal forma que, a pesar de ser muchos, puedan tener “un solo corazón y una sola alma”.

El verbo usado por san Agustín para describir la vida de María de Betania como figura de la contemplación es sedebat, (estaba sentada), como nos dice el texto de san Lucas, “a los pies de Jesús para escucharlo” (Lc 10, 39).

Estar sentado significa la humildad que debe tener todo el que se dedica a la contemplación. Debe ser como un valle que se ha abajado para que pueda descender a él el agua que viene de lo Alto. Por el contrario, quien se ensalza a sí mismo es como un monte, hinchado de soberbia, y del que el agua de la gracia resbala y deja seco. “Se hallaba sentada a los pies de nuestra Cabeza -María-: cuanto más abajo estaba sentada, tanto más recibía de arrriba. En efecto, el agua se desliza hacia el valle, se resbala del de la soberbia de las colinas”.

El hecho de que María estuviera sentada a los pies de Jesús le lleva a san Agustín a comparar la postura de esta discípula de Cristo con la del discípulo amado -Juan- junto a la cruz del Maestro (Jn 19, 26). Así, mientras el discípulo amado está en pie, ella permanece sentada. Por ello san Agustín observa que ella está sentada con respecto al cuerpo, pero está de pie en lo que respecta al espíritu, interpretando la postura recta como señal de persistencia o de perseverancia.

Quien quiere ser como María de Betania y vivir la vida Contemplativa, debe pedir a Dios la gracia de la perseverancia; no se trata solo de un compromiso temporal, sino de toda la vida -por eso los votos perpetuos-, en la que hace falta solicitar la ayuda de Dios para poder estar siempre de pie junto al Señor, es decir, perseverar en su servicio, perseverar en la contemplación y todo lo que ella implica; perseverar en la vida Monástica.

Por último, María estaba sentada a los pies de Jesús, y era alimentada por el mismo Señor, se saciaba de las migajas de la mesa del Maestro, viviendo la bienaventuranza por la que son “felices los que tienen hambre y sed de la justicia, porque serán saciados”.

El y último verbo usado por san Agustín para describir la actitud de María de Betania es audio (escuchar). María estaba a los pies de Jesús para escuchar con oído atento y bien dispuesto las palabras del Señor (Lc 10, 39).

Un primer elemento subrayado por san Agustín es la necesidad del silencio. Para poder escuchar y acoger la palabra de una persona y del mismo Dios, hace falta silencio. “Es difícil ver a Cristo en la multitud. Es necesaria para nuestro espíritu cierta soledad. Dios se deja ver cuando nuestra atención ha conseguido una cierta soledad. El gentío hace ruido, y esta visión exige silencio”, dice san Agustín.

Solamente en el silencio del recogimiento interior y exterior, se puede contemplar a Dios en este mundo, con la esperanza de llegar a contemplarlo en la vida futura como él es en realidad.

Pero, María de Betania, no solo escuchaba con corazón atento las palabras de Jesús, sino que estas mismas palabras se convertían para ella, en el gozo de su propia vida. Así como la palabra de Cristo era para María -desde la perspectiva de san Agustín- motivo de gozo y de alegría, lo mismo debe ser para quien vive la vida Contemplativa; descubrir en la palabra de Dios cotidiana el gozo y la alegría del propio corazón.

Quien es como María de Betania debe vivir el gozo de recibir y acoger cada día la palabra de Dios, como la luz de los ojos y como el gozo del corazón que hace crecer en el amor.

Todo esto, ¿para qué? “Su finalidad -la del contemplativo- será vivir sólo para Dios: éste es el profundo resumen que proclama todo el deseo que Dios puso en el corazón de cada monja. No ya sólo vivir en presencia de Dios sino vi­vir para solo Dios, sin más inten­ción que Dios, “porque -dice san Juan de la Cruz- es más precioso delante de él y del alma un poquito de este puro amor y más provecho hace a la Iglesia, aunque parece que no hace nada, que todas esas obras (exteriores) juntas[2]. De modo tal que todos los actos de su vida suban al Señor en suave olor de santidad, quemándose como el incienso en adora­ción al solo Santo, en acción de gracias por tanto bien reci­bi­do “en todo amando y reconociendo”.

Que María Santísima, imagen de toda Consagrada, sea la estrella luciente que muestre el sendero que conduce a Quien es: “camino, verdad y vida”.

 

 


[1] Directorio de Vida Contemplativa, 3.

[2] San Juan de la Cruz, Cántico, 29, 1.