LA ACCIÓN DEL ESPÍRITU SANTO EN SAN JUAN PABLO II
¿Cómo es posible que un hombre, con las fragilidades propias de nuestra condición, las fragilidades de todo ser humano, haya podido combinar en sí mismo, de modo tan armónico y perfecto, cualidades aparentemente tan opuestas: ser una gran deportista y un profundo metafísico, un misionero planetario y un místico de altura, hombre de dolores y Apóstol de los jóvenes, de las familias (y despertador de tantas vocaciones), patriota ejemplar y hombre universal y líder mundial, etc.? Esto sólo es posible por la acción fecunda de Dios, que obrando en nosotros, pequeños y pecadores, hace cosas de verdad grandes.
Sí, San Juan Pablo II es una obra de arte del Espíritu Santo, el Papa que tanto necesitaba el siglo XX y el nuevo milenio. Cuando pronunció su “sí” hace 44 años, en el cónclave de octubre de 1978, asumió una Iglesia con un enorme “cansancio y complejidad”, fruto de la crisis postconciliar; cuando murió, dejó el papado y la Iglesia en el punto más humanamente más alto que podría esperarse, lleno de prestigio y con una enorme autoridad moral a los ojos del mundo entero: prueba de ello fue su funeral, por lejos la retransmisión televisiva más vista de la historia, que conmovió y emocionó al mundo entero (¡más que los mundiales de fútbol!).
Es impresionante cómo desde su infancia y juventud, a través de los diversos acontecimientos de su vida, el Espíritu Santo moldeó fue moldeando su alma, dócil a su acción. Desde muy joven aprendió a ser muy devoto del Espíritu Santo y a confiarle las situaciones difíciles. En una ocasión confesó:
“Para mí, la experiencia de la acción del Espíritu Santo me fue transmitida de manera especial por mi padre […] Si me encontraba en alguna dificultad, me aconsejaba rezar al Espíritu Santo; y esta enseñanza suya me ha mostrado el camino que he seguido hasta hoy”.
Y es sorprendente constatar cómo supo ser dócil al Espíritu Santo, atravesando con admirable resignación tantos desapegos humanos, tantas pérdidas dolorosas, tantas contradicciones y cruces, tantas pruebas.
Cuando Karol era todavía muy joven, su madre solía decir a las demás mujeres: “Ya veréis cómo mi pequeño Karol será una gran persona”, y no se equivocaba. Sólo que ella nunca llegaría a verlo en esta tierra, porque su madre murió cuando él tenía apenas nueve años (en 1929). Su hermano mayor, Edmund, que era médico, murió en 1932, enfermándose por atender a un hombre muy pobre. Junto con su padre se trasladó a Cracovia para comenzar sus estudios en la Universidad Jaguelónica; su padre, suboficial del ejército polaco, murió en 1941, durante la ocupación de Polonia por la Alemania nazi. Con esta última pérdida quedó humanamente solo y como desamparado. Además Karol Wojtyła debió sufrir dos regímenes que pueden contarse entre los más destructivos y perversos de la historia de la humanidad: el nazismo y el comunismo. Por no hablar de todas las amarguras que debió soportar como sacerdote, como obispo, como cardenal y luego como Pontífice (baste como ejemplo recordar el atentado del 13 de mayo de 1981).
Desearía subrayar esto: cómo se hacen realidad en él las palabras de San Pablo cuando dice: “mi poder triunfa en la debilidad” (2 Cor 12,9). Es impresionante lo que fue capaz de hacer Karol abandonándose a Dios, a la acción transformadora y fecunda del Espíritu Santo.
Esta transformación interior operada por el Espíritu Santo en el Papa Magno parte de su vida de oración. Un teólogo polaco, estudioso de la personalidad de San Juan Pablo II, comenta sobre el Papa:
“La experiencia de los efectos de la oración diaria al Espíritu Santo llevó –a este santo– a comprender lo siguiente sobre la Trinidad: ‘En la oración…el verdadero protagonista es Dios. El protagonista es Cristo, que libera constantemente a la criatura de la esclavitud de la corrupción y la conduce a la libertad, a la gloria de los hijos de Dios. El protagonista es el Espíritu Santo, que viene a ayudarnos en nuestra debilidad (cf. Rm 8,26). Empezamos a rezar con la impresión de que es nuestra iniciativa; por el contrario, es siempre la iniciativa de Dios en nosotros’” [1].
Esta familiaridad interior con Dios fue lo que provocó un impresionante cambio espiritual en Karol Józef Wojtyła.
Una demostración de este cambio interior que obró en él el Espíritu Santo es el gobierno que le fue confiado sobre la Iglesia. Por ejemplo, unas horas antes de entrar en el cónclave, el 14 de octubre de 1978, el Beato cardenal Stefan Wyszynski recordó a su hermano en el episcopado, Léon-Etienne Duval, arzobispo de Argel, que era el día de Santa Eduvigis, sugiriéndole que diera el voto al cardenal de Cracovia. Y lo describió con estas palabras: “… es un místico, un poeta, un pastor, un filósofo, un santo… pero es un mal administrador”; refiriéndose a las dificultades que encontró, en su opinión, no tanto en la gestión de los bienes materiales cuanto en la organización del gobierno curial.
Y el mismo Papa Juan Pablo II, el año antes de su muerte, tras más de 25 años de Pontificado, en su libro “¡Levantaos! ¡Vamos!”, de alguna manera reconoce esta debilidad temperamental[2]:
“Hay siempre un problema en la relación entre autoridad y servicio. Tal vez deba reprocharme a mí mismo por no haber intentado lo suficiente mandar. En cierta medida es debido a mi temperamento. Pero de algún modo hace referencia también al deseo de Cristo, que pidió a sus Apóstoles servir, más que mandar”[3].
Sin embargo, el Espíritu Santo –en virtud de su docilidad y entrega total a la acción divina– obró en él un cambio extraordinario, convirtiéndolo en un administrador aún mejor de lo que humanamente se hubiera esperado de alguien con talento y don natural. Y fue capaz de transformar para bien, no sólo la Curia Romana, sino el mundo entero[4]¡…Porque Dios, cuando lo dejamos obrar, siempre hace cosas grandes y útiles…!
Un reciente artículo sobre este aspecto de la docilidad de San Juan Pablo II afirma:
“Los movimientos del Espíritu Santo, que Karol dejó actuar en él, darían un fruto que cambiaría el mundo, como lo hizo en Pentecostés la Iglesia fundada por Jesucristo, verdadero Dios y Hombre. Veinte siglos después de la fundación de la Iglesia de Jesucristo sobre el Apóstol San Pedro, y después de Pentecostés, el futuro sucesor de Pedro, el futuro Papa llamado desde un ‘país lejano’, comenzaba a ser formado y transformado por el mismo Espíritu Santo para una tarea trascendental de profundas dimensiones: ‘dar a conocer el kerigma, es decir, el grandioso anuncio en el que se basa toda la fe: Jesús es el Señor; sólo en Él está la salvación: hoy, como ayer y siempre’”.
Este Pontífice Magno era muy consciente de que, para ser un auténtico discípulo de Jesús, para poder influir positivamente en las almas y en la sociedad, es necesario dejar actuar al Espíritu Santo, es más, abandonarse completamente a su acción fecunda y vivificante. En una ocasión dijo a un grupo de niños confirmandos:
“¡Ay, si sólo confiáis en vuestras propias fuerzas! Nadie consigue ser un auténtico discípulo de Cristo si quiere serlo solo, por su propia iniciativa y con su propia energía. Es imposible… El Espíritu Santo, al igual que el viento… aviva, impulsa, refresca. Él es nuestra fuerza secreta, digamos casi como una reserva inagotable y la energía propulsora de todo nuestro pensamiento y trabajo como cristianos. Él os da valor, como a los Apóstoles en el cenáculo de Pentecostés. Os hace comprender la verdad y la belleza de las palabras de Jesús”[5].
Quizá sea este uno de los mayores secretos de la santidad de San Juan Pablo II, Magno: su total docilidad a la acción del Espíritu Santo. Y creo que quizás es un aspecto en el que todavía tenemos mucho para aprender y crecer, para no estancarnos en el camino espiritual, para no desviarnos del buen camino, cayendo en la esterilidad, sino ser -según es la voluntad de Cristo- espiritualmente fructíferos (cfr Jn 15,16). Los autores espirituales más serios nos lo enseñan; uno de ellos afirma:
“Muchos incesantemente se desvían; es que el Espíritu Santo los llama con sus inspiraciones, pero como son indóciles, llenos de sí mismos, apegados a sus propios sentimientos, orgullosos de su propia sabiduría, no se dejan guiar con docilidad, sólo en contadas ocasiones entran en el camino trazado por Dios, y permanecen allí poco tiempo, porque retornan a sus propias ideas y designios, que los engañan mucho. Y de esta manera no avanzan mucho, y son sorprendidos por la muerte cuando han dado unos pocos pasos, mientras que podrían haber corrido mucho, si se hubieran entregado a la dirección del Espíritu Santo.
Por el contrario, las personas de vida interior, que se dejan guiar por la luz del Espíritu de Dios, a la que están bien dispuestas porque son de corazón puro y de perfecta docilidad, van a pasos agigantados y vuelan, por así decirlo, por los caminos de la gracia”[6].
Que San Juan Pablo II haya sido un maravilloso instrumento del Espíritu Santo, que haya experimentado esta transformación interior maravillosa, tiene mucho que ver con haber sido todo de María, enteramente suyo.
Pidamos hoy a Dios, por su intercesión maternal, la gracia de dejarnos moldear suavemente por el Espíritu Santo –tal como hicieron Ella, y el Padre Espiritual de nuestra Familia Religiosa, Juan Pablo II, Magno–, para alcanzar la estatura espiritual a la que el Señor quiere llevarnos, para su gloria, para el bien de la Iglesia de hoy –tan necesitada de espíritus magnánimos–, y para el bien de tantas y tantas almas.
[1] Jerzy Nawojowski – Andrzej Dobrzynski “Juan Pablo II frente a la experiencia de Dios, su relación con los místicos del Carmelo teresiano”, Grupo Editorial Fonte, Monte Carmelo, CITeS, Universidad de la Mística, Burgos 2020, p. 220.
[2] Inclusive los mismos comunistas, que habían puesto su veto sobre otros nombres, consintieron cuando su nombre apareció en la lista de obispos para la sede Cracovia, porque lo juzgaban un intelectual, pacífico, y lo veían débil de carácter (no representaba un obstáculo para el comunismo… ¡Y cómo se equivocaron!).
[3] San Juan Pablo II, ¡Levantaos! ¡Vamos!, traducción de Z. J. Brzozowska, Ed. Mondadori, 2004.
[4] La Curia romana: el Papa Benedicto XVI responde a un periodista que lo entrevista sugiriendo que, debido a su enfermedad y a su carácter, Juan Pablo II no se interesaba especialmente por los asuntos de la Curia Romana: “… la continuidad de su gestión se dio enteramente a través de los colaboradores elegidos por él mismo. Siempre siguió tomando las decisiones más importantes. También introdujo una reforma de la Curia Romana –la Constitución Apostólica Pastor Bonus, del 28/6/1988– y le dio su estructura actual. Aunque dejaba muchas decisiones en manos de sus colaboradores, siempre tuvo en cuenta el conjunto y asumió las responsabilidades esenciales en su totalidad”.
La Iglesia y el mundo entero: Es amplio su benéfico influjo.
- Impulsa una nueva evangelización: mediante una de la fidelidad y centralidad a la persona de Cristo en la vida de la Iglesia; así lo expresa la encíclica que quiso sea programática en su Pontificado, Redemptor Hominis.
- Ecumenismo: mediante el diálogo y el encuentro con las demás Iglesias cristianas y con cada una de las confesiones religiosas (piénsese en el histórico encuentro interreligioso celebrado en Asís el 27 de octubre de 1986). Produjo una mejora significativa de las relaciones de la Iglesia Católica con el judaísmo, el islam, la Iglesia ortodoxa oriental y la comunión anglicana.
- Empeño ético y social: Asumió la defensa de la dignidad de la persona y de los derechos humanos, así como la promoción de la diversidad cultural de los pueblos, y también fomentó la justicia social y la moralidad personal. Condenó el totalitarismo, las dictaduras, el aborto, la manipulación genética, el materialismo, el hedonismo y la mafia.
- Lucha por la paz: a través de la mediación en muchos conflictos y la condena enérgica de la guerra y la carrera armamentística (por ejemplo, evitó el conflicto bélico entre Argentina y Chile en 1978 por el canal de Beagle).
- Rigor doctrinal: advirtiendo contra los riesgos de la ideología de la teología de la liberación, contra el lefebrismo y conta muchas otras formas de distorsión doctrinal.
Esta incansable labor suya explica la enorme resonancia que tuvo su ministerio en todo el mundo. Lo dicen algunos grandes protagonistas de la historia reciente:
- Mijail Gorbachov: “El Papa es la autoridad moral más importante del mundo y es un eslavo”.
- El General Wojciech Jaruzelski, último gobernante de la Polonia comunista: la visita de Juan Pablo II a Polonia en 1979 fue el “detonante” de todos los cambios posteriores.
- El Presidente del Parlamento Europeo, el socialista Josep Borrell, escribió en su momento: “Me inclino con respeto ante la memoria de esta gran personalidad que dejó una huella decisiva en la historia del último cuarto de siglo (…) Fue respetado por la claridad de sus opiniones y la sinceridad de sus constantes esfuerzos por promover la justicia, la paz y el respeto a la dignidad y los derechos humanos. Nadie olvidará sus gestos de apertura y diálogo con representantes de otras religiones… La historia recordará los esfuerzos decisivos de Juan Pablo II para conducir a los Estados de Europa Central y Oriental hacia la democracia y la libertad. También se recordará su actividad, a menudo discreta pero decidida, en favor del diálogo entre los pueblos y los Estados en conflicto y de la reanudación de las negociaciones entre los Estados de Oriente Próximo”.
- El excanciller alemán Gerhard Schröder: “El Papa influyó en la integración pacífica de Europa de muchas maneras. Con sus esfuerzos y su impresionante personalidad ha cambiado nuestro mundo”.
[5] San Juan Pablo II, Homilía a los confirmandos (1982).
[6] P. Louis Lallemant, S.J., Doctrina espiritual, princ. 4, c. 2. a I, c. 2.