Dijo Nuestro Señor a Santa Margarita María de Alacoque en una aparición: “He aquí este Corazón que tanto ha amado a los hombres, y que no ha ahorrado nada, hasta el extremo de agotarse y consumirse para demostrarles Su Amor, y en reconocimiento no recibo de la mayor parte más que ingratitud”. Como Esposas de este divino Corazón, debemos retribuir a tanto amor con una vida que llegue a consumirse totalmente por Él, sin ahorrarnos nada. En este mes dedicado a su Sagrado Corazón, queremos ofrecer esta Homilía predicada por el P. Elvio Fontana, IVE.

Cuando Dios acepta y toma nuestro corazón

“Señor, haz nuestro corazón semejante al tuyo”. Esta solemnidad nos invita a pensar cómo asemejar nuestro pobre corazón al Corazón de Cristo. Pero supongamos que se nos aparece Jesús y nos dice: “no te preocupes, deja que lo haga yo”. Ciertamente Jesús lo hará muchísimo mejor de lo que nosotros nos animaríamos o imaginaríamos hacer. Y eso es lo que vemos en algunos santos… basta observar las apariciones de Jesús… cómo se muestra el Corazón de Cristo: coronado de espinas, llagado, sangrante, sufriente. Si Jesús dice “dame tu corazón que yo lo voy a hacer semejante al mío”, se corre un gran riesgo.

Ofrecer nuestro corazón es el primer paso. ¿Podemos ofrecerlo? Respondamos primero a esta pregunta.

Este año cumplimos 3 aniversarios importantes respecto al Sagrado Corazón:

1.  Hace 130 años, el 28 de junio de 1889 (día del Sagrado Corazón), el Papa León XIII elevaba a primera clase la fiesta del Sagrado Corazón.

María-Droste-zu-Vischering2.  Pocos años más tarde, una religiosa alemana, María Droste zu Vischering, hermana de la Congregación de Nuestra Señora de la Caridad del Buen Pastor, destinada a la ciudad de Oporto en Portugal, recibe una revelación por medio de la cual debía pedirle al Papa (León XIII) la consagración de todos los hombres al Sagrado Corazón. Ella, que sufría de una enfermedad mortal, le escribe una carta al Santo Padre. El Papa, en esos días enferma de improviso y también de improviso y muy rápidamente se recupera de un modo milagroso, que él atribuye a la oración de los cristianos que rezaban por él.

Ante la sugerencia de la religiosa, el Papa León XIII consideró e hizo estudiar la idea cuestionándose acerca del derecho de poder consagrar a “toda la humanidad” (incluso no bautizados, no creyentes, infieles). Ya en otra ocasión, varios obispos habían pedido a Pío IX que consagrara a todos los hombres al Sagrado Corazón, lo cual no se pudo llevar a cabo por los problemas con el Reino de Italia. El papa autorizó que las ciudades se consagren, pero no se pudo hacer la consagración unánime de toda la humanidad. En esta ocasiónseestudia el tema siguiendo a Santo Tomás de Aquino. A conclusión León XIII promulga la Encíclica Annum Sacrum, publicada el 25 de marzo de 1889, estableciendo que en el mes de junio se realizaría la Consagración para la cual había que prepararse. En ella explica que Santo Tomás, respondiendo a la objeción sobre la posibilidad o el derecho de realizar la consagración de “todos los hombres”, dice: “En cuanto a la potestad, todo está sujeto a Jesucristo, todo le está sujeto en cuanto al ejercicio de su poder. La potestad, el dominio es todo de Cristo. Pero lo ejercita por medio de la verdad, la justicia y sobre todo, la caridad”.

Cristo domina todo, pero quiere ejercer su dominio por medio de la caridad. ¿Por qué estamos nosotros aquí y tratamos de ser buenos? Porque ejerce su dominio sobre nosotros con la verdad, con la justicia, pero sobre todo con la caridad: cuando uno quiere hacer la voluntad de Cristo. El Papa hace otro razonamiento hermoso: “Pero en esta doble base de su poder y de su dominación, Jesucristo nos permite, en su benevolencia, añadir, si de nuestra parte estamos conformes, la consagración voluntaria. Dios y Redentor a la vez, posee plenamente y de un modo perfecto, todo lo que existe. Nosotros, por el contrario, somos tan pobres y tan desprovistos de todo, que no tenemos nada que nos pertenezca y que podamos ofrecerle en obsequio. No obstante, por su bondad y caridad soberanas, no rehúsa nada que le ofrezcamos y que le consagremos lo que ya le pertenece, como si fuera posesión nuestra. No sólo no rehúsa esta ofrenda, sino que la desea y la pide: “Hijo mío, ¡dame tu corazón!” (Pro 23, 26)”[1].  Dice el Papa que no solo tiene el dominio, no solo no se ofende que le estemos ofreciendo cosas que no son nuestras, sino que me lo pide. Es de él, y me lo pide. “¡Hijo mío, dame tu corazón!”.

“Podemos pues serle enteramente agradables con nuestra buena voluntad y el afecto de nuestras almas. Consagrándonos a Él [con los actos de consagración, con la renovación de la misma], no solamente reconocemos y aceptamos abiertamente su imperio con alegría, sino que testimoniamos realmente que si lo que le ofrecemos nos perteneciera, se lo ofreceríamos de todo corazón…”. Sabemos que nuestro corazón no es nuestro. Y si fuera nuestro se lo daríamos: “[…] así pedimos a Dios quiera recibir de nosotros estos mismos objetos que ya le pertenecen de un modo absoluto. Esta es la eficacia del acto del que estamos hablando, y este es el sentido de sus palabras”. De este modo entonces nos podemos consagrar, y así lo hemos hecho: a la Virgen, al Sagrado Corazón, y lo renovamos. Hicimos una consagración pública como Instituto Religioso, y algunos ya tenían consagración privada. El Papa manda que los días viernes 9 y sábado 10 de junio se inicie con letanías al sagrado Corazón y que el domingo 11 de junio se haga la consagración de todos los hombres. Era el año 1899.

3.  El tercer aniversario que celebramos hoy es interesantísimo, muy particular, y en especial para nosotros muy iluminante, teniendo en cuenta que Jesús quiere hacer nuestro corazón semejante al suyo, y que me lo pide a pesar de sus miserias. En ese mismo año 1899, en febrero, Santa Gemma Galgani, que tenía 19 años, se enferma gravemente: pierde el control de las piernas, de los movimientos y sufre otros fuertes dolores. Los médicos le dicen que se prepare para morir porque no pasaría de esa noche. Le sugieren de encomendarse a San Gabriel de la Dolorosa, y de realizar una novena al Sagrado Corazón de Jesús. Una amiga le sugiere pedirle el milagro a la Beata Santa Margarita María de Alacoque, para que la hicieran santa. Santa Gemma empieza entonces la novena, pero la interrumpe al día siguiente. La recomienza y nuevamente la interrumpe. Empieza por tercera vez, siempre enferma como estaba. El tercer día, por la noche se le aparece una persona. Gemma siente una mano que le toca la frente y una voz que le pregunta:

– “¿Quieres curarte?

– Es lo mismo, respondí.

– Sí, – responde la voz – vas a curarte, ora con mucha fe al Corazón de Jesús. Cada noche, hasta que no sea terminada la novena, yo vendré aquí y rezaremos juntos al Corazón de Jesús.

– ¿Y la beata Margarita?, le pregunté.

– Agrega también tres Gloria Patri en su honor”[2].

El 2 de marzo, vigilia del Primer Viernes de mes, penúltimo de la novena, se confesó, […] y al día siguiente se sana. Santa Gemma se cura milagrosamente ese viernes del Sagrado Corazón.

Son todas coincidencias… si se quiere. Pero después pasan dos o tres meses, llega el mes de junio: el jueves 8 de junio, vísperas del Sagrado Corazón y primer día del triduo de preparación a la solemne consagración de la humanidad, Santa Gemma Galgani, recibe por primera vez la gracia carismática de los estigmas. Relata ella misma: “Era la noche, por un momento, siento un intenso dolor por mis pecados. Nunca antes lo había sentido tan fuerte. Ese dolor me produjo casi la muerte”. Tengamos en cuenta el tema del dolor y la primera gracia de ver sus pecados. Sigue diciendo: “Después de esto, siento como si se me recogiesen todas las potencias del alma: el intelecto conocía solo mis pecados, y la ofensa a Dios. La memoria recordaba todos los pecados, y me presentaba todos los tormentos que Jesús había padecido por salvarme. La voluntad me hacía detestar todos mis pecados, y prometer de sufrir todo lo necesario para expiarlos. Una cantidad de pensamientos me venían a la mente: eran pensamientos de dolor, de amor, de temor, de esperanza”. Tengamos presente el elemento del pecado y la necesidad de reparar. Se le aparece la Virgen, y el ángel custodio le dice que rece el acto de dolor, arrepintiéndose de sus pecados:

“Después de haber terminado [de rezar el acto de dolor], la Virgen me dice:

– ‘Hija, en nombre de Jesús, te sean perdonados todos tus pecados’. Y agrega: ‘Jesús, mi Hijo, te ama tanto y quiere darte una gracia: ¿Sabrás tú ser digna?’

– Santa Gemma dice: ‘Mi miseria no sabía qué responder’.

Y agrega la Virgen: ‘Yo seré tu Madre, ¿Te mostrarás tú mi verdadera Hija?’”

Luego la Virgen abre un manto y la cubre. “En ese momento aparece Jesús, el cual tenía las heridas abiertas, de las cuales no salía más sangre. Salían como llamas de fuego, las cuales en un momento llegaron a tocar mis manos, mis pies y mi corazón. Me sentía morir, como caer por tierra. Pero la Virgen me sostuvo, siempre cubriéndome con su manto. Por varias horas permanecí en esa posición, después mi Madre, me besó la frente, y todo desapareció. Me encontraba de rodillas por tierra, pero sentía todavía un fuerte dolor en las manos, los pies y en el corazón”. Sigue contando cómo se levantó y cómo el ángel la ayudó a subir a la cama. “La mañana siguiente, con enorme dificultad pude ir a recibir la Comunión. Me puse un par de guantes para esconder mis manos. No podía sostenerme en pie. A cada momento, me sentía morir. Esos dolores me duraron hasta las tres de la tarde del viernes, fiesta solemne del Sagrado Corazón de Jesús”[3]. Era aquel viernes en que el Papa León XIII había pedido de iniciar los preparativos para la consagración de la humanidad al Sagrado Corazón de Jesús. Santa Gemma vive de modo carismático, o sea para bien de toda la Iglesia, su unión victimal con el Redentor y reparadora de sus dolores. También ese mismo día, 8 de junio de 1899, moría la religiosa María Droste zu Vischering, y Dios confirmaba con su muerte la sobrenaturalidad de su misión.

De nuestra parte, no tenemos grandes cosas para ofrecer a Dios. Nuestro corazón no es ni siquiera nuestro. Pero Dios nos dice: “¡Dame tu corazón!”. Y Dios puede hacer cosas muy grandes, puede tener pensadas cosas muy grandes. Los místicos nos muestran con fenómenos místicos, el extremo de unión con Cristo sufriente. Nosotros entendemos que el Señor, probablemente sin cosas extraordinarias, nos acepta y nos confía el oficio de reparar, sufrir, acompañar, con seria conciencia del dolor de los pecados… Estos elementos están en la esencia de la devoción al Sagrado Corazón.

Pidamos la gracia de renovar nuestra consagración y de vivir intensamente nuestra entrega al Señor.


[1]León XII, Encíclica Annum Sacrum, 25 de mayo de 1899, en ASS 21 (1899), pp. 646-652. En español: https://www.corazones.org/doc/annum_sacrum.htm(link is external)

[2]Enrico Zoffoli, La povera Gemma, Roma 1957, p. 14 (Declaración de Giulia Sestini, Processo Apostolico di Pisa, 1922). [Traducción nuestra]

[3]Germano di S. Stanislao, Biografia della Serva di Dio Gemma Galgani, 5 ed., Roma 1915, pp. 267ss. [Traducción nuestra]