Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz
Jn 3,13-17
Bagnoregio – SSVM[1]
En los últimos nueve días hemos rezado la novena en preparación para celebrar la Fiesta de la Exaltación de la Santísima Cruz y cada día habéis cantado en las letanías: Bendita sea la Cruz de Matará bajo cuyo nombre nos congregamos, a tal invocación respondisteis todas a coro: Que sea bendita.
Es una simple invocación, pero que resume perfectamente el motivo por cual estáis congregadas. Es decir, estáis reunidas, unidas, agrupadas para un fin determinado. Y ¿cuál es este fin? Que la Cruz sea bendita. Permitir a Cristo que reine “en todo hombre, en todo el hombre y en todas las manifestaciones del hombre”, y ¿dónde reina Cristo sino desde la cruz en un admirable acto de amor por cada uno de nosotros?
Jesús dijo: “Cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí” (Jn 12, 32) y, en efecto, desde la Cruz el Señor nos ha conquistado para Sí. Abriendo su Sagrado Corazón con la lanza nos atrajo hacía Sí, de modo que cada una de vosotras decidió decir como San Pablo: En cuanto a mí, no me gloríe sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por la cual el mundo ha sido crucificado para mí, y yo para el mundo” (Gal 6,14). Y de este modo habéis pedido el ingreso a la congregación para consagrar vuestras vidas al Esposo. Pero no a cualquiera. A un Esposo Crucificado que desde la cruz os ha congregado.
No solo os llama desde la Cruz, sino que habéis entrado en una Familia religiosa en donde, como dice su fundador: «parte integrante, esencial de nuestro carisma es la Pasión de nuestro Señor Jesucristo. Y si alguna no está decidida a vivir de corazón la Pasión de nuestro Señor Jesucristo, decídase cuanto antes, porque así no va a caminar mucho, porque no va a llegar a aprender a amar a Dios. “El fuego del amor de Dios, dice San Alfonso de Ligorio, solo puede prender con el leño de la Cruz”[2]. Quiero decir que cuando uno ama mucho a Dios, ama mucho a Dios porque ese fuego lo fue prendiendo con la meditación, la contemplación y la vivencia de la Pasión de Nuestro Señor»[3].
Y para recordaros a vosotras mismas y al mundo esta verdad, lleváis en vuestros hábitos «como parte integral y signo distintivo la Cruz de Matará que brilla en el fondo del escapulario para anunciar al mundo su “no ser del mundo”[4], y el haber sido “desposadas con Cristo bajo el signo de la cruz”[5]» [6].
Por eso si uno verdaderamente quiere decidirse a seguir a Cristo y “En nombre de Cristo deseamos formar una familia religiosa en la cual sus miembros estén dispuestos a vivir de modo radical las exigencias de la Encarnación y de la Cruz”[7] debemos amar las tres cosas que Cristo más amó en esta tierra: la misma Cruz, la Eucaristía y su Madre.
La cruz
Dice el P. Buela: “de tal manera están dadas las cosas que no se da Jesús sin la cruz, ni la cruz sin Jesús. Jesús esposo, la cruz esposa, indisolublemente unidos. Jesús nunca está sin la cruz, pero la cruz no lo está nunca sin Jesús”[8].
No hay ninguna otra cosa de la cual haya hablado tanto Jesús en sus predicaciones como el hecho de que vino a morir en una cruz por nosotros. Por eso “Debemos especializarnos en la sabiduría de la cruz, en el amor a la cruz y en la alegría de la cruz”[9].
Porque «si hubiera habido otro camino para ir al Cielo, Jesucristo lo hubiera seguido y, además, lo hubiera enseñado. Pero no es así, Cristo fue por el camino regio de la Santa Cruz y también nos señaló este camino: Si alguno quiere venir detrás de mí, que se niegue a si mismo, que tome su cruz cada día y me siga (Lc 9,23). Por eso como dice San Cirilo de Jerusalén: “fue crucificado Jesús por ti, que nada había hecho de malo: y tu ¿no te dejarás crucificar por él, que fue clavado en la cruz por ti?”[10]»[11].
Debemos desear vehementemente la cruz para participar en todo lo que es más íntimo al Esposo. Como dice San Luis María: “Si la cabeza está coronada de espinas, ¿serán coronados de rosas sus miembros? Si la cabeza es escarnecida y cubierta de barro en el camino del Calvario, ¿vivirán los miembros perfumados en tronos de gloria?”[12].
Por lo tanto, no debemos desear saber de otra cosa sino de Jesucristo, y este, crucificado (1Cor 2,2). Esta doctrina de la cruz debe ser la que debemos aprender, vivir, predicar a las almas y en esta cruz debemos gloriarnos, porque es mediante la cruz que somos conducidos a la gloria.
Entonces, «Cuanto más dura, cuanto más pesada sea la cruz, tanto más mérito tendremos: Decía el P. Pio: “Cuanto más dura es la prueba que Dios manda a sus elegidos, tanto más abundantemente los conforta durante la opresión y los exalta después de la lucha”»[13].
La Eucaristía
Además, no podemos separar lo que Cristo ha querido unir indisolublemente. Y «La Eucaristía es la perpetuación de la Pasión y de la Cruz, y el segundo acto del único drama de la Redención»[14].
La Eucaristía es el sacrificio de Cristo. «El memorial que recuerda y renueva la muerte del Señor»[15]. En la Eucaristía, el sacrificio cruento de Cristo se renueva, se actualiza, pero incruenta o sacramentalmente[16].
«El pan y el vino presentados en el altar […] son consagrados de tal manera que se convierten “verdadera, real y sustancialmente” en el cuerpo entregado y la sangre derramada de Cristo mismo. Así, en virtud de la consagración, las especies de pan y vino «representan», de modo sacramental e incruento, el sacrificio cruento propiciatorio que Él ofreció en la cruz al Padre para la salvación del mundo»[17].
Decía San Juan Pablo II: «El amor de Cristo por nosotros es tal que también quiso que todos los hombres de todos los tiempos pudieran participar del momento culminante en el que nos salvó. En efecto, en cada Santa Misa se renueva, se perpetua y se hace presente para nosotros el único sacrificio de Cristo. Así, el único y definitivo sacrificio redentor de Cristo se hace siempre presente en el tiempo, haciendo posible que también nosotros participemos como María y Juan en el Calvario. Lo que ellos veían sangriento, nosotros lo vemos incruento»[18].
Nos ha dejado un «monumento vivo, perpetuo, eficaz, máximo de su amor: ¡la Eucaristía! Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo los amó hasta el fin (Jn 13,1), los amó hasta no poder más, los amó hasta el extremo, los amó hasta quedarse bajo la apariencia de pan y vino. ¡Nos amó hasta la Eucaristía!»[19].
– Y así podemos comprender que – «La gran escuela del amor cristiano es la Misa. Ella abre sus puertas todos los días y las abrirá hasta el fin del mundo, para que la Misa se convierta en maestra solícita para todo el que quiera aprender a amar como Cristo, que no sólo nos enseña con palabras, sino, lo que es mucho más, con el mismo hecho»[20].
Porque la cruz y la Eucaristía son un mismo y único sacrificio que se anticipa sacramentalmente en la Última Cena, se ofrece en el madero de la cruz y se perpetúa en todos los altares en los que se celebra la Santa Misa. De modo que cada uno de nosotros pueda decir que estuvo al pie de la cruz de Cristo en el momento culminante de nuestra redención.
María Santísima
Y si hablamos de estar al pie de la cruz, contemplamos que a nuestro lado está la Madre del crucificado. Mejor dicho, subimos para estar cerca de Ella, que nos espera junto a la Cruz de su Hijo. Junto a la Cruz y a su perpetuación, que es la Eucaristía. El P. Pío cuenta cómo veía a María acompañándole al Calvario cada vez que celebraba la Misa[21].
La Madre de los Dolores con el corazón traspasado a la que debemos pedir que nos enseñe a amar y servir debidamente a su Hijo. A Ella nos hemos consagrado para servir mejor a su Hijo, y a Ella debemos recurrir para amar más a ese crucificado que María contemplaba al pie de la cruz.
«La Virgen María debe ser otro de nuestros grandes amores. Por su unión con Cristo, por habernos engendrado a nosotros, los miembros, junto con la Cabeza. Y por habernos sido dada como Madre cuando estuvo al pie de la Cruz: he ahí a tu hijo (Jn 19,26)»[22]
Dice San Luis María sobre los dolores de la Virgen:
«Su alma fue traspasada,
lacerada por un gran dolor.
Sufre en lo más profundo de su corazón
más que los mártires de toda la historia.
María siente los mismos tormentos
de su amado Hijo al morir:
La Virgen está bañada en lágrimas.
Sólo el amor la sostiene.
Que el amor abra una brecha
para unirnos a su dolor.
Haznos partícipes de tu sufrimiento,
Madre buena y Madre de amor,
y, más puros en nuestro sufrimiento,
permítenos corresponder un poco a tu amor».[23]
Y con los mismos sentimientos, junto a la cruz de Cristo, estaban María Magdalena, María Salomé, María de Cleofás y otras. «“Y así como estas mujeres subieron al Calvario a contemplar el sacrificio de la cruz”[24] y a acompañar a la Madre, así también vosotras, seguidoras de las primeras Servidoras del Señor y de quien recibís su nombre»[25], debéis servir a Cristo en la cruz y crucificadas con Él, en su cuerpo físico que es la Eucaristía y en su cuerpo místico que es la Iglesia, guiadas por su Madre, Nuestra Señora de los Dolores.
Que María, Santísima, os obtenga la gracia de cantar con la voz, pero sobre todo con las obras de vuestras vidas:
Bendita sea la cruz, altar del único y verdadero sacrificio.
Bendita sea la cruz a cuyos pies padeció la Madre dolorosa.
Bendita sea la cruz de Matará bajo cuyo nombre nos congregamos.
[1] En esta Santa Misa: Claudia, Melina y Sofía recibirán la cruz de Matará, el primero de los signos de pertenencia a la Congregación.
[2] San Alfonso maría de Ligorio, Práctica de Amor a Jesucristo, PS D.L., Madrid 1989, 69.
[3] P. Buela, Servidoras III, p. 48
[4] Cfr. P. Buela, Servidoras I, Parte I, cap. 3. 1; op. cit. Cf. Jn 17, 14.
[5] Cfr. Santa Edith Stein, Cartas de Edith Stein, III, 27
[6] P. Nieto, La cruz es el programa de vida de las Servidoras, 10 Septiembre 2021
[7] Constituciones IVE, 20
[8] P. Buela, Servidoras V, p. 113
[9] Constituciones IVE, 42.
[10] San Cirilo de Jerusalén, Catequesis, 13
[11] Cfr. Directorio de Espiritualidad, 134.
[12] San Luis María Grignon de Montfort, Carta circular a los amigos de la cruz, nº 27.
[13] P. Buela, Servidoras V, p. 114.
[14] Cfr. Directorio de Espiritualidad, 137.
[15] Cfr. P. Buela, Servidoras V, p. 17.
[16] Cfr. P. Buela, Servidoras V, p. 19.
[17] San Juan Pablo II, Carta sobre el misterio y el culto de la Eucaristía, (24/2/1980), n.9: AAS 72 (1980), p.133.
[18] Cfr. San Juan Pablo II, Ecclesia de Eucharistia, 12.
[19] P. Buela, Servidoras V, p. 36.
[20] Ídem.
[21] Cfr. http://www.sanpiodapietrelcina.org/messapadrepio.htm
[22] Directorio de Espiritualidad, 303.
[23] San Luis Maria de Montfort, Cantico 74.
[24] Cfr. P. Buela, Servidoras I, Parte I, cap. 1.2.
[25] P. Buela, Servidoras II, Parte II, cap. 3. 8.