No es mi intención ponerme a adivinar qué hubiese predicado el padre en un día como hoy… Pero, sí les puedo recordar, algunas de las cosas que ya les dijo el padre… Y que, en estos momentos, adquieren una importancia especial.
Llamadas a ser esposas de Cristo
“Creo que no se encuentra expresión ni más bella ni más exacta para definir lo que es una religiosa, que llamarla esposa: ‘esposa de Cristo’” (P. Buela, Servidoras I, p. 183).
Se trata de estar fundadas en Cristo: “Queremos estar anclados en el misterio sacrosanto de la Encarnación” (n. 1).
“Es el objeto principal de nuestra fe. Él es el sentido de nuestra vida. Él es la suma de todas nuestras más íntimas aspiraciones. Él toda nuestra esperanza. Él el gran amor de nuestra vida.” (El Arte del Padre, p. 671).
- Algo que se puede decir: el padre supo hablar de Dios, con “natural” sobrenaturalidad.
- Y, en concreto, ¡cómo hablaba de Jesucristo! No he visto a nadie que hable así de Jesucristo, mostrándotelo como alguien personal, como alguien que te mira, que te ama, para quien vales mucho y que está dispuesto a hacer mucho por vos…
- Y, nuevamente la insistencia: es el fundamento, “Queremos fundarnos en Jesucristo, que ha venido en carne (1 Jn 4,2), y en sólo Cristo, y Cristo siempre, y Cristo en todo, y Cristo en todos, y Cristo Todo, porque la roca es Cristo y nadie puede poner otro fundamento (1 Cor 3,11).” (n. 7).
[La consagración mediante los votos] Para realizar con mayor perfección el servicio de Dios y de los hombres, nos comprometemos con los tres votos de: castidad por el Reino de los cielos (Mt 19,12); pobreza, vende cuanto tienes (Mc 10,21); y obediencia, es mejor que los sacrificios (1 Sam 15,22), para seguir más íntimamente al Verbo Encarnado en su castidad, pobreza y obediencia.
Y, ¡miren lo que les dice en este día!: “¡Toda nuestra vida religiosa debe ser un hermoso e incisivo himno de gloria a Jesucristo, el Verbo Encarnado! Lo será en la medida que sigamos su camino marcado por sus mandamientos, sus consejos y las bienaventuranzas” (El Arte del Padre, p. 672).
¿Entienden el sentido de lo que están haciendo?
Quitar todo lo que puede apartar de Cristo para ser de Él. Adherirse con adhesión firme, con cuerdas de amor… a través de los votos. Porque el sentido de los votos es el amor, y no tiene otro sentido. Los votos no sirven como perfección personal. O sea, si sirven, no me interesan… Porque no viniste a la vida religiosa para lograr una perfección personal, ni siquiera la perfección de las virtudes. Si no es para ganar a Cristo y por Cristo, no la quiero, porque para mí la vida es Cristo y la muerte una ganancia…
Pero, llamadas como esposas…
Cuando no teníamos todavía la casa del Nihuil y estábamos buscando para la convivencia de los menores, el padre me pidió que lo acompañara para hablar con el Ing. Zimmerman, que era jefe de una de las empresas del pueblo. Un hombre muy bueno. Nos invitó a almorzar. En un momento de la conversación, comenzó una divertida discusión matrimonial. Típicos “dulces” reproches de la señora echando en cara a su esposo que se pasaba trabajando y haciendo cosas y ella, todo el día trabajando en la casa y cocinando durante horas. El ingeniero trató de defenderse diciendo: “pero, si a vos te gusta cocinar…” Ahora, de repente, el ambiente un poco tenso, pero divertido, se trocó en grave solemnidad, porque la señora, que había ido a buscar una fuente, se vuelve enérgica y le contesta: “¡A mí me gusta verte contento a vos!”.
El P. Buela que seguía la escena con atención, se puso de pie y me hizo parar a mí también y dice: “Pero… ¡Esto merece un aplauso!”, y los dos sacerdotes terminamos aplaudiendo la sentencia de la doña… Realmente, el padre estaba feliz porque era una plástica representación del amor de esposa: más allá de que le pudiesen gustar o no algunas tareas hogareñas, lo que ella quería era ver feliz a su marido.
Es propio de toda buena esposa querer complacer al esposo. Es el ejemplo que dan tantas mujeres, esposas y madres, que son felices viendo a sus maridos felices. En las grandes cosas, como en los mínimos detalles de la comida, etc.
Es el ejemplo que deja una ejemplar y amante esposa, Santa Gianna Beretta Molla. Ella escribía tiernas cartas a su esposo: “Quisiera realmente hacerte feliz y ser aquella que tu deseas: buena, comprensiva y pronta a los sacrificios que la vida le pedirá…” (febrero 1955).
¿Y Jesús, no tiene derecho a aspirar a una esposa así, que esté preocupada por verlo contento a Él? Inclusive haciendo algo que en el momento no le agrada tanto…
Por eso, llama a la vida consagrada. Y llama atrayendo con lazos de amor (Os 11,4) y quiere que estén exclusivamente para Él y para el Evangelio: “el célibe se cuida de las cosas del Señor, de cómo agradar al Señor. El casado ha de cuidarse de las cosas del mundo, de cómo agradar a su mujer” (1 Cor 7,32). Por eso, ese aspecto mortificativo de los votos: es para no anteponer nada a Jesucristo, como lo dice San Pablo: juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo (Fil 3,8).
La experiencia de Cristo
No puede ser solo una idea en el aire, una nebulosa, si no tenemos una auténtica experiencia de Cristo, nos desvanecemos y se desvanece la misión. Por eso, decía el P. Buela: “Debemos hacer la experiencia del Señor en nosotros, para poder hacer que nuestros hermanos y hermanas también puedan conocer integralmente a Jesucristo” (El Arte del Padre, 672).
Y también en Const. 7: “Queremos ser “como otra humanidad suya”, queremos ser cálices llenos de Cristo que derraman sobre los demás su superabundancia, queremos con nuestras vidas mostrar que Cristo vive. Y al Espíritu de Cristo porque es el alma de la Iglesia y porque si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, éste no es de Cristo (Rom 8,9).
Tus padres te soñaron casada, bien casada. Los sorprendiste con esto… Pero, el sabio decía: Casa a tu hija y habrás hecho una gran cosa, pero dásela a un hombre prudente (Eclo 7,26). Pensá que el P. Buela también te soñó desposada con Buen Esposo…
Te soñó alegre y feliz…, inclusive en la cruz y a pesar de la pena, o, más bien, feliz como fruto de la pena. Y por eso quiso colores alegres y juveniles para tu hábito… Hasta se le pasó el rojo por la cabeza…
Te quiso lejos… ¿Un padre que quiere a sus hijos lejos? ¿Eso es posible? Depende: o no te ama, o te ama mucho y quiere salvar el mundo y que vos seas parte de esa gloria… Por eso, te quiso lejos, o con la disposición a ir a toda periferia… Por eso cantó emocionado con Pemán: “mientras exista un confín de tierra sin alabar, la tierra no tiene fin…”
Y te soñó perseverando…
El religioso puede desear la perseverancia, pero no se la puede dar a sí mismo: El corazón del hombre medita su camino, pero es Yahvé quien asegura sus pasos (Prov 16,9).
El P. Buela decía: “debemos reconocer que la perseverancia es gracia de Dios, para no usurpar su honor y su gloria. Es un punto de nuestra fe que hay que tener muy claro hoy día, en contra de las actuales tendencias pelagianas y semipelagianas, que ponen la primacía en el obrar del hombre y no en la gracia. Debemos aprender a defendernos frente a la invasión de paganismo que nos asedia y evitar, de hecho, el vivir como paganos.”
Y con mucha elocuencia reconocía la impotencia humana:
“¿Es posible que el hombre con sus solas fuerzas ame a Dios por sobre todas las cosas? NO.
¿Es posible que el hombre con sus solas fuerzas cumpla los diez mandamientos? NO.
¿Es posible que el hombre con sus solas fuerzas merezca la vida eterna? NO.
¿Es posible que el hombre que vive en gracia, con sus solas fuerzas, obre el bien y evite el mal? NO.
¿Es posible que el hombre por sus solas fuerzas persevere hasta el fin? NO.
Ahora bien, ¿qué cosas nos pueden dar la perseverancia?
No dan la perseverancia las Constituciones, ni los Directorios y Reglamentos.
No dan la perseverancia los superiores santos.
No dan la perseverancia los iguales virtuosos.
No dan la perseverancia los súbditos dóciles.
No dan la perseverancia los destinos que creemos mejores.
No dan la perseverancia el tener doctrina ortodoxa.
No da la perseverancia el ser devoto de todas las devociones.”
Y continuaba el P. Buela, para dejar bien claro las cosas, descartando las condiciones que me podrían dar una seguridad según los criterios humanos, aunque sea en torno a cosas buenas:
“Uno puede ser confesor de la fe, y sin embargo no perseverar.
Uno puede ser fundador, doctor, exitoso escritor, seminarista, novicia, hermana, párroco, obispo o papa, y no perseverar.
Uno puede ser un gran misionero, y no perseverar.
Uno puede haber tenido apariciones de la Virgen, y no perseverar.
Uno puede haber sido uno de los Doce, y no perseverar.
Uno puede haber tenido éxtasis, levitación, bilocación, y no perseverar.
Uno puede tener grandes milagros, y no perseverar.
Uno puede ser un gran predicador que convirtió muchas almas, y no perseverar.”
Por eso, es clara la enseñanza del Salvador: Sin mí, nada podéis hacer (Jn 15,5).
El hombre necesita de la gracia de Dios”.
Soñó con hijas místicas…
Se lo hicieron soñar, desde los comienzos, cuando el P. Menvielle le predicó en la primera Misa: “si el sacerdote no produce santos, como la higuera del Evangelio, no sirve y merece ser arrojado al fuego…”