El viernes 8 de mayo celebramos a la Patrona y Reina de nuestro Instituto, la Santísima Virgen de Luján. En esta ocasión pudimos festejar en la Casa Generalicia junto a las hermanas de la Casa Provincial de Italia. El centro de la celebración fue la Santa Misa en donde el P. Gonzalo predicó una hermosa homilía en la que hizo referencia a la elección que la Santísima Virgen María bajo la advocación de Luján, hizo de esta Congregación que es suya por elección divina. A continuación publicamos su homilía.
Somos de Ella, “por elección anticipada”,
somos de Ella, “por posesión que será eterna”
1. María, en el misterio de la elección divina
Las lecturas de la liturgia de hoy, solemnidad de Nuestra Señora de Luján, nos hablan del misterio de la elección divina.
La primera, de Isaías (Is 35, 1-7), sobre el misterio de la elección de un lugar desierto para hacerlo reverdecer de una manera sorprendente, y de cuyo reverdecimiento se seguirán inmensas bendiciones para las gentes.
Que el desierto y el sequedal se alegren, regocíjese la estepa y la florezca como flor; estalle en flor y se regocije hasta lanzar gritos de júbilo. La gloria del Líbano le ha sido dada, el esplendor del Carmelo y del Sarón. Se verá la gloria de Yahveh, el esplendor de nuestro Dios. Fortaleced las manos débiles, afianzad las rodillas vacilantes. Decid a los de corazón intranquilo: ¡Animo, no temáis! Mirad que vuestro Dios viene vengador; es la recompensa de Dios, él vendrá y os salvará. Entonces se despegarán los ojos de los ciegos, y las orejas de los sordos se abrirán. Entonces saltará el cojo como ciervo, y la lengua del mudo lanzará gritos de júbilo. Pues serán alumbradas en el desierto aguas, y torrentes en la estepa, se trocará la tierra abrasada en estanque, y el país árido en manantial de aguas. En la guarida donde moran los chacales verdeará la caña y el papiro.
La carta a los Efesios (1, 1-12) nos habla también del misterio de la elección de Dios, pero en sentido místico y espiritual. De la elección que es vocación a ser miembros de su Hijo divino para alabanza de su gloria. Es en Cristo que el Padre nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos porque nos ha elegido en él antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor; eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia con la que nos agració en el Amado. De modo que todo tenga a Cristo por Cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra. Y para ello, sigue el Apóstol, entramos en herencia, elegidos de antemano según el previo designio del que realiza todo conforme a la decisión de su voluntad, para ser nosotros alabanza de su gloria.
¡Cómo se aplican estos textos, casi literalmente, a Nuestra Señora de Luján!
La primera lectura se refiere ciertamente a los tiempos mesiánicos, al Cristo, el Mesías, que había de venir. Pero Ella lo precedió. Y en Luján, en la elección del lugar de Luján, esta profecía parece cumplirse, de modo análogo, casi literalmente. Un pago remoto, remotísimo, sin nada de nada, allá por 1630, perdido en la inmensidad de la pampa argentina…
También el misterio de la elección y predestinación del que nos habla la segunda lectura por parte de Dios a todo cristiano se realiza en Cristo, pero por medio de María y en María. María es, como dice S. Luis María, “toda de Jesús”, una cosa con Él, el “el eco de Dios”, toda relativa a Dios, “la relación de Dios”. Por eso el misterio de la elección del pago de Luján por parte de Ella es también el misterio de la elección de ese mismo lugar por su divino Hijo, misterio que toca el misterio de la predestinación. Ellos siempre están juntos, como dicen nuestras Constituciones: “Ni Jesús sin María; ni María sin Jesús. / No sólo Jesús, también María; ni sólo María, también Jesús. / Siempre Jesús y María; siempre María y Jesús”[1].
El evangelio (Jn 19, 25-27) nos la presenta al pie de la cruz, recibiéndonos como hijos suyos: He ahí a tu Hijo. Fijémonos en esto: Ella nos recibe como hijos, como cosa suya, porque si bien el evangelio nos dice que Juan la recibió como propia, la relación es en las dos direcciones: si él la toma por propia Madre es porque Ella lo toma como propio hijo. Y esto es en fuerza de la unidad del Cuerpo místico de Cristo, su Hijo. En Él somos hijos de María… y Ella nos ha concebido cuando lo concibió a Él en la encarnación y cuando lo ofreció asociada a su pasión junto a la cruz. Siguen diciendo las Constituciones: “A María por Jesús: He ahí a tu Madre (Jn 19, 27)./ A Jesús por María: Haced lo que Él os diga (Jn 2, 5)./ Primero, Jesús, el Dios-hombre; pero luego María, la Madre de Dios./ Él, Cabeza; Ella Cuello; nosotros, Cuerpo”[2].
En ese misterio de la elección nuestra por parte de Dios María entonces ocupa un lugar central, preponderante, como Madre que engendra a Cristo, al Cristo total, es decir, a Jesús con todos sus miembros. Por eso a Ella se le aplican aquellas proféticas palabras del Sl 87: Se dirá de Dión, todos han nacido en Ella. Y cantarán mientras danzan: todas mis fuentes están en ti.
2. La elección de Luján
Una de las cosas que el devoto capellán e historiador de la Santísima Virgen en Luján, el padre Felipe José Maqueda escribía en su célebre poesía a Ella dedicada con ocasión de la consagración del nuevo templo de Luján (8 de diciembre de 1763) es que la Villa de Luján es de Ella “por elección anticipada…”. Y decía también que es de Ella “por posesión que será eterna”: “Tuya por elección anticipada… tuya por posesión que será eterna…”.
Porque así sucedió con aquel remoto pago de Luján. Se convirtió en una ciudad, que nació alrededor de María, porque estaba Ella allí. De hecho, desde que Ella eligió ese lugar, que era un páramo absolutamente desierto, en medio de las soledades de la vasta pampa argentina, en tiempos de la colonia, sin ningún tipo de civilización ni de urbanización, ese lugar (para ser más exactos, el lugar donde poco tiempo después la noble matrona doña Ana de Matos llevó la venerada imagen) comenzó a poblarse y nació la ciudad de Luján, donde el centro y el todo era ¡la Santísima Virgen! Antes eso era campo y nada más que campo: era la estancia de Ana de Matos. Hoy es una ciudad, y por eso, cuando el gobernador de Buenos Aires, Andonaegui, pide con auto oficial al Rey que el pago sea erigido en Villa –y pide que se llame Nuestra Señora de Luján–, da como argumento “que es la Milagrosa Virgen de Luján, la primera fundación de esta Villa y el atractivo de la común cristiana devoción”.
En este caso, como en todos los casos, vemos que María Santísima, como verdadera Madre, es la primera en elegir. Y ¿para qué? Para granjearnos la eternidad, de la cual Ella es puerta, Porta paradisi… Porta coeli. De tal modo que esa posesión, el hecho que Luján sea de Ella por elección de Ella, será eterna… porque para eso Ella se quedó allí.
Y se quedó allí como el misterio de la Mujer que espera, como dice hermosamente el Padre Buela, casi haciéndose eco del devoto capellán Maqueda que le cantaba:
Os quedasteis aquí para ser Madre
amorosa, benigna, dulce y tierna.
3. Nuestra Congregación en la elección de María Santísima
En la historia de la Virgen de Luján hay un hecho que impresiona sobremanera. Es precisamente el misterio de que Ella elige… y así se va abriendo camino para bien de sus hijos. Así:
– elige el lugar, ese pago remoto.
– elige su esclavo, el santo negrito Manuel, al cual Ella misma guio desde Costa de los Ríos (África) al Brasil, y desde el Brasil a Argentina.
– elige al capellán Pedro de Montalbo. No había sacerdote en Luján y Montalbo, que era cura en Buenos Aires y estaba muy enfermo, decide ir a Luján a pedirle el milagro de su curación a la Virgen. Llegando incluso casi se muere (según una de las crónicas antiguas, llegó muerto). Y entonces el Negrito Manuel lo ungió con el aceite de la lámpara de la Virgen y luego le dio a beber un preparado con polvo y cadillos de los que sacaba del manto de la Virgen, y enseguida se curó, “porque la Virgen lo quiere como su capellán”, le dijo el Negro Manuel. Así fue que Montalbo se quedó allí para siempre, atendiendo a los peregrinos, y con Ana de Matos edificó la primera capilla de buen material. La Virgen lo eligió, le hizo un milagro, lo salvó… porque lo quería para capellán de su santurio.
– elige al Padre Maqueda, el poeta que estamos citando, al cual lo salvó de una muerte segura. Por eso él le canta:
Y yo el más pobre, el más humilde hijo,
(a vos ¡oh Madre! debo mi existencia)
junto con este don, hoy os consagro
El alma, el corazón y mis potencias.
Lo eligió la Virgen y lo salvó… y es su historiador y su poeta.
– elige al Padre Jorge María Salvaire, salvándolo de la muerte segura en manos de los indios, ocasión en que él le hace el voto de difundir su historia (escribió dos tomos enormes… publicados en 1885) y de construirle un templo mejor, que es la actual magnífica basílica. Lo eligió la Virgen y lo salvó, para que se difunda su historia y se construya su templo… y que con él su fama trascendiese las fronteras de América y llegase a Europa, y hasta al mismo Papa León XIII, de quien Salvaire obtuvo la Coronación Pontificia de la imagen, etc.
Ella se abre camino, siempre para nuestro bien.
Esto mismo debe decirse de nuestra querida congregación que la tiene por Madre, por Reina, por Patrona. Si Ella es la mediadora de todas las gracias, entonces tenemos que concluir que por medio de Ella nos vienen todas las gracias.
Fue Ella la que eligió a un niño al cual le infundió una tierna devoción hacia Ella misma. Y luego le obtuvo de su Hijo el don de la vocación sacerdotal y lo atrajo a Luján muchas veces. Y le dio tanto amor por las vocaciones consagradas, que le inspiró pedirle ¡a Ella misma y en ese santuario! poder guiar muchos jóvenes a la consagración sacerdotal. Y luego obtuvo de su divino Hijo la gracia del carisma fundacional, carisma que está basado no en méritos personales, sino que se concede por el bien de toda la Iglesia, pues eso es una gracia carismática: la da el Espíritu Santo para la edificación de la Iglesia.
Y luego Ella fue abriendo puertas para que pudiese concretar la fundación… y fue llenando las casas de las nuestras congregaciones de vocaciones… y las fue enviando a todo el mundo. Y defendió muchas veces esta su congregación. Y fue Ella quien quiso y obtuvo que la misma Santa Sede confirmara y decretara por estas mismas razones, su patronazgo sobre nosotros. Ella quiere ser apud Deum, como dicen los textos oficiales de su nombramiento, nuestra Patrona, nuestra Madre, nuestra Intercesora, nuestra más grande Bienhechora… ¡Ella eligió esto, asociada a su Hijo!
Ella elige, siempre elige, y lo hace anticipadamente. Y así eligió a nuestra congregación. Incluso la eligió para ser en Ella honrada de un modo especial, porque somos sus esclavos de amor y hacemos un cuarto voto de esclavitud a Ella: ¡somos suyos!
Eligió nuestra congregación para llenarla de sus dádivas y también para extender sus beneficios a todo el mundo. ¡Quién diría que aquella pequeñita estatua de “media vara de altor”, como dicen las crónicas antiguas (unos 38 cm), de barro cocido, que quiso quedarse en un remoto lugar y en medio del campo desierto, iba a estar en todo el mundo y en todo el mundo iba a ser honrada y venerada como Madre tierna y compasiva! Y en todo el mundo iba a dispensar sus gracias inefables…
Por eso ¡somos de Ella por elección de Ella! Se aplican perfectamente a nuestra congregación los versos del poeta Maqueda:
“es tuya por elección anticipada…
es tuya por posesión que será eterna”.
4. ¡No temamos: somos de Ella!
Los devotos de Luján siempre vieron en Ella la gran protectora y bienhechora. Y la llaman muchas veces así, con estos dos hermosos apelativos. Por eso Maqueda sigue diciendo:
Os quedasteis aquí para ser Madre
Amorosa, benigna, dulce y tierna.
Ella preservó a Luján de la peste (nadie se contagió allí), de las inundaciones, de los malones de indios… y salvó la vida de los que la invocaban, como ya dijimos. Pues bien, eso mismo vale para nuestra congregación.
– Y así Ella nos consuela:
aquí admitís benigna nuestros cultos,
nuestros votos de amor, nuestras ofrendas;
enjugáis compasiva nuestro llanto,
y nos llena de honor vuestra presencia.
– Nos cuida y protege, es nuestro bastión, o como dice el Padre Salvaire, nuestro “paladión” (en alusión a la estatua de Palas Atenea que protegía a los antiguos griegos), queriendo significar que en Ella está toda nuestra defensa y fortaleza:
Aquí, cual torre de David hermosa.
mil broqueles y escudos os rodean,
que os revisten de un poder divino
al que librada está nuestra defensa.
– Nos alivia y nos da vida, místico pozo de aguas vivas que nos espera siempre:
Aquí, místico pozo de aguas vivas,
refrigeráis las almas que sedientas
de remotas regiones (¡oh prodigio!)
vienen a Vos con ansia de beberla.
– Nos colma de todo bien:
Aquí sois iris celestial, divino,
cuya vista agradable nos consuela,
nube fecunda que destila bienes
para cuantos la ven, con solo verla.
Por eso no temamos nada. Ella, María, es nuestra Madre y nuestra Reina. Y siempre, en medio de las tribulaciones y pruebas que nos toquen pasar, volvamos a Ella y recordemos que nuestra congregación es de Ella. Y que, de consecuencia, todos y cada uno de nosotros, somos de Ella. Y los somos: “por elección anticipada… por elección que será eterna”.
Por eso hoy y siempre le decimos, con San Luis María Grignion de Montfort: memento congregationis tua! ¡Acuérdate, oh Madre bendita de Luján, de tu congregación!