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Homilía del P. Gustavo Nieto, IVE, en la Basílica de Santa María Mayor, Roma

En el día en que celebramos a la Virgen de Luján, Reina y Patrona de la Familia Religiosa, participamos en Roma, en la Basílica de Santa María Mayor, de la Solemne celebración en su honor presidida por el P. Gustavo Nieto, Superior General del Instituto del Verbo Encarnado. Publicamos a continuación la homilía que predicó para la ocasión.

Our Lady of Lujan

Queridos hermanos, en la historia de la evangelización el destino de un pueblo entero puede ser radicalmente transformado para el tiempo y la eternidad a causa de la fidelidad de un misionero y de su determinación en perseverar en su llamada hasta el fin[1].

Estas palabras dichas por San Juan Pablo II a unos seminaristas nos pueden servir muy bien de marco para resaltar la figura de un sacerdote misionero a quien deseo referirme en la homilía del día de hoy. Se trata del P. Jorge María Salvaire –religioso misionero– elegido por Dios como instrumento privilegiado para promover la devoción de la Limpia y Pura Concepción de Luján en toda una nación. Lo cual hizo no sólo con su trabajo cotidiano por años, sino también principalmente a través de tres grandes obras: es el autor de la magna obra literaria titulada Historia de Nuestra Señora de Luján (y que el día de hoy hemos de presentar en una nueva edición preparada por miembros de nuestra Familia Religiosa a los pies de nuestra Señora); fue el artífice de la construcción de la primera iglesia de estilo gótico ojival en la Argentina dedicada precisamente a la Virgen de Luján y también porque el P. Salvaire fue quien peticionó y consiguió la grandiosa e importante gracia de la Coronación Pontificia de la Santa Imagen.

Para nosotros que nos confesamos “esencialmente misioneros y marianos”[2], que siendo esclavos de María estamos llamados a “hablar de Ella, honrarla, glorificarla”[3], a trabajar dentro de la impronta de María, a fin de enseñorear para Jesucristo todo lo auténticamente humano[4] y por tanto, a “realizar grandes obras, empresas extraordinarias”[5] como verdaderos Apóstoles de María[6], el ejemplo insigne de este misionero devotísimo de la Virgen de Luján no se nos puede pasar por alto.

1. P. Jorge María Salvaire

¿Quién fue el P. Jorge María Salvaire a quien Mons. Juan Antonio Presas, otro gran propulsor de la devoción a la Virgen, llama “un genio y un santo”[7]? Digamos brevemente algo de su prolífera vida.

Jorge María Salvaire nació en Castres (Francia), el 6 de enero de 1847 en una familia bastante acomodada, prestigiosa y cristiana. Siendo ya joven, cuando le sonreía el bienestar, decidió ingresar a la Congregación de la Misión, los Padres Misioneros Lazaristas o Vicentinos, como humilde religioso. Fue ordenado sacerdote a los 24 años en París. Y a los pocos meses de su ordenación sacerdotal partió de su patria natal para ir como misionero a la Argentina. Pasados algunos meses el recién ordenado P. Salvaire participó de la primera gran peregrinación al santuario de la Virgen de Luján organizada para pedir por el cese de la epidemia de fiebre amarilla que en ese entonces asolaba el país.

Dicen que ya desde este primer encuentro con la Virgen de Luján el P. Salvaire quedó gratamente impresionado y enamorado de ella, sin sospechar siquiera el importante papel que debía desempeñar en el desarrollo de su culto[8]. Es más, dicen los historiadores que desde aquel momento al P. Salvaire ya le parecía que no había proporción entre una Imagen tan preciosa y el Santuario que la cobijaba, pues en aquel entonces la iglesia que guardaba esta perla tan preciosa, si bien era más grande y había reemplazado a la primera y humilde capilla, no era suficiente para albergar a los peregrinos ni tan rica y digna como tal Reina se merecía.

Por designios providenciales, la conducción del Santuario de la Virgen de Luján pasó a los Padres Lazaristas y en 1872 a sólo un año de haber sido ordenado sacerdote el P. Jorge María fue asignado para ayudar al párroco en la Parroquia y Santuario de Luján.  Pero no estuvo allí por mucho tiempo ya que al año y siete meses lo mandan a misionar entre los indios infieles. En esa misión los indios lo capturan y condenan a morir lanceado porque piensan que él es el portador de la peste de viruela que en ese momento sufría la tribu.

Es en esa hora suprema que el P. Salvaire recurre a la Virgen de Luján, y hace un voto de levantar un templo digno de Ella, de propagar su culto y de dar a conocer su historia por doquier hasta el final de sus días. Y eso es precisamente lo que hizo luego de verse milagrosamente liberado por los indios que ya lo rodeaban para matarlo a lanzazos. Fue el hijo del cacique –a quien el mismo P. Salvaire había salvado un tiempo antes de ser fusilado por los militares– quien lo salvó. Esto le ocurrió en 1875 teniendo el p. Salvaire sólo 4 años de sacerdocio.

A partir de ese momento, en un período que va desde 1876 hasta 1889, el P. Salvaire va y viene del Santuario de la Virgen interrumpido por intervalos de misiones que lo llevan fuera de Luján. Lo cierto es que cada vez que estuvo en el Santuario hizo de esas “obras grandes y empresas extraordinarias” que hablábamos al principio sin poder olvidarse jamás de aquella mediación portentosa de la Virgen en su favor ante la cual él había prometido el consagrar todas sus facultades en hacerla conocer como se merece; de no perdonar medios para alabarla y exaltar su poder y maternal ternura, así como de esparcir, en cuanto le fuere posible, hasta los últimos confines de la República, su hermosa historia[9].  Así es que en 1885 publica su obra Historia de Nuestra Señora de Luján “como persona que cumple con toda conciencia un voto hecho, en un supremo conflicto, a un Ser superior de quien ha recibido evidente protección y amparo” dice él mismo en el Prólogo.

Un año después, en 1886, durante un viaje a Francia y luego a Roma, pide al Papa León XIII la coronación pontificia de la Virgen de Luján, la cual se realiza con toda solemnidad el 8 de mayo de 1887, ante numerosísima concurrencia. Hace dos años celebramos el 130° aniversario de esa coronación.

Luego de esto los superiores lo mandan nuevamente a otra misión esta vez en Montevideo (Uruguay); pero un año después es llamado de nuevo, y el 25 de mayo de 1889 el P. Jorge María es nombrado –por primera vez en sus 18 años de sacerdocio– como cura párroco de nada más ni nada menos que del Santuario y Parroquia de la Virgen de Luján. Allí permaneció hasta el día de su muerte.

Siendo un fervoroso devoto de la Virgen e infatigable pastor de almas, el mismo año en que es nombrado párroco se embarca en la faraónica empresa de levantar un nuevo templo para la Virgen de Luján. Y aunque el proyecto tenía muchos adversarios y muchos se burlaban de él diciéndole que era una locura y que nunca se podría hacer con los recursos que disponían[10], a seis meses de haber asumido su ministerio parroquial peticiona y consigue la aprobación del Obispo para comenzar las obras; las cuales se iniciaron seis meses después, el 6 de mayo de 1890, cuando se abrían y bendecían los cimientos de la futura Basílica.

Y ante aquellos que con ánimos apocados querían conformarse con algo hecho así nomás o que incluso querían disuadirlo de la idea el respondía con su magnanimidad usual diciéndoles: “Los gastos de construcción y conservación del nuevo Santuario, corren por cuenta de María, que bien sabrá hacerles frente, con tal de que no nos durmamos”; “la gran Basílica debe edificarse porque bien se lo merece María de Luján”; es más, “el estilo debe ser el gótico–ojival porque ése es el que más corresponde al ideal de la Iglesia cristiana”.

Y así lo hizo. La basílica se construyó en piedra, con altares y escalinatas de mármol (varios de ellos hechos aquí en Italia), vitrales mandados a hacer en Francia, con un techo metálico llevado a la Argentina desde Bélgica…y así podríamos seguir nombrando los innumerables detalles con que el magnánimo misionero pensó construir el templo a la Santísima Virgen movido por el profundo afecto que tenía por la Madre de Dios.

El 4 de junio de 1896 el P. Salvaire celebró sus Bodas de Plata sacerdotales. En un discurso pronunciado durante el acto en su homenaje se dijo de él: “Muchas veces le faltaron las fuerzas y cayó postrado a los pies de la Sagrada Imagen en busca de fuerzas nuevas; la calumnia y la envidia esgrimieron sus armas contra el virtuoso guardián del más rico tesoro de nuestra Patria, pero no perdió la serenidad del ánimo y el valor que infunde la fe”.

A sólo 9 años de comenzada la obra, un 4 de febrero de 1899 –hace 120 años– murió el P. Salvaire. Sus últimas palabras fueron: “Creo en Dios, amo a Dios y espero en ti, Madre mía de Luján”. Está enterrado en la misma Basílica, a los pies del altar en honor a la Medalla Milagrosa.

2. Un modelo, un genio, un santo

Ahora quizás entendemos por qué los historiadores se refieren a él como a “un genio y un santo” y nos sea propuesto como “un modelo”[11].

Sin lugar a duda este gran religioso y misionero lazarista fue un hombre múltiple y con esa adaptabilidad que da el celo por las almas lo mismo fue misionero que artista e historiador, cura como ingeniero; ejecutivo y emprendedor de toda obra benéfica y social, a la vez que luchador infatigable del reino de Jesucristo y de su Iglesia. Todo lo proveía, todo lo abarcaba, todo lo llevaba adelante con un esfuerzo de titán, y si en su vida privada como religioso era de una observancia austera y humilde, su carácter expansivo y franco, y su admirable don de gentes, lo abrían a las multitudes.

“Debemos tomar ejemplo de este digno sacerdote que se entregó totalmente a Dios. De su tiernísimo amor a María de Luján. De su confianza invencible en la divina Providencia”.

Él no vivía enfrascado en los horizontes de este mundo[12] sino que reconocía el dominio y la providencia maternal que tiene María sobre todas las cosas[13]. De él debemos aprender a no perturbarnos por las cosas que buscan impedir que hagamos cosas grandes. El P. Salvaire fue magnánimo, se “movía a impulsos del ‘celo por las almas’”[14] porque de la misma Virgen había aprendido que “los cálculos lentos son extraños a la gracia del Espíritu Santo”[15]. Y ese mismo celo es el que hizo “verdaderos milagros de iniciativas, de improvisación, de dominio de sí mismo, de generosidad sin condiciones y sin límites”[16].

De su obra y de su vida debemos saber que, cuando el sacerdote de verdad se contacta con el pueblo, éste lo sigue. La monumental obra de la Basílica de Luján fue levantada gracias a la limosna de la gente.

Debemos aprender también su fidelidad a toda prueba. Fidelidad a su vocación misionera, en primer lugar, conservando siempre la disponibilidad para ir a donde lo manden. Fidelidad, en segundo lugar, a la palabra dada[17] sin que nos importen en demasía las dificultades que debamos pasar por cumplirla.

*     *     *

Dios cuenta con nosotros; Él hace sus planes, en cierto modo, contando con nuestra libre colaboración, con la oblación de nuestras vidas y con la generosidad con que sigamos las inspiraciones que el Espíritu Santo nos hace en el fondo de nuestros corazones[18]. La preciosa imagen de la Limpia y Pura Concepción de Luján hoy está ligada en gran medida, en el plan de Dios, a la fidelidad del P. Salvaire. Y mañana, sí, mañana algunos aspectos del plan de Dios estarán ligados a nuestra fidelidad, al fervor con que pronunciemos nuestro fiat a la Palabra de Dios en nuestras vidas. De eso dependerá el bien de muchas almas.

Nosotros hemos nacido del Corazón Inmaculado de la Virgen de Luján. Pertenecemos a una Familia Religiosa cuya historia e identidad esta ligada a la Virgen de Luján. Ella es nuestra Madre, nuestra Reina, la Patrona oficial del Instituto, la fuente desde donde nos viene la ayuda imprescindible para llevar a cabo nuestra misión evangelizadora[19].

“Sepamos ser fieles a este magnífico legado”[20]. Sepamos mostrar al mundo que somos devotos de la Virgen de Lujan. Profundizando nosotros mismos en su historia, multiplicando sus imágenes por todo el mundo, poniendo a disposición de los devotos los valiosos libros que hoy presentamos como obsequios a la Madre de Dios, difundiendo su devoción.

Seamos de esos hombres de los que habla San Luis María que “Dios suscitará, llenos del Espíritu Santo y del espíritu de María. Hombres y mujeres por medio de los cuales esta excelsa Soberana llevará a feliz término empresas maravillosas para destruir el pecado y establecer el reino de Jesucristo sobre el del mundo”[21].

El P. Jorge María Salvaire dejó su patria para seguir al Verbo Encarnado en las misiones, ¡y cuánto bien hizo! Que él nos alcance la gracia de no ser esquivos a la aventura misionera, para hacer cosas grandes en nombre de Dios y de María.

Que podamos formar sacerdotes que sean como él.

Y que la primera Misionera después de su Hijo Jesucristo, la gran evangelizadora de la cultura que es la Virgen de Lujan[22], nos dé a nosotros esa alma y ese corazón grande como el mundo, que es el corazón que debe tener el misionero[23].



[1]Cf. San Juan Pablo II, Alocución a los seminaristas en la capilla del seminario de Maynooth, Irlanda, (01/10/79).

[2]Constituciones, 31.

[3]Constituciones, 89.

[4]Cf. Constituciones, 30.

[5]Directorio de Espiritualidad, 216.

[6]Directorio de Espiritualidad, 307.

[7]Nuestra Señora de Luján – Estudio critico-histórico.

[8]Presas J. A., Anales de Nuestra Señora de Luján 1630-1993 (Buenos Aires 1993) 198. Cf. J. A. Guerault, La Virgen de Luján y su Santuario (Luján 1972) 259; Dra. De Lobato Mulle, El Padre Salvaire y la Basílica de Luján (Buenos Aires 1959) 63.

[9]Cf. P. Jorge María Salvaire, Historia de Nuestra Señora de Luján Vol. I, Dedicatoria a la Santísima Virgen de Luján.

[10]Cf. P. Carlos Buela, IVE, María de Luján – Misterio de la Mujer que espera, Cap. 8.

[11]P. Carlos Buela, IVE, María de Luján – Misterio de la Mujer que espera, Cap. 8.

[12]Cf. Directorio de Espiritualidad, 218.

[13]Constituciones, 83.

[14]Cf. Directorio de Misiones Ad Gentes, 165;op. cit. Redemptoris Missio, 89.

[15]Directorio de Espiritualidad, 16.

[16]San Manuel González, Lo que puede un cura hoy, 1772.

[17]Constituciones, 199.

[18]Cf. San Juan Pablo II, Alocución a los seminaristas en la capilla del seminario de Maynooth, Irlanda, (01/10/79).

[19]Constituciones, 17.

[20]P. Carlos Buela, IVE, María de Luján – Misterio de la Mujer que espera, Cap. 12.

[21]Cf. El Secreto de María, 59.

[22]Cf. P. Carlos Buela, IVE, María de Luján – Misterio de la Mujer que espera, Cap. 12.

[23]Cf. Directorio de Misiones Ad Gentes, 175.

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