Historia de Cortés
Para muchos historiadores, el origen de la expresión “quemar las naves” se remonta a la época de Hernán Cortés durante su expedición a México.
En 1519 habían llegado a México y estalló un motín. La misión era compleja y varias tripulaciones amenazaban con regresar a España.
Entonces Hernán Cortés, tras frenar la rebelión y certificar la traición en un consejo de guerra, decidió hundir la mayoría de sus naves. De este modo, no hubo vuelta atrás en la misión y el objetivo de la expedición se mantuvo vivo.
Algunos relatan este diálogo:
– Capitán, ¿y ahora qué haremos en caso de derrota?
El general Cortés respondió sonriendo:
– Sólo nos queda una opción… vencer y volver a casa con las naves del enemigo.
Esto nos enseña una cosa: cuanto más nos centremos en las vías de escape, menos daremos lo mejor de nosotros mismos para ganar nuestras batallas.
Quemar las naves significa que no hay vuelta atrás, de este modo Cortés sólo puede seguir adelante. Si uno deja vías de escape, está menos decidido a continuar.
Podemos decir que hacer votos los perpetuos es quemar las naves.
Vocación femenina
En una catequesis del 1995, el Papa decía: “Bendita sea esta variada multitud de siervas del Señor que prolongan y renuevan, a lo largo de los siglos, la hermosísima experiencia de las mujeres que seguían a Cristo y lo servían junto con sus discípulos (cf. Lc 8, 1-3)”[1].
¿Qué cosa está diciendo el Papa? Que, así como los sacerdotes son sucesores de los apóstoles, así las religiosas son las sucesoras de las santas mujeres que acompañaron a Jesús. Y así como los sacerdotes están llamados a tratar a Jesús del mismo modo que los apóstoles, así también las religiosas están llamadas a tratar a Jesús del mismo modo que las santas mujeres.
El Papa dijo de las santas mujeres: “Ellas, al igual que los Apóstoles, habían experimentado la fuerza conquistadora de la palabra y de la caridad del Maestro divino, y se habían puesto a ayudarlo y a servirlo como podían durante sus itinerarios de misión. El evangelio nos revela el agrado de Jesús, que no podía menos de apreciar esas manifestaciones de generosidad y delicadeza, características de la psicología femenina”[2].
El modo en que las santas mujeres servían a Jesús, la caridad que tenían, es propia de la psicología femenina, y ni siquiera los mismos apóstoles podrían haberlo tenido. Dentro del grupo de discípulos, ellas tenían una función especial que sólo ellas podían cumplir.
Estas funciones especiales, estas delicadezas particulares hacia Jesús, propias de las santas mujeres, deben ser desempeñadas ahora por las sucesoras de aquellas santas mujeres, que son las religiosas. Están llamadas a tener en la oración demostraciones de amor que sólo ellas, por su naturaleza particular, pueden tener. El modo de amar a Jesús de las religiosas es propio de ellas y nadie más puede tenerlo.
De ahí el aspecto más importante de la vida religiosa femenina: las religiosas están llamadas a ser esposas de Cristo.
“Es verdad que Tertuliano aplicaba la imagen de las bodas con Dios indistintamente a hombres y mujeres cuando escribía: «Cuántos hombres y mujeres, en los órdenes de la Iglesia, apelando a la continencia, han preferido casarse con Dios…» (De exhort. cast., 13. PL 2, 930 A; CC 2, 1.035 35-39), pero no se puede negar que el alma femenina es particularmente capaz de vivir el matrimonio místico con Cristo y, por tanto, de reproducir en sí el rostro y el corazón de la Iglesia-esposa. Por eso, en el rito de la profesión de las religiosas y de las vírgenes seglares consagradas, el canto o la recitación de la antífona: Veni, sponsa Christi… llena su corazón de intensa emoción, envolviendo a las interesadas y a toda la asamblea en un ámbito místico”[3].
“No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros”. Esto vale también para las santas mujeres, y vale también para las religiosas. Ellas son las novias de Cristo que Él ha elegido para Sí.
Conclusión
¿Qué se siente al quemar las propias naves?
Algunos pueden tener la sensación de imponerse una obligación y, aunque la asumen libremente, lo hacen con tristeza.
¿Un ejemplo? Como los que ponen el despertador lejos de la cama para obligarse a levantarse….
Pero hay otros que queman sus naves porque están enamorados, y las naves no les sirven para nada, sólo son obstáculos para el nuevo amor.
Podemos poner un ejemplo… A un joven le encanta escalar montañas y tiene un equipo muy caro con el que va a distintas partes del mundo. Pero ha conocido a una chica de la que se enamora profundamente y con la que quiere formar una familia. Debe cambiar de vida; ya no le ve sentido a seguir con su antiguo estilo de vida, así que regala gustosamente todo su equipo a sus amigos porque ya no le interesa escalar montañas. Se da cuenta que no puede mantener el viejo estilo de vida, porque el viejo estilo de vida le es de obstáculo para su nuevo amor ¡Quema sus naves!
La diferencia entre uno y otro está en el hecho de que, si bien ambos queman las naves, uno las quema porque antes quemó su corazón de amor, porque está enamorado de algo que lo llena de tal manera que hace que las naves sean inútiles, pesadas, sin sentido. Se da cuenta que tener esas naves es inútil, pero no sólo inútil… Tener las naves es traicionar, arruinar, ensuciar el amor que ha descubierto.
Podemos imaginar este diálogo:
_ No puedo dividir mi corazón entre mi nuevo amor y estas naves…
_ Pero nunca podrás volver atrás?
_ Pero, ¿quién quiere volver? ¡Al contrario! Quiero distanciarme completamente de ese pasado que me estorba, porque he encontrado el verdadero sentido de mi vida.
_ ¿Y por qué no sigues adelante con tu nuevo amor, pero mantienes las naves… por las dudas?
_ No veo ninguna razón para mantener esas naves. Me molestan. Quemar las naves es la consecuencia necesaria de haber quemado ya mi corazón con este nuevo amor.
* * *
Estas hermanas, profesando los votos perpetuos, queman las naves.
No lo hacen porque tengan miedo de volver atrás. Lo hacen porque quieren ir aún más lejos, acompañando a Jesús con tanto amor que la vida del mundo ya no tiene sentido para ellas.
Hoy es un día de fiesta. Jesús se regocija del fruto de su cruz porque ha ganado una nueva esposa.
Y la Virgen María también se alegra, porque su hija es aún más hija, al ser la esposa de su Hijo.
Hermana María Esposa Fiel, agradece siempre con tu vida el amor que Jesús y María te han manifestado.
[1] Juan Pablo II, Catequesis 15 de marzo de 1995, 2.
[2] Idem.
[3] Idem, 4.