La aureola de vírgenes.
En estos últimos tiempos ha brotado la plaga de la desacralización, de la que podemos poner ejemplos tanto de casos muy graves -las Misas ‘show’- hasta menos graves -como quitarle la corona a los santos o evitar el adjetivo calificativo de santo, san, santa, etc.-.
A quienes molesta lo sagrado, molestan incluso los signos de lo sagrado.
1. La corona áurea o de oro.
El premio esencial de los santos es la misma bienaventuranza del cielo. Y ésta, según Boecio, es «el estado perfecto obtenido por la acumulación de todos los bienes» [1]. Luego el premio esencial incluye todos los bienes que tendrán en el cielo todos los bienaventurados. Entre estos bienes están las llamadas tres dotes:
1ª. La visión beatífica, que eleva a la inteligencia por encima de toda limitación dándole el poder de ver a Dios en sí mismo, «cara a cara»(cf. I Cor 13,12);
2ª. La posesión beatífica, que da al mismo Dios, Bien infinito en toda perfección, a sus santos;
3ª. La fruición beatífica, que dispone a los bienaventurados a gozar de la alegría fruitiva del que es «la alegría infinita»[2], poseído para siempre jamás.
Las tres dotes las tendrán todos los bienaventurados del cielo en común, aunque en distintos grados según sus méritos.
Pues bien, al premio esencial corresponde, metafóricamente, la corona áurea[3]. Corona viene del lat. corōna: es el cerco de flores, de ramas o de metal con que se ciñe la cabeza, como adorno, insignia honorífica o símbolo de dignidad. En la Sagrada Escritura se menciona un premio especial cuando por ejemplo, hablando de la Iglesia militante que desciende de la Iglesia triunfante, se indica: «Vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, del lado de Dios, ataviada como una esposa que se engalana para su esposo» (Ap 21,2). Luego, si en la Iglesia militante se dan premios especiales a quienes realizan actos especiales, como se da la corona a los vencedores, lo mismo acontecerá en la triunfante.
O sea, que «el premio esencial del hombre […] consiste en la perfecta unión de su alma con Dios, en cuanto que gozará de Él viéndole y amándole perfectamente. Y este premio se llama metafóricamente “corona áurea”, tanto por parte del mérito –que ha sido logrado en determinada lucha, pues se dice que “la vida terrena del hombre es un combate” (Job 7,1)– como también por parte del premio, mediante el cual el hombre se hace en cierto modo partícipe de la divinidad y, en consecuencia, de la potestad real: “los hiciste para nuestro Dios reino y sacerdotes, y reinan sobre la tierra” (Ap 5,10); y como la corona es el emblema propio de la potestad real, por esto el premio que se añade al esencial recibe la significación de corona.
La corona indica también cierta perfección por razón de su figura circular; motivo suficiente éste para que convenga a la perfección de los bienaventurados»[4].
2. Las aureolas.
Aureola viene del lat. aureŏla = dorada: es el resplandor, disco o círculo luminoso que suele figurarse detrás de la cabeza de las imágenes sagradas. Es diminutivo femenino y se sobrentiende corona[5]. Es el resplandor que, como premio no esencial, corresponde en la bienaventuranza a cada estado y jerarquía: aureola de vírgenes, de mártires, de doctores (predicadores, escritores, catequistas, maestros de religión, etc.).
«Sobre aquellas palabras: “Harás otra corona, la aureola”[6], dice la Glosa[7] que “a esta corona corresponde el cántico nuevo que los vírgenes cantan ante el Esposo”. Y de esto parece seguirse que la aureola es cierta corona que se dará, no a todos, sino a algunos en particular. Sin embargo, la corona áurea es para todos los bienaventurados. Luego se distinguen una de otra».
«Además, a la lucha que termina en triunfo le corresponde corona, según el texto: “Sólo será coronado quien luche legítimamente” (2 Tm 2,5). Por tanto, donde hay una razón especial para luchar, debe haber también una corona especial; y hay obras que suponen dicha razón. Luego, amén de otras, deben tener también otra corona, que nosotros llamamos “aureola”».
«La otra manera de añadir algo al premio esencial es teniendo en cuenta la obra meritoria, la cual lo es por estos dos motivos, que la hacen también buena:
1. Porque nace de la caridad, mediante la cual tiende al último fin y entonces merece el premio esencial, o sea, el alcanzar dicho fin, que es la corona de oro; y
2. Por la naturaleza del acto, que es digno de cierta alabanza nacida de las debidas circunstancias, del hábito que lo realiza y de su fin próximo; y entonces se hace acreedor a cierto premio accidental que se llama “aureola”. Y en este sentido hablamos ahora de la aureola. De donde resulta que aureola significa algo sobreañadido a la corona áurea, o sea, cierto gozo resultante de las obras que uno realizó las cuales se conceptúan como una victoria excelente, distinto de aquel que uno posee por su unión con Dios, y que se llama corona áurea»[8]. «Así, pues, en el premio hay algo que proviene de la caridad, o sea, la corona áurea, y algo que proviene de la calidad de la obra, o sea, la aureola»[9]. La primera «consiste en el gozo que se tiene de Dios», la segunda «en el gozo que se tiene de haber realizado las obras perfectamente»[10]; más aún «es el gozo de configurarse con Cristo»[11]. La aureola «es solamente el premio concedido a las obras de perfección, mediante las cuales el hombre logra su mayor semejanza con Cristo al triunfar de todo»[12].
Cristo poseyó principalmente el martirio, la doctrina y la virginidad, ya que Cristo es Sumo, Único, Eterno y Perpetuo mártir, doctor y virgen, y los demás lo son sólo por participación de Él. En Él está el fundamento de toda perfección. «La “aureola”, por su misma expresión en diminutivo, supone algo que se posee no plenamente, sino por participación»[13]. «Aunque con respecto a nosotros, corresponda la aureola a una obra perfectísima, sin embargo, en su expresión diminutiva, significa cierta participación de la perfección que otro posee plenísimamente»[14], o sea, Jesucristo Señor nuestro. Por tanto, en Jesucristo está el fundamento de la victoria plena y son vencedores los demás que de ella participan: «¡Ánimo!, yo he vencido el mundo» (Jn 16,33) y «Ha vencido el León de la tribu de Judá, la raíz de David»(Ap 5,5), y además: «Al que venciere le haré sentarse conmigo en mi trono, así como yo también vencí y me senté con mi Padre en su trono»(Ap 3,21).
3. La aureola de vírgenes.
«Se dice en el Éxodo: “Harás otra corona, la aureola”[15]. Y “a esta corona corresponde el cántico nuevo, que sólo los vírgenes cantan ante el Cordero”[16], o sea: “He aquí el Cordero […] y con Él […los] que llevan su nombre y el nombre de su Padre escrito en sus frentes […] y cantaban un cántico nuevo, delante del trono[…]; y nadie podía aprender el cántico, sino los [que llevan su nombre]. Estos son los que no se mancharon con mujeres y son vírgenes. Estos son los que siguen al Cordero adondequiera que va. Estos fueron rescatados de entre los hombres, como primicias para Dios y para el Cordero…” (Ap 14,1-4). Luego el premio que se debe a la virginidad se llama “aureola”.
Además, se dice: “Esto dijo el Señor a los eunucos”(Is 26,4); y sigue: “Les daré un nombre mejor que el de hijos e hijas”(Is 26,5). Y la Glosa explica: “Una gloria propia y excelente”[17]. Mas por los eunucos “que se castraron por el reino de los cielos” (Mt 19,12) se entiende los vírgenes. Síguese, pues, que a la virginidad se le debe un premio excelente, que se llama “aureola”»[18].
Por estas razones: «Donde existe una razón especial de triunfo debe haber también una corona especial. Luego, como el hombre obtiene por la virginidad una victoria especial sobre la carne, contra la cual lucha sin cesar según consta: “Andad en espíritu y no deis satisfacción a la concupiscencia de la carne. Porque la carne tiene tendencias contrarias a las del espíritu, y el espíritu tendencias contrarias a las de la carne, pues uno y otro se oponen de manera que no hagáis lo que queréis” (Gal 5-16-17), débese a la virginidad una corona especial que se llama “aureola”. Y esto ciertamente lo afirman por lo común todos…»[19].
«Por otra parte, puede decirse que el mérito corresponde a todo acto virtuoso imperado por la caridad. Ahora bien, la virginidad pertenece al género de los actos virtuosos, porque la limpieza de alma y cuerpo caen bajo la elección voluntaria. Luego propiamente se deberá la aureola a aquellas vírgenes que tuvieron propósito de guardar virginidad perpetua, bien refrendado con voto o no. Y digo esto considerando propiamente la aureola como premio debido a cierto mérito. Mas, aunque dicho propósito hubiera sido interrumpido, si permanece la integridad de la carne, se le debe también con tal que se halle virgen al final de la vida. Porque la virginidad del espíritu puede repararse, mientras que la del cuerpo no»[20].
Comparada con la virginidad viudal: «Sea cual fuere la intensidad de la lucha, lo cierto es que la victoria de las vírgenes es más perfecta que la de las viudas, pues la especie de victoria más perfecta y más hermosa es aquella que consiste en no ceder jamás al enemigo. Y la corona no se da a quien lucha, sino a quien, luchando, triunfa»[21].
La virginidad no es cualquier forma de continencia sino que tiene cierta excelencia: «A la virginidad se le debe la aureola únicamente porque añade cierta excelencia sobre los otros grados de la continencia. [Luego, en el estado de pecado] la virginidad posee cierto decoro, debiéndosele, por tanto, un premio especial»[22].
En caso de violación: «Si una mujer fuera poseída por violencia, no perdería por ello la aureola, con tal de que conservara el propósito de guardar perpetua virginidad, sin consentir en absoluto en dicho acto de violación. Ni tampoco perdería la virginidad; y esto lo digo tanto como si fuera violentamente violada por causa de la fe como por otra causa cualquiera. Ahora que, soportándolo por la fe, seria para ella un mérito y pertenecería al género de martirio. Por eso, Santa Lucía dijo: “Si no consintiéndolo yo, me haces violar, la castidad me reportará doble corona”. No quiere esto decir que la virginidad tenga dos coronas, sino que reportará dos premios, uno por guardar la virginidad y otro por la injuria que sufrió. Y en el supuesto de que, poseída de este modo, conciba, tampoco pierde el mérito de la virginidad; sin embargo, no puede compararse a la Madre de Dios, que tuvo integridad de espíritu y de cuerpo»[23].
La aureola redunda también en el cuerpo: «La aureola está propiamente en la mente, pues es el gozo de aquellas obras con las que la aureola se merece. Mas, así como del gozo esencial del premio, que es la corona áurea, recibe el cuerpo cierto esplendor, que es su gloria, del mismo modo, del gozo de la aureola recibe también el cuerpo cierto esplendor; resultando que la aureola está principalmente en la mente y, por cierta redundancia, brilla también en la carne»[24].
Queridas hermanas:
Estás son algunas razones más para vivir de manera anticipada la gran alegría que tendremos en el cielo, si somos fieles, no sólo nos espera el premio esencial, sino también otros premios.
Bien valen todos los sufrimientos que tengamos que pasar pues nos espera una tan grande gloria.
Sepamos ser testigos y misioneros de la excelencia a la que nos invita Jesucristo y tomemos ejemplo de la Santísima Virgen «que tiene algo que es mayor que la aureola, por el perfectísimo propósito que hizo de guardad virginidad»[25].
[1] 1Boecio, De Consolatione Philosophiae, III, 2.
[2] 2 Santa Teresa de los Andes, Obras Completas, Burgos 1995, Carta 101.
[3] 3 Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, Suplemento 96, 1. Áureo/a, viene del lat. aurĕus. adj. De oro. Usado más en lenguaje poético.
[4]4 Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, Suplemento 96, 1.
[5]5 Lessico Universale Italiano, Roma 1969, t.II, 421.
[6] 6 Cfr. Ex 25,23-25; 30,3; 37,27; Ap 14,14; (Vg). Los Santos Padres dieron una interpretación anagógica a estos textos, «no sin fundamento teológico» (Antonio Royo Marín, Teología de la Salvación, Madrid 1997, 473-474). Ludwing Ott, Manual de Teología Dogmática, Barcelona7 1997, 701 (en esta edición falta un renglón después del renglón 15).
[7]7 Beda, De Tabernaculo l.1 c.6.
[8]8 Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, Suplemento 96, 1.
[9]9 Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, Suplemento 96, 1, ad 3um.
[10]10 Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, Suplemento 96, 2.
[11]11 Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, Suplemento 96, 8, sed contra.
[12]12 Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, Suplemento 96, 2, ad 3um.
[13]13 Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, Suplemento 96, 8.
[14]14 Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, Suplemento 96, 8, ad 2um.
[15] 15 Cfr. Ex 25,25 Vg.
[16] 16 Beda, De Tabernaculo, l.1 c.6.
[17] 17 Augustinus, De Virginitate, c.25.
[18] 18 Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, Suplemento 96, 5, sed contra.
[19] 19 Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, Suplemento 96, 5.
[20]20 Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, Suplemento 96, 5.
[21]21 Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, Suplemento 96, 5, ad 1um.
[22]22 Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, Suplemento 96, 5, ad 3um.
[23]Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, Suplemento 96, 5, ad 4um.
[24]Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, Suplemento 96, 10.
[25]SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica, Suplemento 96, 5, ad 2.