En el Santuario mariano dedicado a la Virgen Dolorosa en Castelpetroso, al sur de Roma, hicieron sus votos perpetuos tres religiosas de nuestro Instituto. Publicamos el sermón predicado por el P. Diego Pombo, Padre espiritual de las Servidoras, para esta ocasión.
Nos alegramos y damos gracias al Señor porque tres hermanas de nuestra Familia Religiosa harán donación total y perpetua de sí mismas a Dios, a través de la profesión de los consejos evangélicos. Quieren seguir a Cristo más de cerca, en pobreza, castidad y obediencia.
No olvidéis las hazañas de Dios(Sal 78, 7), escuchamos en el salmo de la liturgia de este día, fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz.
No olvidéis las hazañas de Dios. Estas palabras se dirigen hoy particularmente a ustedes, que profesan los votos, porque el acto que están por realizar las unirá de un modo del todo singular a Cristo Crucificado. La profesión de los votos es el modo con el cual podemos entregar toda nuestra vida a Dios. Cristo ha dado su vida, se ha entregado totalmente hasta dar la propia vida derramando su sangre. El mártir imita este modo de despreciar y renunciar a todo por amor de Dios, renunciando a la propia vida. Pero si Dios no nos concede el don del martirio, entonces hay otro modo de despreciar y renunciar a todo entregando totalmente nuestra vida a Dios: la profesión de los votos religiosos: con la pobreza renunciamos a todos los bienes exteriores, con la castidad a los bienes del cuerpo y con la obediencia a los bienes del alma, particularmente a nuestra voluntad.
Están llamadas a testimoniar el misterio de la exaltación de la Santa Cruz; el misterio de Cristo que triunfa en la Cruz.
Esta es la obra de Dios por excelencia: Cristo en la Cruz; porque la obra de la redención, más grande que la de la creación, se realizó a través del misterio de la Cruz de Cristo
En el misterio de la Cruz de Cristo está contenido todo el misterio del hombre: respecto a su origen, a su vocación y a su fin último.
1. El misterio del origen del hombre se revela a la luz de Cristo crucificado
Porque este misterio nos enseña que el hombre no es solo un ser creado por Dios, non solo ha sido creado, sino que también ha sido redimido. Esto quiere decir que Dios lo ha rescatado y lo ha comprado nuevamente para hacerlo partícipe de su misma vida. Y esto gracias al triunfo de Cristo en la Cruz.
Si hoy nosotros podemos dirigirnos a Dios y llamarlo “Padre” y no simplemente Creador, es porque Cristo ha sido levantado sobre la Cruz. Y entonces, el hombre es un ser querido y amado por Dios con un amor infinito y tanto vale a los ojos de Dios que se anonadó haciéndose hombre para dar la vida por el hombre. Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. (Jn 3, 16).
2. El misterio de la Cruz de Cristo ilumina el misterio de la vocación del hombre
Si Dios asumió una naturaleza humana y se abajó hasta la humillación de la Cruz para ser obediente al Padre, quiere decir que este es también el camino que debe recorrer el hombre en su vida terrena. Humillarse, abajarse como Cristo, dar la vida como Cristo, por el bien de los demás. Esta verdad Cristo la enseñó en diversas ocasiones: si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame (Lc 9, 23). Y aún más: Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, ése la salvará (Lc 9, 24).
Llevar la cruz en pos de Cristo quiere decir unirse a Él en el ofrecimiento de la prueba máxima del amor.
Nuestro Señor camina delante de los suyos y pide a cada uno que haga lo que Él mismo ha hecho. Dice: no he venido a ser servido, sino a servir y el que quiera ser grande entre vosotros, se hará siervo de todos (Mc 10, 43- 45). Entonces Jesús recorrió el camino de la humildad, del servicio, del abajamiento hasta la muerte de Cruz: esta es también nuestra vocación, particularmente la de los consagrados, que quieren seguir a Jesús por este camino de un modo radical y total.
Cristo indica explícitamente la Cruz como condición para seguir sus huellas. Aquel que un día le dijo a cada uno de ustedes «Sígueme», le dijo también: si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame(Lc 9, 23).
3. El misterio de la Cruz de Cristo ilumina el misterio del destino final del hombre
El misterio del triunfo de Cristo en la Cruz nos enseña que no hay salvación para el hombre fuera de la Cruz de Cristo. Solo aquel que cree en Cristo crucificado tendrá la vida eterna: Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea tenga por él vida eterna (Jn 3, 14-15).
La serpiente de bronce en el desierto era la figura simbólica del Crucificado. Quien miraba a la serpiente de bronce, quedaba con vida. Del mismo modo, quien mira a Jesucristo Crucificado y cree en él, tiene la vida eterna: tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea tenga por él vida eterna (Jn 3, 15).
Es a través de la elevación de la Cruz como Cristo alcanza la gloria de la resurrección. Y así también nosotros, a través de la Cruz, de los sufrimientos y de la muerte, alcanzamos la unión con Dios perdida con el pecado, elevación hacia Dios que se cumplirá plenamente en la vida eterna. El culmen de la elevación es la vida eterna.
Exaltación de la Cruz, entonces, porque a través de ella nos elevamos a la amistad con Dios, elevación que alcanzará el punto culminante en la eternidad.
Entonces los dos misterios, el de la Cruz y el de la Resurrección, están unidos inseparablemente. Juan en su Evangelio une en una sola palabra estos dos misterios, hablando de “elevación”: Cristo tiene que ser levantado, quiere decir elevado en la Cruz, pero también elevado con la Resurrección después de la muerte en Cruz. Esto nos enseña que uno es el camino para llegar al otro.
Dice San Juan Pablo II: “en el Evangelio de Juan, Jesús habla de su muerte próxima como de una ‘exaltación’ (cf. Jn 3, 14) o de una ‘elevación’ (cf. Jn 12, 32), en donde la alusión al hecho de ser materialmente elevado en la cruz llega casi a confundirse con el misterio sucesivo de la resurrección y de la ascensión. En Juan el misterio de la cruz, aun siendo fundamental, queda como absorbido y asumido en el de la glorificación a la derecha del Padre. E inclusive es ya mismo el inicio de esta glorificación”[1].
4. Consagración a la Virgen
En el jardín del Edén, a los pies del árbol había una mujer, Eva (cf. Gn 3). Seducida por el maligno, ella se apropia de aquello que cree ser la vida divina. En cambio, encuentra la muerte.
En el Calvario, a los pies del árbol de la Cruz, había otra mujer. María (cf. Jn 19, 25-27). Dócil al proyecto de Dios, Ella participa íntimamente de la donación que el Hijo hace de sí mismo al Padre para la vida del mundo y de este modo se transforma en la Madre de todos los hombres.
Queridas hermanas, quieren ser madres, miren a María y aprendan que se transforman en madres a los pies de la Cruz de Cristo.
A Ella nos encomendamos y le pedimos la gracia de testimoniar con nuestra vida que Cristo es el único Señor y Salvador del hombre, y que Él es el Camino, la Verdad y la Vida del hombre (Jn 14, 6).
Así sea.
[1]San Juan Pablo II, Homilía durante la celebración Eucarística a los pies de la estatua de San Miguel Arcángel, 14 de septiembre de 1986.