A continuación publicamos la homilía predicada por el P. Gustavo Nieto, IVE, en la ceremonia de votos perpetuos de la Hermana Maria Santissima Incoronata Parilli, el 14 de septiembre, en el Santuario de la Virgen Dolorosa en Castelpetroso, Italia.
Queridas Madres y hermanas, queridos hermanos míos sacerdotes y queridos hermanos y hermanas:
Es para mí una gran alegría celebrar esta Santa Misa aquí, hoy, en este hermosísimo Santuario de la Virgen Dolorosa, en el día en el que recordamos el magnífico misterio en el cual “Cristo se ha unido para siempre con cada hombre”[1], y en el día en el que la Hermana Maria Santissima Incoronata como tantas otras “Servidoras” en todo el mundo, se desposarán perennemente con el Rey del Cielo.
Si cada Misa es un acto de agradecimiento a Nuestro Señor que nos ha redimido, el motivo de la celebración de esta Santa Misa es doblemente especial, porque nosotros no agradecemos al Verbo Encarnado solo por haber rescatado nuestras almas a un precio tan alto, sino también porque entre las muchas almas que Él podría haber elegido, eligió la de esta religiosa, poniendo en su corazón el deseo de ofrecerse completamente a Él.
Hoy la Hermana Maria Santissima Incoronata se consagrará totalmente y sin reservas a su Divino Esposo. Así, la sentirán manifestar públicamente su propio deseo y consentimiento mientras leerá la fórmula de profesión. Y también verán distintas manifestaciones externas de su total ofrenda a Dios, como el postrarse delante del altar; o cuando como signo de su unión esponsal con Jesucristo, ella recibirá las insignias de la profesión perpetua, como el anillo nupcial. Finalmente, para dar a este acto la seriedad y la solemnidad que merece, firmará su “acta de matrimonio” sobre el Altar, después de haber invocado a la entera Corte Celestial como sus testigos.
Todo esto que estamos a punto de ver delante nuestro, debería llevarnos a recordar el compromiso que también nosotros hemos asumido un día con nuestra propia profesión; o debería ayudarnos a prepararnos a ella (pienso en los novicios, las novicias, los postulantes y las postulantes y en los seminaristas y hermanas de votos temporales).
La profesión perpetua a la vida religiosa es algo único… pero es más que esto. Es algo hermosamente misterioso. Es un verdadero, singular y único acto de amor… que tiene como único objetivo hacernos pertenecer para siempre a Cristo, vivir en intimidad con Él, responder del modo más generoso posible a Su llamado divino de imitarlo a Él que eligió vivir casto, pobre, obediente e hijo de María.
Nuestra fórmula de profesión religiosa muy específicamente y muy distintivamente dice que nosotros “hacemos oblación de todo nuestro ser a Dios”[2]“para seguir más íntimamente al Verbo Encarnado”[3], lo cual significa asumir su estado de vida, al punto que nuestra “vida se vuelva una memoria viviente del modo de existir y de actuar de Jesús, el Verbo hecho Carne (Cf. Jn 1, 14) ante el Padre y ante los hombres”[4]. Esto necesariamente hace dirigir nuestras mentes y nuestros corazones a la Cruz, considerada no solo como una imagen sacra de devoción, sino también como un instrumento de amor y como un modo de vida.
Santa Edith Stein escribió: “Es un bien honrar al Crucificado en las imágenes, promoviendo su devoción. Pero mejor que cualquier otra imagen hecha de madera o de piedra son las imágenes vivientes”[5].La Cruz de Matará que las Hermanas llevan sobre el pecho, la cruz que se ponen cada mañana, debe recordarles siempre el gran objetivo de sus vidas: conformar sus almas con la imagen de Cristo; plantar la cruz en sus corazones.
Santo Tomás de Aquino, hablando de los religiosos, se refiere a ellos como “quienes se ofrecen a sí mismos enteramente al servicio divino, como ofrenda de holocausto a Dios”[6]. Así es precisamente como nosotros, siguiendo la doctrina del Doctor Angélico y la tradición de la Iglesia, comprendemos nuestra profesión religiosa: como un holocausto de nosotros mismos. Deberíamos tener siempre presente esta realidad. No solo cada 14 de septiembre, no solo el día de nuestra profesión perpetua, sino siempre. Nuestras Constituciones dicen: “la profesión religiosa constituye un verdadero holocausto de sí mismo, ya que en virtud de los votos se entrega a Dios todo lo propio, sin reservarse nada”[7]. Ésta es nuestra vocación.
Sí, mis queridos hermanos: todos nosotros debemos darnos cuenta que hay un misterio escondido y velado detrás de todos estos signos. Cada vocación a la vida religiosa es un misterio.
Nuestra vocación es un misterio… Desde el momento en el cual entramos en la vida religiosa, nuestra vida es y será siempre un misterio… y también los compromisos que asumimos delante de Dios y de nuestros hermanos serán siempre un misterio: la castidad por el Reino de los Cielos (Mt 19, 12); la pobreza, vende todo lo que tienes y tendrás un tesoro en el paraíso (Mc 10, 21); y la obediencia, que es mejor que los sacrificios (1 Re 25, 22). El mundo y las personas mundanas no entenderán jamás la obra maravillosa de la divina gracia de Dios en el corazón de cada hombre y mujer consagrados.
Éste es el motivo por el cual San Juan de Ávila, Doctor de la Iglesia, escribió en una carta a una joven que había decidido consagrarse a Dios: “Agradezca con todo el corazón a Cristo por la luz para distinguir entre lo inestimable y lo sin valor, entre las realidades eternas y las cosas temporales, entre Dios y el hombre mortal. Sea agradecida con Él por la gracia de poder hacer una elección bendita y por la determinación de entregarse a Dios y rechazar un marido terreno, y por la gracia de rechazar un matrimonio humano, de todos modos ventajoso, por amor de una unión Divina”. Y concluye con la siguiente exhortación: “Sea fiel a Él, lo ha elegido por Esposo; y Usted verá por qué Él es llamado el Esposo puro de las vírgenes, y encontrará en Él su gozo”[8].
En efecto, éste es un solemne acto de amor, el amor de Dios por ella y el de ella por Dios, amor eterno, amor increíble: es una inefable gracia de nuestro Misericordioso Salvador.
Trataremos de entender un poco este misterio considerando tres aspectos:
1. Dios nos pide algo, nuestra vida, nuestra vida entera. Dios pide… Dios llama… no importa la condición y las situaciones diversas de las personas que son llamadas. Él llama… Y “su llamada es una declaración de amor”[9]. San Juan Pablo II decía que “las vocaciones nacen de la iniciativa divina”[10]. Por lo tanto vuestra respuesta, nuestra respuesta, debería ser la de una “entrega, amistad, amor, manifestado en la donación de la propia vida, como seguimiento definitivo y como participación permanente en la misión de Cristo”[11]. No olvidemos esto.
Aquí, delante de esta bellísima imagen de Nuestra Señora de los Dolores, ¿cómo podemos no ver la analogía tan fuerte entre cada vocación a la vida religiosa y la vocación de la Bienaventurada Virgen María? ¡Mirémosla! Ella es “en efecto, ejemplo sublime de perfecta consagración, por su pertenencia y entrega total a Dios”[12].
Dios quiere reproducir a Cristo. Sí, Hermana Maria Santissima Incoronata: Dios tiene necesidad de vos para prolongar a Cristo en el mundo. Se puede dirigir a Dios la misma pregunta que hizo Nuestra Señora en el momento de la Anunciación: “¿Cómo puede ser esto? ¿Por qué Dios querría mi pobre humanidad –un vaso de arcilla para contener este tesoro (2 Co 4, 7)?” Es un misterio, aunque la respuesta es obvia: Porque si el recipiente que contiene el Regalo Divino fuese de oro o de joyas, se podría pensar que de él depende la riqueza del vino. Admitiendo la indignidad del recipiente se demuestra en cambio que tal poder trascendente no viene de nosotros, sino que es sólo don de Dios (2 Co 4, 7) ¿Acaso se jacta el hacha frente al que corta con ella? ¿o se tiene por más grande la sierra que el que la blande? ¡como si el bastón alzara a quien no está hecho de leño! (Is 10, 15).
Lo que confiere a la religiosa poder no es su dignidad, sino el hecho de que ella se convierte en un instrumento de Cristo. Dios trabajará a través de su naturaleza humana, aunque sea pobrísima. Dios no eligió a los ángeles como sus ministros, no eligió a ninguno, aunque eran mejores que el resto de los hombres.
La Virgen dio a Dios una naturaleza humana. Como una nueva encarnación, la religiosa da a Cristo su naturaleza humana y todo lo que ella tiene, diciendo: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu Palabra” (Lc 1, 38). En virtud de su consagración, los religiosos ejercitan el oficio más excelente y necesario: se transforman en instrumentos vivos de Cristo, el Esposo eterno. Cada religiosa, a su modo, representa a la persona del mismo Cristo.
2. Dios pide a cada religiosa que le consagre su vida a Él. Y aquí entran en juego los tres votos. Los tres votos religiosos de pobreza, castidad y obediencia significan la consagración a Dios y la consagración para siempre. Nosotros profesamos los votos religiosos porque queremos verdaderamente responder con generosidad a su llamada… no teniendo nada para nosotros mismos, viviendo solo en su amor y por su amor. La consagración debe ser total. Por eso,
– profesamos la pobreza, de modo que ninguna criatura humana o mundana puede impedirnos volar hacia Dios.
– y profesamos la castidad, de modo que ningún amor humano nos puede impedir amar exclusivamente a nuestro Señor. Tenemos que estar dispuestos a dar inclusive nuestras vidas por permanecer fieles a este amor exclusivo de Dios. Estar dispuestos a ir a misiones muy lejanas por amor a Él, sin ninguna atadura humana que nos pueda impedir amar exclusivamente a nuestro Señor.
– y profesamos la obediencia, el más precioso de todos los votos religiosos, con el cual ofrecemos a Dios aquello que tiene más valor para nosotros, y esto es nuestra misma voluntad, nuestra libertad.
Aquí vemos otra vez cómo la vida religiosa es un verdadero holocausto. Como dice justamente el P. Buela: “aquellos que no se reservan nada para sí mismos, ofrecen un holocausto que es el más grande sacrificio”, porque es un sacrificio total, completo, sin reservas (Ars Participandi). Y es por esto que es tan significativo que vos hagas tus votos perpetuos hoy, en el día en que la liturgia exalta a la Santa Cruz, donde el Verbo Encarnado se ofreció al Padre para la redención de todos.
Entonces sí, podemos decir que hoy tú estás por morir al mundo, pero podemos también exclamar con San Juan de Ávila: “¡Qué dulce es Dios para aquellos que abandonan las cosas creadas y fijan su mirada en su Creador! ¡Cuán tiernamente el Esposo Divino prefiere a aquellos que abandonan todos los gozos terrenos! ¡Alégrate, entonces, esposa de Cristo! Porque tu Esposo es inmortal, y en tu muerte tus obras buenas, que son tu progenie, te abrazarán”[13].
3. Dicho esto, el tercer aspecto es casi una consecuencia de los dos precedentes. Dios pide a ella y a cada uno de nosotros, religiosos, de consumar totalmente nuestra vida en su amor. De modo que se pueda decir también de nosotros lo que se dice de Nuestro Señor: se despojó a sí mismo… se rebajó a sí mismo[14], como hemos escuchado en la segunda lectura de hoy.
¿Han visto la analogía entre el sacrificio de Cristo sobre la Cruz y la profesión de los votos religiosos?
Tenemos que ser conscientes que en el momento en el que profesamos los votos, estamos abrazando para toda la vida el más oscuro pero el más seguro camino de la Cruz. Es por esto que nuestras Constituciones afirman que la consagración religiosa se asemeja también al martirio. Porque un religioso posee -o debería poseer- la misma voluntad de un mártir… el mismo amor de un mártir… pronto a renunciar a la propia vida por la persona que amamos. Porque ambos – el religioso y un mártir – “aceptan su muerte a este mundo para unirse plenamente a Cristo y formar parte de su reino”[15].
Por lo tanto, cuando las cruces cotidianas y aquellas profundas y duraderas tocan nuestra vida, no tenemos que bajar de la cruz, no tenemos que retroceder, sino que con coraje tenemos que tomar nuestra cruz y seguir al Señor. Finalmente, esto es lo que la Fiesta de la Exaltación de la Cruz significa: una invitación a abrazar con coraje nuestra cruz y levantarla en alto, porque en ella está nuestro triunfo y nuestra salvación. ¡No olvidemos esto!
En ambos casos, el Sacrificio de Cristo en la Cruz y el Sacrificio de una hermana religiosa que se da totalmente a Cristo con los votos religiosos, hay fuego y hay amor. Hay fuego para el holocausto, para destruir la víctima, y amor para hacerla la persona más feliz del mundo. Aquí hay restitución y redención para las almas encomendadas a su trabajo y a sus oraciones.
Hoy, entonces, mientras agradecemos al Señor por la Hermana Maria Santissima Incoronata, esta nueva esposa de Cristo, y por las otras Servidoras que hoy se consagran a Cristo en todo el mundo, pedimos a través de la intercesión de nuestra Santísima Madre, la gracia de crecer en la fidelidad amorosa a Cristo Crucificado.
Recemos para que cada una de las hermanas Servidoras del Señor y de la Virgen de Matará sean profundamente entusiastas de la Cruz de Cristo, locura para el mundo de hoy, pero la sabiduría más profunda para aquellos que buscan la unión con Dios.
Encomiendo las iniciativas de vuestro Instituto a Nuestra Bendita Madre, cuyo Corazón vemos aquí traspasado por siete espadas, e imploro para cada una de ustedes la gracia del compromiso y de la alegría de ser testigos creíbles de la Cruz de Cristo. Esto pido en esta Santa Misa.
[1]S. Juan Pablo II, Redemptor hominis, 13.
[2]Constituciones, 257.
[3]Constituciones, 257.
[4]Constituciones, 257.
[5]La Ciencia de la Cruz, III. Fragmentos.
[6]Summa Theologiae II-II, q. 186, art. 1 & 7.
[7]Constituciones, 51.
[8]Carta III, A una joven acerca de consagrarse a sí misma mediante votos a Nuestro Señor.
[9]S. Juan Pablo II, Valencia, España, 8 de noviembre de 1982.
[10]Encuentro con los religiosos y miembros de los Institutos seculares masculino, 2 de noviembre de 1982.
[11]S. Juan Pablo II, Valencia, España, 8 de noviembre de 1982.
[12]S. Juan Pablo II,Vita Consecrata, 28.
[13]Carta III, A una joven acerca de consagrarse a sí misma mediante votos a Nuestro Señor.
[14]Cf. Flp 2, 7-8.
[15]Constituciones, 50.