Homilía del R. P. Marcelo Cano predicada el 10 de diciembre de 2011en Segni para la Fiesta de Nuestra Señora de Loreto, Patrona de la Provincia de Italia y para la Toma de hábito de las novicias del Noviciado Internacional.
Virginidad y amor
1. El Amor Sagrado
Quienes viven según aquello que Nuestro Señor llama el “espíritu del mundo” son radicalmente incapaces de comprender cualquier acción de los otros hecha según el espíritu de Jesús, quien dijo (Jn 15,19) “Yo os escogí del mundo, por esto el mundo os aborrece”.
Cuando el mundo sabe que una joven está por entrar en el convento pregunta: ¿Ha tenido alguna desilusión amorosa? La mejor respuesta a esta pregunta es: “¡Sí! Pero no fue desilusión del amor de un hombre, sino del amor del mundo”.
La verdad es que una joven entra en el convento porque se enamoró: está enamorada del “Mismo Amor”, o sea de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre. El mundo puede entender que se amen las centellas pero no que se ame la llama. Para los mundanos es comprensible que se ame la carne que envejece y muere, pero es incomprensible que se ame con “desapasionada pasión y con impetuosa tranquilidad” el Amor que es Eterno.
Quien conozca la verdadera filosofía del amor no debe maravillarse de una relación amorosa tan noble. Quienes conocen verdaderamente el amor saben que existe en el punto más alto un amor que podría llamarse amor sagrado o sacrificial en el cual el amante se sacrifica por el amado, se considera libre cuando en realidad es “esclavo” del objeto de su amor y desea hasta inmolarse para que el otro sea glorificado.
La virginidad consagrada es la forma más alta del amor sagrado o sacrificial; no reclama nada para sí, solo la voluntad del amado.
2. Santa Teresa de Jesús, ejemplo de amor sagrado y sacrificial (o sacrificatorio)
En esta homilía nos referiremos, en particular, al ejemplo que Santa Teresa de Jesús dio de amor sagrado o sacrificial, ya que ella se presenta como un modelo a imitar, sobre todo para las almas consagradas.
Su corazón estaba tan inflamado en amor hacia Dios que todos sus pensamientos y suspiros consistían en amar y en complacer solo a Él. Su confesor decía que, hablando con la Santa le parecía ver un serafín de amor, o sea, un alma totalmente inflamada de amor por Dios. Este santo fuego había comenzado a arder en ella desde su niñez: hacia los siete años la movió a abandonar la patria y los parientes para ir a dar la vida por Jesucristo entre los bárbaros.
El amor creció con la edad, aunque por algún tiempo este se enfrió un poco. Pero cuando, con una nueva luz, Dios la llamó a un amor más perfecto, ella correspondió de tal modo que mereció oír de la misma boca de Jesús, su Esposo, que si el paraíso no hubiese existido, Él lo hubiera creado para ella. En otra ocasión el mismo Jesús le dijo: “Yo soy todo tuyo y tú eres toda mía”, ya que la Santa se había dado totalmente a Él.
Ella estaba embriagada de amor por Dios; no sabía hablar de otra cosa que de Jesús, no sabía pensar en otro que en Jesús, no podía conversar más que con Jesús: acostumbrada a la dulce conversación de su Jesús, encontraba dificultad en tratar con personas que no estuviesen, como ella decía, heridas por el mismo amor.
El amor la atraía tan fuertemente hacia Dios, que la Santa se declaraba incapaz de dedicarse a las cosas terrenas. Una vez dijo: “Si me tiene en este estado, no podré dedicarme a las ocupaciones que me ha encargado. Tengo la impresión de ser atraída hacia Dios como con cuerdas”. Cada cosa que la distraía de su continua unión con Dios le daba pena, hasta el comer. Escribía: “El deber comer es para mí muchas veces una grandísima pena, que me hace llorar y quejarme casi sin darme cuenta”.
Oigamos los bellos sentimientos del amor sagrado a Dios que ella nos dejó escritos y encendámonos con las llamas beatas de esta Santa. En un lugar dice: “Repito constantemente al Señor y me parece decirlo sinceramente: Señor no me importa nada de mí; te quiero solo a Ti”.
En otra parte la Santa, aun siendo muy humilde, dice de amar mucho al Señor y con santo ardor escribe: “Estoy llena de imperfecciones; excepto en los deseos y en el amor. Me parece que amo al Señor, pero las obras me entristecen”.
En otro, por el intenso deseo que tenía de llegar a amar a Dios lo más que pudiese, declara: “Si se me diesen a elegir entre el quedar en la tierra hasta el fin del mundo a sufrir todo tipo de padecimientos y después subir al cielo con un poco más de gloria; o el ir inmediatamente al cielo sin sufrir nada, pero con un poco menos de gloria, muy gustosamente elegiría todos los padecimientos del mundo con tal de tener un poquito más de gozo en el comprender las grandezas de Dios, ya que quien mejor lo conoce, mejor lo ama ”.
En el verse así amada por Dios y así enamorada de Él, exclamaba contenta: “¡Qué hermoso intercambio dar a Dios nuestro amor y recibir el suyo!”.
Es sabido cuánto le gustaba la amorosa pregunta que frecuentemente hacía a Dios “de padecer o morir”. Decía que se debía amar la vida en esta tierra con el único fin de padecer por Dios. Con sus palabras: “Actualmente me parece no tener otro motivo para vivir sino que el de sufrir; y esto se lo pido a Dios con la más viva insistencia, a veces le digo con todo el fervor del alma: Señor, no te pido otra cosa: o padecer o morir”.
De este modo mereció ser desposada por Jesús con un clavo, y con esto declarada su verdadera esposa de amor y de cruz: “Mira este clavo -le dice entonces el Señor tendiéndole la mano derecha-. Éste significa que de hoy en adelante tú serás mi esposa. Hasta ahora esta gracia no la habías merecido. En adelante tú cuidarás mi honor, no sólo porque soy tu Dios, tu Rey, tu Creador, sino porque eres mi verdadera esposa; por lo tanto mi honor es también el tuyo, y el tuyo es mío”.
Santa Teresa estaba continuamente ocupada en cosas concernientes a la gloria de Dios; pero por su gran amor, le parecía nada lo que hacía: “Señor –decía- temo de estar sin servirte, no encuentro algo que me satisfaga, para compensar tu bondad”.
Los santos de todos los tiempos, aquellos que han verdaderamente amado a Jesús, han siempre creído de hacer poco por Él, porque, como decía el Beato Juan Pablo II: “El amor no conoce ocaso y aquel que ama verdaderamente, cree siempre hacer poco por el amado”; San Juan de la Cruz llegó a afirmar que: “el alma que ama verdaderamente a Jesús, no cansa ni se cansa de amar”.
La única cosa que satisfacía a Santa Teresa en esta vida era amar a Dios, por eso le pedía continuamente esta gracia: “Señor, haz que todos merezcamos amarte. Ya que si debemos vivir, vivamos sólo para Ti, olvidados de todo cuidado e interés nuestro. ¿Qué cosa hay de más grande que el merecer contentarte? y ¿Qué haré yo por contentarte o mi Dios?”.
En resumen, toda su vida era un continuo amar, un continuo buscar sólo de agradar a su Dilecto; hasta llegar a acabar la vida por la fuerza del amor, como se vio en su muerte, consumida por el incendio amoroso que la inflamaba.
El fruto de esta consideración está en las palabras que un día el Señor dijo a Santa Teresa para hacerle entender que el verdadero amor no consiste en gozar las dulzuras divinas, sino en el hacer la divina voluntad y en el sufrir en paz las pruebas: “¿Crees quizás, hijita -le dice-, que el mérito consiste en el gozar? No, consiste en el obrar, en el padecer y en el amar. Considera mi vida que fue un sufrimiento continuo…”. Luego agregó: “Créeme, hijita: quien es más amado de mi Padre, de Él recibe mayores tribulaciones; es más éstas son la medida de su amor. ¿En qué modo podré mostrarte mayor amor, si no queriendo para ti aquello que he querido para mí? Mira estas llagas: tus dolores no llegarán jamás a tanto…”. Y concluye: “Pensar que mi Padre admita a su amistad personas sin tribulación es equivocado. Porque a aquellos que Él tanto ama, los conduce por un camino de pruebas; y cuanto más los ama, éstas son mayores”.
Por tanto, si queremos amar con verdadero amor, esto es, si queremos amar con amor sagrado y sacrificial, a nuestro amabilísimo Dios y complacer su corazón, más que el nuestro, es necesario conformarse completamente a la voluntad de Dios en las contrariedades.
Esta actitud de conformarse a la voluntad divina fue el aspecto fundamental de la vida de los Santos. San Alfonso decía: “Un acto de perfecta conformidad a la voluntad de Dios, basta para hacer un santo”. El mismo Santo, deseoso de cumplir siempre y en cada momento la voluntad de Dios, escribió una canción sobre cuanto sea necesario amar la voluntad divina. San Gerardo Maiella, muerto a los 24 años y definido como el Santo de la voluntad de Dios, amaba mucho esta canción y la cantaba frecuentemente. Se cuenta de su vida que una vez en la portería de la Casa de Materdomini, oyéndola tocar en flauta por un pobre ciego, entró en éxtasis. Este es el texto de la canción de San Alfonso:
Il tuo gusto e non il mio
amo solo in te, mio Dio.
Voglio solo, o mio Signore,
ciò che vuol la tua bontà.
Quanto degna sei d’amore,
o divina volontà!
Nell’amor tu sei gelosa,
ma poi sei tutt’amorosa,
tutta dolce e tutt’ardore
verso il cuor che a te si dà.
Quanto degna sei d’amore,
o divina volontà!
Tu dai vita al puro affetto,
rendi tu l’amor perfetto.
Sospirando a tutte le ore,
l’alma che ama a te se ne va.
Quanto degna sei d’amore,
o divina volontà!
Tu le croci cambi in sorte,
tu fai dolce ancor la morte.
Non ha croci, ne timore
Chi ben con te unir si sa”.
Quanto degna sei d’amore,
o divina volontà!
Voglio solo a Te piacere
Quel che piace a Te, mio Amore,
A me sempre piacerà.
Quanto degna sei d’amore,
o divina volontà!
Sólo cumpliendo la voluntad divina complaceremos mucho a Dios y no sentiremos las cruces, porque como decía Santa Teresa: “Siente la cruz quien la arrastra, no quien la abraza”. Así como el avaro no se cansa, sino que goza en llevar el peso del oro, y cuanto más grande es el peso, mayor es su alegría, así el alma que ama a Dios, cuanto más padece por Él, más goza, porque sabe que, ofreciéndole sus sufrimientos y cumpliendo su santa voluntad agrada inmensamente al amado.
3. La Virgen nos conceda el amor sagrado o sacrificatorio (o sacrificial)
A Santa María Magdalena de Pazzi le fue mostrado el divino amor bajo forma de una dulce bebida dentro de un vaso precioso, traído en manos de Maria Santísima. Como todas las gracias divinas son dispensadas por María, así también la del amor de Dios es dada a los fieles por medio de la Virgen.
Santa Teresa sabía bien que había recibido de manos de esta dulcísima Madre todas las gracias, especialmente el don del amor, del que rebosaba su bella alma. Por esto agradecía a María y ya no sabía qué hacer para más amarla y honrarla.
De su parte María, que no se deja vencer en el amor de sus hijos que la aman, supo pagar y superar el afecto de su amada hija colmándola de gracias. Un día, apareciéndosele, se le acercó y llena de ternura, le puso al cuello un místico y hermoso collar, mostrándole así cuánto le agradase verla transformarse por medio de Ella, en esposa amada de su Jesús.
Amar a Dios es una gracia, por eso la debemos pedir muchas veces en nuestras oraciones. Santa Teresa, así hacía y oraba diciendo: “Oh Jesús que me amas más de cuanto pueda yo entenderlo, hazme capaz de servirte no como lo quiero yo, sino como lo quieres Tú”. Lo mismo hacia San Ignacio de Loyola, al fin de sus Ejercicios Espirituales dirigiéndose a Dios con estas palabras: “Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y mi poseer. Tú me lo has dado, a ti, Señor, lo torno. Todo es vuestro. Disponed de todo según tu voluntad. Dadme tu amor y tu gracia, que ésta me basta”.
En ocasión de esta fiesta de la Virgen de Loreto, queremos encomendar toda la Provincia con los miembros de los dos Institutos a su Protección pidiendo, en particular, por las novicias que hoy han recibido el hábito religioso.
En este día suplicamos a nuestra querida Patrona que nos conceda la gracia especial de amar a Dios, con un amor ardiente, como el de Santa Teresa, por esto le decimos con San Alfonso: Santa Madre de Loreto: Madre del crucificado, ahora en el cielo, tú que ardiste de un amor infinito, tú que en tu corazón tenías el fuego de tu amor, el más puro y el más grande hacia nuestro Dios y siempre deseaste tanto ver a Nuestro Señor Jesucristo amado por todos los hombres, impetra, te rogamos, una centella de esta santa llama que nos haga olvidar el mundo, las creaturas y a nosotros mismos, toma todos nuestros pensamientos, deseos y afectos a fin que sean siempre orientados a cumplir, en las alegrías o en los dolores, la voluntad de Dios.