Inmaculada Concepción
Sólo 4 años después de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción realizada por el Papa Pio IX, en el año 1858, una Mujer vestida de luz, toda resplandeciente, toda tranquilidad, de una belleza incomparable, se apareció en un lugar perdido de los Pirineos a una niña, a una pastorcita casi analfabeta que nunca había escuchado hablar de este dogma. Eran las apariciones de Lourdes y la pastorcita era santa Bernardita.
En un determinado momento la pastorcita le preguntó quién era. Y la Virgen como concentrando en pocas palabras todo este misterio de belleza y de luz que la niña veía le dijo: “yo soy la Inmaculada Concepción”.
Podemos decir que en un cierto sentido el gran secreto de la Virgen, aquello que le permitió ser la Madre del Salvador y soportar todas las consecuencias de la maternidad divina fue la gran vida interior que tuvo gracias a su Inmaculada Concepción.
Ya que por el mismo hecho de ser concebida sin pecado original, Ella fue revestida de la gracia del Espíritu Santo desde el mismo instante de su concepción. Y por eso dice santo Tomás que el primer efecto de la acción del Espíritu Santo en la Virgen[1]– podemos decir que la primera consecuencia de este revestimiento de gracia que le ha permitido que no fuese manchada por el pecado – fue “el recogimiento sobre uno solo y en la elevación por encima de la multitud”[2], es decir, el reunir todas sus potencias en una sola actividad: la contemplación de Dios.
Por eso si observamos en el Evangelio en los pasajes que aparece la Virgen María, siempre se la ve como concentrada en Dios, por ejemplo cuando presentan a Jesús en el Templo, María escucha las maravillas que se hablan de su Hijo y el destino que Simeón anuncia para Jesús y para Ella, y ante estas dolorosas palabras, la Virgen sólo calla, está en silencio como si Ella estuviese en otro mundo, en el mundo de su vida interior donde está Dios. O en la misma pérdida del Niño Jesús en el Templo, María no comprende lo que sucede pero se vuelve a su interior: conservaba todo esto en su corazón (Lc 2, 51).
Para profundizar un poco más este misterio de la Virgen nos detendremos a analizar cómo se dan algunos de los dones del Espíritu Santo que Ella recibió en el mismo instante de su Inmaculada Concepción.
1. El don de ciencia
Dice santo Tomás que por este don el hombre tiene “un juicio cierto y exacto”[3]y que este juicio versa “sobre realidades humanas y sobre realidades creadas”[4]. Es decir, nos hace comprender las realidades creadas y su función de ser un medio que nos conduce a Dios. Por eso, nos hace comprender el mal uso que hace el hombre de las cosas a causa del pecado, esto es, cuando se aferra a las cosas y se aleja de Dios.
Este don en María tenía su particularidad en cuanto Ella veía perfectamente el sentido de las cosas y el uso que se debe dar a las mismas. Por eso la Virgen era pobre, tan pobre que debió dar a luz a su Hijo en un pesebre, ¡pensemos que Ella podía pedir un milagro del cielo para encontrar un lugar donde dar a luz al Hijo de Dios! Sin embargo, no lo pidió… ¡esa es la profundidad del alma de la Virgen! La Virgen era pobre, pero feliz en esa pobreza, porque ella sabía bien que las cosas son para que el hombre alcance su fin, por eso Ella tenía sólo aquello de lo que tenía necesidad para estar unida a Dios y había dejado todo aquello que le impedía esta unión.
2. El don de entendimiento
Santo Tomás dice que “el hombre necesita una luz sobrenatural que le haga llegar al conocimiento de cosas que no es capaz de conocer por su luz natural. Y a esa luz sobrenatural otorgada al hombre la llamamos don de entendimiento”[5].
El don del entendimiento produce en el alma una especie de comprensión teológica de la realidad, es una especie de sentido sobrenatural para comprender la realidad y así ver la mano de Dios, la Providencia divina en todas las cosas. Pero, no es solamente un don contemplativo sino también un don operativo, en el sentido que nos hace obrar por estas mismas razones sobrenaturales y, por eso, muchas veces los hombres no comprenden las cosas que hacemos los cristianos, porque las cosas que hacemos los cristianos (como la consagración a Dios que hacemos los religiosos) solamente se comprenden a la luz de la fe la cual está perfeccionada por este don.
El alma de la Virgen María ha estado iluminada por este don desde el mismo momento de su Inmaculada Concepción y de un modo mucho más profundo que cualquier otro hombre. Una prueba de esto es el modo en que Ella vivía su virginidad, totalmente distinto del sentido en el cual lo entendía el pueblo judío.
Porque la Virgen había entendido la grandeza incomparable de la virginidad, había comprendido la belleza intrínseca de la virginidad, porque veía la virginidad como un verdadero acto de desposorio con Dios, de unión con Dios.
3. El don de sabiduría
El último don del Espíritu Santo que embellecía el alma de la Virgen al que me quería referir es el don de sabiduría. Gracias a este don las almas pueden tener una experiencia interior de Dios. Santo Tomás dice: “quien conoce de manera absoluta la causa, que es Dios, se considera sabio en absoluto, por cuanto puede juzgar y ordenar todo por las reglas divinas. Pues bien, el hombre alcanza ese tipo de juicio por el Espíritu Santo”[6]
Por tanto, es un don eminentemente contemplativo que nos hace experimentar a Dios y gracias a esa experiencia de Dios el alma lo comienza a considerar como el Bien Absoluto infinitamente amable. El alma alcanza un conocimiento de Dios tal que su Voluntad comienza a ser “tangible” – por decirle de alguna manera – y adorable.
Quizás la profundidad con la cual este don ha calado el alma de la Virgen se ve en la completa obediencia que Ella ha tenido a la Voluntad divina y la total disposición, aun cuando esta significaba la muerte de su Hijo en cruz.
Conclusión
La tradición asemeja la belleza de la Virgen María a la belleza de la luna (pulchra ut luna). La imagen es muy iluminante y habla de la interioridad de la Virgen, porque así como la luna refleja la luz del sol, así la Virgen por su profunda espiritualidad refleja la luz de su Hijo.
En este día en que estas hermanas nuestras recibirán el santo hábito, podemos hacer una aplicación de todo esto que venimos diciendo, porque las almas consagradas tienen a María como modelo, y por eso deben buscar de tener una vida interior similar a la de la Virgen, toda concentrada en Dios para poder también ellas reflejar la luz de su divino Esposo Jesucristo.