Skip to content

Homilía predicada por el R. P. Carlos Walker en la Solemnidad de San José en Segni.

En la solemnidad de San José, celebramos un nuevo aniversario de la fundación de las Servidoras del Señor y de la Virgen de Matará, y también el vigésimo aniversario de la fundación de la rama contemplativa de las mismas. En esta santa Misa, en la que una hermana hará sus votos perpetuos y todas las hermanas de votos perpetuos de la Provincia Nuestra Señora de Loreto renovarán sus votos, quisiera hablar sobre la consagración religiosa.

Los Padres de la Iglesia veían en el libro del Cantares de los Cantares el símbolo de la unión que existe en Jesucristo entre el Verbo eterno y la naturaleza humana.

San Bernardo hablaba del Verbo eterno, la Sabiduría infinita, como del Esposo que se escoge para sí mismo a la naturaleza humana como esposa. Esto sucedió en la Encarnación, en la cual la Virgen Inmaculada fue como la cámara nupcial donde tuvo lugar esta unión, y cuyo artífice fue el mismo Espíritu Santo.

Este desposorio entre la naturaleza divina y la naturaleza humana en la Persona del Verbo, se debe dar de modo moral y místico también en las almas.San Bernardo quería ver en el alma, esposa de Cristo, un reflejo de la unión de la humanidad de Cristo con el Verbo de Dios. El santo doctor se refería a los estados denominados desposorios místicos o matrimonio espiritual al que llegan algunos, pero su comentario al Cantar de los Cantares también se puede aplicar para indicar las principales cualidades y las obligaciones de quienes por medio de la profesión religiosa se convierten en esposas consagradas de Cristo[1].

El Directorio de Espiritualidad de las Servidoras dice de hecho que “las religiosas, por la misma dignidad de su consagración, son ‘esposas del Verbo’. En cierto modo, las religiosas se asemejan a la naturaleza humana de Cristo, que está despojada totalmente de sí misma, sin tener, ni siquiera, personalidad propia; está unida al Verbo con una unión íntima y perfectísima; es instrumento docilísimo del Verbo; toda su riqueza consiste en darse al Verbo”[2].

1. En primer lugar, la naturaleza humana de Jesucristo está totalmente libre de toda búsqueda de sí misma y de todo apego a las creaturas. Sabemos que, siendo Cristo perfecto hombre, su naturaleza humana es completa. La humanidad de Cristo, con todo, no tiene personalidad propia. Jesucristo se despojó de aquello que nos es más propio: aquello que constituye nuestro “yo”, la porción más alta de nuestro ser racional. La persona divina del Verbo, reemplaza y sustituye a la persona humana en Cristo. Por este motivo, no existe una naturaleza humana que esté tan radicalmente despojada como la de Cristo.

El Directorio de Espiritualidad dice que, aejemplo de la humanidad de Cristo, también las Servidoras han de despojarse radicalmente. Han de morir totalmente al propio yo, esto es: al pecado, al mundo, a los sentidos, al carácter y a los defectos naturales, a la voluntad y espíritu propios, a la estima y amor de sí mismas, han de morir incluso a las consolaciones espirituales, a todo apoyo y seguridad humanas e incluso a toda propiedad en lo que concierne a la santidad[3]. En una palabra, como esposas de Cristo y a ejemplo de su divino modelo, han de morir perfectamente a sí mismas.

2. Por otra parte, el despojo que se da en la Encarnación lleva a la naturaleza humana de Cristo a adherirse estrechísimamente al Verbo eterno de tal suerte que, fuera de la unión que existe en la santísima Trinidad, no existe una unión tan íntima como la que se da en la unión hipostática. Se trata de una unión indisoluble que, una vez realizada, no tiene fin y ni la misma muerte de Cristo acabó con ella.

Sabemos que ambas naturalezas en Cristo existen en su integridad. No se hallan unidas extrínsecamente, sino que existen la una en la otra con íntima unión. La unión hipostática tiene como consecuencia esta mutua inmanencia de ambas naturalezas.La divinidad invade la humanidad, la cual, sin sufrir transformación alguna, queda deificada.

Hay entonces una posesión absoluta de la humanidad por parte del Verbo eterno, y correlativamente, la absoluta sujeción a Dios de la naturaleza humana, con todos sus actos libres. Entre la naturaleza humana y el Verbo, existe una perfecta e incesante comunión de pensamientos, voluntades, sentimientos, y acción. Durante su paso por este mundo, toda su vida, su actividad, su misma esencia, estaba consagrada a la gloria de Dios. Todos sus pensamientos, su voluntad, sus deseos, y hasta la última célula de su cuerpo vivió por el Verbo y para el Verbo.

Las religiosas también han de buscar de reflejar siempre en su vida todos estos aspectos de la maravillosa unión de la Encarnación. El Directorio de Espiritualidad dice que las religiosas han de realizar en su vida, incluso como algo central de nuestra propia espiritualidad, aquella realidad de ser “otros Cristos” que llevó a San Pablo a exclamar: Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí (Gal 2,20). Esta realidad impulsó también a la Beata Isabel de la Trinidad a invitarnos a ser “como una nueva encarnación del Verbo”, “como otra humanidad suya”, de modo que el Padre no vea en nosotros más que el Hijo amado[4]. La exhortación de san Pablo a que las esposas estén sujetas a sus esposos (cf. Col 3,18) ha de marcar el estilo de vida propio de las esposas de Cristo, quienes no han de tener otro deseo que estar en permanente comunión de pensamientos, voluntades, sentimientos, y acción con su divino Esposo.

3. La naturaleza humana en las manos del Verbo es un dócil instrumento regido por el Verbo. Es como un canal de las gracias que el Verbo nos quiere otorgar. Es a través de su humanidad que el Verbo se apareció a los hombres, les reveló sus secretos.

El Directorio de Espiritualidad dice también que “así como el Verbo asumió una naturaleza humana para cumplir el designio de salvación, para prolongar ese designio a través de los tiempos elige otras naturalezas humanas para que la salvación llegue a todos los hombres, de todos los tiempos”[5].

Asimismo, dado que Jesucristo es uno solo, que en Él la persona del Verbo subsiste en la naturaleza humana y en la divina, consiguientemente las acciones de la naturaleza humana participan de la belleza y de la bondad de las obras del Verbo, y adquieren un valor trascendente e infinito, propios de las obras de Dios.

Las religiosas han consagrado su vida entera para unirse con todas sus fuerzas al Verbo. Han de dar testimonio de Dios por la caridad y por una fidelidad estable, firme y constante a la voluntad de Jesucristo: en el Templo, en el claustro, en la celda, en el comedor, en los recreos, han de andar gimiendo por Jesucristo, dice el mismo Directorio[6].Sea que las religiosas se dediquen a la atención de los pobres y de los enfermos en los Hogares, a la atención de leprosarios, que se hallen en el silencio oculto de una celda en un Monasterio, o en el trabajo arduo de una misión, sus obras tienen un valor trascendente, por pequeñas u ocultas que aparezcan a los ojos del mundo, precisamente por su unión con su divino Esposo.

4. Si la naturaleza humana en Cristo tiene la vida, la existencia, y todos los dones del Verbo, correlativamente esta naturaleza se dona completamente al Verbo. La dote de la naturaleza humana, que de sí misma no posee nada, consiste en darle al Verbo la vida como hombre, de tal suerte que Él pueda conquistar a las almas, atrayéndolas para su Reino. De este modo, a través de su humanidad, el Verbo posee un medio para sufrir, expiar y morir por los hombres. La naturaleza humana podía decir al Verbo, desde el mismo inicio de su existencia: … me has preparado un cuerpo… Heme aquí!… (Heb 10,5-7), y no dejó nunca, durante todo el curso de su vida terrena, de tender hacia el “bautismo de sangre” (cf. Lc 12,50) que consumó la fecundidad de esa unión.

Así también, “tal debe ser la actitud sacerdotal de todo miembro de nuestra pequeña familia religiosa”[7], dice el Directorio de Espiritualidad de las Servidoras. “Por el bautismo todos son edificados como casa espiritual para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, aceptos a Dios por Jesucristo (1 Pe 2,5). … Todos los miembros del Instituto deben perfeccionarse siendo en Cristo ‘una ofrenda eterna para Dios’[8], ‘una víctima viva y perfecta para alabanza de tu gloria’[9]. Es la actitud … que hay que vivir permanentemente, sin disminuciones ni retractaciones, sin reservas ni condiciones, sin subterfugios ni dilaciones, sin repliegues ni lentitudes. Tanto en los empeños de lo íntimo, como en los altos empeños históricos”[10]. Para esto también, la religiosa ha de ser como otra naturaleza humana de Cristo, para que su salvación llegue a todos los hombres, de todos los tiempos.

Le pedimos a la Santísima Virgen por las hermanas que hoy harán o renovarán sus votos perpetuos, y pedimos a estas hermanas que como esposas del Verbo siempre recen por nosotros.


[1]Cf. Dom Columba Marmion, Sponsa Verbi – La virgen consagrada a Cristo (1925)

[2] DE52

[3]Cf. DE 178

[4] Cf. DE 30

[5]Cf. DE 227

[6]Cf. DE 53

[7] DE73

[8]Cf. Misal Romano, Plegaria Eucarística III

[9]Cf. Misal Romano, Plegaria Eucarística IV

[10] DE73