La Cruz, aquel instrumento atroz e inicuo de la justicia romana, ha sido convertida por Dios en instrumento de salvación. Le dio un valor nuevo, impensable. Y los cristianos lo comprendieron e inmediatamente la exaltaron. También nosotros, cada uno, en nuestra vida, debemos dar un significado renovado a todas nuestras cruces, para que no sea ya un instrumento de tristeza, de desánimo, sino de salvación y de esperanza.
1. Dios cambió el significado de la Cruz. Le dio un valor nuevo.
Porque así amó Dios al mundo: hasta dar su Hijo único, para que todo aquel que cree en Él no se pierda, sino que tenga vida eterna(Jn 3,16).
Estas palabras nos llevan al fondo del misterio de la Cruz.
La Cruz revela un insondable misterio de amor: el Padre ama este mundo de pecadores sin esperanza, que por sí mismo no puede tener más que un destino de muerte.
Él lo ha amado hasta el punto de “dar su Hijo único”. Lo entregó a la muerte.
El amor de Dios es un amor que precede todo mérito, toda correspondencia humana. Amor que es solo misericordia; que es absoluta gratuidad.
San Pablo lo dirá con estas palabras: Dios da la evidencia del amor con que nos ama, por cuanto, siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros (Rom 5,8).
La contemplación de la Cruz nos convence de que somos llamados a la vida verdadera por un Dios que nos ama perdidamente.
2. Y los cristianos lo comprendieron, e inmediatamente la exaltaron
Ejemplo de esto es la fiesta de hoy, promulgada por el Papa Sergio I, en el siglo VII. Me recuerda algunos eventos históricos más lejanos aún, ligados al santo Leño, principalmente el descubrimiento de la Verdadera Cruz.
En el año 320, Santa Elena, madre del Emperador Constantino, encontró en Jerusalén, junto al Gólgota, las tres cruces de las que pendieron Jesucristo y los dos ladrones; una curación milagrosa, producida al contacto con una de ellas, permitió el reconocimiento de la Cruz del Salvador y exhibirla para la veneración del pueblo.
Apenas la noticia del hallazgo se difundió en la Ciudad Santa, una enorme multitud se reunió para venerar la Cruz del Señor. El Patriarca de Jerusalén, San Macarios, la puso sobre un púlpito: y cuando el pueblo la vio elevada a lo alto, todos a una voz gritaron, decenas de veces: “Kyrie eleison”, evento recordado en la liturgia de hoy con la frecuente repetición de los “Kyrie eleison” en la ceremonia de la Exaltación en la liturgia oriental. Desde entonces, una parte del sagrado Leño se conserva en la Basílica del Santo Sepulcro, otras partes fueron llevadas a Roma por la misma Santa Elena, quien los guardó en la capilla de su habitación romana, convertida en el Monasterio de Santa Croce in Gerusalemme.
Se conmemora también la segunda gran Exaltación de la Cruz, en Constantinopla en el año 629. El 4 de mayo de 614, durante el saqueo de Jerusalén, la Verdadera Cruz había caído en manos de los persas. En el año 628, el Emperador Eraclio, luego de vencer al rey persa Cosroe, recuperó la preciosa reliquia. Feliz por la victoria, Eraclio, montado a caballo, vestido de púrpura y con la diadema, quiso devolver el Santo Leño de la salvación a través de la puerta principal de Jerusalén. Pero el caballo se detuvo y el Patriarca Zacarías, que había sido liberado de la prisión persa, le recordó al Emperador que el Hijo de Dios no había llevado la Cruz de modo solemne por las calles de Jerusalén. Eraclio, conmovido, a pie y descalzo, después de haberse quitado la púrpura y la diadema, llevó sobre sus espaldas el Leño bendito hasta el Gólgota.
Finalmente, podemos recordar la visión de la Cruz revelada por Dios a Constantino en el año 312, poco antes de la victoria sobre Magencio, la dedicación de la Iglesia, construida por Constantino sobre el lugar del Santo Sepulcro y consagrada el 13 de septiembre del año 335.
En los ritos litúrgicos del Viernes Santo, la Iglesia mira la Crucifixión en su contexto original, como un hecho de dolor en la primera Semana Santa en Jerusalén. En la fiesta de la Exaltación, por contraste, la Cruz es contemplada también en los efectos producidos en la subsiguiente historia de la Iglesia.
El Viernes Santo, la nota predominante es de dolor y de llanto; el 14 de septiembre la Cruz es conmemorada con espíritu de triunfo, como “arma de paz e inconquistable estandarte de victoria”.
3.También en mi vida yo tengo una cruz a medida y la debo llevar
San Luis María, en su magnífica Carta a los amigos de la Cruz, invitaba a llevarla animosamente: ¡Que cargue con su cruz! ¡La suya propia! …que cargue con alegría, abrace con entusiasmo y lleve con valentía sobre sus hombros la propia cruz, no la de otro.
¡Su cruz! (hablando en nombre de Cristo): es decir, aquella que mi sabiduría le fabricó “con número, peso, y medida”. La cruz cuyas dimensiones: espesor, longitud, anchura y profundidad, tracé por mi propia mano con extraordinaria perfección; la cruz que le he fabricado con un trozo de la que llevé al Calvario, como fruto del amor infinito que le tengo; la cruz, que es el mayor regalo que puedo hacer a mis elegidos en este mundo; la cruz, constituida, en cuanto a su espesor, por la pérdida de bienes, las humillaciones, menosprecios, dolores, enfermedades y penalidades espirituales que, por permisión mía, le sobrevendrán día a día hasta la muerte; la cruz, constituida, en cuanto a su longitud, por una serie de meses o días en que se verá abrumado de calamidades, postrado en el lecho, reducido a mendicidad, víctima de tentaciones, sequedades, abandonos y otras congojas espirituales; la cruz, constituida, en cuanto a su anchura, por las circunstancias más duras y amargas de parte de sus amigos, servidores o familiares; la cruz, constituida, por último, en cuanto a su profundidad, por las aflicciones más ocultas con que le atormentaré, sin que pueda hallar consuelo en las criaturas. Éstas, por orden mía, le volverán las espaldas y se unirán a mí para hacerle sufrir.
4.Debo darle un valor nuevo. Darle nuevos contenidos
San Luis María: ¡Que cargue su cruz! que no la arrastre, ni la rechace, ni la recorte, ni la oculte. En otras palabras, que la lleve con la mano en alto, sin Impaciencia ni repugnancia, sin quejas ni críticas voluntarias, sin medias tintas ni componendas, sin rubor ni respeto humano.
¡Que cargue su cruz! Que la lleve estampada en la frente, diciendo como San Pablo: Lo que es a mí, Dios me libre de gloriarme más que de la cruz de nuestro Señor Jesucristo (Gal. 6,14), mi Maestro.
Que la lleve a cuestas, a ejemplo de Jesucristo, para que la cruz sea el arma de sus conquistas y el cetro de su imperio.
Por último, que la plante en su corazón por el amor, para transformarla en zarza ardiente, que día y noche se abrase en el puro amor de Dios, sin que llegue a consumirse.
¡Que cargue su cruz! …pero ¿por qué? Porque, de hecho, nada hay tan necesario, tan útil, tan dulce ni tan glorioso como padecer algo por Jesucristo.
a. Nada tan necesario
…para los pecadores
Somos todos pecadores y nuestros pecados exigen una satisfacción en este o en el otro mundo. Si son castigados en éste, no lo serán en el otro. Si Dios castiga nuestros pecados aquí abajo, de acuerdo con nosotros, el castigo será amoroso. Quien castiga, en tal caso, es la misericordia que gobierna el mundo, y no ya su rigurosa justicia: el castigo entonces se hace ligero y pasajero, acompañado de dulzura y méritos y seguido de recompensas en el tiempo y en la eternidad.
… para los hijos de Dios
Dice San Agustín que si no fueseis sus hijos predilectos – oh desgracia! oh desventura! – seríais del número de los condenados. El mismo santo observa que quien no sufre como peregrino y extranjero en este mundo, no podrá alegrarse en el otro como ciudadano del Cielo. Si de tanto en tanto Dios Padre no os manda duras cruces, quiere decir que Él no se interesa más por vosotros; que de ahora en adelante os considera sólo como personas extrañas a su casa y ajenas a su protección.
… para los miembros de Jesucristo
Es un gran honor para vosotros ser miembros de Jesucristo; un honor que, sin embargo, exige también vuestra participación en la cruz.
Si la Cabeza está coronada de espinas, ¿lo serán de rosas los miembros? Si la Cabeza es escarnecida y cubierta de lodo camino del Calvario, ¿querrán los miembros vivir perfumados y en un trono de gloria? Si la Cabeza no tiene donde reclinarse, ¿descansarán los miembros entre plumas y edredones! ¡Eso sería monstruosidad inaudita!
Si os preciáis de ser guiados por el mismo espíritu de Jesucristo y vivir la misma vida de quien es vuestra Cabeza coronada de espinas, no esperéis sino abrojos, azotes, clavos; en una palabra, cruz. Pues es necesario que el discípulo sea tratado como el Maestro, los miembros como la Cabeza.
«Nada tan útil ni tan dulce»
Por el contrario, si sufrís como conviene, la cruz se os hará yugo muy suave, que Jesucristo llevará con vosotros.
Llevad vuestra cruz con paciencia; esta cruz, bien llevada, os alumbrará en vuestras tinieblas espirituales, pues quien no ha sido probado por la tentación, sabe bien poco (Eclo. 34).
Llevad vuestra cruz con alegría, y os veréis abrasados en el amor divino, pues sin cruces ni dolor no se vive en el amor.
Llevad vuestra cruz con alegría. Encontraréis en ella una fuerza victoriosa, a la cual ningún enemigo vuestro podrá resistir; una dulzura encantadora, con la cual nada se puede comparar.
El verdadero paraíso terrenal consiste en sufrir algo por Jesucristo. Preguntad a todos los santos. Os contestarán que jamás gozaron tanto ni sintieron mayores delicias en el alma como en medio de sus mayores tormentos. «O padecer o morir», decía Santa Teresa. «Padecer y ser despreciado por ti», decía San Juan de la Cruz. Y tantos otros hablaron el mismo lenguaje, como leemos en sus biografías.
Cuando padecemos con alegría y por Dios, la cruz se convierte en “perfecta alegría”.
«Nada tan glorioso»
Regocijaos, pues, y saltad de alegría cuando Dios os regale alguna cruz. Porque, sin daros cuenta, lo más valioso que existe en el cielo y en el mismo Dios recae sobre vosotros. ¡Magnífico regalo de Dios es la cruz! De entenderlo, encargarías Misas, harías novenas en los sepulcros de los santos, emprenderías largas peregrinaciones -como lo hicieron los santos- para obtener del cielo este regalo divino.
5.Oración Final (San Ambrosio)
¡Oh Cruz Santa! Por ti ha sido despojado el infierno; se ha cerrado para todos aquellos que en ti han sido rescatados. Por ti los demonios, aterrados, son vencidos y aplastados.
Por ti el mundo es renovado y embellecido, en virtud de la verdad que resplandece y de la justicia que reina en Él.
Por ti la naturaleza humana pecadora es justificada; estaba condenada y ha sido salvada; era esclava del pecado y del infierno y ha sido liberada; estaba muerta y ha resucitado.
Por ti la Jerusalén Celestial ha sido restaurada y perfeccionada.
Por ti Dios, el Hijo de Dios, quiso por nosotros obedecer al Padre hasta la muerte (Fil 2, 8-9). Por eso, Él, elevado en alto, ha recibido un nombre que está sobre todo nombre.
Por ti Él ha preparado su trono (Ps 9,8) y restablecido su Reino.
En ti y por ti sea mi gloria, en ti y por ti mi esperanza!