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Homilía predicada por el R.P. Gustavo Nieto, el día 14 de septiembre de 2016, en ocasión de la Fiesta de Exaltación de la Cruz en Italia

La Cruz, signo de predilección divina

Jn 3, 13-17

Queridas Madres y Hermanas, tengo el gran agrado de celebrar esta Santa Misa junto a ustedes, en acción de gracias por todas las Servidoras que en todo el mundo viven en plenitud “la radicalidad de la Cruz”[1], segúnuna expresión muy hermosa que se encuentra en nuestras Constituciones; y pidiendo a su vez la gracia de que “nunca nos falte la Cruz”[2], sino que sea el “hermosísimo programa de vida que deben esforzarse por alcanzar [todas] las que se enorgullezcan de llevar el nombre de Servidoras del Señor y la Virgen de Matará”[3], como tan fervorosamente pide nuestro querido Padre Fundador, el P. Buela.

Es por eso que en este día tan propio de las Servidoras, que es el día de la Exaltación de la Santa Cruz, quisiera reflexionar -aunque más no sea brevemente- en un tema que me parece de capital importancia, que es el tema de la Cruz como señal de especial predilección de parte de Nuestro Señor, como joya preciosa que adorna a una esposa de un Rey Crucificado, o como tan hermosamente llamaba San Juan Pablo II a la Cruz: “la alianza del amor esponsal”[4]; especialmente hoy con ocasión de los votos perpetuos de las hermanas Maria Addolarata y Maria Loretana.

1. La Cruz y nuestra vocación religiosa

Nosotros debemos confiar siempre en la Cruz… en la Cruz de Nuestro Señor… es más, toda nuestra confianza debe estar en la Cruz. Ya en el Evangelio, Jesús indicaba a todos, con palabras inequívocas, la Cruz como condición sine qua non para seguir sus huellas: El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame (Mt 16, 24). Más aun, Jesús mismo nos dio ejemplo… nos marcó el camino, él sehumilló y por obediencia aceptó incluso la muerte, y una muerte de cruz,como dice San Pablo en la Segunda Lectura del día de hoy. Esto se encuadra en lo que se llama “la necesidad de la Cruz” de la que habla tanto el evangelio, era necesario… era necesario que el Cristo padeciese (obviamente sabemos que es una necesidad de conveniencia ad bonum ese finis). De hecho, es claro que en la actual economía salvífica fue necesaria la Pasión de Cristo para la Redención, fue necesaria, de tal modo que todo el que crea en él tenga vida eterna (Jn 3, 15). Y así, la Cruz es parte esencial de la vida cristiana, es más, es una condición ineludible de la misma, pues así está revelado. No por nada San Luis María Grignion de Montfort advierte, “¡nada de ilusiones! Si Cristo tuvo que entrar en el cielo por medio de la Cruz, por ella tendrán que entrar cuantos lo sigan”[5].

San Juan Pablo II lo dice muy claramente, la Cruz pertenece “de modo particular a la esencia de la vocación religiosa”[6] (a la esencia! y sabemos que aquello que pertenece a la esencia de una cosa es constitutivo propio de la misma). En otras palabras, ustedes se hacen esposas de Jesús por la Cruz. Es como si el día de la profesión, Jesucristo susurrara en el fondo del alma: “¡Levántate! Te espero en el Calvario”[7]. Y si a alguna le parece que estas palabras son muy fuertes o desproporcionadas o fuera de lugar, es bueno saber que son palabras que Jesús le dijo a una niña llamada Gemma Galgani. ¿Cuándo? ¿Cuándo era ya una religiosa consagrada y profesa? No, se las dijo el día de su primera comunión.

Por eso, nuestro Directorio de Espiritualidad citando a San Luis Orione, dice muy claramente: “A Jesús se le ama y se le sirve en la Cruz y crucificados con Él, no de otro modo”[8]; es decir, la Cruz es para nosotros y para ustedes -Esposas de Jesús Crucificado- la manera de dar respuesta a la propia vocación. Por eso es tan necesario entender claramente el misterio de amor comprendido en la Cruz, que viene incluido en la sublime vocación de ser esposa de Cristo. Entonces, a la Cruz hay que plantarla en el corazón por el amor.

¡Porque es así! ¡Esto es teológico! Al “igual que el Cordero tuvo que ser matado para ser elevado sobre el Trono de la gloria, así [también] el camino hacia la gloria conduce a todos los elegidos para el banquete de bodas a través del sufrimiento y de la Cruz”[9]. Ustedes han elegido por Esposo a Jesús, o mejor aún: Jesús las eligió a ustedes como esposas; pues bien, sepan que ese Esposo es uno que fue sentenciado a muerte y clavado en una Cruz. Por eso a la esposa de Cristo le conviene dejarse clavar con Él en la Cruz si quiere entrar con Él en la gloria celestial. “Los tres votos son los clavos y cuanto con mayor disposición se extienda sobre la Cruz y pacientemente soporte los golpes del martillo, tanto más profundamente experimentará la realidad de estar unida con el Crucificado”[10]. “Esta es la idea clamorosa: sacrificarse. Así se dirige la historia, aun silenciosa y ocultamente”[11].

La Cruz no es otra cosa que el camino al cielo y es más, es “el camino más corto y más seguro”[12]. “Si hubiese otro camino para ir al Cielo, otro camino para el banquete nupcial entre Jesucristo y las almas, Él lo hubiese seguido y nos lo habría enseñado. ¡Pero no fue así!”[13], Cristo tomó para sí la condición de esclavo (Flp 2, 7) como escuchamos en las Lecturas de hoy, y es su deseo claro y fervoroso que la Cruz sea la joya con la que sean engalanadas las almas de sus esposas.

San Juan de la Cruz en uno de sus avisos dice “que los trabajos o penas por Dios eran como perlas preciosas, que cuanto mayores son más preciosos y mayor amor causan en quien las recibe para con quien se las da” y continúa explicando el santo: “así las penas dadas y recibidas de la criatura por Dios, cuanto mayores, eran mejores, y mayor amor causaban para con Él; y que por un momento que llevan de penas por Dios en el suelo, reciben de Su Majestad en el cielo inmensas y eternas buenas, que es sí mismo, su hermosura…”[14]. En el decir de San Luis María, “la Cruz enciende en los corazones el fuego del amor divino; es más, lo mantiene y acrecienta, tal como la leña al fuego. Y así se comprueba del modo más claro que se ama a Dios. Porque es la misma prueba de que Dios se sirvió para manifestarnos su amor. Y la que Dios nos pide para manifestarle el nuestro”[15].

La Cruz es buena y preciosa por una infinidad de razones: “nos hace asemejarnos a Jesucristo; nos hace dignos hijos de Dios Padre -ya que Jesucristo recibe como suyos solamente a los que llevan la Cruz-; la Cruz ilumina el entendimiento de tal manera que, como dice San Luis María ‘la Cruz es la Sabiduría y la Sabiduría es la Cruz’[16]. Además, la Cruz llevada dignamente, con paciencia, es fuente, alimento y testimonio del amor, volviéndose fuente de dulzuras y consolaciones, engendrando alegría, paz y gracia. Por último, produce en el alma que la lleva una riqueza de gloria incomparable para la eternidad”[17].

2. En la Cruz, Jesús nos muestra que nos ama

Por tanto, “la Cruz es el más bello regalo de Dios”[18], esto lo sabemos muy bien, al menos así nos lo han enseñado siempre. Y así se lo hizo saber Jesús a Santa Gemma, la virgen de Lucca: “Mira, hija mía, el más grande don que le puedo conceder a un alma amada por mí, es el don del sufrimiento”[19]. Lo mismo nos dice el Verbo Encarnado a cada uno de nosotros no sólo hoy sino cada vez que su paternal sabiduría nos envía una Cruz, porque sabe que somos tardíos en asimilar esta doctrina.

Sí: la Cruz es un gran don de Dios, porque nos permite “clavar en el corazón al que por nosotros fue clavado en la Cruz”[20] y porque nos da la hermosa oportunidad de pagar con amor tanto amor y ternura de Nuestro Señor. Por tanto “debemos desear vehementemente la Cruz, […] y pedir en la oración la gracia… de padecer por Cristo[21], y de este modo, completar en nosotros lo que falta a su Pasión. Porque, como tan bien decía Santa Edith Stein: “Una ciencia de la Cruz sólo puede lograrse cuando uno llega a experimentar del todo la Cruz”.

La Cruz de Nuestro Señor, queridas hermanas, es el libro “donde se aprende la ciencia de los santos”[22] como está en las Constituciones. Es allí donde el Espíritu Santo talla las almas de los que quiere hacer santos.

Santa Gemma Galgani escribe en una de sus cartas que muchas veces ella le pedía a Jesús que le enseñara el verdadero modo de amarlo y entonces -continúa ella- “me parecía que Jesús me dejaba ver todas sus llagas abiertas y me decía: “¡Mira, hija mía, mira cuánto he sufrido! ¿Ves esta Cruz, estos clavos, estas espinas? Son obra del amor. Mira y aprende cómo se ama. ¿Ves hasta qué extremo te he amado? ¿Me quieres amar de verdad? Aprende antes a sufrir. El sufrir enseña a amar”.

Algo muy similar dice nuestro Directorio de Espiritualidad cuando tantas veces nos invita a aprender en la “escuela del Verbo Encarnado a amar la Cruz”[23]y “la sabiduría divina de aceptar la Cruz”[24]; o cuando tan enfáticamente dice: “No hay otra escuela más que la Cruz”[25] y citando a San Pablo de la Cruz repite: “el amor que no nace de la Cruz de Cristo es débil.”[26]

“Por tanto, debemos amar la Cruz viva de los trabajos, humillaciones, afrentas, tormentos, dolores, persecuciones, incomprensiones, contrariedades, oprobios, menosprecios, vituperios, calumnias, muerte…”[27] y cada una puede seguir agregando las suyas…

Pero tengamos presente que así es como probamos nuestro amor a Jesús Crucificado. Le dijo Jesús a Santa Gemma: “Muéstrame tu amor por Mí como yo lo te lo he demostrado a ti. Tú sabes cómo: sufriendo penas y cruces sin número. Debes considerarte honrada cuando te trate así, y cuando te guío por caminos espinosos y dolorosos. Es con mi permiso que el diablo te atormenta y que el mundo te llena de asco y que las personas más queridas por ti te causan aflicción… Tú mantente en el camino de la divina voluntad y humíllate y convéncete que si te clavo a la Cruz es porque te amo”.

Con esta convicción debemos vivir y con esta convicción debemos partir hacia las misiones y enfrentar la vida, sabiendo hacer redentores nuestros dolores uniéndolos a la Pasión de Cristo, sabiéndonos especialmente amados por Nuestro Señor cada vez que una Cruz nos sobreviene. ¡Esa es la locura de la Cruz! “Es la locura del amor sin límites ni medidas”[28].

Y es así como la Cruz se convierte en la alianza de este amor esponsal y en la joya preciosa que denota un amor de predilección para aquellas almas que tienen el honor de llamarse a sí mismas esposas de Jesús Crucificado. Jesús mismo lo explica con inefable dulzura al dirigirse a la santa de Lucca (escuchen con atención):

“¿Sabes por qué deseo enviar cruces a las almas que me son más queridas? Porque deseo poseerlas completamente, y por esa razón las rodeo de cruces y las encierro en tribulaciones, así no se escapan de mis manos; por esa razón siembro espinas por todos lados para que no den sus afectos a ningún otro y busquen su complacencia sólo en Mí. Hija mía, si la Cruz no se sintiera, no podría llamarse Cruz. Ten la certeza de que si estás bajo la Cruz, no te perderás. El demonio no tiene poder sobre aquellas almas que lloran cerca de la Cruz. Hija mía, cuantas almas me habrían abandonado si no las hubiese crucificado. La Cruz es un don muy precioso y muchas virtudes se pueden aprender a través de ella”.

Ya ven entonces, cuánto “conviene que no nos falte Cruz, como a nuestro Amado hasta la muerte de amor”[29].

Sí, queridas hermanas, tenemos que estar convencidos de que, si padecemos alguna Cruz, cualquiera que sea, ella “es el cetro del reino de la santidad”, “es el anticipo del cielo”[30] y -oigan bien- “¡es señal de que vamos bien!”[31]. Es más, “si la Cruz es la condición para la salvación y la tribulación es el camino, entonces padecer alguna tribulación es prueba de que uno no ha perdido el camino, sino que precisamente se halla en el buen camino”[32].

“Es en la Cruz”, por más ignominiosa que esta sea, donde “debemos hallar el máximo motivo de gloria”[33], puesto que la Cruz no es otra cosa sino “la gloria del amor dispuesto a todo”[34].  Todos los santos confirman esta doctrina. El Beato Paolo Manna, por ejemplo, les decía a sus misioneros: “Ninguno de nosotros debe sorprenderse si hay sufrimientos en las misiones, incluso si hoy en día, en algunas misiones, hay sufrimientos extraordinarios. Pues significa que todo marcha perfectamente. Si hay sufrimiento, hay redención. […] Es más, tenemos el derecho de esperar con toda confianza de que un día la victoria final será nuestra”[35]. También San Juan de la Cruz, en una de sus Sentencias, dice: “Cuando se trata de trabajos, cuanto mayores y más graves son, tanto mejor es la suerte del que los padece”[36]. Y el mismo Cristo le dijo a Santa Faustina: “Hija mía, el sufrimiento será el signo de que Yo estoy contigo”[37]. Entonces, con cada una de sus cruces ustedes deben poder decir: ‘Señor la acepto especialmente como prueba de tu amor por mí, como signo de nuestra alianza esponsal, como el medio por el cual nos unimos más íntimamente’. Ese es el punto al que debe arribar nuestra fe: a ver el amor de Cristo en todas las cruces y a saberse gozar de la íntima compañía del Esposo en el interior del alma, aunque de momento parezca escondido e incluso lejano.

Desafortunadamente, muchas veces aceptamos nuestras cruces –o pensamos que lo hacemos- muy generosamente cuando decimos: “Ciertamente que me lo merezco”. Vemos la Cruz como una penitencia, como una consecuencia de nuestras infidelidades. Algunas veces, si nos elevamos un poquito más alto, la aceptamos como expiación por nuestras faltas. Pero raramente nos elevamos hasta el punto de ver la atención cuidadosa de Nuestro Señor, su ternura, su abajamiento hasta nuestra miseria. Y, sin embargo, cada Cruz es siempre eso: una condescendencia del amor de Cristo hacia nuestras almas. Es en este sentido que nuestro querido San Juan Pablo II, decía: “la Cruz ‘es la inclinación más profunda de la Divinidad hacia el hombre […]. La Cruz es como un toque del amor eterno a nuestras vidas’”[38].

Jesús le advertía a Santa Gemma: “No pienses que es castigo. Es verdaderamente mi Voluntad en orden a desapegarte de las creaturas para unirte más a Mi.”

Por eso –y les insisto en esto- debemos contemplar la Cruz también como preparación para las grandes y muchas gracias que Dios quiere derramar sobre nosotros.

La Beata Dina Belanger, una religiosa canadiense, escribía: “Yo quisiera hacer solo una cosa en mi vida. Yo quisiera hacer comprender a todas las almas, especialmente a las consagradas a Dios, el valor de la Cruz. El dolor moral y físico es una mina de oro eterno, es una saeta encendida que el Amor dispara desde el Corazón del Infinito para consumir el corazón humano y sumergirlo en la divinidad. ¡La Cruz! Es el cetro resplandeciente de la Sabiduría Encarnada, el adorno de la Corredentora Inmaculada Virgen María, la palma luminosa de los bienaventurados… Jesús escogió la Cruz como un bien sagrado, y la estrechó con pasión, la amó con locura, y todo por nosotros. Cuando nos ofrece una pequeña parte de este místico tesoro recibámosla al menos con alegría”[39].

Recordemos siempre que “la Cruz nos prepara un peso eterno de gloria incalculable (2 Cor 4, 17), ya que los padecimientos del tiempo presente no son nada en comparación con la gloria que ha de manifestarse en nosotros (Rm 8, 18)”[40].

3. Confianza ilimitada en la Cruz

Por tanto, una esposa de Cristo, “no debe estar nunca replegada sobre sí misma, sino que debe estar abierta como los brazos de Cristo en la Cruz, que tenía de tanto abrirlos de amores, los brazos descoyuntados”[41].

San León Magno decía: “la Cruz es fuente de toda bendición y el origen de toda gracia”.

En este día, entonces, las animo a que “tengan confianza en la fuerza de la Cruz de Cristo”[42] y estén contentas con todo. Lejos de ustedes el desanimarse o turbarse ante la Cruz, sino que, sobreponiéndose a los temores tan propios de nuestra naturaleza y orgullo, avancen con espíritu firme a abrazar la Cruz con generosidad y alegría. Persuádanse de ser muy amadas por Dios, cada vez que en su infinito amor les envíe una Cruz, pues gozan de un don muy valioso, y llénense de alegría porque su recompensa será grande en el cielo, y aun ya sobre la tierra, a causa de las gracias espirituales que la Cruz les obtiene. Sigan adelante siempre, con mucha confianza en Dios, repitiendo “ni Jesús sin la Cruz, ni la Cruz sin Jesús”[43], ya que vuestro Esposo siendo que tanto las ama, no las abandonará si con tanta confianza se entregan a Él[44].

Quisiera dirigir ahora unas breves palabras a las hnas. que hoy se desposan perpetuamente con el Divino Esposo.

Hermana Maria Addolorata,de nuestra querida ciudad de Segni: Nuestro Señor amó inmensamente a su Madre y sin embargo una espada atravesó su Inmaculado Corazón. Que a imitación de la Madonna Addolorata, que tan devotamente se venera en Segni, permanezcas siempre fiel al pie de la Cruz, compasiva con todos, olvidada aun de tu propio dolor. Que la Madre de Dios te ayude a comprender que realmente la única Cruz es el rechazo de la Cruz y que solamente abrazándola con amor, cesa de ser una Cruz y se vuelve un pedestal hacia el Cielo. Que la Virgen Santísima endulce todas tus cruces y las presente ante Nuestro Señor embebidas de su pureza y dulzura maternal.

Hermana María Loretana: así como la Virgen María albergó en su seno purísimo al Verbo Encarnado, quien eligió y amó la Cruz desde un principio, así tú también en la intimidad de tu corazón te unas a Él y allí alcances la sabiduría de la Cruz, que el Espíritu Santo enseña con suavidad a los que con humildad se abandonan en los brazos de la Cruz.

Que la Virgen Santísima camine junto a ustedes por el camino real de la santa Cruz y haga de ambas fecundas madres de muchos.

Quisiera concluir con la fervorosa petición que hacía nuestro Fundador para todas las Servidoras: “Que la Cruz sea, para todas aquellas que la llevan sobre su pecho, como era la Cruz para San Juan Crisóstomo [y puedan también ustedes decir]: ‘Éste es mi báculo, ésta mi seguridad, éste es mi puerto tranquilo. Aunque se turbe el mundo entero, yo leo esta palabra escrita que llevo conmigo, porque ella es mi muro y mi defensa. […] Éste es mi alcázar, ésta es mi roca inconmovible, éste es mi báculo seguro’”[45].

La Cruz que la liturgia de hoy coloca en el centro de los pensamientos y de los corazones de todos nosotros, nos invita a mirarla con fe y a descubrir en ella el misterio eterno del amor de Dios.

Que por intercesión de la Purísima Virgen de Luján, “herencia preciosa que Jesús nos confió desde la Cruz”[46], el Espíritu Santo “ilumine los ojos de vuestro corazón, para que entendáis cuál es la esperanza a que os ha llamado, cuáles las riquezas y la gloria de su herencia”[47] encerrada en el misterio de la Cruz y así sepan ver “como todo sucede para nuestro bien, para que aprendamos de una vez por todas que Jesús nos ama hasta el extremo, que hizo por nosotros todo lo que tenía que hacer y mucho más, y que por tanto si confiamos en Él no tenemos que tener miedo a nada ni a nadie, y que por muy difícil que sean las circunstancias, está su gracia, está su muerte en la Cruz, está su sangre derramada por mí, y si Él derramó por mí su sangre, por más que yo tenga que hacer cosas difíciles, las podré hacer, con su gracia, por el poder de su Cruz”[48].

Que Dios las bendiga.

 


[1]Cf. Constituciones, 20.

[2]Cf. P. Carlos Buela, IVE, Servidoras I.

[3]Cf. P. Carlos Buela, IVE, Servidoras I.

[4]San Juan PabloII, Exhortación Apostólica Redemptionis Donum, 10.

[5]Cf. San Luis María Grignon de Montfort, Amor a la Sabiduría Eterna, 180.

[6]San Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Redemptionis Donum, 10.

[7]Palabras de Jesús a Santa Gemma Galgani el día de su primera comunión.

[8]Directorio de Espiritualidad, 143.

[9]P. Carlos Buela, IVE, Servidoras III.

[10]Ibidem.

[11]Directorio de Espiritualidad, 146.

[12]Palabras de Jesús a Santa Faustina Kowalska, Diario de la Divina Misericordia en mi alma, 1487.

[13]Cf.Directorio de Espiritualidad, 134.

[14]San Juan de la Cruz, Avisos y sentencias del autógrafo de Andújar, otros avisos.

[15]Cf. San Luis María Grignon de Montfort, Amor a la Sabiduría Eterna, 176.

[16]San Luis María Grignon de Montfort, Amor a la Sabiduría Eterna, 180.

[17]Cf. San Luis María Grignon de Montfort, Amor a la Sabiduría Eterna, 176.

[18]P. Carlos Buela, IVE, Servidoras II.

[19]Traducido de la Biografía de Santa Gemma Galgani.

[20]Directorio de Espiritualidad, 142.

[21]Cf. Directorio de Espiritualidad, 136.

[22]Directorio de Espiritualidad, 137.

[23]Directorio de Espiritualidad, 139.

[24]Directorio de Espiritualidad, 142.

[25]Directorio de Espiritualidad, 142.

[26]Directorio de Espiritualidad, 137.

[27]Directorio de Espiritualidad, 135.

[28]Directorio de Espiritualidad, 181.

[29]San Juan de la Cruz,Carta XI.

[30]P. Carlos Buela, IVE, Servidoras II.

[31]Directorio de Espiritualidad, 181.

[32]Cf. Ven. Arch. Fulton Sheen, traducido de Those Mysterious Priests.

[33]Cf.P. Carlos Buela, IVE,Servidoras I.

[34]Cf. Directorio de Espiritualidad, 142.

[35]Cf. Beato Paolo Manna, traducido de Apostolic Virtues, cap. 8.

[36]San Juan de la Cruz, Avisos y Sentencias del autógrafo de Andújar, Sentencia 87.

[37]Santa Faustina Kowalska, Diario de la Divina Misericordia en mi alma, 669.

[38]Cf. Juan Pablo II, Homilía Misa de Consagración del Santuario a la Divina Misericordia, op. cit. Dives in misericordia, 8.

[39]Beata Dina Belanger, Autobiografía.

[40]Cf. Directorio de Espiritualidad, 139.

[41]Cf. Directorio de Espiritualidad, 263.

[42]S.S. Papa Francisco, Homilía, 18 de agosto de 2014.

[43]Directorio de Espiritualidad, 144.

[44]Constituciones,63.

[45]Cf.P. Carlos Buela, IVE,Servidoras I.

[46]San Juan Pablo II, Acto de Consagración a la Virgen de Luján, 12 de abril de 1987.

[47]Cf. San Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Redemptionis Donum, 16.

[48]Cf. P. Carlos Buela, IVE, Servidoras II.

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