Homilía del R. P. Buela predicada el 6 de octubre de 2011 en ocasión del traslado del Estudiantado Internacional a Tuscania.

            El sacerdote en el altar es Jesucristo.

            Jesús en el sacerdote revive indefinidamente su Pasión.

            Queremos, siguiendo la enseñanza de San Pio de Pietrelcina, realizar una comparación entre la Pasión de Jesús y la Santa Misa[1]; centrando nuestra mirada en el modo en que el Padre Pio celebraba, o mejor dicho, «vivía» su Misa.

– El Señor, ¿ama el sacrificio?

– Sí, porque con él ha regenerado el mundo.

– ¿Cuánta gloria da a Dios la Santa Misa?

– Gloria infinita.

– ¿Qué debemos hacer durante la Santa Misa?

– Compadecer y amar.

– ¿Qué beneficios recibimos escuchándola?

– No se pueden enumerar. Los verán en el Paraíso.

– Padre, ¿qué cosa es su Misa?

– Un «amasijo sagrado»[2]con la Pasión de Jesús. Mi responsabilidad es única en el mundo. 

– ¿Qué cosa debo «leer» en su Misa?

– Todo el Calvario.

– Padre, dígame todo aquello que sufre en la Santa Misa.

– Todo aquello que ha sufrido Jesús en su Pasión, de modo inadecuado, lo sufro también yo, en la medida que es posible a una creatura humana. Y esto a pesar de mi falta de mérito; por su sola bondad.

– Padre, ¿cómo podemos conocer su pasión?

– Conociendo la Pasión de Jesús: en la de Jesús encontrarán también la mía.

            1. Desde el signo inicial de la cruz hasta el ofertorio nos encontramos en Getsemaní, donde Jesús está en agonía.

– Lo he visto temblar mientras subía los escalones del altar. ¿Por qué? ¿Por aquello que debía sufrir?

– No por aquello que debía sufrir, sino por aquello que debía ofrecer.

– ¿Agoniza, Padre, como Jesús en el huerto?

– Ciertamente.

– ¿Viene también un ángel a confortarlo al igual que a Jesús?

– Sí.

– ¿Qué «fiat» pronuncia?

– De sufrir y siempre sufrir por los hermanos de exilio y por su Divino Reino.

– En el Divino Sacrificio, ¿Usted carga con nuestros pecados?

– No se puede obrar diversamente, ya que es parte del Divino Sacrificio.

 ¿Por qué leyendo el Evangelio ha llorado al llegar a las palabras: «Quien come mi carne y bebe mi sangre…»?

– Llora conmigo de ternura.

– ¿Por qué llora casi siempre, Padre, cuando lee el Evangelio en la Santa Misa?

– ¿Y te parece poco que un Dios converse con sus creaturas? ¿Y que sea por ellas resistido? ¿Y que sea continuamente herido por su ingratitud e incredulidad?

            2. El ofertorio corresponde al momento del arresto de Jesús.

            El ofertorio era el segundo momento que inmovilizaba por largo tiempo al Padre Pio. Era un aspecto sobresaliente de su Misa. Retenido por una fuerza misteriosa, con los ojos en lágrimas amorosamente fijos en el Crucifijo del altar, el Padre Pio, permanecía quieto, inmóvil, como petrificado por varios minutos, con el pan y el vino entre las manos.

– ¿Por qué llora en el ofertorio?

– ¿Quieres arrancarme el secreto? Pues bien, aquí está. Es ese el momento en el cual el alma es separada de lo profano.

– Durante su Misa, Padre, la gente hace un poco de alboroto…

– ¡¿Y si hubieras estado presente en el Calvario donde se sentían gritos, blasfemias, ruidos, amenazas?! ¡Allí era grande el estrépito!

– Los ruidos que la gente hace en la Iglesia ¿Lo distraen?

– Para nada.

– Padre, ¿todas las almas que asisten a su Misa están presentes en su espíritu?

– Veo a todos mis hijitos en el altar, como en un espejo. 

            3. El prefacio es el canto de alabanza y de acción de gracias que Jesús dirige al Padre porque ha llegado su «Hora».

            4. Desde el inicio de la plegaria eucarística (=canon) a la consagración recordamos a Jesús en prisión, flagelado, coronado de espinas…, es decir, todo el Via Crucis.

            El tremendo misterio de la consagración  «contiene» las últimas horas que Jesús pasó en la cruz: el crucificado del Gargano revive, entonces, en el altar, uno después del otro, los últimos instantes del Crucificado del Gólgota.

– ¿Quién grita: ¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!?

– Los hijos de los hombres, y principalmente los más beneficiados.

– Durante la Misa ¿los pinchazos de la corona de espinas y las heridas de la flagelación son reales?

– ¿Qué quieres decir con esto? Los efectos ciertamente son los mismos.

– ¿Cómo quedó Jesús después de la flagelación?

– El profeta lo relata: «era una sola llaga; parecía un leproso».

– Entonces, ¿también Usted es una sola llaga desde la cabeza a los pies?

– ¿Y no es esta nuestra gloria? Y si no hubiera más espacio para hacer otras llagas en mi cuerpo, haríamos una llaga sobre la otra. 

– ¡Dios mío, esto es demasiado! Es, Padre mío, ¡un verdadero carnicero de Usted mismo!

– No te espantes, más bien goza. No deseo el sufrimiento en sí mismo, no; sino por los frutos que me da. Da gloria a Dios y salva a los hermanos. ¿Qué otra cosa puedo desear?

– Padre, cuando a la noche se flagela, ¿está solo o alguien lo asiste?

– Me asiste la Virgen santa; está presente todo el Paraíso.

            Sabemos de la venda usada por el Padre Pio para secar la sangre que salía de su cabeza. Se encuentra totalmente manchada de sangre: la corona de espinas, diadema sublime, regalo de Jesús al Padre Pio, es un segundo documento preciosísimo que debemos analizar detenidamente.

– Jesús me ha hecho sentir que Usted sufre la corona de espinas.

– De otro modo la inmolación no sería completa.

– ¿Durante toda la Misa?

– Y también antes y después. La diadema no se abandona jamás.

– Con la coronación de espinas, ¿qué pecados expió Jesús?

–  Todos. En particular los de pensamiento, sin excluir aquellos vanos e inútiles.

– Las espinas, Padre, ¿las tiene sobre la frente o alrededor de toda la cabeza?

– Alrededor de toda la cabeza.

– Padre, ¿de cuántas espinas está formada su corona… de treinta?

– ¡Pues sí!

– Padre, yo pienso que su corona está formada no por treinta sino por trecientas espinas.

– ¡Te impresionas por un cero! ¿Finalmente el treinta no está contenido en el trecientos?

– Padre, ¿también Usted sufre aquello que sufrió Jesús en la Vía dolorosa?

– Lo sufro, sí, ¡pero es necesario mucho para llegar a aquello que sufrió el Divino Maestro!

– ¿Quién le hace de Cireneo y de Verónica?

– Jesús mismo.

– ¿Sufre, Padre, la amargura de la hiel?

– Sí… y muy a menudo.

– Padre, ¿cómo se mantiene en pie en el altar?

– Como lo hizo Jesús sobre la cruz.

– ¿En el altar está suspendido sobre la cruz como Jesús en el Calvario?

– ¿Y todavía lo preguntas?

– ¿Cómo hace para mantenerse allí?

– Como lo hizo Jesús en el Calvario.

–  ¿Los verdugos dieron vuelta la cruz para remachar los clavos?

– ¡Por supuesto!

– ¿También a Usted le remachan los clavos?

– ¡Y de qué modo!

– ¿También a Usted le dan vuelta la cruz?

– Sí, pero no tengas miedo.

– ¿Padre, recita también Usted durante la Santa Misa las siete palabras que Jesús profirió en la cruz?

– Sí, indignamente, las recito también yo.

– ¿Y a quién decís: «Mujer, he aquí a tu hijo»?

– Le digo a Ella: He aquí los hijos de tu Hijo.

            5. La consagración representa místicamente la crucifixión del Señor. Es allí que nosotros ofrecemos el sacrificio redentor.

            Durante la consagración, el Estigmatizado del Gargano, representaba tan vivamente, entre sollozos y lágrimas, en medio de un dolor indescriptible, la divina tragedia del Calvario, que dejaba transfigurar en su carne traspasada, el gigantesco martirio de Jesús crucificado.

– ¿En qué momento de la Misa sufre la flagelación?

– Desde el principio al fin, pero más intensamente después de la consagración.

– ¿Sufre la sed y el abandono de Jesús?

– Sí.

– ¿En qué momento sufre la sed y el abandono?

– Después de la consagración.

– ¿Hasta qué momento sufre el abandono y la sed?

– Ordinariamente hasta la comunión.

– ¿Jesús crucificado tenía las entrañas consumidas?

– Di más bien: ¡abrasadas!

– ¿De qué cosa tenía sed Jesús crucificado?

– Del Reino de Dios. 

            La misma sed incendiaba el alma del Padre Pio. Eran horas, estas, extremadamente áridas. Ni siquiera una astillita de consolación caía en el corazón abrasado del Padre Pio.

– Me ha dicho que se avergüenza de decir: «Busqué en vano quién me consolase». ¿Por qué?

– Porque de frente a aquello que sufrió Jesús, nuestros padecimientos, como verdaderos culpables que somos, empalidecen.

– ¿De frente a quién se avergüenza?

– De frente a Dios y a mi conciencia.

– ¿Los ángeles del Señor no lo confortan sobre el altar en el cual se inmola?

– …yo no los siento.

– Si el consuelo no desciende en su espíritu durante el Divino Sacrificio, y Usted al igual que Jesús, sufre el abandono total, nuestra presencia es inútil.

– La utilidad está de parte de ustedes. ¡Deberíamos entonces decir inútil la presencia de la Dolorosa, de Juan y de las piadosas mujeres a los pies de Jesús agonizante!

– ¿Por qué, Padre, no nos cede un poco de su pasión?

– Las joyas del Esposo no se regalan a nadie.

Dígame, ¿qué puedo hacer para aliviar un poco su calvario?

¡¿Aliviarlo?!… Di más bien para hacerlo más pesado. ¡Es necesario sufrir!

– ¡Es doloroso asistir a su martirio sin poder ayudarlo!

– También la Dolorosa tuvo que estar presente. Para Jesús, en verdad, fue más confortante tener una Madre doliente, que una indiferente.

– ¿Qué hacía la Virgen a los pies de Jesús crucificado?

– Sufría al ver sufrir a su Hijo. Ofrecía sus penas y los dolores de Jesús al Padre celestial por nuestra salvación.

– No se lo pido por curiosidad: ¿Cuál es la llaga que más lo hace sufrir?

– La cabeza y el corazón.

            Aquello que el Padre Pio ofrece en la celebración de la Santa Misa es proporcional a aquello que sufre.

– ¿Por qué sufre tanto en la consagración?

– Porque propiamente allí sucede una nueva y admirable destrucción y creación.

– Dígamelo, ¿por qué sufre tanto en la consagración?

– Los secretos del Sumo Rey no se revelan sin quedar profanados. ¿Me preguntas por qué sufro? No lagrimitas, sino más bien, ¡torrentes de lágrimas quisiera derramar!  ¿No reflexionas en el tremendo misterio? ¡Un Dios víctima de nuestros pecados!… ¡Y nosotros somos sus carniceros!

            6. La doxología corresponde al grito de Jesús: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu». El sacrificio es entonces consumado y aceptado por el Padre. Los hombres volvemos a estar unidos y es por eso que rezamos: «Padre nuestro…».

            7. La fracción del pan indica la muerte de Jesús y la inmixtión su resurrección. 

– ¿También Usted muere en la Santa Misa?

– Místicamente en la Santa Comunión.

– ¿Es por vehemencia de amor o de dolor que padece la muerte?

– Por lo uno y por lo otro; pero más por amor.

– En la comunión padece la muerte: ¿Entonces deja de estar al pie del altar?

– ¿Por qué? También Jesús estuvo muerto en el Calvario.

– Ha dicho, Padre, que en la comunión la víctima muere. ¿Lo colocan en los brazos de María?

– De San Francisco.

            No faltaba al Serafín del Gargano la visión escatológica de la Eucaristía. De hecho decía: «Si los Apóstoles con los ojos de la carne han visto tanta gloria, ¿cuál será la gloria que veremos en el Hijo de Dios, en Jesús, cuando se manifestará en el Paraíso?».

– ¿Qué unión tendremos en el Cielo con Jesús?

– Eh!… La Eucaristía nos da una idea.

            8. La comunión es el momento supremo de la Pasión de Jesús.

            Encorvado sobre el altar y con las manos estrechadas al cáliz, teniendo al Señor en el corazón, el Serafín de Pietrelcina, sin hacer caso del tiempo, permanecía largos momentos con Jesús.

– ¿Qué es la Santa Comunión?

– Es pura misericordia interna y externa. Toda ella es un abrazo. Ruega a Jesús que se manifieste también sensiblemente. 

– ¿Qué hace Jesús en la Comunión?

– Se deleita en su creatura.

– ¿La comunión es una incorporación?

– Es una fusión. Como dos cirios que se funden juntos y ya no se distinguen.

– Cuando se une a Jesús en la Santa Comunión, ¿qué debemos pedir al Señor?

Que también yo sea otro Jesús, todo Jesús, siempre Jesús.

– ¿Por qué llora, Padre, cuando comulga?

– Si la Iglesia emite un grito: «Tú no despreciaste el útero de la Virgen», hablando de la Encarnación, ¡¿qué decir de nosotros miserables?!…

– ¿Incluso en la Comunión sufre?

– Es el punto culminante.

– Después de la Comunión, ¿continúan sus sufrimientos?

– Sí, pero son sufrimientos amorosos.

– En esta unión, ¿Jesús no lo consuela?

– Sí, ¡pero no deja de estar en la Cruz!

– ¿Cuánto ama a Jesús?

– El deseo es infinito, pero en la práctica ¡ay de mí!, diría que cero, y me avergüenzo de ello.

            9. La bendición final marca a los fieles con la cruz, la cual es un signo distintivo y un escudo protector contra el Maligno.

            Terminaba la Misa, pero no se acababa en el corazón del Estigmatizado del Gargano el deseo de permanecer crucificado en el altar.

– ¿Desea celebrar más de una Misa al día?

– Si estuviera en mi poder no bajaría jamás del altar.

            No pudiendo permanecer siempre enclavado en el altar, el Excepcional Liturgo transformaba su misma persona en altar con la intención de hacer visible en todo momento la Pasión de Jesús.

– Me ha dicho que al altar lo lleva con Usted…

– Sí, se verifica entonces aquel dicho del Apóstol: «Llevando en mí la mortificación de Jesús»; «estoy clavado a la cruz»; «castigo mi cuerpo y lo esclavizo».

– Entonces tengo razón al decir que en medio nuestro camina Jesús crucificado. ¡Usted la sufre entera la Pasión de Jesús!

– Sí… por su bondad y condescendencia, en la medida en que es posible a una humana creatura.

– ¿Y cómo puede trabajar con tantos dolores?

– Yo encuentro mi descanso en la cruz.

            10. La Virgen asiste a cada Misa.

– Padre, ¿cómo debemos escuchar la Santa Misa?

– Del mismo modo que asistieron a ella la Santísima Virgen y las piadosas mujeres. Como asistió San Juan al Sacrificio Eucarístico y al Sacrificio cruento de la Cruz.

– ¿Asiste la Santísima Virgen a su Misa?

– ¿Y piensas tú que la «Mamma» no se interesa del hijo?

            ¡Grande, muy grande, infinitamente grande es el misterio de la Santa Misa!

 


[1]Seguimos libremente a G. Conversano, Padre Pio e il mistero della sua Messa¸ Roma 2010, 22-50. En una nota al pie, en página 22 escribe el Autor: «Los testimonios del Padre Pio sobre su Misa han sido transcriptos por el Padre Tarcisio de Cervinara, quién los dispuso según la secuencia de la Misa en La Messa di Padre Pio, San Giovanni Rotondo 1987, pp. 16-42.  De modo más completo se encuentran en el cuestionario de Cleonice Morcaldi [una mística, hija espiritual del Padre Pio, que en el transcurso de los años interrogó en muchas ocasiones al Padre Pio acerca del misterio de “su” Misa], La mia vita vicino a Padre Pio. Diario intimo spirituale, San Giovanni Rotondo 1997».

[2]«Pasticciotto sacro»,  dice el original italiano.