El pasado 28 de diciembre se cumplieron 15 años de la muerte del P. Guillermo Costantini, IVE. En su memoria queremos recordar su figura de Sacerdote ejemplar y en cierto modo expresar así nuestra gratitud por todo el bien que ha realizado con su Ministerio, de una manera especial por su exquisita Caridad y ayuda hacia nosotras, Servidoras, dado que fue Consejero, Confesor y Director espiritual de numerosas religiosas.
El testimonio de su sobrina, hoy religiosa de nuestro Instituto, la Hermana María del Dulce Nombre Costantini, nos lo presenta tal como era.
“Vos que lo conociste ¿Qué nos podés contar del p. Guillermo?”
– ¿De verdad? ¿Vos sos sobrina del padre Guillermo? – era la común expresión de las personas cuando te conocían, mientras se te quedaban mirando fijamente como recordando en su interior quién sabe qué cosa; otros, queriendo expresar algo, luego de un lapso de silencio se te acercaban y te decían: “A mí tu tío me ayudó mucho en esto…”; “yo conocí al p. Guillermo en una situación muy difícil que estaba atravesando y él me ayudó…”; “yo le debo mucho a tu tío cura…”. Otras personas, en cambio, que no habían tenido la oportunidad de conocerlo personalmente pero que habían oído hablar de él, te pedían: “Por favor, contáme algo de tu tío, yo no pude conocerlo”
Ante ese pedido, nunca me sentí del todo preparada para responder. Generalmente se esperaría la clásica respuesta: “Bueno, no lo digo porque sea mi tío, ¡eh!, pero ¡era un santito!”. A mí en cambio, me ocurría algo casi al contrario. Por una parte, porque el entero de su perfil que yo conocía comprendía un sinnúmero de anécdotas y aspectos de su vida de las que me fui enterando por otros. Por otra parte, porque era como si los demás me hicieran tomar conciencia de que era algo más que un simple “cura simpático y divertido”, o porque luego de un análisis más profundo uno se daba cuenta de que había algo más detrás de todo lo que hacía. Esta reflexión se fue formando a través de testimonios de compañeros sacerdotes, de testimonios confidenciales de distintas personas que lo tuvieron como director espiritual, etc.
La “imagen” que tengo de Guillermo es la misma que podría tener cualquiera y que sin más, no diría nada del otro mundo: celebrando la Misa, haciendo interlocuciones en los sermones (especialmente en la Misa de niños), confesando, saludando aquí y allá al final de la Misa, visitando a este o a aquel en el confín de la ciudad, organizando campamentos, salidas, entreteniendo a los niños con sus magias…, y a todos lados donde iba, con su alegría y buen humor constantes, sus chistes, ocurrencias y divagaciones que animaban las conversaciones. Cuando vivíamos en Bariloche nos llevaba a las excursiones con las hermanas y alguna vez me hizo creer que era yo quien guiaba la excursión. Cuando vivíamos ya en San Rafael […] Guillermo se hacía el tiempo para ir a visitarnos. A veces, debido al agotamiento que tenía, pasaba por casa y aprovechaba a dormir sólo unos diez minutitos. Éramos los sobrinitos los encargados de ir a despertarlo: entrábamos de golpe, todos juntos a la habitación a la hora que nos había indicado y lo atacábamos a cosquillazos. Otras veces, volviendo del Colegio, nos encontrábamos con que papá y mamá habían tenido que salir por trabajo, y hallábamos a Guillermo quien nos esperaba en casa habiéndonos preparado la polenta para el almuerzo…
Dicho así, digamos que era una persona que caía bien a todos. Pero sólo cuando uno entra en la lógica cristiana del celo por las almas y en la intimidad de un alma sacerdotal, se entrevén aspectos más trascendentales.
Era sí, el típico despistado y metepatas que cada tanto se mandaba algún papelón pero que al mismo tiempo, sabía reírse de sí mismo y compartía sus anécdotas para que los demás se rieran con él y de él. Tal vez ese “saber reírse de sí mismo” fuera, como Chesterton observa, signo del equilibrio emocional que causa la sana humildad. Escuchaba a los demás y se dejaba incluso corregir […]
Tenía el don de gentes, sí, y sabía entablar relación con las personas más difíciles, con las más intratables, amargas, antipáticas o insulsas. ¿Qué lo podía mover? No era un mero desafío humano. A veces las ovejas eran tan duras de corazón, que el pastor no lograba nada más que sacarle alguna vez una sonrisita. Sin embargo a Guillermo le interesaba otra cosa […]. Era como el buen pastor que andaba persiguiendo doquier a las ovejas descarriadas. Y con algunas debía ingeniárselas de mil maneras. No fueron pocos los casos en que solo después de varios años de insistencia y perseverancia, lograba que la oveja descarriada se confesara en el lecho de muerte. Su trato era muy ameno y sencillo, pero – tal como lo han resaltado varios de sus compañeros sacerdotes – era una persona muy profunda.
Sobre todo destacaba su Caridad, que es la Reina de las virtudes. Sólo analizando bajo el criterio de la Caridad es que entiendo, recién ahora, tantas de las cosas que hacía. Sobrinos y parientes cercanos le reprochábamos a veces que se juntara con esta o aquella clase de gente. No entendíamos ni por qué ni para qué perdía tiempo con ellos […]. Y cuando le discutíamos, nosotros teníamos razón, es más, teníamos “muchas razones”, y a él lo dejábamos sin palabras. Y no es que él no lo viera. Al fin y al cabo, éramos nosotros los que errábamos, porque la Caridad exquisita se queda muchas veces sin palabras, justamente porque no tiene en cuenta “esas razones” […].
Él se daba con todos sin distinción: con el rico pudiente y con el pobre, con la persona culta y sabia y con aquella ignorante, con el moderno metropolitano y el agreste campesino, con el piadoso y con el ateo obstinado; cuando por oficio tenía que tratar con alguna autoridad civil o política, no perdía la ocasión para entrar de alguna manera en su alma, así como tampoco despreciaba la atención que podría dar al último empleado de algún local. En cualquier relación humana que establecía se las ingeniaba para hacer apostolado. Y así, en varias ocasiones nos encontramos con casos insólitos en que se habían cruzado con él […] Bastaba un simple saludito. Pero a todos deseaba una misma cosa: la salvación eterna de su alma. ¡También a sus enemigos!
“Sin duda que él tuvo fe en su sacerdocio – testimoniaba uno de sus compañeros sacerdotes en la Misa de exequias celebrada en Segni – La tuvo seguramente, y mucha. Y porque tuvo fe en su sacerdocio no tuvo miedo de su debilidad humana”. Como así mismo, otro sacerdote nos confiaba la última conversación que tuvieran un mes antes de morir: Guillermo reflexionaba acerca de “la cruz que significaba para un corazón sacerdotal las propias limitaciones”, y la indispensable confianza que por lo tanto se debía tener en el “sacerdocio eterno” que ejercería cada sacerdote ni bien llegara a la Vida Eterna.
“Es necesario que el grano de trigo muera para dar mucho fruto…” – se oyó decir más de una vez en ocasión de su muerte. Pero la frase que encontré en su recordatorio de su ordenación sacerdotal, me dio otra clave de interpretación: “Es necesario que Él crezca y yo disminuya” (Jn 3, 30). Lo deberán juzgar personas más competentes en el caso, pero fue quizás esa la estimulación profunda de su camino a la santidad. Era preciso que muriera, sí, no sólo con la muerte física que separa el alma del cuerpo, sino también con la progresiva muerte “a sí mismo” que mengua al hombre viejo, para que sea Cristo quien viva en nosotros.
Este es mi queridísimo tío, cuya muerte resultó para mí un fuerte desgarro del alma. Su ejemplo, no tanto un orgullo cuanto un dulce y desafiante reto a trabajar seriamente por la santidad, conscientes de que a pesar de las miserias internas a nuestra vasija de barro, si nos dejamos modelar por el Alfarero, podemos hacer que “Él crezca y uno disminuya”.
In Christo Verbo Incarnato,
Hna. María del Dulce Nombre Costantini, SSVM
Monreale, 25 de junio de 2015