El pasado 15 de diciembre, en la Catedral de Orvieto, Italia, donde las Servidoras ejercen su apostolado, quince novicias de nuestro Instituto pertenecientes al noviciado internacional Nuestra Señora de Loreto, recibieron el santo hábito. En la misma ceremonia recibieron la sotana los novicios del Instituto del Verbo Encarnado del noviciado internacional Pier Giorgio Frasatti. Numerosos familiares y amigos nos acompañaron en la imponente ceremonia. Ofrecemos el sermón que para la ocasión predicó el P. Daniel Cima, IVE
Nos encontramos en esta magnífica Catedral que conserva el corporal en el que milagrosamente se hizo visible la sangre de Cristo derramada en el Sacrificio de la Cruz, Sacrificio que se perpetúa en cada Santa Misa y nos reúne hoy la feliz circunstancia de la toma de sotana de 5 novicios del Instituto del Verbo Encarnado y de la toma de hábito de 15 novicias del Instituto Servidoras del Señor y de la Virgen de Matará. Por este motivo, me pareció oportuno reflexionar sobre la grandeza de la vocación a la que fuimos llamados y la importancia y vigencia que el testimonio del hábito religioso tiene para nosotros y para el mundo en el que vivimos.
1. Los padres buscan lo mejor para sus hijos
Es un hecho de experiencia fácilmente comprobable, ver cómo los padres se esfuerzan por procurar para sus hijos, en todo orden de cosas, aquellas cosas que consideran que son lo mejor para ellos:
- Lo mejor en cuanto a la vestimenta, procurándoles ropa decorosa y hermosa, según lo que ellos pueden permitirse.
- Lo mejor en la educación, procurándoles una buena escuela con buenos maestros, una buena universidad; que puedan aprender otros idiomas, o tocar instrumentos musicales, o ayudarlos a desarrollar otras habilidades: los padres ponen todo de su parte. Muchas familias a veces llegan hasta a mudarse de casa para encontrar para sus hijos un buen instituto educativo.
- Lo mejor en la salud: he conocido familias en las cuales uno de los hijos se ha enfermado y ellos empeñaron todos sus recursos económicos disponibles para conseguir un tratamiento adecuado.
- Lo mejor en lo que se refiere a un proyecto de vida para el futuro de los hijos: por ejemplo, muchas veces los padres proyectan con quién se podría casar el hijo o la hija. Así, siendo sus hijos aún pequeños, o adolescentes, comienzan ya a ver entre las buenas familias conocidas quién podría ser el “predestinado/a” para sus hijos; ¡y qué bien que hacen su trabajo! “Mirá esta chica: es muy fina, muy educada y de buena familia…” o “Mirá aquel joven: es muy serio y muy responsable en sus cosas, como su padre…”. A veces, inclusive, advirtiéndoles: “tené cuidado con este/esta porque no es para vos…”.
2. Llamándolos a la vida consagrada Dios da a los jóvenes lo mejor para ellos, que no les será quitado (cf. Lc 10, 42)
Aquello que los padres de estos jóvenes se han esforzado por conseguir para sus hijos a lo largo de toda la vida, Dios se los concedió en un instante, llamándolos a la vida consagrada. Con esta vocación del todo especial, Dios los reservó para sí, los eligió para hacerlos sus amigos y sus esposas, sus familiares más íntimos y estrechos, los elevó dándoles una vocación nobilísima que ciertamente los separa del mundo, ya que el mundo muchas veces no entiende nuestra vocación – y muchas veces hasta se burla de ella y la persigue–; pero según el designio de amor de Dios es un don enorme que Dios hace a estos jóvenes y a sus familias. A veces nos asombramos cuando vemos que algunos padres osan poner obstáculos a la vocación de sus hijos e hijas. ¡Qué contrasentido enorme … toda la vida han aspirado a conseguir lo mejor para ellos y, a veces, llegado el momento en el cual Dios se los concede, dándoles la vocación a sus hijos, algunos la rechazan! Es como si se rechazase un título de nobleza o a un privilegio concedido a una familia. Tal vez sucede esto porque no pocos en el pasado – y todavía hoy – se han esmerado en disminuir la dignidad y la sublimidad de este llamado y de este estado de vida, queriendo sostener inclusive que no se trata de un estado de perfección espiritual. Los que piensan de este modo, creen que saben más que el mismo Jesús, el cual en un diálogo con un joven que le manifestaba al Señor su deseo de vivir una vida espiritual en mayor plenitud y generosidad, le respondió:
“Si quieres ser perfecto, ve, vende todo lo que posees, dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; luego ven y sígueme” (Mt 19, 21).
Evidentemente esto no significa que todos los religiosos son actualmente más perfectos que los que no son religiosos, pues esto depende de la fidelidad en la propia vocación, del grado de caridad con el que se vive en el propio estado y del mérito que se tiene delante de Dios. Pero dejado esto en claro, debemos afirmar que el estado religioso es en sí un estado de perfección, como lo enseña Jesús, quien aconsejó a algunos hombres y mujeres que abandonasen todo para tener sólo a Él como premio, y de este modo recibir cien veces más en esta vida y tener en herencia la vida eterna (cf. Mt 19, 29).
3. El hábito religioso es un signo externo de esta consagración a Dios, un signo del que el mundo tiene necesidad
Pero ¿por qué esta elección de llevar un signo externo de esta consagración?
No es ciertamente un capricho. Nos lo aconseja vivamente el Magisterio y la Tradición de la Iglesia. Incluso está mandado en el Código de Derecho Canónico: “Los religiosos deben llevar el hábito de su Instituto, hecho de acuerdo con la norma del derecho propio, como signo de su consagración y testimonio de pobreza” (CIC, c. 669 §1). Los últimos Sumos Pontífices – San Juan XXIII, San Pablo VI, San Juan Pablo II; como también el Papa emérito Benedicto XVI– han invitado, exhortado, advertido e inclusive mandado en distintas ocasiones, que no se abandone este «signo» externo de consagración a Dios.
En estos últimos tiempos, la Sagrada Congregación para el Clero, en el documento Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros (en la última edición del 2013), en el capítulo titulado “Importancia y obligatoriedad del hábito eclesiástico” (en el punto 61), vuelve a plantear este tema, especialmente para los sacerdotes:
«El hábito talar es el signo exterior de una realidad interior: «de hecho, el sacerdote ya no se pertenece a sí mismo, sino que, por el carácter sacramental recibido, es “propiedad” de Dios. Este “ser de Otro” deben poder reconocerlo todos, gracias a un testimonio límpido. […] En el modo de pensar, de hablar, de juzgar los hechos del mundo, de servir y de amar, de relacionarse con las personas, incluso en el hábito […]. Por esta razón, el sacerdote debe: a) llevar o el hábito talar o «un traje eclesiástico decoroso, según las normas establecidas por la Conferencia Episcopal y según las legítimas costumbres locales». El traje, cuando es distinto del talar, debe ser diverso de la manera de vestir de los laicos y conforme a la dignidad y sacralidad de su ministerio; la forma y el color deben ser establecidos por la Conferencia Episcopal, siempre en armonía con las disposiciones de derecho universal; b) por su incoherencia con el espíritu de tal disciplina, las praxis contrarias no se pueden considerar legítimas costumbres y deben ser removidas por la autoridad competente».
Y esto no es un capricho de la Iglesia, sino que es muy conforme a la realidad de lo que es el ser humano. En efecto, el hombre, no siendo puro espíritu (como los ángeles), tiene necesidad de signos sensibles para acceder más fácilmente a las realidades insensibles, espirituales. Así Dios se revistió de nuestra humanidad[1]para comunicarnos todos los bienes espirituales de los que tenemos necesidad[2]; usó el mismo lenguaje de los signos sensibles en los sacramentos (sirviéndose de realidades sensibles para darnos su gracia, que pertenece al orden espiritual). El hombre, decía Pascal, es un poco ángel y un poco bestia[3]. Cuando quiere llegar a ser sólo ángel, termina por convertirse en sólo bestia. El protestantismo quiso transformar la religión del Verbo Encarnado en algo puramente espiritual, sin sacramentos, sin sacrificio, sin sacerdocio; en una palabra: sin signos visibles que produzcan la gracia invisible. El tiempo, sin embargo, ha demostrado cómo este modo de entender la Encarnación es antinatural; el espiritualismo se transformó en su contrario, esto es: en la exaltación de la materia en desmedro del espíritu. Y no podría ser de otro modo.
Entonces, el uso de estos signos externos –como el hábito religioso– es utilísimo, especialmente en una sociedad como la de hoy, que se demuestra de tal modo sensible a los signos.
El hábito religioso es útil, además, para aquel que lo lleva, para aspirar a cumplir con aquella propuesta del Apóstol San Pablo: “…revestíos del hombre nuevo, creado a imagen de Dios en la justicia y en la santidad que proceden de la verdad” (1 Ef 4, 24). El hábito, entonces, da a la persona consagrada un input permanente y la estimula a vivir según aquella novedad de vida a la que ha sido llamada a vivir.
4. Algunos otros beneficios del hábito religioso para quien lo lleva y para las personas que lo ven[4]
El hábito religioso usado con las debidas disposiciones interiores es de gran ayuda; señalamos sólo algunas de las ventajas que comporta:
- Es un ayuda memoria constante para el religioso de aquello que es:Cuando ingresamos a la vida religiosa, y una vez pronunciados los votos, o luego de haber recibido el Orden sacerdotal, no se olvida fácilmente este hecho, pero un ayuda memoria nunca está de más: es decir, el llevar consigo algo visible, un símbolo constante, una alarma, un signo. El hábito hace también que el religioso no quede en el anonimato, como una persona cualquiera. Suele no existir un compromiso profundo cuando en un nivel exterior no se dice lo que se es, mientras que cuando se lleva una divisa, la persona se identifica más fácilmente con lo que es y con lo que está llamada a realizar en el mundo.
- Presencia de lo sobrenatural en el mundo:Es indudable que estamos circundados por símbolos tales como señales, banderas, insignias, uniformes. Uno de los que más influencia tiene es el uniforme, la divisa; pensemos, por ejemplo, en el caso de un policía: su mera presencia influye sobre los otros: conforta[5], da seguridad, irrita o pone nerviosa a la gente. Una túnica o un hábito religioso suscitan siempre algo en quienes rodean a la persona que lo lleva. Despierta el sentido de lo sobrenatural. No hace falta predicar, y ni siquiera abrir la boca[6]. Da coraje a quien está en buena relación con Dios, advierte a quien tiene la conciencia pesada, mueve a arrepentirse a quien vive alejado de Dios.
- Gran utilidad para los fieles: El religioso y la religiosa son tales, no sólo cuando están en el convento o en la Iglesia, sino que lo son las 24 horas del día. El sacerdocio y la vida religiosa no son una mera profesión: se trata de una vida entera, una donación total y sin reservas a Dios. El pueblo de Dios tiene derecho a la ayuda del sacerdote y de los religiosos. Esto se hace más fácil si las personas consagradas se pueden reconocer exteriormente mediante un signo que los identifique. Es como si una va a un hospital y ni las enfermeras ni los médicos de servicio usan algún tipo de distintivo … arriesgan a que se les mueran los enfermos por no hallar quién los ayude.
- Sirve para preservar de muchos peligros: ¡De cuántos errores se ven libres los clérigos y los religiosos/as por tener consigo el hábito! Hay algunos que a veces quieren hacernos creer que la sotana o el hábito religioso constituyen un obstáculo para que sea acogido bien el mensaje de Cristo en el mundo. Esto es falso. En realidad, si suprimimos el hábito religioso desaparecen las credenciales y a veces hasta el mensaje mismo. Debemos reconocer que el hábito y la sotana refuerzan la vocación y disminuyen las ocasiones de mal y de pecado para quienes los visten y para quienes los rodean.
- Ayuda desinteresada a los demás: El pueblo cristiano ve en los religiosos a hombres y mujeres de Dios, que no buscan su bien personal sino el de los demás. El pueblo suele abrir de par en par las puertas del corazón a los religiosos cuando se identifican como tales. ¿Quién es capaz de negar a una hermana el pan que pide para sus pobres, para sus niños o para sus ancianos? Todo esto está tradicionalmente unido al hábito. Si nos liberamos de la sotana o del hábito, en muchos casos ponemos obstáculo para alcanzar los bienes que estamos llamados a procurar para los más necesitados o vulnerables a nuestro cargo, personas respecto de las cuales el religioso y la religiosa están constantemente sirviendo como al mismo Cristo.
- Impone moderación en el vestir: La Iglesia trata de evitar la ostentación, sobre todo en el modo de presentarse de las personas consagradas, dándoles un hábito simple que no deja lugar al lujo. Vistiéndose en modo secular, la vanidad puede influenciar a los consagrados, poniéndose en la práctica al nivel del mundo. Es necesario imitar la modestia de San Juan Bautista, que gritaba en el desierto vestido de piel de camello, y tenía seguidores, era respetado y escuchado (cf. Lc 3, 7). ¡Cuánto dinero inútilmente gastado se podría ahorrar en vestidos y ciertas superfluidades si se siguiese esta santa tradición!
- Ejemplo de obediencia al espíritu y a la legislación: Los religiosos tienen que ser un ejemplo de humildad, de obediencia y de abnegación, como Cristo. El hábito ayuda a poner en práctica la pobreza, la humildad en el vestir, la obediencia a la disciplina de la Iglesia y el desprecio de las cosas del mundo.
Queridos jóvenes que hoy serán revestidos con el hábito: siéntanse orgullosos de la vocación a la cual sin ningún mérito vuestro han sido llamado. Lleven el hábito religioso con dignidad y vivan con coherencia, esto es, con las disposiciones interiores adecuadas, de tal modo que el hábito pueda transformarse en una sola cosa con ustedes, hasta el punto de que se haga “como vuestra piel”. No neguéis a vuestros coetáneos y a todas las personas que os tratan la posibilidad de pensar –viéndoos vestidos así– en las realidades eternas, hacia las cuales mira toda nuestra existencia como consagrados, como hombres y mujeres de Dios.
Que la Virgen Santísima, la cual admirablemente bien dispuesta llegó a ser la morada del Verbo Eterno, y por Él fue revestida con todas las virtudes, os ayude siempre a vivir en modo coherente, alegre y santo vuestro compromiso como personas consagradas, para la gloria de Dios y el bien de muchísimas almas. Así sea.
[1]Como reza el Prefacio I de Navidad: “para que, conociendo a Dios visiblemente, seamos llevados a la contemplación de las realidades invisibles”.
[2]“De su plenitud todos hemos recibido gracia sobre gracia” Jn 1, 16.
[4]Nos servimos de algunas ideas publicadas en Aleteia, 19/05/2016.
[5]Sobre todo, evitando que el tráfico sea más caótico.
[6]Recordamos aquí el ejemplo de San Francisco, que invitó a un Hermano a predicar y sólo paseó por el pueblo sin hacer ninguna predicación vocal, seguro que el sólo hecho de ver el hábito sirve a los hombres para despertar sus conciencias y moverlos hacia el buen camino (contado en las Florecillas del Santo de Asís).