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Sermón del R.P. Diego Pombo, IVE, Padre Espiritual de las SSVM, en los Maitines de la Exaltación de la Cruz

Exaltación de la Cruz

Exaltación de la Cruz

En la Semana Santa la Iglesia nos pone delante del misterio de la Cruz y la contemplamos como el lugar donde Cristo dio su vida por nosotros, el lugar de la muerte de Cristo, de su sacrificio; el lugar donde Cristo derramó su sangre por nosotros, para perdonar nuestros pecados y para liberarnos del pecado.

En esta fiesta que celebraremos mañana, la de la Exaltación de la Cruz, la Iglesia también nos pone delante del misterio de Cruz, pero la vemos de otra manera, la contemplamos de otro modo ya que vemos la Cruz como el lugar del triunfo de Nuestro Señor, el trono real desde donde reina Cristo. La Cruz como un signo del triunfo de Cristo, un estandarte del cristiano. Es allí donde Él venció el pecado, venció a la muerte con la muerte.

Y así vemos la Cruz en esta fiesta de la Exaltación. Parece contradictorio hablar de exaltación de la cruz, porque la cruz es un instrumento de muerte, en el cual los romanos causaban la muerte de una manera humillante, la más terrible y humillante de todas las muertes, como dicen muchos historiadores.

Sin embargo, nosotros hablamos de Exaltación de la Cruz, la “exaltamos”, es como una bandera de triunfo, exaltamos a la cruz y al crucificado que a los ojos del mundo es un derrotado.

¿Qué quiere decir Exaltación de la Cruz? Juan Pablo II decía: “la Exaltación de la Cruz significa la elevación de la Cruz al punto supremo en la historia del mundo: en la Cruz el amor es sublimado y la Cruz, al mismo tiempo, es sublimado a través del amor”

Benedicto XVI expresa la misma idea diciendo: “La cruz es la verdadera altura, la altura del amor hasta el extremo (Jn 13, 1); en la cruz, Jesús se encuentra a la altura de Dios, que es Amor.

Por eso, la Cruz es signo del amor supremo, del más alto, del amor más perfecto. Y por eso nosotros hablamos de Exaltación de la Cruz, porque a través de la Cruz nosotros nos elevamos a la unión con Dios por el amor, unión con Dios por el amor que será plena en la eternidad.

Por eso también Nuestro Señor en la Cruz unió de manera inseparable el misterio de su Pasión y el misterio de su Resurrección. Los unió de una manera misteriosa, de una manera admirable: la Pasión y la Resurrección, la Cruz y la Gloria, la muerte y la vida, el sufrimiento y el gozo, la humillación y la gloria.

Benedicto XVI, comentando estas palabras de Nuestro Señor que acabamos de escuchar en el Evangelio de San Juan “como Moisés levantó la serpiente, así tiene que ser levantado y elevado el hijo del hombre”, dice: “Juan reúne en una palabra la Cruz y Resurrección, Cruz y elevación, pues para él lo uno es inseparable de lo otro. La Cruz es el acto del «éxodo», el acto del amor que se toma en serio y llega «hasta el extremo» (Jn 13, 1), y por ello es el lugar de la gloria, del auténtico contacto y unión con Dios, que es Amor.

Por eso Nuestro Señor se está refiriendo a las dos cosas, a la Cruz y a la Resurrección: unió de una manera misteriosa el gozo al sufrimiento, la gloria a la humillación, la vida a la muerte.

Ambas cosas son inseparables, porque a través de una se llega a la otra y uno es el camino hacia la otra: el sufrimiento hacia el gozo, la humillación hacia la gloria y la muerte hacia la vida.

Por eso cuando nosotros leemos en el Evangelio que Nuestro Señor se refiere a su Pasión y a su muerte, se refiere siempre a la Resurrección.

Los Evangelios sinópticos tres veces cuentan que Nuestro Señor anunció explícitamente su Pasión. Anunció su Pasión pero también su Resurrección:

Primer anuncio

En el Evangelio de Mateo: “Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que él debía ir a Jerusalén y sufrir mucho de parte de los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, y ser matado y resucitar al tercer día” (Mt 16, 21).

En el Evangelio de Marcos: “Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar a los tres días” (Mc 8, 31).

En El Evangelio de Lucas: “El Hijo del hombre debe sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar al tercer día” (Lc 9, 22).

Segundo anuncio

En el Evangelio de Mateo: “Yendo un día juntos por Galilea, les dijo Jesús: El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; le matarán, y al tercer día resucitará” (Mt 17, 2).

En Marcos: “porque iba enseñando a sus discípulos. Les decía: El Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres; le matarán y a los tres días de haber muerto resucitará” (Mc 9, 31).

Tercer anuncio

Ya más cercano a la Pasión, con más detalles se refiere a su Pasión y a su Resurrección.

En el Evangelio de Mateo: “Mirad que subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y escribas; le condenarán a muerte y le entregarán a los gentiles, para burlarse de él, azotarle y crucificarle, y al tercer día resucitará” (Mt 20, 18).

En el Evangelio de Marcos: “Iban de camino subiendo a Jerusalén, y Jesús marchaba delante de ellos; ellos estaban sorprendidos y los que le seguían tenían miedo. Tomó otra vez a los Doce y comenzó a decirles lo que le iba a suceder: “Mirad que subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas; le condenarán a muerte y le entregarán a los gentiles, y se burlarán de él, le escupirán, le azotarán y le matarán, y a los tres días resucitará” (Mc 10, 32).

Lo mismo Lucas: “Tomando consigo a los Doce, les dijo: “Mirad que subimos a Jerusalén, y se cumplirá todo lo que los profetas escribieron sobre el Hijo del hombre: le entregarán a los gentiles y será objeto de burlas, insultado y escupido; y después de azotarle le matarán; pero al tercer día resucitará” (Lc 18, 31).

Si bien en el Evangelio de Juan no encontramos un anuncio explícito de la Pasión y la Resurrección de Cristo, pero hay muchas alusiones a la Pasión y Nuestro Señor lo hace uniéndola a su Resurrección, por ejemplo cuando les dice a los fariseos “Destruid este templo y yo en tres días lo reconstruiré”, y Juan dice “se refiere al templo de su cuerpo”.  En la Última Cena también hay muchas alusiones a los discípulos de estos dos misterios que están juntos: “dentro de poco me van a ver pero después no me van a ver”; “me voy pero voy a volver”; “me voy pero voy a prepararles un lugar, para que donde esté Yo estéis también vosotros”; “me voy pero voy a estar siempre en medio de vosotros”; “me voy pero les enviaré un Consolador, el Espíritu Santo”, “me voy y os vais a poner tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo”. Siempre las dos cosas están juntas.

Y no solo cuando habla de su Pasión une a ella el misterio de la Resurrección, sino que cuando nos invita a cargar con nuestra cruz y a perder nuestra vida, une a eso también la otra vida a la cual se accede perdiendo la vida: “Entonces dijo Jesús a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará” (Mt 16, 24).

Otro ejemplo donde Cristo une también de una manera inseparable el misterio de la Cruz y de la Resurrección, son las Bienaventuranzas: los pobres van a tener el Reino de los Cielos, los que lloran van a ser consolados, los que tienen hambre van a ser saciados, los que son perseguidos van a tener una recompensa en el Cielo. En cada Bienaventuranza están unidos de una manera misteriosa pero real, el misterio de la Pasión con el de la Resurrección, el misterio del sufrimiento y del gozo, de la humillación y de la gloria, de la muerte y de la vida.

Pero ¿cuál es la reacción de los discípulos cuando escuchan que Cristo anuncia su Pasión y su Resurrección?

En el primer anuncio “Tomándole aparte Pedro, se puso a reprenderle diciendo: ¡Lejos de ti, Señor! ¡De ningún modo te sucederá eso!” (Mt 16, 22).

En el segundo anuncio “Pero ellos no entendían lo que les decía y temían preguntarle” (Mc 9, 32). Y Mateo dice que “se entristecieron mucho”.

En el tercer anuncio dice Lucas que “ellos no comprendieron nada de esto; no captaban el sentido de estas palabras y no entendían lo que decía”

Quieren apartar a Cristo de la Cruz, se entristecen, no entienden ¿no escucharon que después de eso viene la Resurrección? Y tres días, es un tiempo muy breve, no escuchaban y no entendían y por eso se quedaban solo con la primera parte del mensaje, porque no entendían.

Así nos pasa a nosotros también, no miramos la meta hacia donde vamos; vemos el camino pero no tenemos en cuenta hacia dónde vamos y por eso delante del misterio de la Cruz, hacemos como los Apóstoles, queremos apartarnos de la Cruz, nos entristecemos y no entendemos, porque no escuchamos todo el anuncio, no escuchamos todo lo que dice el Señor. Miramos el sufrimiento y no el gozo, miramos las humillaciones y no la gloria, miramos la muerte y no la vida.

Por eso, tenemos que amar la Cruz, es el lugar de la Victoria de Cristo, donde Nuestro Señor hizo algo admirable, unió de una manera inimaginable lo que es el dolor, el sufrimiento, la humillación de darse cuenta de la propia impotencia, de no poder nosotros con nuestras propias fuerzas vencer el mal, el dolor, el sufrimiento. Cristo unió a todo esto el gozo, la gloria, la Vida eterna, en cuanto que el sufrimiento, la humillación y la muerte son el camino para la Vida eterna. Por eso siempre la Cruz está unida a la Resurrección, no los podemos separar. Y así tiene que ser también en nuestra vida y así va a ser en la medida en que nosotros nos crucificamos también con Cristo, en la medida en que lo seguimos en la Cruz, en las humillaciones, en el sufrimiento, en la muerte. En la medida y en tanto ahora nos estamos crucificando con Cristo, en esa misma medida nosotros comenzamos a participar del gozo y de la gloria de la Vida eterna.

Pidámosle a la Virgen Santísima, Ella que estuvo de pie al pie de la Cruz, que nos conceda la gracia de amar la Cruz y desear crucificarnos con Cristo para después vivir eternamente con Él. Que así sea.

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