Durante su peregrinación a Tierra Santa, las hermanas que cumplieron 25 años de votos tuvieron la Santa Misa en acción de gracias en la Capilla donde nuestro Señor fue flagelado. Ofrecemos el sermón que el P. Marcelo Gallardo predicó para la ocasión, haciendo referencia al sufrimiento de Cristo y al modo en que la religiosa, cuando es fiel, imita a su Divino esposo en sus propios sufrimientos
Estamos celebrando esta Santa Misa en acción de gracias por los 25 años de votos de un grupo de Servidoras del Señor y de la Virgen de Matará.
Nosotros que vivimos sujetos a las vicisitudes del tiempo estamos acostumbrados a recordar y celebrar algunos momentos especiales de nuestra vida. Por eso celebramos los cumpleaños, aniversarios de egresados, de casamiento, de votos, recordamos a nuestros difuntos. Estas celebraciones las hacemos a distintos niveles, personal, familiar, social, nacional. Para un cristiano esas celebraciones tienen un sentido especial, pues las referimos a Dios eterno, Señor de los tiempos y de las horas y las referimos a Jesucristo, el Verbo encarnado, Señor y centro de la historia.
Para una religiosa celebrar un aniversario de sus primeros votos significa celebrar aquel momento en el que comenzó a vivir como consagrada, como esposa de Cristo, atándose voluntariamente a él por los votos, así como él se dejó atar por nosotros.
Estamos celebrando la Santa Misa en esta hermosa Iglesia que se encuentra en el lugar donde según la tradición se encontraba el atrio de la Torre Antonia, construcción militar desde donde los romanos controlaban la explanada del templo. Jesús, luego del juicio religioso ante el Sanedrín, es juzgado por el Procurador Romano Poncio Pilatos. A pocos metros está la Iglesia en la que se recuerda la condena de Jesús, con algunas piedras del pavimento romano grabadas con los signos de los juegos con los que los soldados romanos se entretenían en sus horas de guardia. Esta Iglesia está dedicada a la flagelación y a la coronación de espinas. Los vitrales están teatralizados y quieren mostrar la dramaticidad y la violencia del momento, “representan el cruel e injusto trato que recibió Jesucristo, Verdad eterna”, explica Barluzzi.
Dice San Agustín que “la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo es origen de nuestra esperanza en la gloria y nos enseña a sufrir”. Quisiera referirme brevemente a los misterios que nos recuerda esta iglesia y aplicarlos a la vida consagrada, considerando cómo estos misterios nos enseñan a sufrir. Esto es importante porque “¡si sabes sufrir con alegría, sabes más que un doctor de la Sorbona que no sepa sufrir tan bien como tú!” (San Luis María)
I. El triunfo de Barrabás
La imagen del vitral representa según el arquitecto, la pasión criminal, que lleva en triunfo a Barrabás. “Y Barrabás era un ladrón…” dice con asombro y tristeza el evangelista San Juan.
Parece increíble que hayan elegido a Barrabás en lugar de Jesús. ¿cómo es posible? “eligieron las tinieblas a la luz porque sus obras eran malas”. El pecado y las pasiones desordenadas nos llevan a elegir mal y pueden llevarnos hasta odiar a Cristo. La bondad suprema de Cristo pone al descubierto la maldad de pecador y si éste se aferra al mal terminará eligiendo a Barrabás o terminará vendiendo a Cristo por 30 monedas.
Dios quiere que seamos buenos y está simple verdad que en principio todos aceptan implica que luchemos contra el mal que hay en nosotros, contra nuestras malas inclinaciones, contra la huella que han dejado nuestros pecados. Don Orione decía es muy difícil hacer el bien, es muy difícil ser bueno. No es posible ser bueno sin sufrir, sin mortificarse. Esta ocasión de renovación de los votos debe ser una renovación de nuestro compromiso de combatir hasta la sangre en nuestra lucha contra el pecado (Heb 12, 4).
II. Pilatos se lava las manos
El arquitecto Barluzzi explicaba cómo, en la persona de Pilato, Cristo es condenado “por el egoísmo y la ambición”.
Dice profundamente Fulton Sheen que como Pilato no entendía como alguien pudiera morir por la verdad, no podía entender que la misma Verdad pudiera morir por aquellos que estaban en el error. Pilato no busca la verdad, no la ama. Se ama a sí mismo, ama su carrera, piensa en su porvenir, en su éxito político, en lo que el César pueda pensar de él.
Los judíos, conociéndolo, no acusan a Jesús de ser el Mesías, el Profeta, de considerarse Hijo de Dios, pues Pilato se hubiera reído de ellos. “Hemos encontrado a éste alborotando a nuestro pueblo, prohibiendo pagar tributos al César y diciendo que él es Cristo Rey” Lc 23, 2. Las acusaciones son todas mentiras y Pilato lo sabe pero tiene miedo por su futuro pues lo amenazan con lo que más teme: perder la amistad del Cesar. “Si lo liberas no eres amigo del Cesar, pues todo el que se hace rey se enfrenta al César” Jn 19, 12.
Pilato es un típico ejemplo “de los que creen que la verdad no es objetiva sino subjetiva, que en resumen, cada hombre es el único árbitro de lo que tiene que ser verdad. Por lo tanto, a menudo ocurre en hombres prácticos, como lo fue Pilato, el error de considerar la búsqueda de la verdad objetiva como una teorización inútil. El escepticismo no es una actitud intelectual, sino más bien una actitud moral, en el sentido de que está determinada no tanto por la razón como por la forma en que un individuo actúa y se comporta”. Pilato había preguntado: “¿Qué es la verdad?”. A la única persona en el mundo que podía responderle y no espero la respuesta.
Tratará de “salvar” a Jesús declarándolo inocente: no encuentro en él ninguna culpa, cambiando de juez (al enviarlo a Herodes), tratando de cambiarlo por otro Barrabás, o castigándolo injustamente (con la flagelación). Pero finalmente se lava las manos y esto significa la condena de Jesús. “Y entonces Pilato se los entregó par que lo crucificaran” (Jn 19, 16).
En este día debemos renovar el deseo de vivir en la verdad y esto implica un trabajo serio en la vida espiritual. Debemos seguir haciendo fielmente el examen de conciencia para conocernos delante de Dios, ser veraces con nuestro director espiritual, en el diálogo con nuestros superiores. Sólo la verdad nos hará libres. Vivir en la verdad puede costar sangre, como le costó a Jesucristo y debemos estar dispuesto a seguirlo.
III. La Flagelación
Señala Barluzzi que este vitral representa la condena hecha a Jesús, Verdad eterna, por parte del espíritu farisaico. Se percibe la violencia y el ensañamiento en los rostros que vociferan pidiendo la condena de Jesucristo. Los judíos no quieren entrar al pretorio, para no contaminarse y poder celebrar la Pascua. Pilatos sale a su encuentro en el atrio del pretorio.
Nuestro Señor como cordero manso se deja atar a la columna para ser flagelado es el centro del vitral que domina la iglesia.
Debemos estar siempre atentos a no caer en el fariseísmo, la gran tentación de la vida religiosa. Pensar que lo más importante de la perfección no consiste en ciertas prácticas exteriores y olvidarse de lo más importante, del amor a Dios y de la misericordia con el prójimo.
Los fariseos no servían Dios con alegría y por eso no amaban al prójimo.
Debemos hoy renovar nuestro deseo de estar atados por los votos, como Cristo estuvo atado a la columna. Debemos dar gracias a Dios por el don de la vocación y recordar todos los bienes que nos ha dado, de manera especial las cruces, sin resentimiento, que es una memoria infectada, como dice muy bien un autor. Una memoria que se acuerda sólo del mal que ha sufrido y del mal en los demás, pero incapaz de reconocer el propio pecado. Los fariseos creyéndose justos despreciaban a los demás y esa actitud interior los llevó a condenar a Cristo.
IV. La coronación de espinas
La coronación de espinas fue una burla a Nuestro Señor. Los soldados romanos quisieron darle una corona de ignominia en vez de la corona de laureles que llevaban los emperadores romanos o las ricas coronas que solían utilizar los reyes de las naciones.
Jesucristo reconoció su realeza ante Pilatos. “Entonces Pilato le dijo: «¿Luego tú eres Rey?» Respondió Jesús: «Sí, como dices, soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz.”
En las bodas de rito oriental el sacerdote bendice a los novios, les impone las coronas de flores y la intercambia tres veces en las cabezas de los novios como símbolo de la unión de los esposos: uno lleva la corona del otro.
Hace 25 años ustedes se ataron voluntariamente a Jesucristo por la profesión de los votos y ese día el sacerdote bendijo el nuevo velo y se vistieron con una corona de flores sobre sus cabezas. Esa corona de la esposa se debe intercambiar con la del esposo que es una corona de espinas.
El mosaico de la cúpula que estamos contemplando representa este misterio. Sobre un fondo dorado esta “la corona de espinas que destila gotas de sangre que florece en lo alto” (Barluzzi). Es una corona de espinas y de flores como la que se debe intercambiar la religiosa con Cristo esposo. Son una misma corona entremezclada de rosas y espinas. La religiosa con su vida santa debe hacer conocer el suave olor de Cristo y debe estar dispuesta a sangrar para que todos sus pensamientos y deseos sean los de su esposo.
Recordemos las palabras de San Luis María en la carta a los amigos de la cruz: “Sois miembros de Jesucristo. ¡Qué honor! Pero ¡qué necesidad tan imperiosa de padecer implica el serio! Si la Cabeza está coronada de espinas, ¿lo serán de rosas los miembros?”. “Si os preciáis de ser guiados por el mismo espíritu de Jesucristo y vivir la misma vida de quien es vuestra Cabeza coronada de espinas, no esperéis sino abrojos, azotes, clavos; en una palabra, Cruz. Pues es necesario que el discípulo sea tratado como el Maestro, los miembros como la Cabeza. Y, si el Cielo os ofrece -como a Santa Catalina de Siena- una corona de espinas y otra de rosas, escoged sin vacilar la de espinas y hundidla en vuestra cabeza para asemejaros a Jesucristo”.
Un detalle muy hermoso de esta cúpula es que el cáliz y los pétalos en forma de rayos de las flores de la corona tienen partes de cristal que dejan traspasar la luz, las flores secas florecen con la luz del sol, como la cruz se transforma con la resurrección.
Por eso en este día deben renovar el deseo de vivir fielmente hasta la muerte según los votos emitidos recordando que “Los atletas se privan de todo; y eso ¡por una corona corruptible!; nosotros, en cambio, por una incorruptible” 1 Co 9, 25.
Por eso pidamos a la Virgen la gracia de seguir viviendo con alegría nuestra vida consagrada llevando la corona de espinas y de rosas, porque la vida del cristiano y la de la religiosa transcurre entre las consolaciones de Dios y las persecuciones de los hombres, como enseña San Agustín. “Y cuando aparezca el supremo Pastor, recibiréis la corona de gloria que no se marchita” 1 Pe 5, 4.