Queridos hermanos en el sacerdocio, los saludo con gran alegría,
Queridos religiosos y religiosas,
Querido pueblo de Dios,
Lo que estamos presenciando hoy no es una ceremonia ordinaria, se habrán dado cuenta. Es algo especial. Incluso diría: casi extraordinario.
Hoy, viendo a estas 21 jóvenes, nos preguntamos: ¿el mundo va contracorriente? Hoy en día es difícil encontrar alguien dispuesto a dejarlo todo por Jesús. Yo diría que las diversas manifestaciones que tuvieron lugar en nuestra ciudad la semana pasada vienen contradiciendo el plan de Dios. Ha habido manifestaciones, marchas, paros, de todo. Y hoy, estando aquí, mirando las caras de estas 21 jóvenes que dijeron: “aquí estoy”, tenemos el reflejo de la esperanza de Dios. Dios no nos ha abandonado. Dios no ha abandonado este mundo. Dios no se ha cansado de esta humanidad; basta que haya alguien que tenga el coraje que ellas tienen ahora.
Yo me espanté cuando ustedes dijeron: “estamos aquí para ser probadas”. ¡Por el amor de Dios! Yo habría huido, no me habría quedado aquí.
¿Para ser probado? Esto es hablar de la radicalidad del llamado. Cuando Dios llama, es muy radical. “Ve, véndelo todo, dáselo todo a los pobres, luego ven y sígueme”. ¡Dadlo todo! En este “dadlo todo” está también lo más precioso que Dios nos ha dado: nuestra voluntad. ¡Dadlo todo! ¡Véndelo todo! Librarse de todo. ¿Estaba Jesús “fuera de sí” cuando dijo esto?, Él sabe muy bien el peso que pone sobre nuestros hombros. Sabe muy bien lo que pide a cada uno de nosotros. Si ustedes están aquí, no es porque alguien las haya empujado al convento. Creo que no, de lo contrario, ¡Dios me libre! Están aquí por su propia voluntad. Lo dejan todo, quieren entrar en el Instituto para ser probadas, ¿qué más?, ¡lo único que les falta es morir aquí dentro! Pero lo importante es, como leemos en la oración colecta de hoy, la primera oración: que la gracia de Dios venga al encuentro de nuestra debilidad. Es en la gracia de Dios en la que tenemos que confiar, porque si depende de nosotros, yo soy el primero en caer. Conozco mis pecados, conozco mis límites.
Pero hoy estamos aquí precisamente para afirmar eso. Y miren que ¡hermoso Evangelio! El Evangelio de hoy habla de la vocación, del llamado. Parece un Evangelio escrito a propósito para esta ceremonia. Estaba analizando: si yo tuviese que casarme (¡no me voy a casar por el amor de Dios!), pero si tuviese que casarme, lo primero que haría sería seducir a mi novia. Y ustedes están aquí porque han sido seducidas por Dios. El Esposo que hoy van a abrazar es el Esposo que las sedujo. Entonces, ¿saben cómo es la lógica de Dios? Él seduce y después nos manda al desierto. ¡Qué alegría! Primero Él seduce: “La seduciré – dice el profeta Oseas – y la conduciré al desierto”. ¡Qué alegría!
Seduce y después envía al desierto para ser probadas. Así que, ¡esa es la lógica de Dios! Él las sedujo hasta tal punto que estuvieron dispuestas a decir: ¡ahora lo tiro todo por la borda! Una vez que descubres la belleza del llamado, lo tiras todo por la borda, lo dejas todo. Como hicieron los Apóstoles; dejaron sus barcas, dejaron su lugar de trabajo. Cada uno tenía una profesión, cada uno hacía algo, y lo dejaron todo para seguir a Jesús, porque fueron seducidos por Él. Porque Jesús los atrajo. Él los atrajo.
Incluso en medio de todos ellos, Jesús llamó a Judas. Creo que la Iglesia no puede prescindir de Judas, como Jesús no quiso prescindir de Judas. No puede faltar Judas. Judas llama mucho la atención, nos muestra que la elección que hoy estamos haciendo, mañana podemos revocarla. Judas se quedó con Jesús tres años y luego se fue. Así, la actitud de Judas nos ayuda a entender que la llamada se basa totalmente en la gracia de Dios, pero también en nuestra libertad. Somos libres de dejarlo todo en cualquier momento, de renegar de todo lo que hemos prometido y de abandonar a Jesús. ¡Todo! Como hizo Judas. En cualquier momento.
Nunca olvidaré (pido perdón por referirme a mi casa, a mi familia), pero nunca olvidaré a mi madre, a la que vuestras hermanas cuidaron hasta que murió; benditas sean esas hermanas que estuvieron con mi madre, porque soportar a mi madre no era fácil, pero ellas estuvieron a su lado hasta el final. Mi madre tenía un carácter fuerte, en la víspera de mi ordenación sacerdotal ¿saben lo que me dijo para animarme?: “¡Hijo mío, quiero que sepas que aquí siempre hay un lugar para ti!” Qué alegría, ¿eh? ¡Qué alegría! En vez de decirme: “¡Vete y no vuelvas!” ¡No!: “aquí siempre hay un lugar para ti, si un día te arrepientes; aquí hay una pequeña habitación para ti, una cama para ti”. Yo necesitaba ser animado, no necesitaba que me dieran seguridades. Pero me hizo entender que en cualquier momento yo podría decir “¡No!, me vuelvo atrás, lo tiro todo por la borda”. Desgraciadamente, una desafortunada conclusión tiene quien traiciona a Jesús: el pobre se ahorcó. Traicionar a Jesús es pesado. ¡Es muy pesado!
Así que, ¡sepan lo que están haciendo! Sepan el paso que están dando hoy, porque es un paso muy importante en sus vidas.
Y hay etapas: hoy comienza para ustedes el noviazgo, después vendrá el matrimonio definitivo. Pero este tiempo de noviazgo es muy importante, porque pueden enamorarse aún más de Jesús, pueden sentir: ¿qué estoy dejando en el mundo: un noviecito, mis pertenencias escondidas, mi casa? Lo que estoy dejando en el mundo, puede ser, es y será la tentación del demonio, siempre presente. Entonces, la primera prueba no es la que les va a hacer vivir el Instituto, es la que les va a hacer vivir Jesús, porque Él las va a probar. Él va a probar si éstas de aquí serán fieles esposas o serán traidoras. Todo puede pasar. Entonces, Él va a probar, Él va a probar su vocación, Él va a probar su llamado.
Este es un día de fiesta. Hoy van a recibir el hábito y todo tiene un sentido en la vida religiosa. ¡Qué pena que muchas hermanas hayan dejado de lado el hábito! ¡Qué pena! ¡Cuánto bien puede hacer un hábito! ¡Cuánto bien puede hacer un velo! En esta sociedad secularizada, en esta sociedad que ha “acabado” con Dios porque ya no se habla de Dios. Ahora, precisamente, en esta sociedad, tener un hábito tiene un significado muy grande, porque están dando testimonio de que no son del mundo; viven en el mundo, pero no son del mundo, no pertenecen al mundo. Viven en el mundo, pero pertenecen a Dios. Y ¡cuántas personas encontrarán en sus apostolados que les pedirán un consejo, una bendición, que les pedirán que las escuchen! ¡Cuántas personas al mirar este hábito se sentirán atraídas precisamente por esto! Prueben a ir al supermercado vistiendo el hábito para ver cómo las tratarán. Pruébenlo. Las que ya han ido ya lo saben, ¿verdad?
El hábito es importante. Y, sobre todo, es importante porque tiene un significado profundo: hoy están revestidas de Cristo. No tanto el velo en sí, el velo es simbólico, la alianza es simbólica. La alianza más hermosa es el corazón puro de cada una de ustedes. Esto es lo que espera el mundo, lo que espera nuestra sociedad, que alguien testimonie con su vida e incluso con sus símbolos externos su pertenencia, la de ustedes es su pertenencia al Instituto, pero también y sobre todo la pertenencia a Jesucristo.
Terminaré con un chiste para entender la importancia del hábito. Estuve en Italia con nuestros Carmelitas Mensajeros del Espíritu Santo; fui a ordenar a un sacerdote de los Carmelitas. Por la mañana viajamos para volver a la ciudad donde yo estaba, para tomar el avión que nos llevaría a Milán. Y de repente (no habíamos desayunado) yo dije:
- “Fray, tengo hambre”.
Y el fraile: – “Yo también”.
- “¡Pues entonces paremos! Paremos”.
Paramos en un café. Yo llevaba un clergyman pero el fraile llevaba el hábito completo. Allí tomamos un capuchino. Dentro de la cafetería había un señor, un seglar, miró al fraile que vestía el hábito y le dijo:
- “¿Es usted fraile?”.
- “Soy fraile, fraile carmelita”, le explicó.
- “¡Vaya! ¿De verdad? Usted es de Brasil…”.
Yo solo miraba y él ni siquiera, ni siquiera percibía quién era yo. Se dirigía y hablaba sólo con el fraile.
- “Fray, deje yo le pago el café”.
“¿Y el mío?”, pensé. La próxima vez yo también usaré la sotana, a lo mejor conseguimos algo. Estoy bromeando, porque después, al final, hasta pagó el mío, ¡gracias a Dios!
Esto es sólo a modo de broma para decir cómo el hábito hace al monje. El hábito es importante para dar testimonio de que pertenecemos a Cristo y a quien gusta de Cristo, también le gusta el hábito. Amén.