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Homilía predicada por el P. Daniel Cima, IVE, en la Santa Misa celebrada en la Basílica de “San Pablo Extramuros” con ocasión de la toma de hábito de nueve novicias apostólicas del Noviciado Internacional “Nuestra Señora de Loreto” en Italia

Queridos hermanos:

En esta hermosa Basílica que contiene los restos del Apóstol de las Gentes, San Pablo, en medio de este año sinodal al que nos ha convocado el Santo Padre, caminemos juntos y acompañemos a estas hermanas nuestras que piden al Instituto al que Dios las ha llamado, recibir el hábito religioso que las identifica, como signo externo de su consagración, como expresión de su deseo de pertenecer sólo a Cristo y como manto que las abraza y las une a Jesús y las hace sus novias.

Al ver a menudo a muchos adultos que siguen sin encontrar el sentido de sus vidas, personas quizás muchos años mayores que estas chicas, tal vez alguno de nosotros nos podamos preguntar si acaso estas jóvenes son conscientes de lo que están haciendo, e incluso son libres de hacerlo, así como la oportunidad de hacerlo, en un mundo tan secularizado que parece no prestar atención a Dios.

El hábito religioso siempre ha sido un fuerte recordatorio de Dios y de las cosas de Dios, pero creo que lo es especialmente hoy en día donde, aunque muy secularizados, nuestros contemporáneos se muestran tan sensibles a los signos externos; hoy más que nunca tenemos una gran necesidad de signos externos que nos hagan pensar en las cosas espirituales, en la vida eterna, en Dios. Tenemos sed de Dios, y necesitamos urgentemente testigos creíbles que nos conduzcan hacia Él: en primer lugar, con el buen ejemplo de sus vidas, pero también con sus palabras y con signos externos que nos inviten a volver a Dios, a la conversión, a pensar en la eternidad. Y creo que con este hábito difícilmente pasarán desapercibida ¡Más bien todo lo contrario…! Así que, queridas jóvenes, les agradecemos mucho por este servicio que nos prestan.

A las preguntas anteriores –si son conscientes del paso que dan y si son realmente libres para darlo– yo personalmente diría que sí, y quien sabe si no lo son mucho más que las personas que en el pasado se consagraban a Dios, ya que en el pasado quizás la sociedad, en muchos aspectos, conservaba más signos religiosos y un carácter un tanto más religioso que la sociedad actual, lo que de algún modo facilitaba las cosas mucho más. Hoy en día, para entrar en la vida religiosa, hay que fatigar un poco más, lo que a menudo implica que hay que enfrentarse a muchas incomprensiones, dejando atrás muchas cosas y muchas oportunidades que seducen a mucha gente (todas cosas que antes no existían con la fuerza y el poder de atracción que hoy poseen).

Y estas jóvenes toman esta decisión, no porque se sientan fuertes o mejores que los demás; son muy conscientes de sus debilidades y flaquezas, como lo fue San Pablo:

“Considerad vuestra vocación, hermanos: no hay entre vosotros muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles. Pero Dios ha escogido lo necio del mundo para confundir a los sabios, Dios ha escogido lo débil del mundo para confundir a los fuertes, Dios ha escogido lo bajo y despreciado del mundo, y lo que no es nada, para que nadie se gloríe ante Dios (1 Cor 1, 26-29).

Si estas chicas valientemente se atreven a dar este paso, es porque han escuchado en su corazón la clara y seductora llamada de Dios, y responden a ella con esta opción de vida neta. Como lo hiso Abraham, según lo escuchamos en la primera lectura de hoy, al que el Señor le dijo:

 Sal de tu país, de tu tierra, de tu familia y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Haré de ti una gran nación y te bendeciré, engrandeceré tu nombre y serás una bendición (Gn 12,1).

Ciertamente, dejar la propia tierra, los propios seres queridos, para seguir al Señor, no es fácil: se requiere una gracia especial para poder afrontar con alegría las renuncias que Jesús pretende pedirles.

El motivo de la llamada de Dios –a estas jóvenes y no a otras– es un enigma insondable que pertenece al misterio del amor misericordioso del Señor. Cuando Dios podría haber elegido a muchas otras personas, eligió a éstas. Las palabras del Salmo que acabamos de escuchar se dirigen en modo especial a ellas:

Escucha, hija, mira, presta atención:

Olvídate de tu pueblo y de la casa de tu Padre;

El Rey está enamorado de tu belleza.

Él es tu Señor: ríndele homenaje.

……

Se la llevan al Rey en preciosos brocados;

detrás de ella las vírgenes, sus compañeras,

se le presentan (Sal 44).

Así están las cosas: nosotros sólo podemos ver gestos externos, pero en realidad asistimos a un misterio de amor mutuo que se desenvuelve ante nuestros ojos (amor que se corresponde con amor): el origen de este misterio de amor se halla en la voluntad misericordiosa de Dios que –movido por su infinito amor– eligió a estas jóvenes, y la respuesta de ellas es también una respuesta de amor, secundando fielmente la voluntad de Dios que se expresó en la llamada que les hizo.

Impulsados por el amor, y sólo por el amor, es que los religiosos se lanzan libremente a seguir al Señor. Y esta respuesta, aunque conlleve muchas renuncias, nos hace verdaderamente felices, porque la verdadera felicidad sólo se encuentra en el cumplimiento fiel de la voluntad de Dios. El Evangelio que escuchamos lo atestigua. Una mujer de la multitud, alzando la voz, alaba a María por ser la Madre Bendita de Dios (por llevarlo en su vientre y amamantarlo), y Jesús, en cambio, subraya una razón aún más profunda de la bendición de su Madre:

‘¡Bendito sea el vientre que te llevó y el pecho que te amamantó!’

Pero Él dijo: ¡Más bien, benditos son los que escuchan la palabra de Dios y la observan!’ (Lc 11,27-28).

Sí, en el escuchar la Palabra de Dios y en seguir el propósito divino, está todo para nosotros. Los que no han experimentado esto difícilmente pueden comprenderlo. El Salmo 33 nos anima: Gustad y ved qué bueno es el Señor, dichoso el hombre que encuentra en Él su refugio (Sal 33, 9) ¡Haced experiencia de esto y veréis que no os arrepentiréis, nada más dulce y ni bueno que Dios!

Por eso, queridos todos, demos gracias por el amor misericordioso de Dios, que ha querido llamar a estas jóvenes a seguirle más de cerca. Especialmente los padres de las llamadas: dad gracias al Señor por este signo de predilección de Dios sobre vuestra familia; hacedlo a pesar del sacrificio que siempre supone entregar un hijo a Dios y a su Iglesia. Como recompensa a vuestra generosidad, recibiréis muchas bendiciones y regalos de Dios, muchos más de los que habéis recibido hasta el presente.

Y todos nosotros aquí reunidos: recemos por ellas, por su santidad y por su perseverancia en sus buenos propósitos e intenciones.

Y a vosotras, jóvenes, que hoy seréis revestidas de Cristo: sed siempre humildes y alegres, conscientes de que habéis sido llamadas sin ningún mérito propio. Sed siempre fieles. Hablad de Dios a la gente, no sólo con el atuendo exterior y con las palabras, sino sobre todo con la propria vida, alegre y generosamente donada a Dios y al servicio de los hermanos. Que vuestro testimonio de generosa abnegación, la coherencia de vuestra vida con la elección que habéis hecho y la alegría en el camino que emprendéis, sean vuestras palabras más elocuentes.

Que la Santísima Virgen, modelo perfecto de vida consagrada al Señor, sea siempre vuestra compañera de camino; que os haga crecer y abundar en frutos espirituales, y por medio vuestro, bendiga a su santa Iglesia y a todos vuestros seres queridos, con toda suerte de bienes y de gracias.

Que así sea.

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