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Homilía predicada por el R.P. Carlos Walker, el día 26 de noviembre de 2015, en ocasión de la Fiesta de Acción de Gracias “Thanksgiving”

Esta fiesta de la Acción de gracias es realmente algo muy especial. La gratitud para con Dios no es algo muy frecuente, como se manifiesta en el episodio de los leprosos del evangelio (cf. Lc 17,12-19), en el cual solo un 10% de los curados agradecieron el don recibido.

Pero la gratitud para con Dios es sumamente importante. La gratitud es esencial para la salvación, sencillamente porque la salvación es una gracia. “¿Qué tienes que no lo hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿a qué gloriarte cual si no lo hubieras recibido?” (1 Co 4,7).

Es por esto que los salmos invitan constantemente a dar gracias a Dios: “Bendice, alma mía, al Señor, nunca olvides sus beneficios” (Sal 103,2).

Y hablando de los últimos tiempos, San Pablo recuerda que la impiedad propia de aquellos tiempos estará caracterizada por la ingratitud: “los hombres serán egoístas, avaros, fanfarrones, soberbios, difamadores, rebeldes a los padres, ingratos, irreligiosos” (2 Tim 3,2).

Gratitud proviene del vocablo latino gratia, que describe la actitud que nace de la consciencia de haber recibido algo gratuitamente; y también de gratus, que es la expresión del estado de ánimo del agradecido (grato).

El cristiano agradece a Dios en todo, enseña en San Pablo Tesalonicenses: “En todo dad gracias, pues esto es lo que Dios, en Cristo Jesús, quiere de vosotros” (1 Tes 5,18). Quisiera hablar de esto.

Aún en los momentos difíciles y en medio de la prueba el cristiano da gracias a Dios. Si prestamos atención, veremos que en la misma celebración de la Santa Misa, que es la acción de gracias por excelencia, los mismos gestos de la consagración ponen de manifiesto cómo Cristo unió en sí mismo la gratitud con su dolor. Incluso una de las plegarias Eucarísticas dice: “en la noche en que era entregado”, sabiendo que estaba en el momento más dramático de su vida, Cristo da gracias a Dios por medio de la primera Eucaristía, o acción de gracias[1].

Ahora bien, ¿cómo se hace para dar gracias a Dios en todo?
Un mismo hecho, una misma acción, una misma cosa, pueden ser interpretados de distintas maneras. Solo una mirada teologal, impregnada de fe y caridad teologales, permiten ver en la raíz de todo suceso la mano bondadosa de Dios, quien en sus designios providenciales solo quiere el bien de los suyos.

Al hablar del examen de conciencia, en sus Ejercicios Espirituales, antes de hacer el examen de los pecados cometidos San Ignacio invita a considerar los dones recibidos (Ejercicios, n. 43). Y al hacer esto se crea una “memoria positiva” en quien reza, ya que de este modo el corazón del examen pasa a ser la bondad de Dios. Y en la bondad de Dios se encuentra la raíz de la gratitud. Esta actitud de gratitud crea en el que se examina las disposiciones interiores para cambiar lo que haya que cambiar.

Lo hacemos también en la contemplación para alcanzar amor: aquí se debe dar una mirada global sobre toda nuestra vida. Pero no se trata de cualquier mirada sino de una mirada positiva, basada precisamente en la fe y en la caridad que nos permite ver la mano providencial de Dios detrás de cada acontecimiento de nuestra vida, sea de signo positivo o negativo, según aquello de Santo Tomas, que la vista se detiene sobre aquello que toca al corazón (in 3 Sent., d. 35, 1, 2, I).

Es de este modo que los santos salen vencedores sobre todas las contrariedades de la vida. Ellos sufren las contrariedades como todos, y muchas veces en forma mucho más dramática que el resto, y sin embargo, sobresalen por la alegría. ¿Cómo es esto?

En la oscuridad de la fe y con el auxilio del don de entendimiento, los santos ven a Dios presente en todas las vicisitudes de la vida, aun en las que a los ojos humanos son de signo negativo: “Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt 5,8). Por este motivo, al ver la mano de Dios en todas las cosas, no dejan de experimentar una honda gratitud hacia Él.

Hemos siempre de buscar de tener una visión providencial sobre nuestra vida, lo cual es una de las características de nuestra espiritualidad. Sea que las cosas nos sucedan a nuestro gusto o que por el contrario se nos presenten dificultades de diversa índole, es Dios quien está detrás de todo, siempre buscando en todo solamente nuestro bien.

Si, por ejemplo, uno ha experimentado tentaciones de diversa índole, puede recordar la frase de la Escritura que dice El que no es tentado ¿qué sabe?” (Sir 34,10).

Esta frase la solía repetir Santa Teresita. Uno piensa en la santidad de Santa Teresita, pero si no hubiese sido tentada posiblemente no habría llegado a los altares.

Si uno debe sufrir algunas tribulaciones, debe recordar las palabras de la epístola a los Hebreos, “a quien ama el Señor, le corrige; y azota a todos los hijos que reconoce” (Heb 12,6). De hecho, las tribulaciones nos purifican de los apegos y afectos desordenados. “Sufrís para corrección vuestra. Como a hijos os trata Dios, y ¿qué hijo hay a quien su padre no corrige?”. Las tribulaciones, de hecho, nos ayudar a recordar más a Dios y nos hacen ganar méritos para la vida eterna. “Por estos trabajos en que Dios pone al alma y sentido, va ella cobrando virtudes, fuerza y perfección con amargura: porque la virtud en la flaqueza se perfecciona, y en el ejercicio de pasiones se labra: porque no puede servir y acomodarse el hierro en la inteligencia del artífice sino es por fuego y martillo” (San Juan de la Cruz, Llama de amor viva, canción segunda).

La verdadera gratitud abarca todo el pasado: cada vez que miramos todo como lo ve Dios, hasta las propias culpas del pasado pueden ser transformadas en una culpa feliz, si tenemos una mirada de fe. Cuando todo nuestro pasado es observado con gratitud podemos ser como Pedro, quien al ser perdonado, su misma falta fue para él una nueva fuente de fidelidad.

Termino con un dato que me resulta interesante. Últimamente se han realizado algunas investigaciones sobre los efectos de orden más bien psicológico que la gratitud tiene en las personas. De las mismas se ha constatado que cuanto más las personas son agradecidas en la vida, más tienden a estar contentas[2].

Los examinados fueron divididos en tres grupos, asignando a cada grupo un objetivo preciso a realizarse en tres semanas:
1) el primer grupo debía poner por escrito todo lo que había sucedido de relieve durante el día, se trate de cosas tristes o alegres;
2) el segundo grupo debía anotar solo las cosas tristes del día;
3) el tercer grupo debía limitarse a escribir solo las buenas noticias, es decir, debían hacer un “diario de gratitud”.
Al concluir el experimento los autores quedaron sorprendidos por los resultados. Los del grupo 3 (el grupo del “diario de la gratitud”) aparecieron como los más beneficiados por esta experiencia, bajo varios puntos de vista, sobre todo el espiritual: las personas eran más capaces de empatía, de prestar atención a los problemas de los demás, más propensos a ayudarlos, no tenían mayores dificultades relativos a la envidia, y sobre todo estaban mejor dispuestos a emprender un camino de índole espiritual. Incluso su salud se había beneficiado desde el punto de vista físico: manifestaban una mayor energía al hacer las cosas y dormían mejor que antes.

La gratitud parecía incluso haberles estimulado la actividad cognoscitiva y del pensamiento en general, fomentando la creatividad. Se verificó en ellos una mayor capacidad de atención, de entusiasmo, de energía y de determinación al hacer las cosas. Los “agradecidos” resultaban más optimistas, y capaces de entusiasmarse por las cosas. Incluso la presencia de elementos negativos y de problemas, aun cuando eran advertidos, no los deprimía ni les causaba demasiado stress.

De la investigación se ha podido también concluir que la gratitud constituye un antídoto eficaz para la depresión (opuesto a la auto-lástima). Es propio de la depresión no tanto el recordar eventos negativos, lo cual sucede también a quien no experimenta depresión, sino más bien la ausencia de la llamada “memoria positiva” que mencioné antes. Lo que importa es el modo en que se miran las cosas.

¿A qué se atribuye todo esto?
La gratitud aumenta el gozo y la alegría de vivir, al relacionar las cosas con la bondad, como observa Chesterton: “todas las cosas parecen mejores cuando son vistas como dones”[3].

Así lo hacía María Santísima, como se puede ver en el cántico del Magnificat, en el cual aún las cosas negativas son mencionadas en un contexto de alabanza. Que Ella nos ayude a comprenderlo y vivirlo en cada instante.


Cf. Giovanni Cucci, La forza dalla debolezza, Ediuzioni AdP, Roma 2011, p. 191-198.

Cf. McCullough and R. Emmons, The Psychology of Gratitude, Oxford University Press, NY 2004, pp. 169.172.

Saint Francis of Assisi, Doubleday, NY 1990, p. 78.

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