Novitius semper ero
Nos alegramos porque hoy ocho novicias del Instituto «Servidoras del Señor y de la Virgen de Matará», recibirán el hábito religioso, respondiendo a Dios que las ha llamado a seguir a Cristo más de cerca, asumiendo su misma forma de vida.
Nos alegramos y agradecemos a Dios porque continúa bendiciendo a nuestra familia religiosa con nuevas vocaciones. Estamos seguros de que cada vocación es una llamada y un don de Dios.
San Juan Bosco decía: «Aquellos que sienten en su corazón el deseo de este estado de perfección y de santidad pueden creer, sin ninguna duda, que tal deseo viene del cielo, porque es demasiado generoso y va más allá de los sentimientos de la naturaleza humana».
El noviciado que ustedes han recientemente iniciado, es un tiempo de grandísima importancia, porque siendo un inicio que debe desarrollarse hacia una meta concreta, que como sabemos es la perfección de la caridad, si no comienza bien, difícilmente se alcanzará la meta deseada. Como un árbol, si empieza a crecer torcido, una vez que sus raíces son profundas, no se lo puede enderezar. Por eso con razón se ha dicho: como es el novicio, así será el religioso, en el sentido de que la vida religiosa se desarrollará según el dinamismo impreso en el noviciado.
De modo que el noviciado, con el cual inicia la vida religiosa en el Instituto, es muy importante y el novicio debe buscar adquirir aquellas disposiciones interiores fundamentales para que Dios pueda llevar a cumplimiento la obra que Él mismo ha comenzado. Y aquellas disposiciones interiores fundamentales no debemos tenerlas sólo durante el noviciado, sino que tienen que estar presentes durante toda la vida. Por eso decía San Bernardo: Novitius semper ero… siempre seré novicio.
¿Y cuáles son estas disposiciones interiores fundamentales que tienen que tener los novicios y que luego deben conservar durante toda la vida?
1. Gran deseo de santidad
Tenemos que estar convencidos de que la santidad no es una obra de la naturaleza, sino que es obra de la gracia y por lo tanto del Espíritu de Dios que realiza en nosotros la santidad. Por lo tanto, nuestro empeño y todo nuestro esfuerzo es de por sí limitado, pero con la gracia de Dios todo lo podemos. Dice el Evangelio de San Juan: Dios no da con medida el Espíritu (Jn 3, 34). Somos nosotros quienes ponemos límite a la acción de Dios. Santa Teresa de Jesús enseña a: «Tener gran confianza, porque conviene mucho no apocar los deseos, sino creer de Dios que, si nos esforzamos, poco a poco, aunque no sea luego, podremos llegar a lo que muchos Santos con su favor; que si ellos nunca se determinaran a desearlo y poco a poco a ponerlo por obra, no subieran a tan alto estado. Quiere su Majestad y es amigo de ánimas animosas, como vayan con humildad y ninguna confianza de sí»[1].
Y contra la tentación de pensar que una tal actitud pueda ser temeraria, la otra Teresa, la de Lisieux, afirma: «Este deseo [de la santidad] podría parecer temerario si se tiene en cuenta lo débil e imperfecta que era y cómo lo soy aún hoy, después de siete años pasados en religión. A pesar de todo, sigo teniendo la misma confianza audaz de llegar a ser una gran santa, pues no cuento con mis méritos, ya que no tengo ninguno, sino que confío en él que es la Virtud, la Santidad misma. Solamente él, que se contenta con mis débiles esfuerzos, me elevará hasta él y, cubriéndome con sus méritos infinitos, me hará Santa»[2].
San Maximiliano Kolbe decía: «¿Qué se debería responder a aquellos que se dicen a sí mismos: quisiera, pero no puedo? Nada más que esto: que quieran querer. Este será el primer paso»[3].
2. Suma docilidad a la acción del Espíritu Santo
Si la santidad que deseamos es obra del Espíritu Santo, entonces tenemos que dejarnos guiar por Él y no poner obstáculos a su acción. No debemos negar conscientemente nada de lo que Dios nos pide. Dios no nos dará sus dones si nosotros no nos damos por entero a Él. Dios no fuerza nuestra voluntad, pero se dona a quien se dona totalmente a Él. Entonces es necesaria esta docilidad para alcanzar la donación total de sí mismo. Dice Santa Teresa de Ávila: «Y como él [el Señor] no ha de forzar nuestra voluntad, toma lo que le damos; mas no se da a sí del todo hasta que nos damos del todo. Esto es cosa cierta y, porque importa tanto, os lo acuerdo tantas veces; ni obra en el alma, como cuando del todo, sin embarazo, es suya; ni sé cómo ha de obrar»[4].
Dios es la suma bondad y como tal quiere darse al hombre, pero no lo hace si nosotros no queremos; respeta nuestra libertad. Observa el Beato Eugenio del Niño Jesús: «El hombre a veces tiraniza a su semejante. Dios, nuestro dueño soberano, exalta el valor y el poder de las facultades que él ha puesto en nuestra naturaleza. La parte que encomienda a la acción del hombre en sus más excelsos designios es tan importante, que quedamos desconcertados cuando se nos descubre. La cooperación libre del hombre será, en efecto, una condición necesaria para la realización de los decretos eternos de la misericordia divina»[5].
Por lo tanto, dice el Beato: «Dios nos invade en la medida en que nos damos a él. La unión perfecta exige como primera condición el don completo de sí».
La donación de sí debe ser absoluta: se trata de una verdadera y propia expropiación por Dios. Es una exigencia evangélica para aquellos que son llamados a seguir a Jesús: Vende lo que tienes y dáselo a los pobres… luego sígueme (Mt 19, 21).
La donación de sí debe ser indeterminada, en el sentido que se dona totalmente sin saber lo que Dios puede pedirnos. Es un abandonarse a la voluntad de Dios y a su providencia que es cierta, pero que por el momento permanece desconocida para nosotros.
La donación de sí debe ser renovada continuamente, no se trata de un acto momentáneo, sino de una disposición constante del alma.
3. Gran humildad
Es necesario cultivar siempre una verdadera, auténtica y profunda humildad, porque sabemos que Dios resiste a los soberbios. Verdadera humildad que reconoce la propia nada y miseria delante de Dios.
Aquello que atrae los dones de Dios es nuestra miseria y nuestra nada sinceramente reconocidas. Porque Dios se complace y se inclina hacia los humildes.
Santa María de Jesús Crucificado decía: «Sin la humildad estamos ciegos, en las tinieblas; mientras que con humildad el alma marcha tanto de noche como de día. El orgulloso es como el grano de trigo lanzado al agua: se hincha, engorda. Exponed este grano al solo, al fuego: se seca, se quema. El humilde es como el grano de trigo lanzado a tierra: se hunde, se oculta, desaparece, muere, pero es para reverdecer en el cielo»[6].
Y Dios a veces nos humilla y nos prueba justamente para que reconozcamos nuestra miseria y así nos volvamos a Él. Estas humillaciones preparan al alma para recibir los dones de Dios. Decía Santa Teresa: «No me acuerdo haberme hecho merced muy señalada, de las que adelante diré, que no sea estando deshecha de verme tan ruin»[7].
Y Santa Angela de Fogligno: «Cuanto más afligida, despojada y humillada profundamente está el alma, más conquista, con la pureza, la capacidad para las alturas. La elevación de la que se hace capaz se mide por la profundidad del abismo en la que tiene sus raíces y sus cimientos»[8].
Por eso el salmo dice: antes de ser humillado, andaba errante (Sal 119, 67). La humildad y las humillaciones atraen los dones de Dios, su gracia y su luz.
Aquello que nos da derecho a la misericordia de Dios son nuestras miserias. Debemos reconocerlas.
Nuestra oración debe ser siempre como la del publicano en el templo: ¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador! (Lc 18, 13).
Termino con palabras de San Maximiliano Kolbe: «En el trabajo por la propia santificación, la humildad es lo más difícil de conquistar, pero con la ayuda de la Mediadora de todas las gracias se la puede llegar a poseer también, y en grado elevado. La altura de la santidad consiste en la unión de nuestra voluntad con la Voluntad de Dios. A la naturaleza humana le es difícil renunciar continuamente a sí misma, pero se puede obtener también esta gracia. Finalmente, no existe una santidad tan alta a la cual no se pueda llegar con la ayuda de la Mediadora de todas las gracias»[9].
Pidamos por intercesión de María Santísima por las novicias que hoy recibieron el hábito, para que jamás se apague en ellas el deseo de la santidad; para que cultiven continuamente en su interior una sincera docilidad a la acción del Espíritu Santo, y para que se esfuercen por conquistar la verdadera humildad. Las palabras de María dirigidas al Ángel He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra (Lc 1, 38) muestran el abandono total y obediente que nuestra consagración a Dios exige y que nuestros votos expresan.
[1]Santa Teresa de Jesús, Vida, c. XIII, 2.
[2]Santa Teresa di Lisieux, Ms A 32rº.
[3]Conferencias de San Maximiliano Kolbe, Frigento 2014, p. 193. [Traducción nuestra].
[4]Santa Teresa de Jesús, Camino, c. XXVIII, 12.
[5]Quiero ver a Dios, p. 371.
[6]Cf. Quiero ver a Dios, p. 394.
[7]Vida, c. XXII, 11.
[8]Cf. Quiero ver a Dios, p. 392.
[9]Conferencias de San Maximiliano Kolbe, Frigento 2014, p. 390. [Traducción nuestra].