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Sermón del R.P. Diego Pombo, IVE, Padre Espiritual de las Servidoras, en la Santa Misa de profesión religiosa de dos hermanas contemplativas en Tuscania, Italia

En la Casa de Formación Monástica San Pablo, el 10 de febrero, hicieron sus votos dos novicias contemplativas. El P. Diego Pombo, IVE, Padre Espiritual de las Servidoras, presidió la Santa Misa y predicó el sermón que ofrecemos a continuación, haciendo referencia a la semejanza que la profesión de votos establece con Cristo, convirtiéndonos como Él en signos de contradicción para el mundo.

Dos hermanas de nuestra Familia Religiosa harán donación total y perpetua de sí mismas a Dios a través de la profesión de los consejos evangélicos. Se trata de seguir a Cristo en castidad, pobreza y obediencia. Cristo es, por tanto, el autor, el origen, el modelo de toda vida consagrada.

La vida consagrada, como ha declarado el Concilio Vaticano II “es un don divino que la Iglesia recibió de su Señor”[1]; y como también enseña Juan Pablo II “con la profesión de los consejos evangélicos los rasgos característicos de Jesús —virgen, pobre y obediente— tienen una típica y permanente «visibilidad» en medio del mundo[2]. Los consagrados, en cuanto reproducen la misma forma de vida de Cristo, lo hacen visible.

La Iglesia siempre ha tenido en grandísima estima a la vida consagrada; ha sido siempre vista como algo preciado y de grandísimo valor para la vida y la santidad de la Iglesia. Sin embargo, nunca faltaron -como tampoco faltan hoy- aquellos que la combaten de diversas maneras.

La vida consagrada siempre combatida

1.   Ha habido en el pasado, y los hay también hoy, algunos que dicen que la vida consagrada, en modo particular la virginidad es algo contrario a la naturaleza humana, porque -dicen ellos-, el instinto sexual es la mayor y más importante inclinación del organismo humano, y entonces concluyen que el hombre no puede contener durante toda la vida tal instinto.

El Papa Pío XII en la encíclica Sacra Virginitas habla precisamente contra este error, afirmando que es posible vivir casto y perseverar en la castidad con la ayuda de la gracia: “la gracia de Jesucristo se nos da en los sacramentos principalmente para que, viviendo la vida del espíritu, reduzcamos el cuerpo a servidumbre (cf. Gal 5, 25; 1 Cor 9, 27)”[3].

2.   Ha habido en el pasado, y todavía los hay hoy en día, quienes partiendo de la doctrina de que el matrimonio es un sacramento, mientras que no lo es la vida consagrada, llegan a decir que el estado matrimonial es más excelente que el estado religioso, contra toda la tradición de la Iglesia que siempre ha afirmado lo contrario.

El Concilio de Trento ha tenido que definir la cuestión; de modo que la verdad sobre la superioridad de la vida consagrada como estado de vida, respecto al estado matrimonial, es un dogma de fe.

Sesión XXIV can. 10: “Si alguno dijere, que el estado del Matrimonio debe preferirse al estado de virginidad o de celibato; y que no es mejor (Mt 9, 1; Cor, 7), ni más feliz mantenerse en la virginidad o celibato, que casarse; sea anatema”.

San Juan Pablo II retoma esta doctrina en la ya citada exhortación post sinodal Vita Consecrata dice:

“En efecto, su forma de vida casta, pobre y obediente aparece como el modo más radical de vivir el Evangelio en esta tierra… Este es el motivo por el que en la tradición cristiana se ha hablado siempre de la excelencia objetiva de la vida consagrada”[4].

“Como expresión de la santidad de la Iglesia, se debe reconocer una excelencia objetiva a la vida consagrada, que refleja el mismo modo de vivir de Cristo”[5].

3.   Están también los que afirman que el Concilio habla del llamado universal a la santidad, todos los hombres están llamados a la perfección de la caridad, entonces concluyen: la vida laical vivida coherentemente en el mundo, sin disciplina y sin vínculos de vida fraterna y de autoridad, puede llevar a un mejor servicio en la Iglesia y más fácilmente a la santidad.

Y por eso -dicen- no se puede hablar hoy en día de vida religiosa como de un estado de perfección[6].

Todos estos errores mencionados, y tantos otros que no tenemos tiempo de mencionar, miran a quitar a la vida consagrada el verdadero valor y la superioridad objetiva de su dignidad que hace de este estado de vida el más precioso y excelente respecto a los otros.

Signo de contradicción

¿Por qué la vida consagrada siempre ha sido combatida, dentro y fuera de la Iglesia? Porque siendo un reproducir el mismo modo de vivir de Cristo, el consagrado participa de aquel ser como Cristo signo de contradicción.

La vida consagrada es signo de contradicción porque los valores de los que los consagrados dan testimonio con sus votos de castidad, pobreza y obediencia son opuestos a los del mundo.

Castidad contra el hedonismo

Y así, el mundo promueve una cultura hedonista que desvincula la sexualidad de toda norma moral objetiva. Las consecuencias de esta cultura hedonista, dice San Juan Pablo II, están bajo los ojos de todos: prevaricaciones de todo género, a las que se acompañan innumerables sufrimientos psíquicos y morales para los individuos y las familias.

De frente a esta cultura que exalta la sexualidad, la vida consagrada responde con la práctica gozosa de la castidad perfecta, como testimonio del poder del amor de Dios en la fragilidad de la condición humana.

Dice San Juan Pablo II: “La persona consagrada manifiesta que lo que muchos creen imposible es posible y verdaderamente liberador con la gracia del Señor Jesús. Sí, ¡en Cristo es posible amar a Dios con todo el corazón, poniéndolo por encima de cualquier otro amor, y amar así con la libertad de Dios a todas las criaturas! Este testimonio es necesario hoy más que nunca, precisamente porque es algo casi incomprensible en nuestro mundo”[7].

Pobreza contra el deseo ávido de riquezas

El mundo promueve un materialismo ávido de poseer. La vida de los consagrados responde con la pobreza evangélica, con la cual dan testimonio de que Dios es la verdadera riqueza del corazón humano. Y “la pobreza evangélica contesta enérgicamente la idolatría del dinero, presentándose como voz profética en una sociedad que, en tantas zonas del mundo del bienestar, corre el peligro de perder el sentido de la medida y hasta el significado mismo de las cosas”[8].

Obediencia contra libertad absoluta

En fin, el mundo levanta la bandera de la libertad absoluta, sin ninguna relación con la verdad y con la norma moral. Con el voto de obediencia, el consagrado manifiesta en cambio que no hay contradicción entre obediencia y libertad; al contrario, “En efecto, la actitud del Hijo desvela el misterio de la libertad humana como camino de obediencia a la voluntad del Padre, y el misterio de la obediencia como camino para lograr progresivamente la verdadera libertad”[9].

Los votos contra la triple concupiscencia

San Juan en su primera carta dice: No améis al mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguno ama al mundo, no está en él la caridad del Padre. Porque todo lo que hay en el mundo, concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y orgullo de la vida, no viene del Padre, sino que procede del mundo. Y el mundo pasa, y también sus concupiscencias; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.

Con los votos, por lo tanto, el religioso se opone directamente a esta triple concupiscencia de la que habla San Juan.

Dice San Juan Pablo II: “La profesión religiosa pone en el corazón de cada uno y cada una de vosotros, queridos Hermanos y Hermanas, el amor del Padre: aquel amor que hay en el corazón de Jesucristo, Redentor del mundo. Este es un amor que abarca al mundo y a todo lo que en él viene del Padre y que al mismo tiempo tiende a vencer en el mundo todo lo que “no viene del Padre”. Tiende por tanto a vencer la triple concupiscencia. La concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y el orgullo de la vida están en el hombre como herencia del pecado original (…).

  1. En efecto, la castidad evangélica nos ayuda a transformar en nuestra vida interior lo que encuentra su raíz en la concupiscencia de la carne;
  2. la pobreza evangélica todo lo que tiene su raíz en la concupiscencia de los ojos;
  3. finalmente, la obediencia evangélica nos permite transformar de modo radical lo que en el corazón humano brota del orgullo de la vida[10].

Por eso la vida consagrada ha sido y siempre será combatida, porque se opone directamente a los valores que con fuerza nos propone el mundo, mundo entendido en el sentido en el que nos habla el Apóstol Juan, y por eso el consagrado será siempre signo de contradicción, porque participará de aquel misterio del rechazo de Dios por parte de los hombres del que nos habla Juan: vino a los suyos y los suyos no lo recibieron. Por eso el anciano Simeón profetizó que Él sería signo de contradicción.

Termino con estas palabras de San Juan Pablo II dirigiéndose a los religiosos: “Acoged a Cristo, que es también “signo de contradicción”. Esta contradicción está inscripta en vuestra vocación. No busquéis quitarla ni borrarla. Esta “contradicción” tiene un significado salvíficoLa salvación del mundo se realiza justamente sobre el camino de esta contradicción realizada por Cristo. También vosotros, acogiendo a Cristo, sois manifestación de esta contradicción salvífica. No puede ser de otro modo. Precisamente en nombre de la contradicción salvífica se inscribe en vuestro “yo” cristiano y religioso la profesión de la pobreza, de la castidad y de la obediencia[11].



[1]Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen Gentium, 43.

[2]San Juan Pablo II, Exhortación apostólica post-sinodal Vita Consecrata, 1.

[3]Pío XII, Carta Encíclica Sacra Virginitas, II, b.

[4]San Juan Pablo II, Exhortación apostólica post-sinodal Vita Consecrata, 18.

[5]San Juan Pablo II, Exhortación apostólica post-sinodal Vita Consecrata, 32.

[6]Santo Tomás, hace 760 años, explicó en qué sentido se puede decir y se debe decir que la vida religiosa es un estado de perfección: Cf. Suma Teológica, II – II, q. 184, aa. 4, 5, 7; q. 186, a. 1. La Iglesia ha sostenido esta doctrina siempre: Cf. Concilio Vaticano II, Constitución Lumen Gentium, 45; Decreto Perfectae Caritatis, 1; San Juan Pablo II, Audiencia general, (09/11/1994). Puede verse también: J. FORNÉS, El concepto de estado de perfección. Consideraciones críticas, en: “Ius Canonicum” 22 (1983) 681-711.

[7]San Juan Pablo II, Exhortación apostólica post-sinodal Vita Consecrata, 88.

[8]San Juan Pablo II, Exhortación apostólica post-sinodal Vita Consecrata, 90.

[9]San Juan Pablo II, Exhortación apostólica post-sinodal Vita Consecrata, 91.

[10]San Juan Pablo II, Exhortación apostólica Redempionis Donum, 9.

[11]San Juan Pablo II, Homilía, (02/02/1984).

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