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Segunda época. Año XXI. N° 319

Roma, 18 de mayo de 2015

Homilía predicada por el R.P. Alberto Barattero el día 19 de marzo de 2015, en ocasión de la Solemnidad de San José y votos perpetuos de Maria Ancilla Humilis Correia de Barros, misionera en Papúa Nueva Guinea

Vida religiosa: un programa centrado en el ser

            En una Misa de profesión, antes de la misma algunos sacerdotes estaban confesando. En un momento, fue a confesarse una señora –era la primera vez que participaba de una Misa de profesión– con los ojos llenos de lágrimas… no lloraba por sus pecados, lloraba porque estaba asombrada de ver tanta alegría en tantos religiosos jóvenes, estaba conmovida y lloraba porque no lograba entender por qué estaban contentos, “¿cómo es posible?”, se preguntaba.

            Ella no entendía y tenía razón de no entender, porque la llamada y la alegría de ser religioso no se puede entender si uno la ve con los ojos humanos, que ven lo exterior y lo superficial. Sólo se puede ver –y no sólo ver, sino vivir– con ojos sobrenaturales, con los ojos de la fe, que nos hace ver lo interior, lo profundo; porque la alegría de ser religioso es “la alegría de pertenecer exclusivamente a Dios, de ser  una herencia particular del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” (Redemptionis donum, 8). Es la alegría que nace del encuentro interior con el amor de Dios.

1. Diferencia entre el ser y el tener

            ¿Qué significa mirar lo interior, ver lo profundo? Mirar lo profundo significa poner la mirada en el ser y no en el tener. Los hombres, solemos darle más importancia al tener (mirar más lo que se tiene): “yo soy importante y feliz porque tengo” dice el mundo, porque tengo dinero, una casa grande, un “autazo”, joyas…; y no sólo bienes materiales, sino también cosas espirituales como sabiduría, amigos, autoridad, y –sobre todo hoy en día– estima y afecto: la gente piensa que es algo importante porque tiene el afecto de los demás (buscan tener este afecto), porque los demás la consideran (buscan tener esta consideración).

            En cambio, la vida religiosa pone su mirada en otra cosa, en el ser: soy importante porque soy hombre, porque soy bueno, porque soy hijo de Dios. De hecho, aquellas hermosas palabras que Jesús dirigió, después de haberlo amado –Jesús, fijando en él sus ojos, lo amó (Mc 10,21)– a aquel joven rico que quería ser perfecto, significan una invitación “a renunciar a un programa de vida en cuyo primer plano está la categoría de la posesión, la del «tener», y en cambio le invita a aceptar en su lugar un programa centrado sobre el valor de la persona humana: sobre el «ser» personal, con toda la trascendencia que le caracteriza” (Redemptionis donum, 4).

            Precisamente ese Jesús totalmente desnudo, casi sin discípulos y abandonado por el Padre (según sus palabras: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? (Mc 15,34)), es decir, ese Jesús que no tiene nada pero que vale todo para los hombres, nos enseña otra cosa, nos enseña que lo importante no es tanto lo que uno tiene, sino lo que uno es: Él es importante porque es el Redentor, aun cuando en la Cruz no tiene nada. Es decir, nos enseña esa paradoja evangélica que es convertirse en la basura del mundo, el desecho de todos (1 Cor 4,13), para ser divino, para encontrar la vida divina. Jesús, con aquel vende todo y después sígueme, invita al joven rico a acoger esto, que es el secreto de la vida religiosa: ser despreciado por el mundo para ser de Dios.

            Porque según el mundo –como ya dije– lo que importa es lo que uno tiene, y por tanto uno es en la medida en que tiene; y por eso el religioso, para el mundo, no vale nada y no significa nada (¡y por eso la gente no entiende por qué estamos contentos!). Pero esa es la fuente de la alegría del religioso: porque es en Dios, es decir, en la medida en que tiene menos cosas humanas se vuelve más divino, deja de tener pero comienza a ser, comienza a ser divino (por participación), es decir, la vida divina transforma su ser y comienza a ser un “hombre divinizado” (Beato Manuel González).

            Pero esto lo debemos entender bien, porque a veces no se hace esto en la perspectiva del “ser” sino del “tener”, es decir, se toma el camino de la vida religiosa para obtener de Dios lo que los hombres buscan obtener de las creaturas: seguridad, comodidad, una vida tranquila sin problemas, afecto, etc. Por eso es importante no buscar a Dios como se buscan las cosas, porque el poseer a Dios es, en realidad, un dejarse poseer por Dios, y esto significa renuncia; por tanto, no puede ser propiamente un tener. Es decir, si nosotros buscamos a Dios porque Dios nos puede dar lo que nos dan las creaturas, ese buscar a Dios se convierte en un buscar “tener”, y significa propiamente un perder a Dios.

2. Los Votos, fuentes de vida interior

            Frente a esto nos podemos preguntar: ¿por qué los votos nos hacen buscar a Dios no para tener sino para ser? Es decir, ¿cómo podemos, a través de los votos, transformar nuestro ser humano en un ser divino? Los votos nos transforman porque los votos transforman en vida interior esos movimientos que tienen su raíz en las tres concupiscencias (enfocadas en el tener): concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y orgullo de la vida; que deforman, incluso más, impiden la relación, no solo con el mundo creado sino también con Dios.

            Pero ¿qué quiere decir que estos movimientos se transforman en vida interior y cómo sucede esto? Quiere decir que toda esa fuerza que tenemos, que por el pecado “ha errado el camino” (es decir, ha recorrido caminos malos de los cuales la prostitución, el hambre y las bombas atómicas son solo algunos frutos de estas vías equivocadas que toma el hombre, dejándose arrastrar por la triple concupiscencia), comienza a utilizarse para hacer crecer la vida interior (para ser), es decir, para hacer crecer la vida divina que la gracia ha introducido en nosotros.

            De hecho, la pobreza evangélica, que encuentra su máxima expresión en el voto de pobreza, ayuda a encauzar todas las fuerzas, que los hombres usan para tener riquezas, para hacer crecer la vida espiritual. Por eso, el religioso, en lugar de preocuparse por las cosas de este mundo, de mantener sus propiedades y su familia, de tener y acumular bienes aquí en la tierra para su sustento, orienta todas sus fuerzas al crecimiento en la virtud. Así comenta San Ambrosio la primera bienaventuranza: “Los dos evangelistas han puesto la pobreza en la primera bienaventuranza. Verdaderamente es la primera en jerarquía, es como una madre y generadora de virtudes”, es decir, de vida interior.

            Lo mismo la castidad que aparta al religioso de las realidades venéreas. Porque así como “el uso de las realidades venéreas aparta al alma de su esfuerzo total de tender a Dios” (santo Tomás de Aquino), así la castidad hace que el religioso empeñe todas estas fuerzas en la contemplación de Dios que es alimento espiritual, que hace crecer la vida interior.

            Finalmente, aunque no menos importante, la obediencia que es la oblación de la propia voluntad para someterla a Dios en orden a la perfección de la caridad, por eso dice San Francisco de Asís: “El sentido de esta obediencia es la caridad, el amor de Cristo y de la fraternidad en Cristo”. Hace tomar un camino que une directamente con Dios: la caridad; en lugar de gastar las fuerzas en seguir la propia voluntad, como solemos hacer los hombres.

            ¡Este el secreto de la vida religiosa! Este es el secreto de la alegría de la vida religiosa: ¡ser totalmente de Dios! Esta es la diferencia entre los hombres de este mundo y los religiosos: los hombres de este mundo quieren tener, y lo mismo los religiosos mundanos buscan tener –ya sea bienes, ya sea Dios–,  y se equivocan. Porque la vida religiosa no existe para tener a Dios sino para ser de Dios, para ser divinizados. Esta es la diferencia y el secreto para estar siempre contentos, para estar siempre alegres en el Señor (Flp 3,1).

            Conclusión

            Quisiera terminar haciendo una breve referencia a San José, a quien hoy celebramos. Porque San José fue modelo de esto que estamos diciendo, en el sentido que él en su vida tuvo poco y nada, de hecho los pasajes evangélicos en los que aparece dejan ver que tuvo una vida llena de sufrimientos y esto no sólo porque era pobre, sino porque la voluntad de Dios para él no fue fácil en absoluto. Imaginemos, por ejemplo, el esfuerzo de levantarse de noche, despertar a la Virgen, tomar al Niño y huir a Egipto (¿no podía Dios matar a Herodes? ¿No podía Dios hacer que Herodes no encontrase a Jesús? Dios podía hacer tantas cosas para proteger a Jesús sin tanto esfuerzo de San José, pero Dios quiso otra cosa… levántate, toma contigo al Niño y a su Madre y huye a Egipto; y San José, sin decir nada, se levantó, tomó al Niño y a su Madre, de noche, y salió para Egipto (Mt 2,13-14)).

            Pero no podemos decir que la vida de San José, aun con estos sufrimientos, fue una vida triste; al contrario, como la vida de la Virgen de los Dolores, fue una vida llena de alegría. Por supuesto, no era aquella felicidad momentánea que nos da el mundo (que hoy tenemos y mañana perdemos), sino la alegría de ser de Dios, de estar inmerso en el profundo misterio de Dios. Y tal vez, después de la Virgen –que fue Madre de Dios–, por ser el padre putativo de Jesús fue quien más inmerso estuvo en ese misterio.

profesión perpetua

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Crónica de la Comunidad “San José Moscati” – Hospital Schestakow, Argentina Quedarse aquí solo por ellos… los enfermos

A través de esta crónica, deseo contarles algunas de mis experiencias de recién llegada a la comunidad San José Moscati.

Cuando se me dijo que iría a la comunidad que colabora apostólicamente en el Hospital Schestakow en San Rafael, vinieron a mi mente un montón de interrogantes. Entre ellos: ¿Cómo podré vivir en un lugar tan reducido?

Para los que no conocen nuestra casa, se trata de un mini departamento de un solo ambiente dividido en dos. Una parte hace de cocina comedor y la otra de habitación. A continuación, hay una lavandería muy pequeña, que se utiliza también como secretaría, biblioteca, etc. Imagínense ustedes un convento tan pequeño dentro de un hospital. Sin patio, sin más habitaciones, sin privacidad, además de los ruidos que se escuchan sea de ambulancias que llegan, gente por los pasillos, muebles que se arrastran de los demás pisos y que es inevitable no escucharlos.

Esa es toda nuestra casa en donde ahora vivimos cuatro hermanas, de las cuales dos, han comenzado sus estudios de enfermería.

 Yo muchas veces me pregunté: ¿Cómo hacen las hermanas para vivir ahí? ¿Por qué no buscan un lugar mejor? También muchos conocidos nos preguntan cómo hacemos y les parece horrible el hecho de pasar gran parte de la vida dentro de un hospital.

Ahora lo he comprendido y a poco más de tres meses de llegada a mi nuevo destino puedo decir que ciertamente vale la pena QUEDARSE AQUÍ SOLO POR ELLOS… LOS ENFERMOS. Tanta gente que en este lugar padece tanto en el cuerpo como en el alma. Ellos son el Rostro sufriente de Jesús y por ellos vale la pena quedarse aquí, porque aquí, en este espacio reducido en el cuarto piso del Hospital, estamos al alcance de la mano de todo el que nos necesita. Y la Capilla, desde hace ya mucho tiempo, se ha convertido en el corazón del Hospital, en donde, oculto en el Sagrario, late el Corazón de Aquél que nos da la fuerza para vivir aquí, dentro de un Hospital.

Pero no solo a nosotras nos fortalece el Corazón Eucarístico de Cristo, sino también a todos aquellos que se acercan a la Capilla: niños, jóvenes, papás, médicos, gente del personal, quienes frecuentemente vienen a hacer una visita a Jesús Sacramentado. Cada uno pidiendo por sus seres queridos que se encuentran privados del don de la salud. Entre ellos, me encontré con una joven que, de rodillas llorando frente al Sagrario, me dijo que no sabía rezar pero que le pedía a Jesús por su madre que tiene un tumor.

Al ingreso de la Capilla hay un cuaderno para que anoten intenciones. Muchos de ellos expresan lo más profundo de sus almas, sus angustias, sus dolores, su incertidumbre de lo que sucederá, pero también su confianza de que serán escuchados, manifestando así la sencillez de su fe “…una gran multitud del pueblo…que había venido para oírle y ser curado de sus enfermedades…” (Lc 6,17-18).

Aquí se experimenta lo que tiene que haber sido en el tiempo de Nuestro Señor, cuando las gentes no lo dejaban descansar, “Se le acercó una gran muchedumbre… y los curó” (Mt 15,30)y continuamente la gente viene a la capilla no sólo a elevar sus peticiones a Dios, sino a pedirnos a las hermanas algún consuelo para sus familiares enfermos.

Es así que desde mi llegada al hospital, se han bautizado siete niños, entre ellos varios recién nacidos de los cuales algunos ya están en el Cielo. En el año 2014 las personas que recibieron los sacramentos fueron 1.273, muchos de los cuales fallecieron. Entre ese número de sacramentos, 74 fueron bautismos. Dios usa de su gran Misericordia con aquellos que están próximos a partir, dándoles la oportunidad de volver a Él.

Quiero concluir con un milagro atribuido a la Madre Maravillas de Jesús, y que demuestra que los enfermos son los privilegiados del Corazón de Dios, por los cuales, como dije al principio, vale la pena quedarse aquí.

Este hecho sucedió el año pasado. La señora Clarisa Mansilla madre de cuatro hijos, una niña, un niño y dos gemelos de siete años: Gabriel y Santiago Mañas, nos dio su testimonio de lo que le pasó con uno de su hijos gemelos. Clarisa estuvo leyendo un libro de los milagros de la Madre Maravillas de Jesús, y le llamó la atención cómo la Santa había curado milagrosamente a muchos niños de cáncer.

Cuatro meses después, Gabriel, uno de los gemelos comenzó con un malestar que le produjo el torcimiento del cuello. Sus padres estuvieron dos meses buscando una solución a su problema de salud sin que ningún médico le encontrara el motivo real de su enfermedad. Finalmente lo internaron y un doctor del hospital les dijo que debía operarlo de urgencia, porque tenía un tumor maligno en el cerebro y les advirtió sobre la posibilidad de grandes secuelas si salía de la operación, además del riesgo de vida que corría por la misma cirugía, ya que debían colocarle una válvula en la cabeza. Los padres de Gabriel, salieron a llorar desconsoladamente. Al mismo tiempo recibieron la terrible noticia de que el abuelo paterno acababa de morir. El abuelo estaba enfermo de leucemia, pero estable. Al enterarse de la gravedad de la salud de su nieto, se desestabilizó y tuvo que ser internado. El abuelo de Gabriel decía en voz alta que quería que Dios se lo llevara a él y no a su nieto.

Gabriel recibió la Confirmación el día anterior a la cirugía. Fue operado el 23 de julio del año pasado, la operación duró varias horas. Desde el momento del diagnóstico, Clarisa recordó el libro que había leído y encomendó a la Madre Maravillas la vida de su pequeño Gabriel. Pidió a las hermanas una reliquia de la Santa y no dejó de rezar y de hacer rezar por su hijo, con mucha fe, pues consideraba que no había sido casualidad que ella hubiese leído con tanto interés, justo ese libro de los milagros de la Madre Maravillas.

Al volver de la anestesia, Gabriel le contó a su madre lo siguiente: “¡Ma!, una señora volaba arriba mío y me dijo, Gaby te curo, Gaby te curo…”.  Su mamá no salía de su asombro y estaba segura de que fue la Madre Maravillas a quien el niño vio.

El niño fue recuperándose asombrosamente y sin ninguna secuela. Luego de estar muchas semanas en terapia intensiva le dieron de alta con una indicación de tratamiento continuo de quimioterapia.

Gabriel, ya en su casa mientras jugaba o cuando estaba a solas con su mamá seguía diciendo: “que él fue a un desierto azul, en donde un señor con barba blanca, le decía que todo iba a estar bien, le regalaba una bolsa de juguetes y lo llamaba”. Según el testimonio de su mamá:“El señor de barba blanca le enseñó al niño a rezar el Padre Nuestro y el Bendita sea tu pureza”. Su mamá afirma que ella nunca le había enseñado a rezar esas oraciones y ahora las recita de memoria y se las enseña a sus otros hermanos.

Un día su mamá lo llevó a una parroquia de la ciudad y un sacerdote conversó mucho con Gabriel quien le contestaba todo con mucha espontaneidad. El sacerdote le dijo al niño, para ver qué respondía: “A mí me han dicho que Dios es de River” y el niño le contestó: “Dios no miente y no es de ningún equipo,… Él nos quiere a todos por igual…”.

El sacerdote le dijo a su mamá, “no hay duda de que Dios lo ha fortalecido, que ha vivido un momento de él y de Dios”.

Cada vez que Gabriel ve una imagen de Jesús de la Divina Misericordia, afirma: “Él, – señalando a Jesús-, es el Rey del mundo, yo lo he visto”. 

Clarisa, nos contó que si bien su hijo quedó sin secuelas, tiene programado para un año las quimioterapias y un control por siete años para ver cómo evoluciona. Ella lo ha notado más maduro que su hermano Santiago. Antes le daba temor ir a la escuela, por ser muy tímido y porque le costaba mucho y ahora ha cambiado tanto que está muy contento de ir a la escuela, aprende con facilidad y ha asombrado con ello a todos. A veces el niño juega a que es doctor, busca los guardapolvos y le hace todo lo que le hacen a él, a su hermano gemelo Santiago. También le dijo a su mamá que: “Dios le dijo que él va a ser doctor para curar a mucha gente”.

            ¡Hasta una próxima!

En Jesús y María,

            Madre María de la Encarnación

SSVM, Servidoras, San José Moscati Hospital Schestakow, Argentina

SSVM, Servidoras, San José Moscati Hospital Schestakow, Argentina

SSVM, Servidoras, San José Moscati Hospital Schestakow, Argentina

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