Roma, 29 de marzo de 2018
Jueves Santo
Votos perpetuos de 18 Servidoras y primeros votos de dos novicias
Dicen nuestras Constituciones que “el fin propio de todo Instituto de vida religiosa… no es otro que la consagración total de nuestra persona, manifestando el desposorio admirable establecido por Dios en la Iglesia, signo de la vida del Cielo. Así consumaremos la plena donación de nosotros mismos como sacrificio ofrecido a Dios, por el que toda nuestra existencia se hace culto continuo a Dios en la caridad”[1]. El 19 de marzo en Brasil, Ecuador, Perú y Argentina, 18 Servidoras expresaron su firme determinación de hacerse culto incesante a Dios por medio de la profesión perpetua de los cuatro votos religiosos de pobreza, castidad, obediencia y esclavitud mariana. Otras dos Servidoras en Perú, hicieron por primera vez sus votos.
BRASIL
De izquierda a derecha: Maria Alegria dos Mártires Soares de Oliveira, M. Maria Mater Sanctissimi Sacramenti Pereira Feliciano, Maria Mãe Amável Silva de Paula y María Mater Veritatis Correia (misionera en Egipto)
ECUADOR
De izquierda a derecha: María de Betsaida Paz Toasa (misionera en Albania), María de Balbanera Batalla (casa de formación monástica en Tuscania – Italia)
PERÚ
En la Iglesia de Santiago Apóstol de Tiabaya – Arequipa, dos hermanas hicieron su profesión perpetua: María Reina de Bondades Mamani Yucra y María de Luren Pachecho Cavero; el mismo día dos novicias hicieron su primera profesión: María Madre Humilde Macedo Quecaño y María Sierva del Señor Ramos Ancaypuro
ARGENTINA
En la Catedral “San Rafael Arcángel” de San Rafael – Mendoza, las hermanas: María Cristófora Romero, María del Sacro Cuore Olace, María a Iesu Infante Pabón Ioza, María de las Bienaventuranzas Pizarro Lastra (Misionera en Francia), María del Buen Socorro Vidal, María de Jericó Medina Opazo, Maria Cordis Sancti Rossi, María de Andacollo González, Maria Sponsa Cruce García del Hoyo (Misionera en la Provincia de los Buenos Aires), María Madre Oferente Carrasco Moreno
[1]Constituciones, 24.
Santa Misa en honor a San José en la Basílica de San Pablo Extramuros, Roma
Con ocasión de la Solemnidad de San José en este año de gracias en que se cumple el 30º aniversario de la fundación de nuestro Instituto, puesto bajo la especial protección del Santo Patriarca, la mayoría de las Servidoras presentes en Italia, en unión a las Servidoras dispersas a lo largo del mundo, participamos de la Misa de acción de gracias celebrada en honor a nuestro Patrono en la Basílica de San Pablo Extramuros. La solemne celebración fue presidida por Su Eminencia el Cardenal Angelo Bagnasco, Arzobispo Metropolitano de Génova; también presenció la ceremonia su Eminencia el Cardenal Angelo Sodano, quien concluyó con unas palabras de aliento y gratitud. Fueron numerosos los Sacerdotes que concelebraron, manifestando su cercanía y apoyo al Instituto, entre ellos Mons. Arjan Dodaj, Vicario General de la Arquidiócesis de Tirana-Albania, donde desde hace años nuestras hermanas trabajan pastoralmente. También un nutrido grupo de religiosos de otras Congregaciones y laicos amigos quisieron hacerse presentes para la ocasión. A continuación publicamos la homilía predicada por el Cardenal Angelo Bagnasco, traducida del italiano:
Queridos hermanos en el Episcopado, en el Sacerdocio y en el Diaconado;
distinguidas Autoridades;
queridos Hermanos y Hermanas en el Señor:
Es una alegría encontrarnos junto a al altar para agradecer al Señor, dador de todo bien, por el trigésimo aniversario de la fundación del Instituto “Servidoras del Señor y de la Virgen de Matará”. Saludo en particular a S.E. el Cardenal Angelo Sodano, Decano del Colegio Cardenalicio, que desde hace años sigue paternalmente a la Comunidad: su ansiada presencia dona al aniversario el respiro de la Iglesia Universal. Queridas hermanas, les agradecemos por el testimonio de fe y amor por las almas, el Señor las bendiga por el servicio generoso en el lugar donde estén.
1. En vuestro Nazaret
La Solemnidad de San José nos hace mirar a Aquel a quien Dios eligió como custodio de la Virgen María y de Jesús, el Hijo eterno del Padre. Todo – en el año litúrgico- nos dirige a Cristo, fuente de gracia y Salvador del mundo: en Cristo cada cosa se purifica y se recapitula, es iluminada y se hace fecunda. San José, que es también Patrono de la Iglesia-Cuerpo de Cristo, las toma de la mano, y – como hizo con el pequeño Jesús- sostiene los pasos de vuestra Nazaret, donde día a día la vida personal se mezcla con la comunitaria.
Vuestro Instituto está dedicado a servir el gran misterio del Verbo Encarnado: también San José sirvió al Verbo hecho Carne. También ustedes, como él, están llamadas a custodiar a Jesús entre los hombres de nuestro tiempo, a servirlo, a custodiarlo. Pero ¿cómo? ¿Cómo hacer en una cultura caracterizada por el virus del secularismo, que empuja a vivir como si Dios no existiera? ¿Cómo poder convencer que la libertad prometida por el mundo es una cárcel enmascarada? ¿Y que la alegría ruidosa y exhibida está vacía y esconde inquietud? El desafío de hoy es el de la fe, la Iglesia entera es desafiada acerca de la fe, y todos corremos el riesgo de mirar para otro lado.
2. La Fe de San José
Debemos contemplar a San José. Él tuvo fe y luchó por la fe: creyó a un ángel aparecido en sueños, acogió aquella exhortación – “no temas” – que atraviesa la historia sacra como una nota continua y que suena como un signo y garantía. Él confió no obstante la evidencia contraria: María estaba encinta. Consideró que la evidencia humana no siempre coincide con la realidad más verdadera y profunda de las cosas. ¿No es quizá así también hoy, en referencia a los valores éticos y morales? El mundo está terriblemente distraído, los signos de la indiferencia religiosa son claros, parece que Dios no se interesa y que no estuviese más en el primer puesto: en la conciencia de hoy las cosas de Dios no aparecen ni urgentes ni importantes. Pareciera que se avanza por una especie de desierto espiritual, donde también el hombre se marchita. ¿Y entonces? ¿Cómo llevar y custodiar a Jesús en la casa del mundo?
3. Llegar a ser una interpelación
Queridas hermanas, vuestra vida tiene que convertirse en una gran interpelación para la humanidad. El mundo teme esto, pero lo desea: lo desea porque tiene necesidad para volver a ser él mismo, verdadero y libre, pacificado y sereno. Pero ¿en qué modo vuestra vida puede ser provocación e interpelación? Llega a ser provocación sólo cuando está llena de fe y alegría.
La fe, de hecho, nos libera de lo que se ve, permite ver lo invisible: eso es más real de lo que podemos tocar con los sentidos, porque es eterno. El mundo invisible no está habitado de fantasmas, sino del amor de Dios, de la Virgen, de los Santos, de los difuntos que viven en la luz divina. Este mundo abraza el mundo terreno, lo conforta, sostiene y dirige. Y porque la fe tiene al centro la Cruz que salva, el creyente – marcado por las tribulaciones – está inundado por la paz incluso en las cruces cotidianas.
En la cultura del éxito y del poder, donde crecen el conflicto y la arrogancia, la manipulación y la mentira, el corazón del hombre siente la necesidad de una humanidad más humana: más humana porque es más verdadera, y es más verdadera porque contempla la verdad de Dios que resplandece en Jesucristo. Él es el espejo y la medida del hombre recreado por la gracia, capaz de construir un mundo nuevo.
Por esto, la presencia de espacios de vida humilde, alegre y fraterna, capaz de ver lo invisible, interpela las conciencias en sus inquietudes, es como un oasis, una fisura a través de la cual se puede ver el Cielo, un motivo para volver a tomar aire y esperar.
4. La obediencia de la fe
Pero San José no sólo creyó, también obedeció. Obedeció no por la evidencia humana, sino por la fe. Si la fe no se transforma en obediencia a Dios, no es fe sino un sentimiento, un sueño, una fantasía. Jesús aprendió la obediencia al Padre a través de las cosas que sufrió: no existe otro camino hacia la santidad. La imitación de Cristo no es una imitación externa y voluntarista, sino que es dejarlo habitar en nosotros por la gracia. La vida cristiana no es hacer algo por Dios, sino dejar obrar a Dios en nosotros: sólo así podremos hacer sus obras, porque así obra en nosotros su Espíritu. Esa es la configuración con Él, la transfiguración a la que estamos llamados; ese es el fundamento de toda ascesis y de toda ética evangélica, el principio de la comunidad fraterna, el punto de fuerza para recomenzar cada día en la luz, la razón más alta de nuestra esperanza, la fuente que restaura las fatigas del amor, el pan que regenera el entusiasmo de la llamada.
Ustedes saben que lo esencial no es lo que se hace, sino cómo se hace: la llamada no es a hacer cosas grandes, sino hacer de modo grande las pequeñas cosas que la obediencia pide… vivir de modo grande porque nos dejamos amar por Cristo.
5. No teman
Queridas hermanas, el cuidado de nuestra vida espiritual es lo primero y es el primer servicio al mundo: la humanidad no espera algo de nosotros ni de nuestras capacidades, sino el rostro de Jesús, la vida eterna, la íntima unión con Él, el calor de su amistad, su palabra de reconciliación y de perdón. Fuera de este abrazo no hay futuro, y la humanidad se pierde a sí misma. ¡No debemos temer!
La persecución de la indiferencia no debe atemorizar – al contrario – confirmar la fe y la obediencia de la fe vivida en la humilde fraternidad.
San Pablo, Apóstol de los gentiles, señala el camino del coraje y del valor, San José las proteja. ¡Que nos proteja a todos y – junto a Jesús y la Santísima Virgen – nos acompañe en los caminos del Señor!